domingo, 21 de junio de 2020

Benito Pérez Galdós en el Día Mundial de la Música

En el cuarto principal de la calle de la Montera, 59, la afamada corsetera Carolina Wagner confeccionaba corsés para las damas de la alta sociedad madrileña desde 1852. Muy cerca de su taller, en la calle del Olivo, el joven periodista Benito Pérez Galdós dedicaba unas palabras a otro Wagner, al compositor.

Coincidiendo con el Día Mundial de la Música, que se celebra este 21 de junio, transcribimos dos textos de Benito Pérez Galdós. Recordemos que el novelista, además de melómano, tocaba el piano y el harmonium.




Durante su etapa como periodista y, tiempo después, como columnista para La Prensa, de Buenos Aires (Argentina), escribirá exquisitas críticas en las que se evidencian sus conocimientos sobre la música y su condición de cronista de cuanto acontecía en el panorama musical del Madrid decimonónico.


Una crítica a La marcha del Tannhäuser, de Wagner

La Nación, domingo 22 de junio de 1865

La banda militar ofrecía un concierto variado en el Teatro de Rossini de los Campos Elíseos. Días antes se había interpretado Il Profeta. Era costumbre que después de las funciones se lanzaran fuegos artificiales en la gran plaza.




Una débil lluvia caía desde hacía uno días sobre Madrid. A pesar de que en primavera los conciertos se celebraban al aire libre, la banda militar se vio obligada a hacerlo en el teatro. Así lo contaba el joven periodista:
Aquí pasamos unos días infernales; una lluvia menuda o impertinente cae desde hace cuatro días sobre Madrid, molestando a todo el mundo, impidiendo los paseos y ensuciando las calles. Los catarros están a la orden del día: este tiempo detestable desarrolla una infinidad de enfermedades, que apuran la paciencia del que las padece, y pone en tortura al que no es agraciado con una confortable biliosa o unas calenturas gástricas.
El último concierto estuvo desanimado; el frío de la noche impidió que pudiera hacerse al aire libre, y al trasladarse la orquesta al teatro se le quita a dicha función todo su carácter.
Los Campos Elíseos han perdido parte de su atractivo, a causa del mal estado del piso que las lluvias han hecho intransitable.

La banda militar tenía muy buena reputación y sus interpretaciones eran magistrales; nadie lo ponía en duda, ni el propio Galdós:
Nada diremos de la orquesta. Tocó como siempre; es decir, con una maestría, un aplomo y una precisión extraordinarias.

En los conciertos de esos días habían ejecutado las piezas que Galdós cita: «Las sinfonías de Robert Bruce, por Rossini; de Freitzchits, por Weber; y de La Mutta di Portici, por Auber; La Invitación al walls, de Weber; El Trenolo, de Strauss; El Tótico y el Tren express, de Musard; y la Marcha del Taunhanser, de Wagner».

De esta última hará una breve y humorística crítica:
La marcha de Wagner sorprendió por su gran originalidad y por el excesivo y molesto estrépito que produce en ella la instrumentación de metal. Esta música del porvenir será muy buena, pero preferimos la del presente, que no aturde tanto, ni produce dolores de cabeza. Si los músicos que han de venir siguen este camino, sucederá que encallecidas las orejas del auditorio con tan estrepitosa algarabía, necesitará una enorme dosis de ruido, y a las orquestas se añadirá con el tiempo un melodioso cañón de a ochenta.




En la columna Revista de Madrid del 8 de junio del mismo año, ya había dado su opinión sobre la «música del porvenir»:
No se crea que Guillermo Tell es una ópera concienzuda y profunda, en que la ciencia es todo y la inspiración escasa: no. Esta obra está escrita con la misma espontaneidad que el Barbero de Sevilla. Hay ciencia, pero esta ciencia está al servicio de la creación simple; la adorna, no la oscurece, es lo accidental y no lo esencial, como sucede en la música llamada impropiamente del porvenir, en esa música jeroglífica que Wagner y Berlioz presentan al auditorio a manera de enigma o problema, cuyo mérito consiste en no ser descifrado.

Pero el joven periodista no era el único que criticaba la obra de Wagner. El mismo día 22, en la columna Correspondencia de el diario El Contemporáneo se transcribía lo que había dicho un escritor alemán:
Ricardo Wagner acaba de tomar en Munich una revancha del ruidoso fiasco del Taunhauser en la Opera de París. Su ópera Tristan é Isault ha obtenido un éxito completo. El joven rey de Baviera aplaudía con entusiasmo, dice un testigo presencial. Pero Wagner no por eso deja de conservar en Alemania obstinados detractores; he aquí lo que dice un escritor alemán respecto a la impresión que ha esperimentado:
«Para juzgar mejor el efecto cerré los ojos durante una escena del segundo acto. De repente me pareció oír el ruido de un regimiento de caballería al galope, que cayese sobre un centenar de mujeres indefensas; una espantosa confusión de gritos, truenos y cañones. Abrí los ojos y ¿qué era todo aquello? un suspiro de Isault.»


Conciertos en Madrid

La Prensa, miércoles 3 de marzo de 1886

Habían pasado casi 21 años desde la crítica a Wagner y la música del porvenir. Una nueva primavera estaba a punto de llegar y con ella los espectáculos al aire libre y los alegres carteles de circos y teatros de verano.
Madrid vivía bajo la regencia de María Cristina de Habsburgo; a un mes de la celebración de Elecciones generales, y a escasos dos meses y medio del nacimiento de Alfonso XIII. A esto sumemos la elección de Galdós como diputado por el distrito de Guayama (Puerto Rico) el 5 de mayo de 1886. Jurará o prometerá su cargo el 11 de junio.
En aquel ambiente de Restauración daba conciertos el violinista Pablo Sarasate. Lo hacía en el Circo de Rivas, acompañado por la orquesta de la Sociedad de Conciertos.
El violín no es ya para Sarasate un instrumento, es un órgano, un sentido, algo que tiene su propia carne y sus propios nervios, y puede traducir al exterior su propia alma; lo que más sorprende y cautiva en él es cómo saca de aquellas cuerdas los sonidos, más dulces, claros y transparentes, digámoslo así, que se pueden oír.
La pureza de su estilo es tal que no hay palabras, con que ponderarla. La misma voz humana en su expresión más perfecta, resulta bronca y desapacible comparada con aquellos acentos verdaderamente celestiales. Juntamente con este don, posee el de una ejecución que parece imposible.

Añadía Galdós:
El domingo último dió su primer concierto de los tres anunciados, en el Circo de Rivas, acompañado por la magnífica orquesta de la «Sociedad de Conciertos», que hace veinte años viene ejecutando allí todas las primaveras la música sinfónica del repertorio clásico. Las apreturas eran tan grandes en el teatro, que el público sobrante se situaba en las escaleras y se estacionaba en las puertas. Era uno de esos llenos que espantan; pero que hacen estremecerse de satisfacción a los empresarios. Sarasate tocó un gran concierto de Beethoven y otro de Mendelsohn.

Antes de comenzar la transcripción de la segunda parte de su columna para la prensa argentina, damos unas breves pinceladas históricas sobre la Sociedad de Conciertos y el Teatro de Rivas.

Sociedad de Conciertos
Galdós indica que la orquesta llevaba veinte años realizando conciertos. No se equivoca; sin embargo, hay que puntualizar que la Sociedad fue fundada aquel año de 1886, tal como se hace referencia en el libro Benito Pérez Galdós. La figura del realismo español:
«… en 1886, los compositores Barbieri, Gaztambide y Chueca fundarán la Sociedad de Conciertos de Madrid, renovada orquesta que absorberá a la antigua Sociedad Artístico Musical de Socorros Mutuos (1860-1866). La nueva Sociedad, de régimen cooperativo, será la primera orquesta sinfónica de España. En 1903, muchos de sus integrantes fundarán la Orquesta Sinfónica de Madrid». [1]

Circo de Rivas
Era el circo de los varios nombres. Había sido construido por el empresario Simón Rivas, de ahí su primitivo nombre. Estaba situado en el Paseo de Recoletos, entre la calle de Bárbara de Braganza y la plaza de Colón, muy cerca del de Price.
Se le bautizó como del Príncipe Alfonso en honor del que sería Alfonso XII y en 1870 pasará a llamarse Teatro Circo de Madrid, pero muchos lo seguirán llamando del Príncipe Alfonso.
Decía Pedro de Répide
«Era el Príncipe Alfonso, que empezó siendo circo, construido por don Simón de las Rivas, y con cuyo apellido hubo de ser conocido primitivamente. El Teatro del Príncipe Alfonso tuvo la importancia musical de las audiciones de la Sociedad de Conciertos, bajo la dirección de Mancinelli, de Bretón y de Jiménez, y era otro escenario de ópera, en el cual hubo estrenos considerables, como el de La Bohéme, de Puccini, que por cierto no gustó al ser oída como novedad».

De la recopilación de artículos para La Prensa realizados por Alberto Ghiraldo, ofrecemos un fragmento del titulado La Música. Corresponde a Arte y crítica, segundo volumen de Benito Pérez Galdós. Obras inéditas (1923).


LA MÚSICA
II
Esta es la época de los grandes conciertos. Ya la ópera, al comenzar marzo, principia a decaer. Es diversión de invierno, y le dan abrigo y vida las condiciones arquitectónicas del teatro Real, que tiene algo de estufa.
En cambio, los conciertos clásicos respectivos, celebrados en local ancho, ventilado y sin gas, son flor y fruta de primavera. Atraen mucha gente, y los melómanos, que aquí abundan tanto, hallan en ellos inefables goces. Veinte o más años lleva de existencia la «Sociedad de Conciertos», y cada vez es más robusta su existencia. Compónese de músicos de primer orden, de lo más granado en el arte, y está constituida como una sociedad industrial, de modo que los grandes beneficios que obtiene se distribuyen a prorata entre los socios y no van a pasar al profano bolsillo de un empresario. Admirable muestra del espíritu de asociación, la «Sociedad de Conciertos» rinde culto al Arte en la forma más propia. Allí el trabajo y la destreza artística tienen galardón cumplido.
Gracias a ella nos hemos ido familiarizando con todo el repertorio clásico de música sinfónica hasta tal punto, que bien podemos jactarnos de conocer a Beethoven casi lo mismo que se le conoce en Viena.
La ejecución es admirable, cuidadosa, perfecta. Desde que la «Sociedad» inició sus trabajos dando a conocer la gran «Sinfonía Pastoral» hasta el año último, en que se tocó por primera vez la «Novena Sinfonía» con casi toda la vasta creación del más insigne de los compositores orquestales, todo lo ha interpretado de un modo magistral. No sólo hemos conocido las grandes obras sinfónicas, sino las sinfonías de óperas que no se cantan y los trozos más notables del «Egmont» y el «Prometeo».
El maestro Barbieri fue el iniciador de esta Sociedad y el que dirigió los primeros conciertos clásicos. A él se debe sin duda la introducción en España de este arte admirable, no igualado por nadie ni en ninguna parte desde que feneció el más moderno de los maestros alemanes: Mendelsohn. A los pocos años púsose al frente de la Sociedad el célebre Monasterio, después la dirigió el maestro Vázquez, y en la actualidad, la batuta está en manos del maestro Bretón, compositor joven y de mucho aliento, recientemente pensionado por nuestro Gobierno en Roma y Viena.
El repertorio de estas escogidas solemnidades es puramente clásico. Lo constituyen, en primer lugar, la trinidad que podríamos llamar «santísima», de la religión musical: Haydn, Mozart y Beethoven. Siguen tras estos dioses los insignes patriarcas y ángeles mayores: Weber, Mendelsohn, Schumann, Schubert, y los profesores Cherubini, Glucks y Handel.
Se admiten también obras de compositores modernos, del género sinfónico, y en tal concepto Meyerbeer, Wagner, Litz, Berlioz, Joumod, David y aún el mismo Souppé suelen sentarse a la mesa sagrada.
Me recuerdo como si fuese ayer del primer concierto dado por la «Sociedad», el cual fue como una revelación para nosotros; mostrábanos un mundo nuevo, lleno de encantos y de purísimos deleites.
Oímos entonces por vez primera la «Sinfonía Pastoral», la del «Canto Magio», de Mozart, un andante con variaciones de Haydn, el allegretto scherzando de Beethoven, la marcha de «Tananhausser», de Wagner.
Algunas de estas extraordinarias piezas se han hecho después casi populares entre nosotros. Tras la «Pastoral» conocimos la «Heroica», y todas las que componen la inmortal corona de aquel músico sin par.
El «Septeto», que siempre se toca entre tempestades de entusiasmo, se nos reveló bastante más tarde.
De Mendelsohn hemos oído hasta la saciedad «El sueño de una noche de verano» y las tres magistrales oberturas de Weber, a saber: «Freychutz», «Oberon» y «Euriavthe» han llegado a sernos familiares.
Las «Siete Palabras» y algunos trozos de los «Oratorios», de Haydn, han sido engarzados en estas coronas de admirables joyas. Mozart ha llevado a ellos sus andantes dulcísimos; Listz, su impetuosa inspiración; Gluks, su severa poesía, descollando siempre, a juicio mío, Beethoven, conjunto asombroso de todas las cualidades, el numen más robusto, más original, más vario, más atrevido, más patético que Euterpe ha echado al mundo. Lo tengo por el más grande de todos los músicos, y sus obras me parecen la cantera de donde manos hábiles han extraído todas las óperas que se han compuesto en lo que va de siglo. Él trabajó para los demás y creó el arte de sus sucesores. Elevando la sinfonía a un mayor esplendor y dándole todo el desarrollo posible, dejó en ella los gérmenes de la composición dramática en todos sus matices. Su gran «Septeto», adaptado a orquesta por Monasterio, es, a mi parecer, la cúspide de la inspiración musical y el punto más alto a que puede llegar entre los humanos la interpretación o la adivinación de lo divino.
En estos conciertos hemos conocido también las piezas sinfónicas de Meyerbeer, escritas en ese estilo vigoroso, dramático que le caracteriza. La obertura de «Strnensés», que algunos llaman «La reina de las Sinfonías», y además la «Polonesa» y los «Intermedios» apenas se tocan ya, porque se han oído demasiado, si bien estas cosas no envejecen nunca. Lo mismo pasa en las marchas de «Schiller» y «De las Antorchas».
La «Rapsodia húngara», de Listz, arrebató hace años. Ya se toca rara vez. No pasa esto con la sinfonía «Pastoral» y el «Septeto», de Beethoven, que se han de ejecutar todos los años, so pena de que la «Sociedad» incurra en las iras del público. El tan discutido Wagner ha dado muchos triunfos a nuestros concertistas. «Tannhausser», «Lohengrin» y los «Nibelungos» han tenido ecos grandiosos. Es un lindo atleta que sorprende con su esfuerzo muscular.
Se le ve levantando montañas y venciendo dificultades que anonadan. De tiempo en tiempo, para refrescar los ánimos, «La Sociedad» vuelve los ojos a las puertas del Arte y pone sobre los atriles al paternal, bondadoso y afabilísimo Haydn.
Es éste un señor muy bueno, tranquilo, discreto cual ninguno; que jamás se propasa, que dice las cosas claras, limpias, ingeniosas y sin malicia. Se está viendo, al oirle, la peluca con rizos que no se descompone nunca. Su estilo es cortesano, natural, gracioso y lleno de urbanidades. Parece que está saludando siempre. En Mozart se halla inspiración más alta y no menos elegancia que en el viejo Haydn.
Es patético, de una variedad inagotable, de infinitos recursos, dulce y apasionado, reformador y castizo a la vez. Luego viene el gigante, el que con su inspiración indómita trastorna todo el edificio musical y vuelve lo de arriba abajo, el gran reformador, el que contraviene las reglas viejas y las hace a su gusto cuando quiere, el que sabe sacar de los instrumentos todos, absolutamente todos, los acentos de las pasiones humanas, desde la alegría loca al furor demente, el que interpreta el cielo y la tierra, imitando ayes de dolor humano y de éxtasis que apenas tienen una cláusula con que expresarse. Tal es Beethoven, temperamento rudo y despótico, el más grande de los músicos y el primero de los sordos célebres, pues sin oído oyó cuanto se puede oír y supo transmitir al pentagrama todo ideal que es posible concebir por medio del sonido.
«La Sociedad de Conciertos», deseando alentar a los músicos españoles que no han tenido miedo a las numerosas dificultades del arte sinfónico, nos ha dado a conocer felices ensayos de los maestros Marqués, Chapí, Espadeso, Monasterio, Bretón, Valle y de otros, obras estimables que merecen sinceros elogios. «La Sinfonía Ménica», de Chapí, es digna de una corona. Esta y alguna pieza del maestro Marqués han sido aplaudidas en Munich y Viena.
Este año los conciertos están, como siempre, concurridísimos. Los afortunados empresarios, que son los mismos músicos, no tienen que caldearse la cabeza por discurrir la manera de atraer gente. El público se disputa siempre las localidades, y hay que andar a veces a tropezones para adquirirlas. La ejecución de las piezas es perfecta hoy como el año pasado y todos los años. He aquí un modelo de empresas.
Los músicos hacen maravillas por la cuenta que les tiene. El público los favorece, los acaricia, y la única majadería que se permite ante ellos es hacerles repetir las piezas que más le agradan.
Feliz arte, felices empresarios y felices dilettantis, de cuya concordia y armonía resulta una serie de festividades que tengo por la mejor prueba de cultura del Madrid moderno y que deben perpetuarse por los años de los años, sin que el tedio las enfríe ni las revoluciones las interrumpan.
Benito Pérez Galdós. Madrid, 3 de marzo de 1886


Finalizamos este homenaje al Día Mundial de la Música, y en memoria de Benito Pérez Galdós, con el cortometraje  «José Fraguas interpreta a Pablo Sarasate» (Arantxa Aguirre, 2017).






Dedico este artículo al excelso violinista José Fraguas.

Eduardo Valero García
Madrid, 20 de junio de 2020



Bibliografía y Cibergrafía

[1] VALERO GARCÍA, Eduardo, 2019. Benito Pérez Galdós. La figura del realismo español. Valencia: Editorial Sargantana, p. 223. ISBN: 978-84-17731-36-6 https://www.benitopérezgaldós.com/

Todo el contenido de la publicación está basado en información de prensa de la época y documentos de propiedad del autor-editor.

Todo el contenido de Historia urbana de Madrid está protegido por:






En todos los casos cítese la fuente: Valero García, E. (2020) "Benito Pérez Galdós en el Día Mundial de la Música", en http://historia-urbana-madrid.blogspot.com.es/ ISSN 2444-1325

o siga las instrucciones en Uso de Contenido.

[VER: "Uso del Contenido"]


• Citas de noticias de periódicos y otras obras, en la publicación.
• En todas las citas se ha conservado la ortografía original.
• De las imágenes:
Muchas de las fotografías y otras imágenes contenidas en los artículos son de dominio público y correspondientes a los archivos de la Biblioteca Nacional de España, Ministerio de Cultura, Archivos municipales y otras bibliotecas y archivos extranjeros. En varios casos corresponden a los archivos personales del autor-editor de Historia Urbana de Madrid.

La inclusión de la leyenda "Archivo HUM", y otros datos, identifican las imágenes como fruto de las investigaciones y recopilaciones realizadas para los contenidos de Historia Urbana de Madrid, salvaguardando así ese trabajo y su difusión en la red.
Ha sido necesario incorporar estos datos para evitar el abuso de copia de contenido sin citar las fuentes de origen de consulta.



© 2020 Eduardo Valero García - HUM 020-013 MADGALDÓS
Historia Urbana de Madrid
ISSN 2444-1325

miércoles, 17 de junio de 2020

Galdós, el joven periodista. La Gran Pastelería Nacional de la Puerta del Sol y el convento de las Vallecas. Madrid, 17 de junio de 1866

Tal día como hoy, 17 de junio, pero del año 1866, se publicaba en el diario progresista La Nación la columna Revista de la Semana, del joven periodista Benito Pérez Galdós.

Los temas tratados aquella semana iban desde la visita a una exposición en el Jardín Botánico hasta los conciertos de los Campos Elíseos, pasando por las comparaciones entre las proezas navales de Méndez Nuñez en Sudamérica con las mayorías absolutas y pactadas del Congreso de los diputados. Y entre otros temas, los dos que transcribimos en esta efemérides. El primero, cargado de la ironía y humor propios del escritor, trata del Ministerio de la Gobernación; en el segundo, Galdós nos habla del convento de las Vallecas y un teatro que allí se iba a construir.




La "Gran Pastelería Nacional" de la Puerta del Sol
En 1866 el joven Galdós vive en una pensión en la calle del Olivo, 9 (actual Mesonero Romanos), a pasos de la Puerta del Sol. Allí, el conocido edificio de la antigua Casa de Correos que entonces era Ministerio de la Gobernación y hoy Presidencia de Gobierno de la Comunidad de Madrid.

Desde tan histórico edificio se dan las campanadas para recibir un año nuevo y, en ocasiones, también se daba y se da la nota.
Pasando por la Puerta del Sol, los madrileños han creído ver sobre la puerta de la antigua casa de Correos un cartel que dice: GRAN PASTELERÍA NACIONAL.
Tal vez sería una ilusión, producida en la mente de los hijos de Madrid por el recuerdo de las palabras del más diabólico de los ministros. Pero si el cartel no existe, no por eso es menor la habilidad del Savary que en aquellas interioridades confecciona grandes castidades de pasteles que los españoles se encargan de masticar.
Ley de imprenta, que manda los periodistas al Saladero, y establece jurados, y embarca en dirección a Filipinas a los convictos de delito de lesa unión liberal. Pastel.
Ley de reuniones, que impide el solaz de veinte personas y considera criminal el vigésimo cubierto. Pastel.
Juego de cubiletes electorales y arreglo con los elegidos, no teniendo en cuenta a los electores. Pastel.
Y por este estilo muchos otros salen de allí calientes y diciendo «comedme», tan sustanciosos y apetecibles como los que no lejos fabrica el aprovechado Cánovas, que dejó de ser ultramarino para pasar a ser guardias de esa caja de Pandora llamada Hacienda, de donde han salido todos los males que andan por España.
Emisión de títulos, treses y demás papeles mojados. Pastel.
Rebaja de sueldos de empleados. Pastel.
Negociaciones con la City de Londres y embrollos económicos, en que el ministro, perdiendo el hilo de los acontecimientos, ha tenido que ampararse de la linterna de Diógenes para bastar un inglés. Resulta que los ingleses son figuras de linterna mágica o espectros luminosos que desaparecen en cuanto maese Pedro apaga su farolillo. Pastel.
Ahorro de unos cuantos miles, suprimiendo un par de universidades. Pastel.
Enfermedad del ministro sacrificado. Enfermedad no localizada aún por los Galenos de La Correspondencia si bien se sabe que no es del estómago, porque el paciente se regala en la mesa de Aranjuez y, aunque un poco aliviado y triste, celebra, con un gaudeamus por monjiles manos confeccionado, los méritos de la Virgen del Olvido. Pastel.
Atentado contra el gabinete. Atentado atroz, inconcebible, propio de caníbales. Unos enormes clavos de herradura se encontraron en los rails, puestos allí por mano malévola con la bárbara intención de hacer descarrilar el tren en que sus excelencias iban al Real Sitio. Pero ¿descarriló? No señor. Pastel.
Una pléyade de hombres públicos, que comienza en O’Donnell y concluye en Ortiz de Pinedo; una serie de documentos que principian en el programa de Manzanares y terminan en el proyecto de las siete autorizaciones. Una comedia de magia que se abre con un coro de 1.700 caballos y da fin con el león apocalíptico de El Espíritu Público; comedia animada por el elemento
joven; de un estilo grave cuando habla Posada, embrollado cuando habla Cánovas, académico cuando habla O'Donnell, andaluz cuando habla Hazañas; comedia cuyo desenlace no imaginaría ni el ilustre Ayala, que también representa en ella. Un rebaño de ovejas descarriadas, que conservan aún la marca del primer dueño.
Un mosaico de todos colores. Un pandemonium, una mescolanza, un totum revolutum. Lo vario, lo multiforme, lo no colectivo, la unión, en fin. ¡Gran pastel!

El convento de las Vallecas y el Teatro del Museo
En 1552 se instalaba en la calle de Alcalá el convento de Nuestra Señora de la Piedad, de monjas bernardas; más conocido como de las Vallecas.

Ricardo Sepulveda, en su libro Madrid Viejo (1887), nos cuenta:
Mediado el siglo XVI, se pensó en el ensanche por el lado oriental, se trazó la calle, paralela a la Carrera de San Gerónimo, con el nombre de calle de los Olivares y de los caños de Alcalá. Al principio no hubo en ella más que tordos matuteros de aceitunas, y asaltadores de alforjas; pero Dª. Isabel I mandó tirar la rasante hasta más allá de los caños, para complacer a las monjas Bernardas de Vallecas, que pedían con muchas ansias trasladar a esta nueva calle su convento, y luego para servir a las Comendadoras de la orden de Calatrava, que vinieron a situarse cerca de las Vallecas, desde Almonacid de Zurita, y en seguida a las Baronesas, Carmelitas Recoletas, y últimamente a los padres Carmelitas descalzos de San Hermenegildo, y no quedó un olivo para un remedio en toda la zona del ensanche, circunvecino al prado de San Fermín.
Acompaña al texto una ilustración de Comba que muestra el aspecto que tenía el convento antes de ser afectado por la desamortización de Mendizábal.




Estaba ubicado en la esquina de la calle Alcalá con Virgen de los Peligros y sus terrenos llegaban por la trasera hasta la calle de Aduanas (antigua calle de San Bernardo). Figura en el plano de Teixeira con el número XXXVIII.




El Museo de Historia de Madrid, a través de Memoriademadrid, sobrevuela por la maqueta de León Gil Palacio y nos muestra la calle de Alcalá y sus conventos.




Galdós cita el solar de las Vallecas y habla de las obras de construcción de un nuevo coliseo que, según llega a sus oidos, se llamará Teatro Principal.
En el solar de las Vallecas se está poniendo la empalizada para dar principio a las obras del teatro que se construirá allí, dirigido por el Sr. Gándara. Nos complace en extremo la idea. Hace falta un teatro bueno, que sustituía al estrecho del Príncipe, al destartalado Circo y al tabernario Variedades. El que en las Vallecas se construya llenará un vacío y prestará inmenso servicio al arte. Aplaudimos de todo corazón la idea, y deseamos que en su realización no hallen los dueños obstáculo de ninguna clase, que la fortuna secunde su plan, y que una vez concluido, obtengan el resultado que apetecen.
Solo una cosa nos disgusta del tal teatro: su título.
¿Qué quiere decir Teatro principal? Nada. ¿Para qué queremos los nombres ilustres de los grandes dramáticos del siglo XVII? Ya que los actuales teatros tienen nombres tan poco significativos como del Príncipe, de Variedades, de Novedades, del Circo, ¿por qué el nuevo no ha de llamarse Teatro de Lope de Vega, Teatro de Calderón?

Lo cierto es que desde 1842 existía en las Vallecas un teatro de la Sociedad Lírico-Dramática y Literaria fundada por Félix López. Se trataba del Teatro del Museo. Según Carlos Cambronero, la primitiva iglesia del convento había sido transformada en teatro y allí se estreno El motín contra Squilache, de Ceferino Suarez Bravo.

En su Diccionario Geográfico-Estadístico-Histórico Madrid (1848), Pascual Madoz nos cuenta:
El salón tiene 66 pies de luz y 32 de ancho y el escenario 27 de luz y 42 de largo. Este teatro, en el cual trabaja hoy una compañía lírica bajo la dirección del maestro Don Juan Schoczdopole, contiene unas 600 localidades repartidas en 21 palcos, 96 butacas y 420 lunetas. Las decoraciones en número de 30 casi todas son nuevas. Por circunstancia ajenas a este lugar, la Sociedad Lírico-Dramática formada por el señor López ha ido decayendo de su primitivo esplendor, y en el día el local del teatro está ocupado por una compañía pública que da en él diferentes funciones líricas, que atraen mucha concurrencia.
Es en eso tiempos (1847) cuando se reorganiza la Sociedad con el nombre de Teatro Matritense, pero durará poco tiempo. A finales de esa década el teatro perderá todo su esplendor.

En 1853 el edificio estaba muy deteriorado; de hecho, hacia 1851 se había derrumbado la cúpula y el techo había quedado bastante maltrecho. Además, el estado de la fachada era casi ruinoso.

Según el joven Galdós, allí se construiría otro teatro; sin embargo, desde la década de los cincuenta, las noticias hablaban de la edificación de un hotel con cuatrocientas habitaciones (1854). También de ese año era la propuesta de Mustafá-Muza Almorroens, el famoso comerciante marroquí que vendía dátiles en su comercio de la calle de Alcalá, de construir allí una mezquita. Más tarde, en 1856, se decía que en aquel solar se levantaría una gran Casa de Correos y que la Casa de Postas se vendería para edificar casas sobre sus terrenos.

En mayo de 1866 se había conocido la noticia sobre la venta del solar de las Vallecas al señor Miguel Vicente Roca, director del que sería Teatro Principal de Madrid. En julio del mismo año, La Nación publicaba la siguiente noticia:
«Que no se alce mano. Ayer se empezó a colocar en el extenso solar de las Vallecas, calle de Alcalá, la empalizada o cerramiento para dar principio a las obras de explanación y cimentación necesarias para la edificación del gran teatro principal, que, bajo la dirección del Sr. Gándara y a expensas del actual empresario del coliseo del Príncipe, debe construirse.
Lo celebramos, no solo por lo mucho que ha de embellecer el nuevo edificio un sitio tan importante, y porque viene a satisfacer una necesidad reconocida, cual es la construcción de un teatro capaz para más de tres mil personas, sino porque durante un año van a encontrar trabajo y sustento muchos obreros agobiados hoy por la necesidad».
No hubo teatro. Los terrenos fueron sometidos a un largo pleito promovido por los descendientes de Diego Ramírez de Vargas y Leonarda Valeriola y Covarrubias, fundadores en 1668 de la capellanía que allí hubo y cuyos restos habían sido enterrados en el convento. Los familiares reclamaban los bienes de la capellanía.

La historia de aquel lugar merece un capítulo aparte. Lo que podemos añadir como colofón es que allí estuvo el café de Fornos.

Instaláronse por el pronto en Fornos, y allí esperaron. A la segunda noche fue Leopoldo Montes, y a la tercera D. Basilio, que les encontró discutiendo de qué café se posesionarían definitivamente.
[Fortunata y Jacinta. Parte tercera. Cap.I, Costumbres Turcas. V - pp. 37]



Bibliografía y Cibergrafía

Todo el contenido de la publicación está basado en información de prensa de la época y documentos de propiedad del autor-editor.

Todo el contenido de Historia urbana de Madrid está protegido por:






En todos los casos cítese la fuente: Valero García, E. (2020) "Galdós, el joven periodista. La Gran Pastelería Nacional de la Puerta del Sol y el convento de las Vallecas. Madrid, 17 de junio de 1866", en http://historia-urbana-madrid.blogspot.com.es/ ISSN 2444-1325

o siga las instrucciones en Uso de Contenido.

[VER: "Uso del Contenido"]


• Citas de noticias de periódicos y otras obras, en la publicación.
• En todas las citas se ha conservado la ortografía original.
• De las imágenes:
Muchas de las fotografías y otras imágenes contenidas en los artículos son de dominio público y correspondientes a los archivos de la Biblioteca Nacional de España, Ministerio de Cultura, Archivos municipales y otras bibliotecas y archivos extranjeros. En varios casos corresponden a los archivos personales del autor-editor de Historia Urbana de Madrid.

La inclusión de la leyenda "Archivo HUM", y otros datos, identifican las imágenes como fruto de las investigaciones y recopilaciones realizadas para los contenidos de Historia Urbana de Madrid, salvaguardando así ese trabajo y su difusión en la red.
Ha sido necesario incorporar estos datos para evitar el abuso de copia de contenido sin citar las fuentes de origen de consulta.



© 2020 Eduardo Valero García - HUM 020-012 MADGALDÓS
Historia Urbana de Madrid
ISSN 2444-1325