lunes, 30 de marzo de 2020

Corona y Virus (Parte II): Las siete plagas del año 65 contadas por Benito Pérez Galdós

Finalizada la lectura de la primera parte de Corona y Virus, continuamos con un interesante resumen de lo que fue el año 1865 contado por Benito Pérez Galdós. Bajo el título de Las siete plagas del año 65, el joven periodista nos ofrece un detallado retrato de la sociedad madrileña y los pormenores de la política española.
Este es un artículo aun más extenso que el anterior, porque el escritor nos ofrece tanta información sobre Madrid, sus lugares, teatros, espectáculos y sus protagonistas, que es imprescindible conocerlos.
Querido lector paciente, voluntarioso, agradecido y también esperanzado; confinado por más tiempo que el deseado, hoy saldrás de tu casa sin desacatar ninguna orden y viajarás a un tiempo que no te resultará tan distinto.




En su columna Revista del Año de La Nación, del domingo 31 de diciembre, mostrará ese gran circo del melodrama que puso patas arriba a la Corona, al gobierno de sus espadones y a la propia Hacienda, en un ambiente cargado de despropósitos, mala literatura, peor teatro, y todo lo que uno pueda imaginar. Así será como Galdós despida el año, con la ironía que se lee entre líneas y una realidad que continúa vigente.

Más bucólico, pero igual de cierto, resultó su artículo del 24 de diciembre: crónica magnífica y detallada de las costumbres navideñas. De la Plaza Mayor, centro neurálgico junto con la de Santa Cruz de todo lo consumible y necesario en Navidad, nos cuenta:
La Plaza Mayor, que hoy se encuentra adornada por bellísimos jardines, y tendrá bien pronto a sus costados dos elegantes fuentes, ha sido el sitio más pavoroso de la heroica villa.
El 3 de marzo se conocía la noticia sobre el replanteo de la plaza para dotarla de «elegantes jardines» en el centro y el 31 del mismo mes continuaban los trabajos. Ya se habían colocado en el círculo central una hilera de árboles y en el terreno interior quedaban demarcadas las calles para el tránsito y los espacios florales. El día anterior, en sesión del Ayuntamiento pasaba a estudio y aprobación el proyecto de construcción de las dos fuentes.
Rosas y violetas tenemos en la plaza del Progreso; rosas y violetas vamos a tener en el jardín que se hará en la plaza Mayor; violetas y rosas quieren plantar también en la plaza de Santa Ana; no van a quedar en la heroica villa tres metros cuadrados libres de flores donde puedan soldados y niñeras, darse las buenas tardes y las malas noches.[1]
A las cuatro grandes farolas que existían, se sumaron otras seis en el interior y en mayo se daban por finalizadas las obras del jardín circular, a falta de colocar unos bancos de madera. Los cimientos de las fuentes ya estaban hechos en noviembre y las fuentes instaladas a finales de año. Los surtidores, con bonitos saltos de agua, fueron instalados comenzado el año de 1866.


© mcu-IPCE-FPH
Archivo RUIZ VERNACCI
Nº de inventario:VN-02852
© 2020 Eduardo Valero García-HUM 020-005 MADGALDÓS
© 2020 Historia Urbana de Madrid ISSN 2444-1325

Plaza Mayor, tan transitado por Galdós y sus personajes; por la sociedad madrileña de todas las categorías, representada en los trampantojos pintados por Antonio Mingote que desde 2001 son antesala del Madrid galdosiano. [Ver información sobre los trampantojos]




Mucho calor hizo aquel verano y se prolongó hasta los inicios del otoño, propiciando el caldo de cultivo de la epidemia que estaba a punto de causar sus mayores estragos. Cuánto calor haría que Galdós, siendo de por sí friolero, deseaba la llegada del frío madrileño.
¡Invierno! ¡única palabra que se pronuncia con verdadera fruición en estos combustibles tiempos! La idea de frío es la única que consuela a quien tiene que vencer la languidez soporífera que se apodera del cuerpo en estos días, padeciendo tormentos horribles para escribir, mejor dicho, para sudar esta revista. [La Nación, 16 de julio de 1865]


Corona y Virus
SEGUNDA PARTE
Las siete plagas del año 65

Con estas palabras hacía Galdós la introducción al brillante artículo:
Prometimos escribir una Revista del año, sin considerar la dificultad de la tarea que echábamos sobre nuestros hombros: en el momento de emprenderla, vienen a nuestra imaginación los doce fecundos meses del año de gracia de 1865, y retrocedemos espantados ante la pasmosa abundancia de acontecimientos de todas clases, que han tenido lugar en nuestra patria; nos entra una cobardía grande al querer generalizar, dando a nuestros lectores una síntesis de cuanto aquí ha ocurrido, y vacilamos ante lo formidable de una empresa digna de mejores plumas.

I
La política
Nuestra memoria es flaca; pero después de hacer esfuerzos de recordación, se nos presentan con bastante claridad algunos días notables, que allá por los primeros meses de este año dieron mucho que hablar a todos los ocupados y los desocupados de la corte: recordamos el efecto terrorífico que produjo en los ánimos una cifra pavorosa, 600 millones; y estos maravedises eran sin duda de condición siniestra y tenían algún objeto depravado, porque los madrileños los miraban del peor modo posible, fruncían el ceño, apretaban el puño y daban muestras y señales de descontento, hasta el punto de proferir duras amenazas y anatemas furibundos. También recordamos que un ministro de Hacienda fue sacrificado por estos millones, y su sacrificio fue tan doloroso y tierno como el de Ifigenia o el de la hija de Jeplité; pero la víctima se perdió en la oscuridad de las cesantías, y un hombre nuevo ocupó su plaza. Recordamos confusamente que este nuevo hombre conocía regularmente la lengua del Dante, era bastante aficionado a los tercetos del Infierno parlamentario. Alguna reminiscencia de los condenados del gran poeta debió iluminar la mente del Excelentísimo, porque en un rasgo de lirismo exclamó en toscano castizo: Non raggionam di lor, ma guarda e pasa [No razones con ellos, sino mira y pasa]: También recordamos que este endecasílabo tuvo tan buena fortuna que fue repelido por la prensa y corrió de boca en boca, hasta que ya gastado y tomado de orín por el uso excesivo, volvió al canto tercero de la Divina Comedia donde reposa en santa paz, inmutable y eterno, esperando a que otro orador, mejor o peor que el tal, le vuelva a sacar a la vergüenza, pública para ser comento de diputados y comidilla de gacetilleros.
Recordamos también, no sin esfuerzo, que en la misma época del non raggionam, reinaba en Madrid una alarma espantosa. Formábanse corrillos de maledicientes, hablábase en todos los tonos imaginables del ministerio, que entonces se entronizaban en el poder, y se temía entre todas cosas la presencia de un culto y bien educado individuo de la policía secreta, que a lo mejor de la discusión enseñara no sabemos qué bastón mágico y condujera bonitamente a los interlocutores a la prevención. Los cafés estaban plagados de esos individuos. Se recelaba de todo: más de una vez se sospechó que pertenecieran a esa ilustre congregación secreta muchos inocentes ciudadanos, que jamás habían cobrado un ochavo del gobierno por servicios públicos ni clandestinos; bastaba que uno se presentara delante de personas que jamás le habían visto para ser mirado de reojo; todos callaban, y señalaban con el dedo al supuesto espía. Esta fue la primera plaga del año.

Galdós se refiere al famoso anticipo propuesto por el entonces ministro de Hacienda, Manuel García Barzanallana, «ministro sacrificado» el 20 de febrero, y menciona al «hombre nuevo» que ocupó su plaza: Alejandro de Castro, bien conocedor de la Divina Comedia, pues venía a ocupar su puesto después de dejar el de presidente del Congreso. Poco tiempo dirigirá la Hacienda, el cambio de gobierno de junio le dejará cesante.

A todo se le buscaba la parte humorística, y si en la actualidad es el ingenio de los vídeos y "memes", en aquellos años las viñetas cómicas, coplas, versos y los jeroglíficos intentaban provocar la risa.




Como vemos en el jeroglífico, se anuncia la solución para el próximo número de la publicación. No les haremos esperar a una próxima entrega y ofrecemos la solución:

Seiscientos millones pide
el señor Barzanallana;
por pedir nada se pierde,
pero tampoco se gana.




II
La economía
También nos acordamos de que a cierta antigua e ilustre casa se le acusaba de que se le había desarrollado la extremidad de la espina dorsal, apareciendo con una al parecer cola que la rodeaba, y que se movía oscilando como la de animal que pide de comer o amenaza atacarnos. El Banco era insultado, escarnecido en su protuberancia caudal: se le trataba como a un judío: se la hacía saltar de rabia, tirándole cruelmente de esa misma vergonzosa prolongación, y en todas parles no se hacía más que maldecir la cola, anatematizar la cola, condenar la cola. Era cosa de ver al pobre animal enredado en ella, embozado en su rabo como cierto bicho de América: el desprecio general le importaba poco: llovían los improperios y él tan tranquilo, impávido como una esfinge del Nilo, inmóvil, sereno, olímpico.
Con esta deformidad del Banco de Madrid coincidió el descalabro del de Valladolid, y la conducta de este fue imitada por otros particulares, tan cojos y perniquebrados que daba compasión. El papel-moneda andaba avergonzado y corrido: un billete de Banco era un libelo infamatorio; sacar un billete para pagar en un café o en una tienda era insultar al camarero o al vendedor. El hombre que aspiraba a cambiar un billete era un troglodita, un ser abominable, que en pago a su descaro se exponía a ser saludado con un pescozón o un puntapié. El oro y la plata andaban fugitivos y errantes: huían del bolsillo con la misma tenacidad que el papel se afianzaba en ellos. Se llamaba a los billetes papeles mojados, con gran detrimento de las nobles firmas que los adornan; se les tomaba con desconfianza, o se les rechazaba como si fueran áspides mordedores, o aceros envenenados.
Todas estas felicidades se aumentaban con la emisión ingeniosa de billetes falsos, que llevaron al Saladero a ciertos hábiles artífices de la calle de Atocha y produjeron gran consternación en la plaza. Colas, billetes imposibles de cambiar, billetes falsos, carestías, descuentos onerosos, casas en quiebra, pobreza. Esta ha sido la segunda plaga del año de gracia de 1865.

Hablar de la economía española de aquellos tiempos es tan complicado como ponernos a cavilar sobre la actual. Lo cierto es que después de una época de euforia económica internacional y la creación de nuevos Bancos, entre ellos el Banco de Isabel II; la Caja del Tesoro para la financiación de la Deuda Pública; Compañías de Seguros, etc., etc.; además de la llegada de capital extranjero para la implantación de la red ferroviaria y la explotación minera, la situación financiera del Reino comenzó a caer abruptamente, llevándose por delante a la banca, muchos industriales, ahorradores y al pueblo entero. Los bandazos dados por la Hacienda española y el descalabro de la Bolsa, sumados al crack internacional del 64 y la Guerra Civil norteamericana, propiciaron el derrumbe.

La fabricación de billetes falsos es casi una nimiedad, pero nos resulta más entretenido que ponernos a hablar de finanzas.
Interviene en esta historia el cambista y platero Felipe López Espejo, de la platería Las Columnas, ubicada en la calle de Atocha, 33.




Todo comenzó el 22 de julio, cuando varias personas se presentaron en el Banco de España con billetes de 1000 reales falsos y, según informaron al ser interrogados, provenientes de la platería Las Columnas. Los billetes fueron puestos en depósito en la Caja del Tesoro y el juez de primera instancia de guardia se personó en la platería, donde encontró dinero falso que fue requisado y encarcelado el cambista. Llevaban en circulación un día o dos y otro cambista de la calle Carretas indicó que un individuo había pasado por su negocio con 7000 duros y que no se los cambió «por no parecerle buenos».






No sabemos si el falsificador era el tal señor López Espejo, aunque fue el que pagó el pato. Su desconsolada esposa escribía una carta dirigida al director de La Correspondencia de España en la que decía:



En agosto continuaba la instrucción en el juzgado de la Audiencia. El juez del distrito, Sr. Gregorio Rozalem, y el escribano de la causa, Sr. Pozo, habían hecho cuantas averiguaciones estaban a su alcance para descubrir a los verdaderos autores y encubridores de la estafa. Mientras tanto, el cambista López Espejo permanecía en la cárcel de la Villa y en el juzgado ya habían una ingente cantidad de billetes que sumaban un capital de 16000 duros.

Por fin, el 25 de agosto, el cambista fue puesto en libertad bajo fianza y un estado de salud deplorable, porque pasar un tiempo en el Saladero era cosa peligrosa.

Podemos suponer que al señor López Espejo le ocurrió lo mismo que a un tal Artero Pérez:

En la cárcel de la Villa
está Antero Pérez, preso
por haber robado un queso
y un frasco de manzanilla.
Lo que desespera a Antero,
es que, aunque está prohibido
vender el queso podrido,
aun queda libre el tendero.



III
La noche de San Daniel
Pasaron meses: pasó Enero con sus gatos. Febrero con sus máscaras, Marzo con su abstinencia de carne, y llegó, por fin Abril con sus flores. Los árboles del Prado reverdecían: los jardincillos de la plazuela de Oriente se cubrían de flores para solaz de los enamorados nocturnos: cesaron las lluvias pertinaces: cesó el frío: cesaron todas las inclemencias que de la naturaleza dependían, y Madrid era un paraíso sin culebra: el paseo de la Castellana so llenaba de gente: la Patti cantaba en el Teatro Real: los músicos se volvían locos: los devotos asistían a los espectáculos de Semana Santa. Todo era felicidad y bienaventuranza: hasta que llegó el caso de no cuidarse nadie de los polizontes secretos, ni de los billetes de Banco. En Madrid se paseaba alegremente, se amaba a la intemperie: abríanse las flores: vestíanse de gala los Santos: organizábanse las cofradías: divertíase cada cual según sus gustos, disfrutando todos del buen tiempo, de la estación florida; en una palabra, éramos felices, o creíamos serlo, que viene a ser lo mismo.
Mas de pronto una noche aciaga turbóse la tranquilidad pública de un modo lamentable. Les estudiantes, esos picaros estudiantes, aficionados a dar serenatas a los maestros que les han enseñado, tuvieron la culpa de todo. No sabemos qué delito cometieron el rector y un catedrático de la Universidad para atraerse las iras del Gobierno. Es lo cierto que la calle de Santa Clara estaba atestada de gente, ansiosa de oír la serenata, cuando la multitud se dispersó por la calle del Arenal e invadió la Puerta del Sol. Dos noches después se tocó la verdadera serenata, consistente en pitos y otros instrumentos discordantes; diseminóse la tropa por la población; la caballería salió de sus cuarteles; sonaron tiros; corrió todo el que pudo; abriéronse paso los de a caballo repartiendo cintarazos a diestra y siniestra; aquí caía un ciudadano; perniquebrábase aquí una vieja; más allá era atropellado un académico; gruñía el ciego en su rincón y juraba el tendero, cerrando las puertas de su edificio; caían a pedazos los cristales de una botica, y a otro lado caía de un balazo un muestrario de fotografías; desocupábanse los cafés y llenábase el Saladero; las mujeres buscaban a sus maridos, y los maridos corrían al través de mil peligros hacia sus hogares; disparaban piedras los chicos y balas los veteranos; caían algunos inocentes heridos y otros morían atravesados por una bala; fue una pequeña San Barthelemy; y una función de desagravios en honor de alguna cartera susceptible. Hubo asedios heroicos como el de la calle de los Negros, y víctimas cruelmente inmoladas como el joven Nava. Esta noche tuvo su santo como la de San Barthelemy; se llamó, usque in eternum, Noche de San Daniel.
La Universidad fue teatro de escenas tumultuosas, aunque no sangrientas, porque los estudiantes (siempre esos niños mal educados) dieron en obsequiar a su nuevo rector con otra serenata discordante; pero afortunadamente la bayoneta veterana no penetró allí.
Guardia, cargas de caballería, balas perdidas, bayonetazos. ¡Qué horrorosa plaga! Madrid no la olvidará mientras exista.

En la primera parte de Corona y Virus ya hemos hablado de la Noche de San Daniel; recomendamos, entonces, la lectura de los capítulos XII y XIII del episodio Prim (Episodios Nacionales. Cuarta serie, 1906).

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Dice Galdós que «se llenaba el Saladero», lugar donde fue encarcelado el cambista y joyero, porque aquel sitio era la cárcel de la Villa desde 1831. Se trataba de un edificio industrial construido en el siglo XVIII en las cercanías de la Puerta de Santa Bárbara y cuya finalidad era la de saladero de tocino. De ahí el nombre dado a esta cárcel y que así se la cite en la prensa y en varias obras del escritor.

La fachada del caserón convertido en cárcel era vulgar, con fuertes rejas en las ventanas de los sótanos y de la segunda planta. Dos garitas para los centinelas flanqueaban la puerta, por la que entraba y salía gente de baja estofa.




El interior era aun peor porque producía cierto horror y vergüenza. Los calabozos de los sótanos disponían de tarimas corridas a lo largo de las paredes y en lo alto las lúgubres ventanas que daban al exterior. Allí los presos comían, dormían y pasaban el día; salvo en los ratos de esparcimiento, que era cuando los sacaban a un patio de alto muro y paredes lisas, con una fuente central para asearse y lavar la ropa. En ese espacio, sucio y poco iluminado, jugaban a las cartas, a la pelota y a las tabas; además de hacer sus negocios, trapicheos y conspiraciones.

Los presos distinguidos cumplían condena en los departamentos de pago y en el destinado a los políticos, donde los domingos se formaban importantes francachelas.







También estaban los departamentos de jóvenes y el de los «micos», que eran los niños presos. Antes de la creación de este departamento, los niños convivían con los presos adultos en un ambiente insalubre y peligroso.






IV
Diversión y drama
Entró el verano con sus perros rabiosos. La hidrofobia se apoderó de la raza burocrática y de la raza canina. Vínose abajo con gran estrépito el castillo de naipes edificado por Narváez.
González Brabo fue silbado en la Plaza de Toros.
Lloraron en tierra extraña su desventura los caídos y alzaron la frente con orgullo los elegidos. La tierra cubrió los restos del antiguo ministerio y entró en Loja un filósofo desengañado.
González Brabo vio un hombre barbudo y tembló como la hoja en el árbol. Los teatros de invierno se cerraron; la Patti lanzó su último gorgorito y voló hacía otros climas; los Campos Elíseos se abrieron al público; comenzó la gente a rodar por la montaña rusa, y en el teatro de Rossini resonó la primera nota de El Profeta. Tamberlick hacía de Amoldo y de Juan de Leyde a la perfección; a la caída de la tarde un centenar de coches conducían alegres parejas a la mansión Elísea; Leotard saltaba en el circo del Príncipe Alfonso y Mr. Batty introducía su blonda cabeza en las bocas de sus anímales domésticos; las hermanas Foucarl y el imposible Pietrópolis hacían prodigios gimnásticos todas las noches que el hábil maestro Arban no hacía resonar su orquesta en el hipódromo; el paseo de Recoletos era un jardín de delicias, un edén de flores de todas clases, lo mismo que el salón de conciertos de los Campos, que ofrecía un aspecto mágico y oriental; un ballenato desventurado se ostentaba en el desierto barracón y un elefante luchaba con un bicho en la Plaza de Toros.
Les espectáculos abundaban en todo Madrid, y se vacilaba en preferir los espectáculos gratis, que eran los más divertidos: todos los que no habían abandonado la capital se entregaban a las delicias del calor con un sibaritismo verdaderamente tropical. ¡Qué días! ¡qué felicidad! ¡Cuántas delicias! ¡Oír buena música! ¡Ver buenas caras y buenos fuegos artificiales! ¿Qué hay comparable a esto? Es preciso confesar que Madrid era entonces un edén de felicidades.
Mas de pronto (tristeza causa el recordarlo) principian a correr rumores siniestros: se dice que hay cólera en Valencia, que es probable que se venga a Madrid: después se asegura que en el barrio de Lavapiés ha habido un caso, que ha habido dos, tres, etc.
Ya principiaba el otoño, y el cólera hacia lentos estragos en Madrid: aumentaba paulatinamente, se acercaba al centro: ya la cosa iba un poco seria: en fin, se desarrolla el cólera: comienza el pánico: sale a escape la gente: quédase triste y desamparada la población, y por todas partes se oían pésames, lamentos y quejas: las cajas de muerto se aparecían en donde quiera tan abundantes como las camillas. Estábamos en plena epidemia.
La caridad se manifestó dignamente, y el socorro de los sanos contribuía a mitigar el dolor de los atacados.
Era esto en tiempo en que casi, casi estaba Italia a punto de ser reconocida, y Ulloa y Tagliacarne a punto de ser cambiados respetuosamente.
Al fin Dios se compadeció de nosotros y nos quitó el mal, que según las sibilas neas; se nos había propinado donosamente por nuestras culpas: fueron enterrados los muertos: abriéronse de nuevo los teatros: volvió la calma a los corazones y la gente fugitiva tornó a sus hogares. Epidemias, defunciones, lutos, emigraciones, paralización del comercio, miseria. Plaga no menos funesta que las anteriores. Esta es la cuarta, si no nos equivocamos en la cuenta.

Todo el mundo salía a la calle llegado el buen tiempo. El paseo de Recoletos, la Castellana y el parque de El Retiro se convertían en los lugares preferidos para el esparcimiento. A este último acudían los hidrólogos, para beneficiarse de las propiedades sanadoras del agua de las fuentes y aguaduchos o disfrutar de la ría, el estanque y su embarcadero. [Ver: Un día de 1898 en el Parque de El Retiro].

Pero Galdós habla de la «hidrofobia», que es el temor al agua y la enfermedad de los perros transmitida al hombre por mordedura, que es, de forma figurada, lo que transmite al pueblo el exacerbo de la política.
Nos cuenta que comienza la actividad en los Campos Elíseos. Este lugar de recreo había sido inaugurado el sábado 18 de julio de 1864 con la asistencia de los reyes.
Sus terrenos, con varios jardines e instalaciones, ocupaban la zona que en la actualidad comprende las calles de Alcalá, Velázquez (casi hasta Lagasca), Goya, General Pardinas y Príncipe de Vergara.
Una de las curiosidades de los Campos Elíseos era su horario de apertura: las cinco de la mañana.





Llamaba la atención su teatro, el Teatro de Rossini, ubicado aproximadamente sobre la calle Jorge Juan y Príncipe de Vergara. Amplio y rectangular, constaba de cuatro pisos, de los cuales los tres primeros disponían de varios palcos.

Manuel Ovilo y Otero describía en la revista Escenas Contemporáneas [2] algunos detalles: «El techo está pintado con exquisito gusto y suma sencillez. El escenario, aunque no es tan espacioso como la sala, es de buenas dimensiones. Tiene cuatro lucernas de gusto, colocadas cerca de los ángulos. En la parte inferior de estos hay bustos que representan personajes célebres, como asimismo en las explanadas del piso principal que mira al jardín. Sobre el telón de boca y completamente fuera, se lee el nombre del inmortal Rossini, puesto, según se dice, con permiso del célebre maestro».

Junto al teatro había una fonda de grandes proporciones y cerca de ella una explanada con dos escaleras que conducían a la casa de baños, de la que Ovilo y Otero nos cuenta: «A la entrada hay un salón de descanso con el techo pintado a la aguada, de suficiente capacidad. Los cuartos donde se encuentran las pilas dan a un jardinito de forma triangular».

Más hacia el Oeste, en la manzana delimitada por las calles de Goya, Castello, Jorge Juan y Núñez de Balboa, se encontraba un salón circular, destinado a conciertos y bailes, rodeado de palcos. Junto a este, ya sobre la actual calle de Goya con Velázquez, una enorme plaza de toros y la montaña rusa, de la que dice Ovilo y Otero que estaba «formada por el declive de un tambor o cilindro hueco, cortado irregular y oblicuamente, y construido de mampostería y maderos».

Hacia el Sur, aproximadamente en la manzana que comprende las calles de Jorge Juan, Núñez de Balboa, Villanueva (casi hasta Alcalá) y Velázquez, había un canal o ría con embarcadero y un bonito puente rústico; por allí circulaba una góndola a vapor que el día de la inauguración fue muy aplaudida por la Real Casa. A un lado del canal se levantaba un edificio simulando en su exterior un castillete, destinado para el tiro de pistola y gimnasio.

También había una casa de vacas, una faisanera, dependencias de la Administración y una plazoleta con columpios.





Amable lector, llegados a este punto, y después de escuchar esa musiquilla, te invitamos a viajar al momento de la inauguración.

En lo alto del Teatro Rossini ondeaba el pabellón nacional y algunos espacios estaban lujosamente iluminados.
A las seis de la tarde, con el tronar de diez bombas lanzadas por los morteros León y Castilla, comenzaron los actos de inauguración. Inmediatamente se puso en marcha el vapor Príncipe Alfonso para recorrer la ría mientras una banda militar entonaba los acordes de una marcha triunfal. De siete a nueve esta banda ejecutó diversas piezas en la plaza del teatro.
A las ocho se abrieron las puertas del coliseo y a las nueve comenzó la función. Primero se interpretó la Sinfonia de L'assedio de Corinto, y a continuación la Cantata a Rossini, por el coro, orquesta y banda militar, compuesta de más de 200 profesores. Después, Baile fantástico en dos actos, titulado Gisela o las Wilis.
En el íntermedío del primero al segundo acto de la Gisela, se dispararán fuegos artificíales. Desde las nueve y medía basta las doce y medía de la noche, en el salón de conciertos sonaron varias piezas a cargo de la banda militar del 5º Regimiento, dirijida por el Sr. Crasi.


V
Literatura y teatro
También se nos ocurre recordar algo del movimiento literario de nuestra patria en el año que hoy concluye. No sabemos de ninguna obra notable, ni en nuestros teatros se ha representado comedía alguna digna de llamar la atención. Aquí no se escriben libros de filosofía, ni de ciencias, ni de crítica; esto es cosa muy ardua. En cambio se publican sendas novelas que honrarían a Walter Scott у a Manzoni, y a cada momento nos vemos asediados por prospectos ingeniosos tan bien escritos como las novelas que pregonan y sazonados con toda la sal de las baraturas editoriales, para que sea más fácil el negocio, que es el quid divinum alumbrador de semejantes producciones.
¡Cuánta novela, gran Dios, cuánta novela! No hay esquina donde no se anuncie en letras gordas unas recientemente salida del cacumen de un escritor y dada a la estampa por las prensas del más artificioso de los editores. Las primeras entregas se deslizan por debajo de las puertas y vienen a sorprendernos en nuestras casas, ofreciéndonos al par de su desabrido contenido un trocito de literatura suplicativa en que nos pide nuestra suscrición el amable repartidor.
Lo que nos sorprende es que hay quien lea estas novelas, y que sean leídas y muy leídas se deduce de que se hacen muchas ediciones de ellas, y se agotan, y no queda un ejemplar en las librerías. Este es un fenómeno que no hemos podido explicarnos todavía.
En el teatro ha pasado una cosa idéntica. El año cómico (ciertamente el que acaba de pasar es el año más cómico que hemos visto) ha sido infecundo: no ha dado a la literatura patria ni una comedia ni un drama dignos de pasar a la posteridad. Los hermanos Catalina dirigían con acierto el Príncipe en la segunda mitad de la temporada anterior, y en unión de Matilde y de Mariano Fernández proporcionaban al público horas de agradable solaz. Recordamos, sin embargo, que las piezas en que más se distinguían era en las del repertorio antiguo y en algunas felices traducciones de D. Ventura de la Vega y de Coll; Mari-Hernández la Gallega, La Farsa y Batalla de damas eran las obras favoritas de aquel teatro: en clase de obras originales nos dio algunas, entre las cuales descuellan Mañana, de Coupigny, y el Toisón roto, de Hurtado. Variedades no salió del repertorio de Romea: Sullivan, Bruno el tejedor, El hombre de mundo, La mujer de un artista, El qué dirán y el qué se me da a mi salieron de nuevo a la escena, donde el talento de Romea apareció otra vez dominando tan difíciles papeles de un modo maravilloso.
Más tarde vino la Civili al coliseo de la calle de la Magdalena y nos dio al comenzar la temporada la Dama de las camelias. María Giovanna y Adriana Lecouvreur. La gran artista se hizo aplaudir con furor en estas tres piezas: el público acostumbrado a la dicción italiana comprendió perfectamente las peripecias de los dramas y penetraba todas las delicadezas del diálogo: los triunfos se sucedían y el teatro estaba lleno todas las noches.
Mas de pronto comenzó la señorita Civili a familiarizarse con nuestra lengua, y después de leer en público una oda al Dos de Mayo, contrató una pequeña troupe de actores españoles y nos dio un ridículo sainete titulado La Casa de campo, en que se nos aparecía rival de la Zapatero la misma heroína de la tragedia italiana y de los dramas franceses; la misma que había sido Francesca de Rimini y Margarita Gauthier. La actriz fue aplaudida con entusiasmo, y animada con el triunfo, emprendió trabajos más difíciles. Hoy es ya una artista española y nos da en Variedades La hija del Almogavar.
Confesamos que nos parece que vale macho más la señorita Civili representando en italiano que en español. No es tan fácil cambiar bruscamente de escuela y perder completamente el estilo y la expresión que se ha aprendido desde la niñez.
Inaugurada la presente temporada en los días en que el cólera comenzaba a hacer estragos, nos ofreció el Príncipe El alcalde de Zalamea, admirable obra de Calderón, que interpretaron con gran inteligencia los primeros actores de España.
Nuestros lectores conocen perfectamente la compañía que actúa en este teatro, y nos abstenemos, por lo tanto, de hablar de ella. Las obras nuevas valen muy poco, a pesar de que algunas hayan sido apadrinadas por la gacetilla, y nos atrevamos a asegurar que el año cómico que acaba de pasar os de los más desastrosos que hemos visto: el año literario en general ha sido deplorable. Malas novelas, malos dramas, malas comedias, escritores envanecidos, críticos bonachones, entregas suplicatorias, periódicos satíricos vergonzantes: he aquí la quinta plaga del año.
No hacemos referencia al panorama literario de 1865 para no ahondar en detalles; Galdós lo deja más o menos claro. En cuanto a los teatros, al citar a la de la calle Magdalena se refiere al Teatro Variedades, también citado. Este teatro por horas, popular y de los bufos de Arderius, había sido inaugurado en 1843.




Poco antes de acabar el presente artículo celebrábamos el Día Mundial del Teatro, buen momento para ofreceros la cartelera de espectáculos de aquel Madrid alegre y cultural que en el mes de septiembre aun no era consciente de la amenazante epidemia.






VI
Escena lírica
La escena lírica anda también de mal talante: el Teatro Real se encuentra en un estado lastimoso: hay allí tiples insoportables, tenores invisibles y bajos muy encopetados, lo cual no impide que una magnífica orquesta con excelente cuerpo de coros les acompañen. Pero no nos anticipemos: recordamos que al fin de la temporada anterior, en los tiempos de Mr. Bagier, cantaba la Patti la Sonámbula, el Barbero y Lucia con éxito extraordinario: recordamos la Lucrecia de la Penco, la Grossi y Selva, y el Fausto de Mario y Selva: por último, se nos dio a conocer el Profeta, una de las mejores obras de Meyerbeer.
Mas los Campos Elíseos recogieron la herencia del teatro de Oriente, y el Profeta continuó en les Campos seguido de Guglielmo Tell, Macbeth, Romeo у Julieta, Martha, Poliutto у la inolvidable Mutta di Pórtici.
En el día conocemos L'Africana, pero no tenemos artistas como aquellos; poco nos importa que la Rey Valla cante bien, y Bouchée arranque aplausos en La Favorita. Esto no basta; El Saltimbanco y Hernani no se olvidarán tan pronto, y las más de las noches asistimos con miedo al teatro creyendo escuchar una grita espantosa.
Allí chillan las primas donnas, vociferan los tenores y gruñen los bajos. ¿Qué hacer en tan triste situación? Ya no le queda a uno ni el recurso de distraer sus melancolías en el paraíso del Teatro Real. ¿En qué país vivimos? Silbas, malos artistas, apretones, billetes caros, espectáculos escandalosos: sexta plaga.

En esta sexta plaga aparece el Teatro Real y se nombra a Adelina Patti, entre otras figuras de la lírica. La famosa soprano, nacida en Madrid el 19 de febrero de 1843, despuntó como una de las voces más notables de su tiempo en 1862. En alguna de las representaciones a las que asiste el joven Galdós pudo escucharla. Nosotros también podemos hacerlo, imaginándonos en aquel primitivo coliseo de la plaza de Oriente.






VII
Los neos
Es cosa de cajón que en tratándose de plagas han de ser siete. ¿Cuál es la sétima? No puede ser otra que la que se extiende por toda la nación emanada de santos locos de piedad política; no puede ser otra que la que oculta y solapada se desliza por esta sociedad contaminando en silencio cuanto toca. ¡Epidemia fatal y nunca extinguida! Se la conjura por todos los medios conocidos, y desaparece por un momento para volver después más temible monstruo, fuerte e invulnerable. Se le hiere, se le mutila, y el miembro arrancado renace con más fuerza.
Tribu alborotadora y mogigata, se multiplica, ramificándose hasta los más lejanos extremos de la Península española. Husmea en el fogón de la diplomacia y escarba en el lodazal político; confecciona sus armas mortíferas con la al parecer inocente cera que desprenden las velas del altar; está en todas partes como Satanás, y en todas partes deja sentir su influencia sofocante y mortífera como la de los miasmas deletéreos; es plaga perenne, inmutable, de todos los días, de todos los meses, de todos los años; plaga perdurable, arraigada en nuestro suelo con tenacidad incontrastable, y que no será esterminada si los fumigadores modernos no inventan alguna máquina de combustión formidable, algún nuevo sistema de calefacción inquisitorial que sea en grande escala lo mismo que las que en las casas se usan para la extinción de ciertos insectos nocturnos. ¡Los neos! esta es la sétima plaga.
Dentro de doce meses os daremos cuenta de las siete del año venidero, de las cuales algunas principian ya a hacer lentos estragos.

Los neos es el diminutivo peyorativo del movimiento político e ideológico llamado neocatolicismo, nacido en el siglo XIX, y cuya representación era el Partido Monárquico Nacional fundado por inspiración del presbítero Jaime Balmes en 1844. La mayoría de sus partidarios se unieron al Carlismo en defensa de la unidad católica en España.
Sin entrar en más detalles, la sola mención del padre Claret, el escolapio pp. Fulgencio o sor Patrocinio, muestran su presencia en la Corona y la influencia sobre Isabel II.




Cuando en 1904 Galdós se entrevista con la reina en París, saldrá en la conversación aquellos tiempos en que la apodada «monja de las llagas» campeaba a sus anchas por la vida de Isabel II, quien dijo:
Más generosa que sincera, amparó con ardientes elogios la memoria de la monja Patrocinio:
– Era una mujer muy buena–nos dijo–; era una santa, y no se metía en política, ni en cosas del Gobierno. Intervino, sí, en asuntos de mi familia, para que mi marido y yo hiciéramos las paces; pero nada más. La gente desocupada inventó mil catálogos, que han corrido por toda España y por todo el mundo…
El favor del Cielo debió Vuestra Majestad esperarlo como sanción de sus actos y de su fiel cumplimiento de Las leyes, y no vislumbrarlo tras de las milagrerías y enredos con que alucinaban a la pobre niña Reina los traficantes en piedad o cambiantes de almas por intereses y de intereses por almas.

Duendes de la Camarilla que tienen su espacio en los Episodios Nacionales de la segunda y la cuarta serie, de la que nos llega el eco de los fusilamientos en el muro de la plaza de toros cuando lo del cuartel de San Gil (1866), y los nombres de Simón Paternina y la Zorrera en La de los tristes destinos:
Que no se diga que solamente las almas de los ricos tienen naufragios, sufragios, o como eso se llame, para salir pronto del Purgatorio. Yo le pago una misa a mi Simón, y él, que era bueno y no tuvo parte en la matanza de los oficiales, irá pronto a la presencia de Dios, y le dirá: «Señor Santísimo, mire cómo me han puesto, cómo me han acribillado. En la mano traigo mis sesos. Esta es la Historia de España que están haciendo allá la Isabel y el Diablo, la Patrocinio y O’Donnell, y los malditos moderados…, que no parece sino que Vuestra Divina Majestad ha echado mil maldiciones sobre aquella tierra…»
Las expresiones de este episodio que pone fin a la cuarta serie, escrito entre enero y mayo de 1907, no difieren de las pronunciadas en los periódicos de aquel año de 1865. 

Así, en el diario liberal La Iberia del 15 de enero podía leerse: «Todos los que niegan la verdad del progreso, llámense Papas, obispos, cardenales, curas o monaguillos, son (…) neos hasta la médula de los huesos. Y neos significa aquí insensatos, con toda la insensatez del que mirando la luz del día, afirmase que reinaban las sombras de la noche».

Por la parte contraria, el periódico monárquico La Esperanza del 23 de febrero transcribía el discurso que Antonio Aparisi y Guijarro pronunciado en la Sociedad literario-católica La Armonía en diciembre de 1864:
Se nos llama neos, y aceptamos el mote irguiendo la cabeza, porque hoy para los católicos solo hay peligros que arrostrar, no medros que conseguir. ¡Atacados somos por todas partes, y no atacados noblemente, sino indignamente! ¿Por qué? Porque hombres frágiles, pero hijos sumisos de la Iglesia, nos arrojamos a defenderla contra esos bárbaros que no se han desprendido de los hielos del Norte, sino de las regiones tenebrosas de la duda, para acabar, si tanto pudiesen, con todo lo que creyeron, amaron y adoraron nuestros padres. Eso es, y no otra cosa, lo que fantasean y codician esos salvajes del pensamiento.

Pasó el año de 1865 en Madrid y en toda España, con siete plagas; unas más dañinas y peligrosas que otras. Y ahí estaban, como hoy, los dineros de la Corona, vistos de una u otra manera; los desastres financieros pasados, presentes y futuros; las manifestaciones, con sus linternazos y sus virus; las epidemias que hoy se nos han presentado en pandemia; los malos libros y peores espectáculos; y los neos…, aplíquese aquí el comentario que a cada uno convenga: Confiemos nuestro destino a Dios o a la Ciencia.



FINAL DE LA SEGUNDA PARTE




Dedico esta segunda parte a todos vosotros, los confinados,los que cada tarde
hacéis de los balcones una convención nacional de apoyo y agradecimiento.

Eduardo Valero García
Madrid, 29 de marzo de 2020
Decimocuarto día de confinamiento











Bibliografía y Cibergrafía


[1] GALINDO DE VERA, León, Revista de la Semana, El Museo Universal. Madrid, 23 de abril de 1865.

[2] OVILO Y OTERO, Manuel, Variedades, Revista Escenas Contemporáneas, Madrid, 1864, p. 159

Biblioteca Nacional de España (Hemeroteca y Biblioteca digital hispánica)
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sábado, 21 de marzo de 2020

Corona y Virus (Parte I): Un episodio musical del Cólera. Galdós, 1865.

Corona y Virus. Un episodio musical del cólera. Galdós, 1865 se centra en los principales episodios ocurridos aquel año y de los que Benito Pérez Galdós fue protagonista y cronista. El juego de palabras Corona y Virus, asociado a la preocupante situación producida por el Covid-19, más conocido por el nombre de Coronavirus, no es un “meme” más de los que frivolizan sobre esta pandemia, sino el recuerdo de los momentos históricos narrados por el novelista.




Es nuestra intención unirnos a las tantas iniciativas que procuran darnos entretenimiento y bienestar mientras nos mantenemos confinados en nuestras casas. Lo hacemos llevando a los hogares la voz de Galdós a través de sus textos.
La sección Lectura en Casa con Galdós pretende cumplir con ese objetivo, ofreciendo al lector una visión de Madrid en la época del escritor y la relación con lo que narra, sean estas de su etapa periodística o como novelista, o con la combinación de ambas.

Esta primera parte de Corona y Virus os sorprenderá por las similitudes que presenta con la actualidad.


Corona y Virus
PRIMERA PARTE
Un episodio musical del cólera. Galdós, 1865


I
Madrid, 1865

El año de 1865 comenzaba bien para Benito Pérez Galdós. El 3 de febrero se publicaba su primer artículo en el diario progresista La Nación. Poco más tarde, a finales del mismo mes aparece en La América el artículo «¿De quién es el Patrimonio Real?» y en La Democracia el titulado «El Rasgo», ambos de Emilio Castelar.

Si para Madrid y España entera aun resonaban los ecos de miserias anteriores, pocas cosas buenas ofrecería el año de 1865. Entre ellas, las malas artes de la corona y la llegada del cólera-morbo asiático. Para la primera se buscó antídoto en 1868 y la segunda acabo con solemnes y purificadores Te-Deum, anunciados con repique general de campanas y cohetes.

Por Dios, año, que no vuelva
el Cólera por aquí,
que creo que ya en el mundo
sobran modos de morir… [1]




El 20 de noviembre acababa Benito Pérez Galdós su artículo Una industria que vive de la muerte; episodio musical del cólera, publicado en La Nación los días 2 y 6 de diciembre. El último día del año, como resumen de todo lo acontecido, se publicaba otro de sus excelentes artículos que estará presente en la segunda parte de este trabajo.

En esos tiempos el joven periodista vivía en la pensión de la calle del Olivo, 9 (actual Mesonero Romanos), muy cercana a la Puerta del Sol. En el piso cuarto del desaparecido edificio había vivido el doctor José Negro y García, uno de los tantos profesionales de la medicina que arriesgaron su vida atendiendo a los enfermos afectados por el cólera. Sea esta mención un homenaje al personal sanitario que hoy actúa en los hospitales de España.

Además del citado artículo, se insertan fragmentos de otros escritos por Galdós para La Nación en 1865 y que están relacionados con el desarrollo de los acontecimientos que narramos.



II
Corona
«La crisis financiera, la bancarrota de un Gobierno tiene una grandeza que no se advierte en la bancarrota individual: es la sublimidad del desfalco, el trueno reducido a su más augusta expresión». [La Nación, 8 de enero de 1865]
El reinado de Isabel II se encontraba en el pico más alto de su abrupta caída. Continuaba en el desgobierno el duque de Valencia, Ramón María Narváez y Campos, quien era sustituido en junio por el duque de Tetuán, Leopoldo O’Donnell y Jori. Este cambio de Gobierno venía dado por una serie de acontecimientos, entre ellos, la trágica Noche de San Daniel.

Mal andaba la Hacienda española y descalabrados los Bancos. La desamortización de los bienes del Patrimonio era una solución para campear la crisis financiera. Esa solución llegará con la enajenación de bienes del Patrimonio Real.
«La desamortización de los bienes del Patrimonio salvará al país. Esta idea feliz, que a nadie se le había ocurrido y que indica la gran iniciativa del Gobierno, da al mismo tiempo indicios de que su dignidad le permite retirar hoy lo que presentó ayer; adoptar por la noche lo que por la mañana creyó absurdo; de que en un fracaso de tal naturaleza, un contratiempo de tan poca monta, no le impide continuar en candelero para felicidad de España». [La Nación, 23 de febrero de 1865]

Felicidad que en poco tiempo marcaría los más tristes destinos de Isabel II, porque si el erario ingresaba una sustanciosa cantidad, la reina se embolsaba el 25%, muy a pesar del informe de la Real Academia de Jurisprudencia sobre que el Patrimonio Real no era un bien privativo de la Soberana.
Aun así, parte de la prensa y los allegados a la corona alabaron este noble rasgo de la Corona, y algunos lo imitaron, como fue el caso de los capellanes de honor, el Patriarca de Las Indias y el arzobispo Antonio Claret, quienes, «conmovidos por el rasgo de inmensa generosidad de S.M.», acordaron donar la mitad de sus haberes en pro del tesoro.

Como ejemplo de elogios hacia Isabel II, estas palabras de El Cascabel: «S. M. la Reina ha dado una alta significativa prueba de la hidalguía de su carácter y de sus generosos sentimientos, cediendo en favor del Estado, y con objeto de contribuir a conjurar la crisis que atravesamos, gran parte de su patrimonio. Este hecho no necesita encarecimientos, y la nación apreciará en todo lo que vale el rasgo de S. M. la Reina».

Como hemos comentado, Emilio Castelar utilizará el “noble rasgo” como bandera y título de sus duras críticas a Isabel II en La América y en La Democracia. Recogemos fragmentos de estos artículos.

¿De quién es el Patrimonio Real?
No podemos comprender como se dice en este momento que la reina cede generosamente al país su propio patrimonio. No. El patrimonio real es del país, es de la nación. La casa real devuelve al país una propiedad que es del país, y que por los desórdenes de los tiempos, y por la incuria de los gobiernos y de las Cortes, se hallaba en sus manos. Es más: de esa inmensa masa de bienes, la casa real se reserva doscientos millones; se reserva un 25 por 100, á que en sentir del Consejo de Castilla, de las Cortes de Cádiz y del mismo rey D. Fernando VII, no tiene ningún derecho. La casa real, de estos doscientos millones empleados en papel de la Deuda pública, recibe un interés que nunca pudo recabar de los bienes patrimoniales.
Poniendo, pues, las cosas en su punto, por amor á la verdad, superior á todos; por amor á la ley, á que debemos acatamiento; por amor al país, cuyos intereses y derechos son lo primero, porque solo él es inmortal; por amor á todo lo que hay de santo, no desconozcamos los intereses públicos hasta el punto de hollarlos. La reina, pues, debe agradecer al país esos doscientos millones que generosamente le regala, y con los cuales puede constituir una renta muy superior á los mezquinos intereses que le redituaba su mal administrado patrimonio. Cuenta que nosotros no nos dirigimos personalmente á la reina; nos dirigimos al presidente del Consejo de ministros, al administrador de la real casa, al diputado señor Gisbert, á los que están en el deber imprescindible de responder de esto ante el país, ante la posteridad, ante las leyes.


El Rasgo
Los bienes que se reserva el Patrimonio son inmensos: el veinticinco por ciento, desproporcionado; la Comisión que ha de hacer las divisiones y el deslinde de las tierras, tan tarda como las que deslindan de los bienes del Clero; y en último resultado, lo que reste del botín que acapara sin derecho el Patrimonio vendrá a engordar a una docena de traficantes, de usureros, en vez de ceder en beneficio del pueblo. Véase, pues, si tenemos razón; véase si tenemos derechos para protestar contra ese proyecto de Ley, que, desde el punto de vista político, es un engaño; desde el punto de vista legal, un gran desacato a la ley; desde el punto de vista popular, una amenaza a los intereses del pueblo, y desde todos los puntos de vista uno de esos amaños de que el partido moderado se vale para sostenerse en un Poder que la voluntad de la nación rechaza; que la conciencia de la nación maldice.

Por estas declaraciones el Gobierno ordenó al rector de la Universidad Central, Sr. Juan Manuel Montalbán, la destitución del catedrático Emilio Castelar. Al negarse, fue separado de su cargo y puesto en su lugar al marqués de Zafra.
Hubo destituciones, dimisiones y una serenata de desagravio de los estudiantes a su rector, celebrada el 8 de abril a pesar de su prohibición. La serenata fue disuelta por las fuerzas del orden y en la huida los manifestantes se dirigieron hacia la Puerta del Sol, donde la represión fue mayor, con muertos, heridos y detenciones.
El 10 de abril tomaba posesión de su cargo el nuevo rector y comenzaban los disturbios en el propio paraninfo de la Universidad. Los estudiantes, apoyados por obreros y los partidos Demócrata y Progresista, se manifestaron por la tarde en la Puerta del Sol. La Guardia Civil y unidades de infantería y caballería cargaron contra los manifestantes, repitiéndose la sangrienta escena.

En el periódico político satírico Gil Blas del 15 de abril, Eusebio Blasco retrató con su humor tan fino algunas escenas de esos días.

Cuando gritaba Narváez
con voz estridente: - ¡Fuego!
decía González Bravo:
- ¡Soltad las mangas de riego!

---

Una portera. - Ya se armó, Dios mío, ya se armó, y yo no lo encuentro ¿Dónde se habrá metido? ¿Estará por aquí? (Alzando la voz) ¡Herodes! ¡¡Herodes!!
Un guardia. - La voy a partir a Vd., si vuelve a insultar al general.
La portera. - ¡Virgen María! ¿Pues yo que he dicho?
El guardia. - Le está Vd. llamando Herodes.
La portera. - Hombre de Dios, si busco al gato (Alzando la voz) ¡Herodes! ¡Mis, mis!...

---

- ¿Estuvo Vd. en la serenata la otra noche?
- ¿Qué serenata?
- La que dieron los estudiantes al Sr. Montalvan.
- Hombre, sí.
- ¿Y qué tal? ¿le gustó a Vd.?
- Qué me había de gustar, si todo era música de Verdi… Trompetazo limpio.

---

- A mí me dieron un linternazo en las costillas.
- Y a mí una cuchillada en el sombrero.
- ¿Qué hacías tú?
- Nada. Aumentar la renta pública, fumándome un coracero del estanco.
- Para que veas, ¡si no puede uno proteger al gobierno!

Esta última humorada de Bravo habla del engorde de la renta con el impuesto del tabaco. Galdós, cuando hace referencia al anticipo forzoso que Hacienda pretendía imponer para salvar la situación del país, dice del tabaco en su artículo del 23 de febrero:
Pero cuando ya Madrid se disponía a echar mano a la tranca y parapetarse tras de la puerta con intención de quebrantar los huesos al primero que se apareciese armado de cédula hipotecaria, he aquí que la Hacienda cae de su burro y comprende que no está el país en disposición de aflojar su peculio, por más que los españoles se fumen al año la friolera de cuatrocientos millones, convertidos en esas sabrosas tagarninas que nos proporcionan los estancos.

El proyecto de ley de anticipo forzoso, presentado en el Congreso por el ministro de Hacienda, consistía en un anticipo reintegrable de 600 millones en billetes hipotecarios de a 2000 reales, con un interés del 6%, o cartas de pago a favor de los que pagaban menos de 2000 rs. de contribución. Esos billetes y cartas podrían venderse en la plaza, con el riesgo de ver disminuidas las cantidades aportadas.

Publicaba Gil Blas unos versos de M. del Palacio que llevaban por título Conjugación de un verbo. Este es el de la primera persona del singular del verbo anticipar:

Yo me anticipo…

Yo me anticipo a decir,
pues la ocasión se presenta,
que lo que el gobierno intenta
no lo puede conseguir.
Que al freír será el reír,
y si se obstina en cobrar,
tendrá mucho que llorar
y no pocas desazones,
por más de cuatro razones
que no quiero anticipar.

Para esto del anticipo, Galdós también tuvo unas palabras muy ilustrativas:
La felicidad que gozan nuestros hermanos de provincias hace resaltar la consternación que ha reinado en la Corte. ¿Y todo por qué? ¿Por qué ha tocado a rebato las cien campanas de la opinión pública? Porque la Hacienda, empobrecida y adeudada, resolvió convertirse en bandolero y tocar, trabuco en mano, a la puerta de cada quisque, atacando a su bolsillo con la inocente frase «la bolsa o la vida».

Aquella idea no prosperó y dio paso al tan aplaudido y criticado rasgo de la Soberana.


- ¡Lucía! no sé lo que ha pasado, pero se concluyó el eclipse. -
Y ello era cierto: yo veía interpuesto el cometa Barzanallana*, y la
parte eclipsada del sol era de 0,600, tomando por unidad el diámetro del anticipo.
- Se habrá roto la cuerda…
- No seas idiota, Lucía. ¿Me querrás hacer creer que era una
cometa de papel hecha con billetes hipotecarios?
- No, hombre; sino que la cuerda se habrá roto por lo más delgado;
es decir: que el sol, como es el presidente de los planetas, ha
podido más. Eso debe ser, porque tiene la lengua fuera.

* Manuel García Barzanallana era ministro de Hacienda en aquel momento.

También mencionaba Eusebio Bravo el linternazo que se llevó un paisano en las costillas. Galdós lo recordará cuarenta y nueve años después en sus Memorias de un desmemoriado:
… presencié, confundido con la turba estudiantil, el escandaloso motín de la noche de San Daniel -10 de abril del 65-, y en la Puerta del Sol me alcanzaron algunos linternazos de la Guardia Veterana…

DURAND, Godefroy. Grabado: Madrid.– Aspect de la Puerta del Sol pendant les troubles suscités par les étudiants dans la soirée du 11 avril. Le Monde Illustré (Año IX, núm. 419) 22 de abril de 1865. En portada.
Colección: Eduardo Valero García


La Puerta del Sol había sido escenario de la primera manifestación estudiantil y muestra de la represión de aquellos gobiernos acostumbrados a las batallas, a las restricciones y a la censura. Históricamente conocidos como La noche de San Daniel, la prensa ofreció una crónica de los sucesos; unos a favor y otros en contra; con detalles más o menos ciertos dependiendo de la ideología.
Rescatamos el relato ofrecido por La Correspondencia de España del 11 de abril (segunda edición).



Cuando Galdós presenta a Juanito Santa Cruz al inicio de Fortunata y Jacinta (dos historias de casadas), hace referencia a los sucesos del 10 de abril:
Todos ellos, a excepción de Miquis que se murió en el 64 soñando con la gloria de Schiller, metieron infernal bulla en el célebre alboroto de la noche de San Daniel. Hasta el formalito Zalamero se descompuso en aquella ruidosa ocasión, dando pitidos y chillando como un salvaje, con lo cual se ganó dos bofetadas de un guardia veterano, sin más consecuencias. Pero Villalonga y Santa Cruz lo pasaron peor, porque el primero recibió un sablazo en el hombro que le tuvo derrengado por espacio de dos meses largos, y el segundo fue cogido junto a la esquina del Teatro Real y llevado a la prevención en una cuerda de presos, compuesta de varios estudiantes decentes y algunos pilluelos de muy mal pelaje. A la sombra me lo tuvieron veinte y tantas horas, y aún durara más su cautiverio, si de él no le sacara el día 11 su papá, sujeto respetabilísimo y muy bien relacionado.
¡Ay!, el susto que se llevaron D. Baldomero Santa Cruz y Barbarita no es para contado. ¡Qué noche de angustia la del 10 al 11!



El periódico El Tiempo decía que la reina no había salido de palacio y que lloraba «amargamente el derramamiento de sangre, y es natural que se halle tristemente afectada con las deplorables ocurrencias que han producido tan honda sensación en todos los ánimos».

Por otra parte, la salida del Gabinete de Narváez creaba una gran cifra de cesantes, mientras que nuevos empleados ocupaban los Ministerios de O’Donnell. Para El Cascabel esto era un virus tan trascendental como el cólera-morbo y denominaba «empleomanía» a ese vicio «que es la única virtud de casi todos los políticos» «Toda la fuerza de estos Gobiernos está en relación directa con los empleos que tienen para repartir». Librados algunos del despido, no se salvaron de la rebaja de sueldo.

Luego llegarán las leyes de imprenta, con periodistas en el Saladero y periódicos clausurados; la falsificación de dinero y, entre otras muchas cosas, la pérdida de notables figuras como Antonio Alcalá Galiano (11 de abril); Ángel Saavedra Ramírez de Baquedano, duque de Rivas (23 de junio); el exalcalde Juan Fouquet (21 de julio); el infante Francisco de Paula de Borbón, hijo de Carlos IV (13 de agosto); y el escritor Ventura de la Vega (29 de noviembre).
El duque de Rivas ha bajado al sepulcro con la solemne modestia de los grandes hombres, de los que dejan bastante recuerdo en los corazones amigos, bastante vacío en las letras españolas para no necesitar esa gloria trasnochada que se engalana con el oropel de exequias escandalosas. [La Nación, 2 de julio de 1865]

III
Virus
Al cólera del 10 de abril ha sustituido el cólera del 10 de octubre, y si antes se pronunció la palabra patriotismo, hoy se pronuncia con desdén la de partido. [La Nación, 15 de octubre de 1865]
En el siglo XIX España se verá afectada por varias epidemias de cólera-morbo. La primera en enero 1833 con inicio del foco en Vigo y desarrollado casi a la vez en Barcelona. En Andalucía el foco fue más virulento, lo mismo que en Madrid al comenzar la primavera.
En 1834 fue tal el índice de mortandad en la villa y corte que dio lugar a la matanza de frailes acusados de ser los responsables de la enfermedad por envenenamiento del agua. Esta epidemia duró un año y más de cinco meses.
En 1855 se producirá otro brote no tan agresivo pero que llevará al estudio de la manera en que se propagaba. Así, en Madrid se renovará el sistema de comunicación de las aguas y se creará el Canal de Isabel II.
En 1865 el foco se desarrollará en Valencia, al parecer proveniente de Francia. Se repetirá la epidemia en 1885 y en 1893, esta última con mayor virulencia en las Islas Canarias.


La barbarie et le choléra morbus entrant en europe
Collection numérique : Collection De Vinck (histoire de France, 1770-1871)
Bibliothèque nationale de France, département Estampes et photographie, RESERVE QB-370 (95)-FT4


La epidemia de 1865 afectó principalmente la zona Sur y Norte de Madrid, siendo la primera el foco más virulento por las condiciones de salubridad deficientes. En la Memoria de la Junta Municipal de Beneficencia lo dejaban muy claro: «[…] nos atrevemos a indicar que se modifique el modo de ser de esta parte de la población, cuyas malas habitaciones, cuyo hacinamiento, cuya falseada higiene, y tal vez cuya relajación de costumbres, son los elementos que sirven de germen y sostén para el desarrollo de todo género de enfermedades».

Según el informe, el número máximo de infectados se había producido durante octubre. Y en ese mes, mucho antes de la publicación de Una industria que vive de la muerte; episodio musical del cólera, Galdós dará su nota musical sobre la epidemia.
Ya no sentimos afortunadamente las tristes impresiones que en los últimos días de la anterior semana han quitado la tranquilidad a este vecindario; ya no se oyen las terroríficas relaciones de casos más o menos violentos, que van a aumentar la lista de proscripción que forma cada día el terrible viajero del Ganges; ya no escuchamos con cierta inquietud mezclada de espanto el continuo claveteo que en ciertas fábricas de cajas nos indicaban los últimos toques que la mano del carpintero daba a un féretro, sones acompasados que son los últimos que resuenan quizás en aquel lúgubre recinto condenado después a un silencio eterno…

D. Federico C. Sainz de Robles nos cuenta que el joven Galdós junto a unos cuantos amigos se reunían para hacer tertulia en la casa del periodista Chico de Guzmán. Decía que las casas tenían su pavimento azufrado y que los contertulios llevaban en la nariz tapones de algodón impregnados en alcanfor, bebiendo de vez en cuando purificadores copazos de ron. [2]

Galdós es más exacto y nos dice:
Felizmente las dosis de azufre y de fenianato (Sic) de amoniaco producen paulatinamente una salutífera reacción en su aterido cuerpo.



En el anuncio se menciona al doctor Vicente (Juan de Vicente y Hedo), facultativo muy conocido en Madrid, doctor en medicina y cirugía de la facultad de París, y licenciado en esta y la Universidad Central de Madrid; además de socio de mérito del Instituto médico valenciano, de otras corporaciones científicas y autor de varias obras de medicina. En septiembre de 1865 publicará Curación de las intermitentes, tratado de medicina sobre la importancia terapéutica del sesquicloruro férrico en el cólera y otras enfermedades.

Como ocurre hoy con las informaciones erróneas publicadas en las redes sobre prevención del Coronavirus, en aquellos tiempos también se conocían noticias dudosas o falsas.



Al igual que con el Covid-19, en aquellos tiempos la medicina ponía todo su empeño en buscar remedio a la epidemia. Como acabamos de ver, existían tratamientos diversos e indicaciones para prevenir el contagio; algunas muy similares a las actuales.

En Madrid, una de las primeras medidas fue la de establecer un cordón sanitario para controlar la entrada tanto por carretera como por ferrocarril. Se fumigaban muebles y enseres de los posibles portadores y se expedía una patente a aquellos que eran considerados no contaminados para exhibirla en los controles y así poder continuar su viaje o acceso a la ciudad. Todo esto era realizado por funcionarios acompañados por la Guardia Civil. A los posibles portadores de virus se les confinaba en lazaretos para pasar la cuarentena.
  
Y así como hoy escasea el material sanitario, indispensable para la protección del personal hospitalario y el cuidado de los contagiados, ciento cincuenta y cinco años atrás fueron más previsores. Se ordenó que en los lugares donde no había farmacia y residieran médicos y cirujanos, se estableciera por los ayuntamientos botiquines con los medicamentos esenciales para los coléricos.
Esta era la lista de los medicamentos primordiales, si bien los facultativos estaban autorizados a añadir «los que recomiende su experiencia personal»:


En un primer momento, Galdós es optimista e incluso da muestras de su impecable sentido del humor en el tratamiento de las noticias sobre el cólera. Tengamos en cuenta que en agosto de 1865 casi no existían infectados en Madrid y en septiembre, aunque los madrileños ya veían la chepa del Judío Errante, la epidemia no alcanzaba la gravedad que tuvo en octubre.

En la Revista de la Semana de La Nación del domingo 17 de septiembre, el joven Benito escribirá:
Los rumores de cólera persisten. En las provincias continúa; pero en Madrid apenas se ha dado a conocer en algunos casos de poca monta, a quien el terrible Judío Errante ni aun se digna dar su nombre. Los médicos llaman a esa enfermedad vergonzante colerino. No mata; vuelve la máquina humana de arriba abajo; pone al individuo como nuevo, y se marcha a moler los huesos a otro paciente.

Y en tono de humor dará algunos consejos para evitar contagios:
Evitad, madrileños, en cuanto os sea posible, los atracones de pepinos, pimientos, escarola, y demás verduras que no estén en sazón. Tened cuidado no os tiente el aspecto de esas banastas de orondas y frescas uvas que se ostentan en los puestos de la plazuela de la Cebada o del Carmen; pasad junto a ellas exclamando con toda la gravedad de la mona: Están verdes.
Saturad vuestras casas con sendas fumigaciones de azufre, y cuidad de llevar sobre vuestro cuerpo toda la dosis de dicho mineral que permita esta efervescente estación; pero evitad que las miradas de alguna madrileña, pongan en combustión vuestra sulfúrica humanidad porque pareceríais una pajuela viviente o ambulante hoguera encendida por los chicos en las noches de San Juan y San Pedro.
También recomienda la higiene por boca de sueltos y gacetillas, que no se reciban impresiones fuertes.
Por consiguiente, es necesario que no vayáis al Circo, porque el aspecto de los leones os produciría los primeros síntomas estomacales. (…) La higiene prohíbe terminantemente el incomodarse. De modo que si el petardista os para en medio de la calle para estafaros, debéis abrirle los brazos; si el aguadero os deshace un pie, le debéis contestar con una sonrisa; si en el estanco os dan un pedazo de caoba por cigarro, debéis chuparle con fruición bendiciendo la mano providencial del director de Estancadas; si una carta escrita en Aranjuez el 1º del mes, llega a vuestras manos el día 30, debéis echar a correr y dar un apretón de manos al Sr. Mantilla; si os dejan cesantes, arrojaos a los pies de D. Leopoldo O'Donnell.

En el artículo, antes de pasar a cuestiones de la corte y a los conciertos de los Campos Eliseos y el Teatro de Rossini, finalizará el tema del cólera con unas recomendaciones:
En fin, procurad en cuanto os sea posible no temar incomodidades de ninguna especie; no perdáis el aplomo de la felicidad, aunque la picara fortuna enrede vuestros pasos y os haga tropezar a cada momento.
Aunque lluevan desdichas no os apuréis por nada; vivid entonando un perpetuo pange lingua al Dios de las felicidades. Nada de hipocondría, que es lo peor que pudiera ocurrirse en estos días; nada de desesperación; huid de las emociones fuertes; aun en el extremo más apurado evitad el suicidio, que es la peor de las impresiones; y ya sabéis que estas conducen lindamente al cólera.
Precavidos de esta manera, el cólera no llamará a vuestras puertas; y si acaso se atreve a cometer tal desacato, desde que sienta el olor del azufre, echará a andar hacia otros climas donde la filantropía pública no haya tomado tan enérgicas medidas.
Por lo demás nada hay que temer. Madrid es una balsa de aceite. Allá por los Pirineos pasan grandes cosas, acontecimientos reales que distraen suavemente nuestra atención de la perspectiva horrorosa que ofrecen Valencia, Alicante, Valdemoro y Palma de Mallorca.

Se menciona siempre a Electra como la mayor representación del Galdós anticlerical. Se citan muchas de sus obras como afines a esa idea; sin embargo, la crítica que el novelista hace de la iglesia y los neos ya aparece en sus primeros artículos para la prensa madrileña.
No: el cólera no es un castigo de Dios. Aun somos bastante buenos para merecer un diluvio o un incendio como Sodoma. Poblaciones hay en Europa que si hubieran sido juzgadas por la Divina Sabiduría con tanto rigor, habrían ya desaparecido de la faz del universo.
Antes de сгеer a Dios capaz de esta venganza, le creeríamos capaz de perdonar a los neos.
La idea de que el cólera es un castigo por el reconocimiento de Italia es la más impía de las blasfemias lanzadas, en nombre del Criador (sic) Supremo, a un pueblo que gime agobiado por la mayor angustia, que en su terrible agonía muere en el seno de la religión y con la vista fija en la eterna gloria, que es el premio de la resignación y el lenitivo de la desgracia. Esa idea reasume en sí la hermanación monstruosa que ellos han hecho de la religión y política, es dar a Dios un puesto al lado de los Palmerston y de los Metternich, y trascribirá una página del Evangelio el profano y árido estilo de los documentos internacionales. Ahí está la religión convertida en tráfico, el Evangelio convertido en blasfemia y Dios en traidor de melodrama.

Añade después:
Rindamos tributo de admiración y respeto al clero parroquial, que en los días aciagos no abandona el lecho del enfermo.
También merecen el agradecimiento público todas las sociedades de socorros, que соn una abnegación digna de ser imitada, ha organizado un sistema de beneficencia domiciliaria, que sin ser tan complicada como la oficial y sin tener la múltiple ramificación adornada con todo el expedienteo y la tramitación de las oficinas, surte efectos más directos, porque es más expontánea e hija tan solo de un sentimiento de caridad, que no es el que más abunda en las regiones burocráticas.

Clergé (Eglise). Mort. Femmes (genre). Épidémies. Choléra.
Université de París. Signatura: CISB0631
Collection BIU Santé Médecine


Y resultan curiosas estas palabras de hace siglo y medio en consonancia con lo ocurrido en la actualidad por algunas personas que escaparon de Madrid en busca de otros destinos:
Afortunadamente, como hemos dicho al principio, el mal que nos aflige disminuye notablemente, y el Judío Errante dirige sus pasos hacia otras regiones, quizá en persecución de los que han huido de Madrid.

Miles de personas de todas las edades y estratos sociales sucumbieron a esa epidemia que decían procedía del Ganges en forma de funesta nube. Galdós, como hemos visto, negaba que fuese un castigo de Dios por reconocer España al Reino de Italia ante la oposición del Papa Pío IX y su influencia sobre Isabel II. Leopoldo O’Donnell convencerá a la reina y el 15 de julio de 1865 la Corona española reconocerá a Italia y su rey, Víctor Manuel II.
El día anterior, O’Donnell había conferenciado con la reina. Así lo contaba el padre Claret: «[...] llegaron todos los ministros a La Granja a las nueve de la noche. El presidente O’Donnell se fue solo a palacio y estuvo hablando con S. M. desde las nueve a las once [...]. Al día siguiente, cuando fue la hora, se presentaron todos los ministros en palacio y todos juntos aprobaron lo que la noche antes había dicho el presidente».

En septiembre, cuando los reyes se encontraban en Zarauz, recibieron al marqués de Tagliacarne, ministro italiano que, por esas cosas del destino, presentaba sus cartas credenciales y al apuesto duque de Aosta, Amadeo de Saboya, futuro y breve rey de España.



IV
Un episodio musical del Cólera
«Al cruzar el lujoso féretro las calles del barrio, el pueblo exclama alegre: ahí va el último caso. Mas esta alegría del pueblo no era un impío sarcasmo. Aquel hombre era la personificación del cólera, y el cólera había muerto. Justo era que los vivos se alegraran».
En la columna de Variedades de La Nación del 2 y 6 de diciembre se publicaba el cuento Una industria que vive de la muerte; episodio musical del cólera. En él encontramos al escritor que se aleja del costumbrismo y el romanticismo para mostrar la realidad valiéndose de sus conocimientos musicales. El siguiente fragmento es suficiente para ubicarnos en el momento y la situación.
Figuraos un sonido seco, agudo, discordante, producido al parecer por un hierro que cae acompasadamente sobre otro hierro; un sonido que no produce vibraciones ni eco claro y determinado, en medio del silencio de una noche, durante la cual se adormece triste una población aterrada por una gran calamidad.
El cólera habita en nuestro barrio, y el barrio entero batalla con él sumergido en el silencio y en la oscuridad. Parece que el sueño eterno a que tantos se entregan, ejerce letal contagio sobre los que velan en el insomnio a la vida. Todo calla en el barrio: se padece sin ruido, se muere sin ruido: se cura en silencio: enmudece el dolor, el llanto, la desesperación: la plegaria se piensa solamente, y la esperanza no sale del corazón a los labios: el remedio no se pregunta; ya se sabe: el síntoma no se consulta; ya se prevé. Todo, desde la locuaz aprensión hasta el charlatán que cura sin diploma, calla esa noche. Pero se muere en cambio todo: cuando hay silencio es siempre mucha la actividad. El paciente se contrae en su lecho; se enrosca como para quebrarse y concluir de una vez: la naturaleza quiere hacerse pedazos y se sacude en movimientos convulsivos: el aprensivo corre de aquí para allí, como si errante pudiera evitar que el cólera le encontrase; el hermano, la esposa, el hijo del que ha muerto o del que va a morir, entran y salen de habitación en habitación, acumulando medicinas oportunas y recursos desesperados: el cura no se detiene junto al lecho del difunto; sale después de murmurar la oración y se dirige a otro, y después a otro, y a muchos en la noche: el médico entra, pulsa, mira, escribe tres líneas, y hace un gesto de esperanza o de duda; baja y sube de nuevo; y en la noche entra, pulsa, escribe, espera y duda infinitas veces. Todo el barrio se mueve; pero calla a la vez. Mil emociones se chocan; mil dolores son ahogados; mil lazos de amor y familia se quiebran; mil almas vuelan; pero todo esto se verifica en silencio, en medio de una calma horrorosa, en medio de un movimiento automático y vertiginoso. Todo el barrio se mueve; pero calla a la vez. Sólo un ser (¡fatal excepción!) descansa y ronca en esta noche de muerte: es la partera. En tales noches no nace nadie.
Pues bien, en medio de esta callada agitación se escucha un sonido seco, agudo, monótono, acompasado, producido por un hierro que percute sobre otro hierro. Al instante comprenderéis que una mano diabólica se ocupa en clavar las tablas de un ataúd; es la mano del fabricante de cajas de difunto que explota laboriosamente una industria que vive de la muerte; es el trabajo que busca la riqueza en el cólera, y cada vibración de aquel hierro indica un poco de oro conquistado a la miseria. Del seno pestilente de una epidemia nace una industria, y multitud de artesanos ganan el sustento.
¡Industria fatal que florece al abrigo de la muerte!
Mientras esa industria adquiere pasmoso desarrollo, el lúgubre martilleo que muestra su actividad nos horroriza: cada movimiento de ese péndulo fúnebre indica un paso hacia la otra vida: cada ataúd fabricado indica un aliento extinguido: cada obra concluida es una muerte.
Esos golpes traen a nuestra mente extrañas imágenes, y entre ellas, nuestra propia imagen el día en que aquel martillo nos labre el mueble fatal: vemos reunirse las mal pulidas tablas, tomar forma de trapecio: las vemos alargarse según nuestra talla, y estrecharse de un extremo presentando una forma repugnante: vemos que se desarrolla una tela negra, se repliega y las envuelve: vemos unos galones amarillos adaptarse a las aristas: vemos una articulación y una tapa que cubre el interior y una llave dispuesta a encerrarnos en aquel recinto por una eternidad: vemos la tumba en toda su repugnancia subterránea: sentimos el peso de la tierra: nos estremece el roce de esa fría tela de raso que nos adorna interiormente, y el peso de una mano tremenda, de una losa de mármol cuya inscripción llama al transeúnte: adivinamos sobre todo esto la corona de tristes flores que se secan adornándonos; presentimos la Misa y el Requiem; presentimos la mirada indiferente del revisador de epitafios, y adivinamos la naturaleza entera sobre nosotros sin que podamos verla: sobre nosotros cae el rocío; pero no nos refresca: sale la luna; pero no nos ilumina: sobre nosotros llora alguien; pero no sabemos quién es: vemos la muerte, en fin, representada en su parte de tierra, descomposición, lágrimas, exequias; representada en lo que tiene de este mundo. Nuestra imaginación llega a este punto por el ataúd, y llega al ataúd por ese pavoroso sonido que lo fabrica; por ese ruido metálico, agudo, penetrante, monótono que turba el silencio del barrio. ¡Qué horrorosas notas! Decid, señores músicos, Palestrina, Händel, Mendelssohn, cuándo habéis llevado la imaginación hasta ese punto. ¿Hay en vuestras cinco miserables líneas nada comparable a este dies irae cantado por un martillo?

El argumento del cuento se centra en la historia de un carpintero que trabajaba día y noche para que no faltasen ataúdes; así le sorprende la muerte por el cólera, con martillo en mano y claveteando sobre el suntuoso ataúd de un duque. El carpintero debe ser enterrado sin féretro ante la imposibilidad de encontrar quien le haga uno, por ser el único de esa industria que había quedado vivo. Pero hete aquí que el duque se recupera de su mal y no muere, entonces el carpintero será enterrado en el magnífico ataúd que con tanto esmero había fabricado.
Los que le acompañaban aseguran que dentro del ataúd resonaba un golpe seco, agudo, monótono, producido, al parecer, por un hierro que percutía sobre otro hierro, como si el muerto remachara por dentro los clavos con el martillo que nadie había podido separar de su mano. Aseguran que aun encerrado en el nicho se oía la misma percusión, y los habitantes del barrio, que durante las sombrías noches del cólera se desvelaban al rumor de aquella sinfonía pavorosa, sienten aún las mismas notas agudas, discordantes, precisas, que turbaron el silencio de aquellas noches, y las oyen siempre, procedentes del mismo taller que hoy está cerrado, como si algo invisible viniera por las noches a agitar allí la herramienta fatal.
¡Ruido extraño, que sobrepuja en expresión al del arte de ritmos y compases! ¿Cuándo han podido esos envanecidos músicos crear notas de tan maravilloso efecto?
En nosotros han producido éste. El cólera se nos ha presentado por su lado musical. Todo lo creado tiene su armonía. Se ha estudiado el cólera en su influencia climatérica: se le ha estudiado económicamente: se le ha estudiado en su terror, en su contagio, en su histeria. ¿Por qué no se le ha de estudiar en su música? El ataúd es su caja sonora y el martillo su plectro. Algunos han visto el cólera de cerca, otros le han sufrido, otros le temen y otros le palpan. ¿Por qué no ha de haber quien le oiga? Sí, le ha oído quien tiene la manía de atender siempre a la parte musical de las cosas. 

Triste sinfonía de un tiempo en que no existía la Sanidad tal y como la conocemos, a pesar de esta precariedad que muestra ante la situación presente. Es obligado que los políticos abran los ojos para que consideren la gravedad de los hechos y reflexionen sobre lo mucho que recortaron la Sanidad pública, tan esencial para la ciudadanía.

Dicho esto, recordando nuestro primer capítulo y La noche de San Daniel, a colación del servicio que prestaron los carpinteros durante la epidemia del 65, bueno es citar a Remigio Laguna, Pedro Olivarro y Félix Puñales Alderete, maestros carpinteros que sufrieron el rudo ataque de las fuerzas del orden en la calle de la Montera y Puerta del Sol aquella trágica noche del 10 de abril.

Por otra parte, en la prensa de octubre comenzaban a publicarse esquelas y también listas de los socorros por la Beneficencia a personas que habían quedado en situación precaria por la muerte de quienes les daban sustento. Podían verse nombres de aristócratas, burgueses y gente del pueblo; porque como ocurre hoy, el terrible virus no distinguía de colores, ideologías o estratos sociales.


Le ministère attaqué du Choléra morbus
Grandville (1803-1847). Illustrateur
Collection numérique : Collection De Vinck (histoire de France, 1770-1871)
Bibliothèque nationale de France, département Estampes et photographie, RESERVE QB-370 (105)-FT4


En la columna de avisos por palabras de La Correspondencia de España del 6 de octubre, un anuncio daba cuenta de la venta de un «banco de carpintero y todas las herramientas pertenecientes al oficio», seguramente por fallecimiento víctima del cólera.

Otra noticia, publicada el 16 de octubre en el mismo periódico, tiene cierta similitud con el carpintero del cuento, pero con un final distinto: «En Villanueva y Geltrú, según refiere un periódico de aquella localidad, se ha cometido una equivocación, interpretando falsamente las palabras de un médico y abandonando a una enferma que se hallaba de bastante gravedad, la cual volvió en su conocimiento cuando el carpintero se hallaba tomando las medidas oportunas para la construcción del ataúd. La enferma murió a las pocas horas, y las medidas tomadas por el honrado menestral, aunque anticipadas, no fueron infructuosas».

El Cascabel del 26 de octubre publicaba la lista de socorros reunidos en ese periódico para las víctimas del cólera. Destacaba en la lista una persona de la que sólo conocemos las siglas de su nombre: «F. B. y G., de 84 años de edad, a quien mantenía M. R., su nieto, carpintero, muerto del cólera».

Teniendo en cuenta que Galdós termina el cuento el 20 de noviembre, es muy probable que el duque, moribundo y luego sanado, sea una alusión a José Osorio y Silva, duque de Sesto, quien había sido nombrado gobernador civil de Madrid el 24 de junio de 1865 por O’Donnell.
La actividad del duque fue mucha durante la epidemia y a mediados de octubre, después del fallecimiento de su madre, la marquesa de Alcañices, el duque y su padre enfermaron. A finales de ese mes volvió a la actividad política, pero tuvo una recaída en noviembre.

En el periódico La Época del 2 de noviembre podía leerse: «El duque de Sesto, convaleciente aun de la enfermedad reinante, ha visitado estos días y ayer mismo los hospitales de coléricos…».

En la Revista de la Semana de La Nación del domingo 17 de diciembre, el joven Galdós hará un breve resumen del año que va llegando a su fin.
El año de 1865 se acerca a su fin: fecundo en desastres de todos géneros, en revueltas políticas, en calamidades epidémicas, en defunciones de hombres ilustres y en acontecimientos nada vulgares, el año que corremos ha sido uno de los más dramáticos, si así puede decirse, que ha dado al mundo el ya sexagenario siglo XIX.


FINAL DE LA PRIMERA PARTE



Dedico esta primera parte a todos los profesionales de diversos ámbitos
que están poniendo en peligro su vida por salvar la nuestra y protegernos.

Eduardo Valero García
Madrid, 20 de marzo de 2020
Quinto día de confinamiento







Bibliografía y Cibergrafía

Los fragmentos de Una industria que vive de la muerte; episodio musical del cólera, corresponden a la edición digitalizada de la edición de La Nación (Madrid), 2 y 6 de diciembre de 1865. Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2003. Disponible en: http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/una-industria-que-vive-de-la-muerte-episodio-musical-del-colera--0/html/ffc18922-82b1-11df-acc7-002185ce6064_2.html#I_0_

[1] Anónimo, Juicio del Año. El Cascabel. Año IV Núm. 141. Madrid, 31 de diciembre de 1865.

[2] SAINZ DE ROBLES, Federico Carlos, Pérez Galdós. Vida, obra y época, Madrid, 1970, Vasallo de Mumbert editor.

Biblioteca Nacional de España (Hemeroteca y Biblioteca digital hispánica)
www.bne.es

Todo el contenido de la publicación está basado en información de prensa de la época y documentos de propiedad del autor-editor.


 La fotografía de Galdós corresponde al Museo Canario y puede descargarse desde https://www.picuki.com/media/2213846577323591045



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