domingo, 27 de febrero de 2022

Los Porteros madrileños (II) Dará razón la portera (1810 - 1960)

En nuestro anterior artículo hablamos de la situación actual de los porteros y conserjes, conocidos en su conjunto como Empleados de fincas urbanas. Supimos de sus necesidades más urgentes tras casi veinte años de olvido por parte de las instituciones y su férreo interés en conseguir ser escuchados. En este sentido, podemos decir que lo están consiguiendo gracias al empeño y compromiso de los profesionales del gremio, más unidos y organizados. 

Las redes sociales están siendo su altavoz, principalmente Twitter (con el hashtag #urbanasfincas), desde donde reivindican la actualización del Convenio de Empleados de Fincas Urbanas e instan a medios de comunicación, sindicatos y partidos políticos para su implicación en esta situación que afecta a más de 20.000 trabajadores. 

Tantos gremios han desaparecido que muchos de nuestros lectores se interesaron por este asunto. ¿Desaparecerán los porteros, como ocurrió con los serenos, los faroleros y otros tantos oficios?, se preguntaba uno de ellos. Otro denunciaba la situación de miles de porteros y conserjes de empresas multiservicio, para los que no existe un convenio colectivo. 

Interesados por las historias que contamos, siempre asociadas a Madrid y los madrileños de antaño, una incondicional seguidora nos preguntaba: “¿En qué año también se incorporaban las porteras?”. Lo hacía por conocer algo más sobre la historia de su familia, porque su abuela había conseguido el puesto de portera “allá por 1945/46, a los pocos años de enviudar y venir a Madrid con sus cinco hijos”. 

Pues bien, atendiendo a esta última, y en homenaje a las entrañables porteras de ayer y a las que hoy continúan ostentando ese puesto, os ofrecemos este nuevo artículo titulado… 

 


Dará razón la portera 
En los diarios noticiosos de principios del siglo XIX podían leerse anuncios que daban cuenta de una pérdida, del alquiler de un cuarto y algún que otro asunto. En todos los casos, darían razón el portero y/o la portera. En la mayoría de los casos, la portera era la esposa o la viuda del portero; en el primer caso, los dos servían a su patrón al precio de uno y, en ambos casos, lo hacían las 24 horas del día. 

El primer anuncio que encontramos en el que aparece una portera fue publicado en el Diario de Madrid del 1º de mayo de 1810. 


No debemos confundirlas con las muy antiguas porteras de los Conventos ni tampoco con las llamadas porteras de Damas, encargadas estas de guardar las puertas de las criadas de la reina, princesa e infantas; aunque también lo hacían en aristocráticos palacios. 

Era frecuente que las porteras de Damas aparecieran en los reclamos de la prensa, como el publicado en el Diario Noticioso del miércoles 10 de mayo de 1758: 
«En la calle del Sordo, casa del Herrero, al cuarto segundo, darán razón de una mujer de más de 40 años, que desea acomodarse por Ama de algún Señor Sacerdote, o en casa de poca familia, y en su defecto, para enfermera, o portera de Damas». 
De las porteras de Conventos traigo una de esas leyendas tomadas como hechos verdaderos y que venían a aleccionar a los parroquianos por si se les ocurría cometer acciones desagradables a los ojos de Dios. Los publicaba uno de los periódicos más importantes del siglo XVIII, El Censor, como crítica a la perjudicial superstición practicada por la iglesia católica. Aquí la prueba. 
 
 
Porteras del siglo XIX 
Volviendo a las porteras que nos interesan, recordamos a las del Madrid decimonónico y las casas en las que trabajaron. Lamentablemente, no conocemos sus nombres ni procedencia. 

Muchos encargos tenía la portera que hubo en la casa número 7 de la calle de Alcalá, encargada de atender los avisos de la casa aneja, antigua propiedad del marqués de Illescas, numerada con el 6 (frente a la Aduna). Disponía de las llaves de un “quarto” en alquiler en la segunda planta; de otro en el principal con 13 piezas, guardilla, sótano y fuente, además de una tienda con “quarto” bajo, entresuelo independiente y sótano. Daba razón de la venta de un carro con ruedas y tres guarniciones para mulas y el alquiler de una cuadra para cuatro caballos, con pajar, patio, quarto para el criado y un pozo. También de otra curiosa venta, una partitura original, traducida al español, de la opereta titulada El marido soltero, del maestro L. Breton. 

Como esta, otra de la calle San Miguel también estaba relacionada con familias aristocráticas; era la de la casa de la duquesa de Arion, señora que necesitaba a una mujer de buena educación para cuidar de una niña. Debía saber leer y escribir, coser y planchar a la perfección. Daba razón la portera. 

Sirviendo al duque de Abrantes, pero en el corralón que este tenía en la calle de la Greda, la portera daba razón de la venta de una berlina de cuatro ruedas para cuatro mulas y un coche de camino. Y la del marqués de Villena, casa que estaba frente al convento de San Martín, daba razón de la venta de un venado de dos años muy domesticado y del alquiler de una cuadra con tres pesebres y pajar o cuarto para el cochero. Esta misma portera también atendía otros encargos, como este:

Cumpliendo con estas y otras obligaciones hubo en la villa y corte muchas más, como las de las siguientes casas y calles. La lista corresponde a las porteras desde 1810 hasta 1840: 

La de la calle de San Bernardo, casa número 2, inmediata a la plaza de Santo Domingo; de la calle Cedaceros, esquina a la del Sordo; la de Caballero de Gracia, número 1, y la del número 11; de la casa del marqués de Perales, en la calle Magdalena; la de Bordadores, 5; la de la casa del conde de Ofalia, en la calle del Prado, frente a la del León; de la casa del marqués de Portazgo, en la calle de Atocha; en la casa llamada “del Patriarca” de la calle de la Inquisición; la de la portería del teatro del Príncipe y las del número 13 y 7 de la calle homónima; la de la casa del marqués de Casa-Sarria y conde de Guaqui, en la calle de Atocha; la de la calle de la Reina, 10; la de Leganitos, 4, frente a la fábrica de cerveza; la de la casa número 2 de la calle Carretas; la de la casa llamada de Toledo, en la Puerta de Moros; de la calle de San Agustín; de la carrera de San Gerónimo, 4; la de la casa del marqués de Bélgica, en Puerta Cerrada; la de la Cuesta de Santo Domingo, casa número 8; la que vivía en el patio de la casa 38 en la calle de Silva; la de la casa número 6 de la plazuela de Santa María; la de la casa de Balmaseda, en Atocha, 32; la de la fábrica de alfombras de la calle de la Reina (plazuela de Altamirano); la de las casas 16 y 18 de la calle Huertas; la de la casa número 8 de la calle San Martín; la de la calle de la Amnistía, esquina con la de Unión; la de la calle de la Flor, que vivía en la guardilla; , etc., etc. 

Como habéis podido apreciar, una portera vivía en el patio de una casa, seguramente en una pequeña casucha, y la otra en una estrecha, baja y húmeda guardilla. De la que vivía en un corralón y la de la fábrica, podemos imaginar en qué condiciones lo hacían. Quizás, aunque corresponda al siglo XX, esta noticia del diario valenciano El Pueblo sirva de ejemplo: 
 

Sería una exageración asegurar que la situación de los empleados de fincas urbanas de hoy es idéntica a la de sus iguales de los siglos XIX y principios del XX; sin embargo, en muchos aspectos existen similitudes, principalmente por la precariedad salarial a la que se han visto sometidos. 

No es una cuestión generalizada a nivel nacional, porque algunos Convenios de otras provincias se han actualizado acorde a su tiempo; no siendo el caso del de la Comunidad Autónoma de Madrid, obsoleto por falta de representación patronal y ausencia de un sindicato propio, desaparecidos hace ya tiempo. 
 

Portera automática 

Vienen a nuestra memoria las porteras (portières) del París decimonónico, encargadas de la apertura nocturna de la puerta del portal. 

La ausencia del sereno, quien en Madrid y otras ciudades de España acudía al golpe de palmas para abrir los portales, las parisinas disponían de una cuerda para esa función. Estaba situada en la portería y conectada con la puerta de acceso al edificio. Al tirar de ella se levantaba el cerrojo que mantenía la puerta atrancada y la abría; al cerrarse esta por su propio peso, la portera liberaba la cuerda y el cerrojo volvía a atrancarla. El mecanismo era sencillo, pero tediosa la vigilia.

Refiriéndonos a las vigilias, quizás podamos comprender que en los grabados antiguos las porteras aparezcan siempre leyendo un libro, un periódico o conversando con alguna criada; distracción nocturna para las que sabían leer y las que no.


Porteras del siglo XX 
La introducción a este capítulo viene de una columna del periódico Hoja Oficial del Lunes del 10 de mayo de 1982, correspondiente al número especial conmemorativo de la fiestas de San Isidro. Bajo el título de “Portera de carne y hueso”, recordaba la figura castiza de las porteras. 
«En esta pérdida de personajes de un Madrid que se fue, se encuentra la portera. La leyenda la sitúa a caballo entre la cotilla-fisgona y la bruja maledicente. Su labor residía en pasar por individuo de tercera categoría frente a los señores del principal o de los restantes pisos. Se sabía vida, costumbres y milagros de los vecinos, incluidos los trapichondeos que no tardaba en propalar cuando la propina era escasa o nula. Sin embrago, la “tradición oral" olvidó reflejar de este entrañable personaje su labor de prestadora de servicios, donde acudían irremediablemente todos los vecinos cuando algún problema nublaba su pacífica existencia. Hoy, los más jóvenes no saben de esa mujer, pues se encuentra sustituida por un artilugio mecánico, siempre estropeado [telefonillo], que no posee el gracejo castizo de nuestro personaje. 
Portera de día, portera de noche, sin horarios de ocho horas, sueldo base ni seguros sociales, esta esclava de señoras de poca monta desaparece en la niebla de un tiempo pasado». 
Aplíquese gran parte de este último párrafo a los empleados de fincas urbanas de hoy.
 
Desde la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX las porteras comienzan a tener protagonismo en los folletines, tanto en relatos de hechos conocidos o como personajes indispensables en tramas dramáticas, cómicas y también como figura predominante en muchos sainetes. Además, continuaban apareciendo en los anuncios de reclamos dando razón de unos u otros asuntos y, claro está, implicadas en hechos luctuosos, como el crimen de la calle Mayor del año 1900, por poner uno de los tantos ejemplos. 
Solamente en el primer año del siglo XX aparecen involucradas en casi un centenar de noticias de agresiones, robos, fallecimientos y asesinatos. 
 
A diferencia del siglo XIX, cuando los matrimonios trabajaban como porteros para un mismo patrón, las porteras que no eran viudas tenían maridos dedicados a otras profesiones, como las de sereno, albañil, mozo, cochero e incluso agentes del orden. También los había dedicados por completo a la cata de morapio en las más lúgubres tabernas. 
 
 
Reproducimos a continuación una tira cómica dibujada por Apeles Mestre que lleva por título "La venganza del portero". Apareció publicada en el Almanaque Sud-Americano para 1900, anuario que se conserva en los archivos de la Hemeroteca digital de la Biblioteca Nacional de España.





Como vemos, la familia estaba compuesta por la portera, el portero, una hija y el gato. La niña va a la escuela, lo que puede indicar que atienden la portería de una casa de vecindad. La madre se dedica a la limpieza y el padre, por su indumentaria, además de su tarea de vigilancia, parece dedicarse al mantenimiento de la finca.
 
De cuando las porteras estuvieron en peligro de extinción 
El Real Decreto de 24 de febrero de 1908 puso en peligro la figura de las porteras. En su artículo primero quedaba claramente expresada la prohibición de que las mujeres ejercieran el puesto de portera, salvo que tuvieran asignada esa función desde antes. 


Esto fue motivo de duras críticas, no sólo por la autoridad que se les daba a los porteros en vez de contratar más agentes u organizar mejor el servicio de vigilancia policial, sino también porque eran muchísimas las casas de vecindad madrileñas que preferían o ya disponían de porteras. 

Un periodista de El Correo español aseguraba que al menos las tres cuartas partes de las casas tenían portera y no portero, y añadía: «De manera que cuando acaben las actuales porteras (ya habrán pasado veinticinco o treinta años) sólo habrá porteros…». Se unieron a estas protestas otros muchos tabloides.
 
El Liberal del 25 de febrero de 1908 decía: 
 

Afortunadamente, porteras y porteros continuaron ejerciendo sus funciones con mayor o menor celo y hasta el momento de su jubilación o más. Las noticias de la época daban cuenta de los avatares de su trabajo y los saineteros, escritores y dibujantes, a su manera, rendían homenaje a estas y otras figuras urbanas tan pintorescas. 
 

Y si el ministro de la Cierva optaba por dar autoridad policial a los porteros y prescindía de las porteras, estas supieron demostrar su valía. Así quedaba plasmado en una noticia publicada el 14 de septiembre de 1908 en La Correspondencia de España:
 
 
Del Real Decreto se desprendía cierto grado de machismo al permitir que ocuparan el puesto los hijos de las porteras viudas o los sobrinos carnales de estas que vivieran en su compañía. Nada que asombrara a la sociedad de aquellos tiempos, ya que muchas de las porteras que continuaban trabajando fueron víctimas de violencia de género, ya fuera por sus propios maridos, algún allegado o los vecinos. Tal fue el caso de Marcelina Sánchez Nadal, portera de la casa número 26 de la avenida de la Plaza de Toros.
 


 
Ejemplos de casa habitación (Portería) 
No hablamos del siglo XIX sino del XX, cuando las casas habitadas por los porteros eran aún espacios infames ubicados en los sótanos, con tragaluces a ras del suelo; guardillas húmedas en invierno y soporíferas en verano, o habitáculos de mala muerte. 

Había excepciones, como las porterías de los hoteles u hotelitos particulares del Paseo de la Castellana. Ponemos como ejemplo la del número 12, que era un pequeño pabellón de dos plantas, compuesta la superior de un dormitorio y salita. Esta portería, al igual que otras similares, disponían de un botón de alarma que comunicaba con el hotel. 

En el fragmento del plano de planta de los Grandes Almacenes Sederías Carretas (1935) vemos la vivienda del portero, ubicada en la última planta del edificio. Disponía de dos habitaciones, cocina comedor y baño, además de dos terrazas. La sala de máquinas estaba pegada a la vivienda.


El concepto de portería fue cambiando con la creación de nuevos núcleos urbanos y la reedificación. La casa habitación comienza a entenderse como un elemento común privativo para uso del portero que debía cumplir con las normas básicas de habitabilidad; es decir, una casa dotada de los elementos y espacios necesarios para vivir con decoro. Así, las porterías comienzan a establecerse en la planta baja o en los áticos, aunque continuarán existiendo edificios decimonónicos en los que no se cumple con estas necesidades.

De las primeras noticias del siglo XX en las que podemos hacernos una idea de cómo eran, traemos la que da cuenta de un incendio en la casa número 3 de la calle de la Montera. Como veréis, se habla de cajón y de caseta, especie de chiscón que hacía de casa habitación. 


Aunque los ejemplos que veremos son lamentables, como nota curiosa os comentamos que en algunas casas nobles existía un “tubo acústico” que conectaba con la portería; primitivo intercomunicador de los que aún existen. 
 
Veamos cómo era la portería de un edificio de la calle de Toledo. 
«La casa número 18 de la calle de Toledo es una vieja finca de antiquísima construcción, cuyo portal estrecho lo hacen aún más angosto dos tiendas que se han aprovechado allí. A continuación, y en el fondo del obscuro, más bien que portal, pasadizo, existe un chiscón hecho con unas tablas, sin respiración alguna, que sirve de vivienda a la portera». 
Damos por hecho que en tan reducido espacio no existían retrete ni cocina y, de haberlos, estarían uno al lado del otro. 
 
En la calle de la Bolsa, número 3, la situación era similar. Una noticia sobre el estado de algunas viviendas daba cuenta de esta casa que llevaba sin revocar desde el año 1899. Ojo, que la información es del año 1934. Decía, además: 
«Del aspecto de la fachada, portal y escalera puede juzgar quien lo vea. La portera carece de retrete y está guisando en una especie de anafre». 
Y del mismo año esta otra noticia: 
«En la Tenencia de Alcaldía del distrito de Buenavista ha sido denunciada la casa número 63 de la calle de Diego de León. El fundamento de la denuncia es el mal estado en que se hallan los patios, la suciedad de la escalera, no pintada, sin duda, desde que se construyó la finca, y las pésimas condiciones de habitabilidad del cuarto que ocupa la portera». 
Las noticias son ciertas, pero si alguna duda queda, bastará con una imagen. 
 

La composición fotográfica muestra la pequeña habitación y el retrato de Petra Martín del Barrio, portera de la casa número 7 del pasaje Anastasio Aroca, en el barrio de Prosperidad. Petra, de setenta y siete años, había fallecido por inhalación de los gases provenientes de un brasero. Su hija, Juana Castaño Martín, de cuarenta y cinco años, estaba grave en el momento de ser encontradas por la Guardia civil. Infame espacio sin ventanas donde vivían madre e hija. 
 
Miseria, insalubridad, riesgos laborales y otros aspectos agravados por la falta de reconocimiento laboral de sus funciones. 
 
De personal de servicio doméstico a empleada de fincas urbanas  
No será hasta 1931 que se reconozcan las funciones de los porteros, pero considerándolas como trabajadores de servicio doméstico, tal y como lo establecía la Ley de Contrato de Trabajo de 22 de noviembre de 1931. Esta tipificación los alejaba del beneficio de la obligatoriedad de asegurar contra los riesgos de incapacidad absoluta o muerte establecidos en Ley de Accidentes de Trabajo de 8 de octubre de 1932. En esta Ley quedaba excluido el servicio doméstico, afectando no sólo a los porteros de fincas sino también a los de hoteles particulares. 
 
La Sociedad de Porteros de Madrid y su Contorno (de la que hablaremos en otro artículo) negociaba en 1932 las bases aprobadas por el Jurado mixto de Servicio de Higiene de Madrid. Se trataba de un primitivo convenio que regulaba las condiciones laborales de porteros y porteras, tanto de hoteles particulares como de casas de vecindad. 
De las 16 “bases” aprobadas, destacamos la número 11: 
«Base 11ª. En caso de enfermedad que no exceda de dos meses dentro del año, el propietario vendrá obligado a poner un substituto de su cuenta, siempre que las necesidades del servicio lo requieran y el propietario lo crea oportuno, sin descuento del sueldo del portero, y si la enfermedad excediera de dos meses, el substituto será de cuenta del propietario, quedando en este caso relevado de pagar al portero, bien entendido que al substituto únicamente tendrá obligación el propietario de abonarle el sueldo que disfrute el portero».

Ocurrió lo mismo en la Ley de Contrato de Trabajo de 26 de enero de 1944, por la que volvía a excluirse al servicio doméstico. Afortunadamente, existía un precedente jurídico que establecía la existencia de una relación contractual entre el portero y la propiedad donde ejercía sus funciones. (Art. 39 de la Sentencia del Tribunal Superior, de 15 de enero de 1941). 
 
La abuela de nuestra lectora, de quien dice haber conseguido el puesto de portera allá por 1945/46, se beneficiará de esta sentencia. Pero ella y todas las porteras (también los porteros, claro está) tuvieron que esperar hasta 1971 para ser reconocidos como Empleados de fincas urbanas, gracias a la aprobación de la Ordenanza Nacional de Trabajo para Empleados de Fincas Urbanas, de 20 de enero. 
 
Después llegará la Ordenanza de Trabajo de Empleados de Fincas Urbanas, aprobada el 13 de marzo de 1974. [Ver Orden de 13 de marzo de 1974 por la que se aprueba la Ordenanza de Trabajo de Empleados de Fincas Urbanas. - Boletín Oficial del Estado de 18-03-1974].  Esta se mantendrá en vigor hasta el 31 de diciembre de 1995. [Ver BOE» núm. 311, de 29 de diciembre de 1994, páginas 39154 a 39156].
 
 
La particular Alfonsa 
Don Pío Baroja escribió un relato titulado Verano de Madrid, publicado en el diario AHORA el 21 de julio de 1935. En él hace una descripción de los pintorescos vecinos que conforman el padrón de la casa, edificio de cuatro plantas—la última aguardillada—, con entresuelo y tres locales comerciales.
 
Nada se le escapa a Baroja sobre la personalidad y profesiones de cada uno de los habitantes, controlados todos por Alfonsa, la particular portera, de la que dice: 
«El cancerbero de la casa era la portera, la Alfonsa. Ella vigilaba, tomaba nota; no le pasaba nada por delante de los ojos sin que lo averiguase. Era un juez de Instrucción. Tenía un olfato de sabueso para descubrir los líos de la vecindad. El que iba a empeñar, el que iba a comer, el que preguntaba por el médico especialista, la muchacha del tercero o del cuarto que tenía mal aspecto, nadie pasaba sin dejar en la portería algo de su secreto. Al licenciado Latorre le protegía porque le consideraba como a un infeliz. Еl prestamista don Félix hablaba con ella y le daba propina; "Pastelillos" hacía lo mismo. La Pepa y sus hijas decían que la Alfonsa era una mujer de pronóstico reservado, de aviesas intenciones, capaz de jugar una mala pasada a cualquiera. Tenía odio a todos los que no se rendían a su poder. El marido de la Alfonsa, un cero a la izquierda, estaba empleado en unas dependencias del Ayuntamiento de Chamberí». 
En la siguiente fotografía, tomada en 1932 por el fotógrafo Liompart, podemos conocer a la portera de la corrala del número 8 de la plaza de Lavapiés, conocida como "el Cuartelillo". Aunque no conocemos su nombre, sabemos que había ingresado como portera en 1882. En el momento de ser retratada ya tenía más de setenta años. Toda una vida dedicada a sus vecinos.
 

 
 
El orden desordenado 
Muchas porteras aparecían en las noticias testificando en juicios muy sonados, como el crimen de la calle Fuencarral, el asesinato de la joven Hildegart (Carmen Rodríguez Carballeira) y, entre otros, el de la calle de Antonio Grilo; también, en algunos casos, como imputadas. 
 
De haber continuado en vigor la Ordenanza de 1908, para el portero Francisco Mondéjar y su esposa, Felisa Díaz, poner orden en la finca hubiera sido parte de su trabajo como vigilantes. 
El caso es que este matrimonio, porteros en el número 11 de la calle del Nuncio, se vieron envueltos en un desorden que los llevó a la cárcel y con costas. Así lo relataba el abogado y periodista Alfonso Senra para el diario de la noche La Nación, del 19 de junio de 1935. 
«TRIBUNAL DE URGENCIA – ATESTADO 
En la Sección primera, constituida en Tribunal de Urgencia, se celebró esta mañana la vista contra Francisco Mondéjar y su esposa Felisa Díaz, porteros de la casa número 11 de la calle del Nuncio. 
Ocurrió, al parecer el día 1º de junio actual que un individuo, estando embriagado, comenzó a promover escándalo a la puerta de uno de los cuartos en el que viven dos señoritas solas. Una de ellas llamó al portero en demanda de auxilio, mientras la portera requería la presencia de un guardia de Asalto, inquilino de la referida casa, quien se excusó de intervenir por no estar de servicio. Sobre esta respuesta promovióse discusión entre el guardia y la portera, resultando aquel con un arañazo en la cara y ésta con erosiones en diversas partes del cuerpo. Aunque no aparece clara la intervención del portero, también éste fue procesado, pidiendo para ambos la pena de tres años, cinco meses y un día de prisión por atentado a la autoridad. 
El defensor, el culto y experto abogado don José de Gregorio, niega que en aquel momento concurriese en el guardia la condición de autoridad, y, alternativamente, que se les considere autores de una falta leve de resistencia a la autoridad. 
El Tribunal dictó sentencia de conformidad con el señor Gregorio y condenó a los procesados a quince días de arresto y quince pesetas de indemnización. Como ya llevan en la prisión más tiempo del a que fueron condenados, el Tribunal los puso en libertad inmediatamente».

 

Después de la Guerra Civil
La posguerra trajo tiempos de hambruna. La necesidad llevaba a la desesperación y ésta a cometer robos. Esos y otros delitos ocurridos en los primeros años de la década de los 40 eran muy frecuentes en casas de vecindad donde no había portera ni portero, situación que llevó a demandar su presencia. 
De forma escalonada fueron apareciendo anuncios solicitando porteras, en algunos casos con la preferencia de que no tuvieran hijos pequeños. En los años 50 comenzaron a pedir, además, buenas referencias.
 
Fueron los tiempos en que las porteras, a las que se les atribuía desde siempre su fama de cotillas, pasaron a pertenecer al género radio parlante. Así, de forma jocosa, un columnista había escrito en 1944: 
 

 
Montepío de porteros 
Por orden ministerial de 15 de enero de 1949 se había creado el Montepío Nacional de Previsión Social de los Porteros de Fincas Urbanas. Esta entidad tenía por objeto el ejercicio de la previsión social, siendo su finalidad «la protección y ayuda a sus asociados y familiares contra circunstancias fortuitas y previsibles». 
 
En 1952 se modifican y se aprueban sus Estatutos por Orden ministerial del 12 de mayo. Los socios del Montepío tenían derechos a pensión de jubilación o invalidez; pensión o subsidio de viudedad; pensión de orfandad; asistencia sanitaria; auxilio por defunción; premios por casamiento y por natalidad. 
 
Los años cincuenta y sesenta 
Dicen que las historias se repiten, que todo es cíclico; afirmaciones que para Historia urbana de Madrid no dejan de ser ciertas. Muchas de las historias que contamos tienen la particularidad de asemejarse —en una u otra medida— a las circunstancias y hechos de la sociedad actual. 
 
En 1951 se contabilizaban en Madrid unos 26.000 porteros, siendo mayoritario el porcentaje de porteras. Los sueldos de entonces oscilaban entre las 60 y las 100 pesetas, llegando en algunos casos hasta las 300 pesetas. Aquel año solicitaban un aumento de sueldo, el pago del plus de carestía, “los puntos familiares” y los quinquenios. 
 
Por Orden del 8 de enero de 1954 se modifican las retribuciones de la Reglamentación de Trabajo de Porterías de Fincas Urbanas. 
 

El prototipo de portera anciana entrada en carnes o delgada y seca, con pocos estudios o ninguno, iba desapareciendo. Nuevas generaciones ocupaban sus puestos; entre ellas, mujeres jóvenes, señoras viudas, con estudios básicos algunas o bien preparadas otras. Un ejemplo de estas últimas era Carmen Varela, poeta y cantante. 
 

Como hemos visto, en el siglo XIX y, después, en los inicios del XX, las porteras ocuparon gran parte de las noticias de sucesos, y no fueron menos en las décadas de los 50 y 60. La sociedad estaba acostumbrada a verlas como complemento del paisaje urbano y en las columnas de los tabloides relatando sus aventuras y desventuras. 
 
Las heroicas; las avispadas; las maltratadas o asesinadas; las que ganaban la Lotería y las que robaban la mensualidad al casero; las dedicadas a hacer el bien y las que hacían lo contrario. Las que como Carmen Varela tenían capacidad suficiente para dedicarles media página en el periódico o aquellas que, como en la actualidad, tienen titulaciones universitarias y se dedican a tiempo completo a la noble profesión de portera o conserje. 
 
A muchas las hemos conocido en este resumido paseo por los primeros 150 años de historia que forman parte de un total de 212 años hasta la actualidad; cifra nada despreciable como muestra de la importancia de este gremio en la sociedad a través de los siglos. 
 
Notables progresos hubo en sus condiciones laborales, además del reconocimiento como Empleados de Fincas Urbanas, pero aún queda mucho camino por recorrer para que este gremio no desaparezca. Como explicamos al inicio de este artículo, en ello están, reivindicando sus necesidades más urgentes.
 



Finalizamos nuestro artículo con la voz de Celia Gámez, una de las principales representantes del género de la revista musical española, interpretando el tango "Portera". 
Para escucharlo, accede al archivo musical de la Biblioteca Digital Hispánica, de la Biblioteca Nacional de España, clicando sobre la fotografía de la artista.




 
Bibliografía y Cibergrafía
 
Fuentes consultadas:

ARROYO ABAD, Carlos. "La relación laboral del empleado de fincas urbanas". Anuario Jurídico y Económico Escurialense, XLII (2009) 99-116 / ISSN: 1133-3677

BOE (Boletín Oficial del Estado) GAZETA https://www.boe.es/diario_gazeta/
 
Biblioteca Nacional de Francia - GALLICA
 
Archivos municipales. Memoriademadrid.
 
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En todos los casos cítese la fuente: Valero García, E. (2021) "Los Porteros madrileños (II) Dará razón la portera (1810 - 1960)", en http://historia-urbana-madrid.blogspot.com.es/ ISSN 2444-1325

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Historia Urbana de Madrid
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