Pasadas las doce de la mañana de un domingo de junio de 1935, viene la manola de misa con su velo, garbo, y limpieza de pecados. Baja la escalinata anisada del Metropolitano rumbo a casa o con la intención de cruzar al Banco de España por el paso subterráneo que un día será refugio de bombas e indigentes.
El Palacio de Comunicaciones araña el cielo madrileño y es la única referencia de que ahí está la diosa Cibeles, inmortal, como todas las diosas. Llámese también a este portentoso Palacio "Nuestra Señora de las Comunicaciones" o "Catedral de las Comunicaciones".
El Palacio de Comunicaciones araña el cielo madrileño y es la única referencia de que ahí está la diosa Cibeles, inmortal, como todas las diosas. Llámese también a este portentoso Palacio "Nuestra Señora de las Comunicaciones" o "Catedral de las Comunicaciones".
Tranvías, automóviles y autobuses cruzan los paseos de Recoletos y del Prado, donde se instalaba la flamante Feria del Libro, para subir por Alcalá con mayor velocidad que el carro tirado por mulas que se niega a sucumbir en el pasado.
Los reclamos publicitarios viajan sin billete y se pavonean por las céntricas arterias del Madrid que a esas horas comienza a ser de vermú y chato de vino, con tapita; de Rastro; de jardines de El Retiro; de pavoneos por la Castellana; del piri; de los pecados enjugados momentos antes por la manola.
Los reclamos publicitarios viajan sin billete y se pavonean por las céntricas arterias del Madrid que a esas horas comienza a ser de vermú y chato de vino, con tapita; de Rastro; de jardines de El Retiro; de pavoneos por la Castellana; del piri; de los pecados enjugados momentos antes por la manola.
Fotografía de Montaña. Mundo Gráfico, 1935 |
© 2013 Eduardo Valero García - HUM 013-002 RECUPAPEL
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