miércoles, 17 de junio de 2020

Galdós, el joven periodista. La Gran Pastelería Nacional de la Puerta del Sol y el convento de las Vallecas. Madrid, 17 de junio de 1866

Tal día como hoy, 17 de junio, pero del año 1866, se publicaba en el diario progresista La Nación la columna Revista de la Semana, del joven periodista Benito Pérez Galdós.

Los temas tratados aquella semana iban desde la visita a una exposición en el Jardín Botánico hasta los conciertos de los Campos Elíseos, pasando por las comparaciones entre las proezas navales de Méndez Nuñez en Sudamérica con las mayorías absolutas y pactadas del Congreso de los diputados. Y entre otros temas, los dos que transcribimos en esta efemérides. El primero, cargado de la ironía y humor propios del escritor, trata del Ministerio de la Gobernación; en el segundo, Galdós nos habla del convento de las Vallecas y un teatro que allí se iba a construir.




La "Gran Pastelería Nacional" de la Puerta del Sol
En 1866 el joven Galdós vive en una pensión en la calle del Olivo, 9 (actual Mesonero Romanos), a pasos de la Puerta del Sol. Allí, el conocido edificio de la antigua Casa de Correos que entonces era Ministerio de la Gobernación y hoy Presidencia de Gobierno de la Comunidad de Madrid.

Desde tan histórico edificio se dan las campanadas para recibir un año nuevo y, en ocasiones, también se daba y se da la nota.
Pasando por la Puerta del Sol, los madrileños han creído ver sobre la puerta de la antigua casa de Correos un cartel que dice: GRAN PASTELERÍA NACIONAL.
Tal vez sería una ilusión, producida en la mente de los hijos de Madrid por el recuerdo de las palabras del más diabólico de los ministros. Pero si el cartel no existe, no por eso es menor la habilidad del Savary que en aquellas interioridades confecciona grandes castidades de pasteles que los españoles se encargan de masticar.
Ley de imprenta, que manda los periodistas al Saladero, y establece jurados, y embarca en dirección a Filipinas a los convictos de delito de lesa unión liberal. Pastel.
Ley de reuniones, que impide el solaz de veinte personas y considera criminal el vigésimo cubierto. Pastel.
Juego de cubiletes electorales y arreglo con los elegidos, no teniendo en cuenta a los electores. Pastel.
Y por este estilo muchos otros salen de allí calientes y diciendo «comedme», tan sustanciosos y apetecibles como los que no lejos fabrica el aprovechado Cánovas, que dejó de ser ultramarino para pasar a ser guardias de esa caja de Pandora llamada Hacienda, de donde han salido todos los males que andan por España.
Emisión de títulos, treses y demás papeles mojados. Pastel.
Rebaja de sueldos de empleados. Pastel.
Negociaciones con la City de Londres y embrollos económicos, en que el ministro, perdiendo el hilo de los acontecimientos, ha tenido que ampararse de la linterna de Diógenes para bastar un inglés. Resulta que los ingleses son figuras de linterna mágica o espectros luminosos que desaparecen en cuanto maese Pedro apaga su farolillo. Pastel.
Ahorro de unos cuantos miles, suprimiendo un par de universidades. Pastel.
Enfermedad del ministro sacrificado. Enfermedad no localizada aún por los Galenos de La Correspondencia si bien se sabe que no es del estómago, porque el paciente se regala en la mesa de Aranjuez y, aunque un poco aliviado y triste, celebra, con un gaudeamus por monjiles manos confeccionado, los méritos de la Virgen del Olvido. Pastel.
Atentado contra el gabinete. Atentado atroz, inconcebible, propio de caníbales. Unos enormes clavos de herradura se encontraron en los rails, puestos allí por mano malévola con la bárbara intención de hacer descarrilar el tren en que sus excelencias iban al Real Sitio. Pero ¿descarriló? No señor. Pastel.
Una pléyade de hombres públicos, que comienza en O’Donnell y concluye en Ortiz de Pinedo; una serie de documentos que principian en el programa de Manzanares y terminan en el proyecto de las siete autorizaciones. Una comedia de magia que se abre con un coro de 1.700 caballos y da fin con el león apocalíptico de El Espíritu Público; comedia animada por el elemento
joven; de un estilo grave cuando habla Posada, embrollado cuando habla Cánovas, académico cuando habla O'Donnell, andaluz cuando habla Hazañas; comedia cuyo desenlace no imaginaría ni el ilustre Ayala, que también representa en ella. Un rebaño de ovejas descarriadas, que conservan aún la marca del primer dueño.
Un mosaico de todos colores. Un pandemonium, una mescolanza, un totum revolutum. Lo vario, lo multiforme, lo no colectivo, la unión, en fin. ¡Gran pastel!

El convento de las Vallecas y el Teatro del Museo
En 1552 se instalaba en la calle de Alcalá el convento de Nuestra Señora de la Piedad, de monjas bernardas; más conocido como de las Vallecas.

Ricardo Sepulveda, en su libro Madrid Viejo (1887), nos cuenta:
Mediado el siglo XVI, se pensó en el ensanche por el lado oriental, se trazó la calle, paralela a la Carrera de San Gerónimo, con el nombre de calle de los Olivares y de los caños de Alcalá. Al principio no hubo en ella más que tordos matuteros de aceitunas, y asaltadores de alforjas; pero Dª. Isabel I mandó tirar la rasante hasta más allá de los caños, para complacer a las monjas Bernardas de Vallecas, que pedían con muchas ansias trasladar a esta nueva calle su convento, y luego para servir a las Comendadoras de la orden de Calatrava, que vinieron a situarse cerca de las Vallecas, desde Almonacid de Zurita, y en seguida a las Baronesas, Carmelitas Recoletas, y últimamente a los padres Carmelitas descalzos de San Hermenegildo, y no quedó un olivo para un remedio en toda la zona del ensanche, circunvecino al prado de San Fermín.
Acompaña al texto una ilustración de Comba que muestra el aspecto que tenía el convento antes de ser afectado por la desamortización de Mendizábal.




Estaba ubicado en la esquina de la calle Alcalá con Virgen de los Peligros y sus terrenos llegaban por la trasera hasta la calle de Aduanas (antigua calle de San Bernardo). Figura en el plano de Teixeira con el número XXXVIII.




El Museo de Historia de Madrid, a través de Memoriademadrid, sobrevuela por la maqueta de León Gil Palacio y nos muestra la calle de Alcalá y sus conventos.




Galdós cita el solar de las Vallecas y habla de las obras de construcción de un nuevo coliseo que, según llega a sus oidos, se llamará Teatro Principal.
En el solar de las Vallecas se está poniendo la empalizada para dar principio a las obras del teatro que se construirá allí, dirigido por el Sr. Gándara. Nos complace en extremo la idea. Hace falta un teatro bueno, que sustituía al estrecho del Príncipe, al destartalado Circo y al tabernario Variedades. El que en las Vallecas se construya llenará un vacío y prestará inmenso servicio al arte. Aplaudimos de todo corazón la idea, y deseamos que en su realización no hallen los dueños obstáculo de ninguna clase, que la fortuna secunde su plan, y que una vez concluido, obtengan el resultado que apetecen.
Solo una cosa nos disgusta del tal teatro: su título.
¿Qué quiere decir Teatro principal? Nada. ¿Para qué queremos los nombres ilustres de los grandes dramáticos del siglo XVII? Ya que los actuales teatros tienen nombres tan poco significativos como del Príncipe, de Variedades, de Novedades, del Circo, ¿por qué el nuevo no ha de llamarse Teatro de Lope de Vega, Teatro de Calderón?

Lo cierto es que desde 1842 existía en las Vallecas un teatro de la Sociedad Lírico-Dramática y Literaria fundada por Félix López. Se trataba del Teatro del Museo. Según Carlos Cambronero, la primitiva iglesia del convento había sido transformada en teatro y allí se estreno El motín contra Squilache, de Ceferino Suarez Bravo.

En su Diccionario Geográfico-Estadístico-Histórico Madrid (1848), Pascual Madoz nos cuenta:
El salón tiene 66 pies de luz y 32 de ancho y el escenario 27 de luz y 42 de largo. Este teatro, en el cual trabaja hoy una compañía lírica bajo la dirección del maestro Don Juan Schoczdopole, contiene unas 600 localidades repartidas en 21 palcos, 96 butacas y 420 lunetas. Las decoraciones en número de 30 casi todas son nuevas. Por circunstancia ajenas a este lugar, la Sociedad Lírico-Dramática formada por el señor López ha ido decayendo de su primitivo esplendor, y en el día el local del teatro está ocupado por una compañía pública que da en él diferentes funciones líricas, que atraen mucha concurrencia.
Es en eso tiempos (1847) cuando se reorganiza la Sociedad con el nombre de Teatro Matritense, pero durará poco tiempo. A finales de esa década el teatro perderá todo su esplendor.

En 1853 el edificio estaba muy deteriorado; de hecho, hacia 1851 se había derrumbado la cúpula y el techo había quedado bastante maltrecho. Además, el estado de la fachada era casi ruinoso.

Según el joven Galdós, allí se construiría otro teatro; sin embargo, desde la década de los cincuenta, las noticias hablaban de la edificación de un hotel con cuatrocientas habitaciones (1854). También de ese año era la propuesta de Mustafá-Muza Almorroens, el famoso comerciante marroquí que vendía dátiles en su comercio de la calle de Alcalá, de construir allí una mezquita. Más tarde, en 1856, se decía que en aquel solar se levantaría una gran Casa de Correos y que la Casa de Postas se vendería para edificar casas sobre sus terrenos.

En mayo de 1866 se había conocido la noticia sobre la venta del solar de las Vallecas al señor Miguel Vicente Roca, director del que sería Teatro Principal de Madrid. En julio del mismo año, La Nación publicaba la siguiente noticia:
«Que no se alce mano. Ayer se empezó a colocar en el extenso solar de las Vallecas, calle de Alcalá, la empalizada o cerramiento para dar principio a las obras de explanación y cimentación necesarias para la edificación del gran teatro principal, que, bajo la dirección del Sr. Gándara y a expensas del actual empresario del coliseo del Príncipe, debe construirse.
Lo celebramos, no solo por lo mucho que ha de embellecer el nuevo edificio un sitio tan importante, y porque viene a satisfacer una necesidad reconocida, cual es la construcción de un teatro capaz para más de tres mil personas, sino porque durante un año van a encontrar trabajo y sustento muchos obreros agobiados hoy por la necesidad».
No hubo teatro. Los terrenos fueron sometidos a un largo pleito promovido por los descendientes de Diego Ramírez de Vargas y Leonarda Valeriola y Covarrubias, fundadores en 1668 de la capellanía que allí hubo y cuyos restos habían sido enterrados en el convento. Los familiares reclamaban los bienes de la capellanía.

La historia de aquel lugar merece un capítulo aparte. Lo que podemos añadir como colofón es que allí estuvo el café de Fornos.

Instaláronse por el pronto en Fornos, y allí esperaron. A la segunda noche fue Leopoldo Montes, y a la tercera D. Basilio, que les encontró discutiendo de qué café se posesionarían definitivamente.
[Fortunata y Jacinta. Parte tercera. Cap.I, Costumbres Turcas. V - pp. 37]



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© 2020 Eduardo Valero García - HUM 020-012 MADGALDÓS
Historia Urbana de Madrid
ISSN 2444-1325










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