domingo, 21 de junio de 2020

Benito Pérez Galdós en el Día Mundial de la Música

En el cuarto principal de la calle de la Montera, 59, la afamada corsetera Carolina Wagner confeccionaba corsés para las damas de la alta sociedad madrileña desde 1852. Muy cerca de su taller, en la calle del Olivo, el joven periodista Benito Pérez Galdós dedicaba unas palabras a otro Wagner, al compositor.

Coincidiendo con el Día Mundial de la Música, que se celebra este 21 de junio, transcribimos dos textos de Benito Pérez Galdós. Recordemos que el novelista, además de melómano, tocaba el piano y el harmonium.




Durante su etapa como periodista y, tiempo después, como columnista para La Prensa, de Buenos Aires (Argentina), escribirá exquisitas críticas en las que se evidencian sus conocimientos sobre la música y su condición de cronista de cuanto acontecía en el panorama musical del Madrid decimonónico.


Una crítica a La marcha del Tannhäuser, de Wagner

La Nación, domingo 22 de junio de 1865

La banda militar ofrecía un concierto variado en el Teatro de Rossini de los Campos Elíseos. Días antes se había interpretado Il Profeta. Era costumbre que después de las funciones se lanzaran fuegos artificiales en la gran plaza.




Una débil lluvia caía desde hacía uno días sobre Madrid. A pesar de que en primavera los conciertos se celebraban al aire libre, la banda militar se vio obligada a hacerlo en el teatro. Así lo contaba el joven periodista:
Aquí pasamos unos días infernales; una lluvia menuda o impertinente cae desde hace cuatro días sobre Madrid, molestando a todo el mundo, impidiendo los paseos y ensuciando las calles. Los catarros están a la orden del día: este tiempo detestable desarrolla una infinidad de enfermedades, que apuran la paciencia del que las padece, y pone en tortura al que no es agraciado con una confortable biliosa o unas calenturas gástricas.
El último concierto estuvo desanimado; el frío de la noche impidió que pudiera hacerse al aire libre, y al trasladarse la orquesta al teatro se le quita a dicha función todo su carácter.
Los Campos Elíseos han perdido parte de su atractivo, a causa del mal estado del piso que las lluvias han hecho intransitable.

La banda militar tenía muy buena reputación y sus interpretaciones eran magistrales; nadie lo ponía en duda, ni el propio Galdós:
Nada diremos de la orquesta. Tocó como siempre; es decir, con una maestría, un aplomo y una precisión extraordinarias.

En los conciertos de esos días habían ejecutado las piezas que Galdós cita: «Las sinfonías de Robert Bruce, por Rossini; de Freitzchits, por Weber; y de La Mutta di Portici, por Auber; La Invitación al walls, de Weber; El Trenolo, de Strauss; El Tótico y el Tren express, de Musard; y la Marcha del Taunhanser, de Wagner».

De esta última hará una breve y humorística crítica:
La marcha de Wagner sorprendió por su gran originalidad y por el excesivo y molesto estrépito que produce en ella la instrumentación de metal. Esta música del porvenir será muy buena, pero preferimos la del presente, que no aturde tanto, ni produce dolores de cabeza. Si los músicos que han de venir siguen este camino, sucederá que encallecidas las orejas del auditorio con tan estrepitosa algarabía, necesitará una enorme dosis de ruido, y a las orquestas se añadirá con el tiempo un melodioso cañón de a ochenta.




En la columna Revista de Madrid del 8 de junio del mismo año, ya había dado su opinión sobre la «música del porvenir»:
No se crea que Guillermo Tell es una ópera concienzuda y profunda, en que la ciencia es todo y la inspiración escasa: no. Esta obra está escrita con la misma espontaneidad que el Barbero de Sevilla. Hay ciencia, pero esta ciencia está al servicio de la creación simple; la adorna, no la oscurece, es lo accidental y no lo esencial, como sucede en la música llamada impropiamente del porvenir, en esa música jeroglífica que Wagner y Berlioz presentan al auditorio a manera de enigma o problema, cuyo mérito consiste en no ser descifrado.

Pero el joven periodista no era el único que criticaba la obra de Wagner. El mismo día 22, en la columna Correspondencia de el diario El Contemporáneo se transcribía lo que había dicho un escritor alemán:
Ricardo Wagner acaba de tomar en Munich una revancha del ruidoso fiasco del Taunhauser en la Opera de París. Su ópera Tristan é Isault ha obtenido un éxito completo. El joven rey de Baviera aplaudía con entusiasmo, dice un testigo presencial. Pero Wagner no por eso deja de conservar en Alemania obstinados detractores; he aquí lo que dice un escritor alemán respecto a la impresión que ha esperimentado:
«Para juzgar mejor el efecto cerré los ojos durante una escena del segundo acto. De repente me pareció oír el ruido de un regimiento de caballería al galope, que cayese sobre un centenar de mujeres indefensas; una espantosa confusión de gritos, truenos y cañones. Abrí los ojos y ¿qué era todo aquello? un suspiro de Isault.»


Conciertos en Madrid

La Prensa, miércoles 3 de marzo de 1886

Habían pasado casi 21 años desde la crítica a Wagner y la música del porvenir. Una nueva primavera estaba a punto de llegar y con ella los espectáculos al aire libre y los alegres carteles de circos y teatros de verano.
Madrid vivía bajo la regencia de María Cristina de Habsburgo; a un mes de la celebración de Elecciones generales, y a escasos dos meses y medio del nacimiento de Alfonso XIII. A esto sumemos la elección de Galdós como diputado por el distrito de Guayama (Puerto Rico) el 5 de mayo de 1886. Jurará o prometerá su cargo el 11 de junio.
En aquel ambiente de Restauración daba conciertos el violinista Pablo Sarasate. Lo hacía en el Circo de Rivas, acompañado por la orquesta de la Sociedad de Conciertos.
El violín no es ya para Sarasate un instrumento, es un órgano, un sentido, algo que tiene su propia carne y sus propios nervios, y puede traducir al exterior su propia alma; lo que más sorprende y cautiva en él es cómo saca de aquellas cuerdas los sonidos, más dulces, claros y transparentes, digámoslo así, que se pueden oír.
La pureza de su estilo es tal que no hay palabras, con que ponderarla. La misma voz humana en su expresión más perfecta, resulta bronca y desapacible comparada con aquellos acentos verdaderamente celestiales. Juntamente con este don, posee el de una ejecución que parece imposible.

Añadía Galdós:
El domingo último dió su primer concierto de los tres anunciados, en el Circo de Rivas, acompañado por la magnífica orquesta de la «Sociedad de Conciertos», que hace veinte años viene ejecutando allí todas las primaveras la música sinfónica del repertorio clásico. Las apreturas eran tan grandes en el teatro, que el público sobrante se situaba en las escaleras y se estacionaba en las puertas. Era uno de esos llenos que espantan; pero que hacen estremecerse de satisfacción a los empresarios. Sarasate tocó un gran concierto de Beethoven y otro de Mendelsohn.

Antes de comenzar la transcripción de la segunda parte de su columna para la prensa argentina, damos unas breves pinceladas históricas sobre la Sociedad de Conciertos y el Teatro de Rivas.

Sociedad de Conciertos
Galdós indica que la orquesta llevaba veinte años realizando conciertos. No se equivoca; sin embargo, hay que puntualizar que la Sociedad fue fundada aquel año de 1886, tal como se hace referencia en el libro Benito Pérez Galdós. La figura del realismo español:
«… en 1886, los compositores Barbieri, Gaztambide y Chueca fundarán la Sociedad de Conciertos de Madrid, renovada orquesta que absorberá a la antigua Sociedad Artístico Musical de Socorros Mutuos (1860-1866). La nueva Sociedad, de régimen cooperativo, será la primera orquesta sinfónica de España. En 1903, muchos de sus integrantes fundarán la Orquesta Sinfónica de Madrid». [1]

Circo de Rivas
Era el circo de los varios nombres. Había sido construido por el empresario Simón Rivas, de ahí su primitivo nombre. Estaba situado en el Paseo de Recoletos, entre la calle de Bárbara de Braganza y la plaza de Colón, muy cerca del de Price.
Se le bautizó como del Príncipe Alfonso en honor del que sería Alfonso XII y en 1870 pasará a llamarse Teatro Circo de Madrid, pero muchos lo seguirán llamando del Príncipe Alfonso.
Decía Pedro de Répide
«Era el Príncipe Alfonso, que empezó siendo circo, construido por don Simón de las Rivas, y con cuyo apellido hubo de ser conocido primitivamente. El Teatro del Príncipe Alfonso tuvo la importancia musical de las audiciones de la Sociedad de Conciertos, bajo la dirección de Mancinelli, de Bretón y de Jiménez, y era otro escenario de ópera, en el cual hubo estrenos considerables, como el de La Bohéme, de Puccini, que por cierto no gustó al ser oída como novedad».

De la recopilación de artículos para La Prensa realizados por Alberto Ghiraldo, ofrecemos un fragmento del titulado La Música. Corresponde a Arte y crítica, segundo volumen de Benito Pérez Galdós. Obras inéditas (1923).


LA MÚSICA
II
Esta es la época de los grandes conciertos. Ya la ópera, al comenzar marzo, principia a decaer. Es diversión de invierno, y le dan abrigo y vida las condiciones arquitectónicas del teatro Real, que tiene algo de estufa.
En cambio, los conciertos clásicos respectivos, celebrados en local ancho, ventilado y sin gas, son flor y fruta de primavera. Atraen mucha gente, y los melómanos, que aquí abundan tanto, hallan en ellos inefables goces. Veinte o más años lleva de existencia la «Sociedad de Conciertos», y cada vez es más robusta su existencia. Compónese de músicos de primer orden, de lo más granado en el arte, y está constituida como una sociedad industrial, de modo que los grandes beneficios que obtiene se distribuyen a prorata entre los socios y no van a pasar al profano bolsillo de un empresario. Admirable muestra del espíritu de asociación, la «Sociedad de Conciertos» rinde culto al Arte en la forma más propia. Allí el trabajo y la destreza artística tienen galardón cumplido.
Gracias a ella nos hemos ido familiarizando con todo el repertorio clásico de música sinfónica hasta tal punto, que bien podemos jactarnos de conocer a Beethoven casi lo mismo que se le conoce en Viena.
La ejecución es admirable, cuidadosa, perfecta. Desde que la «Sociedad» inició sus trabajos dando a conocer la gran «Sinfonía Pastoral» hasta el año último, en que se tocó por primera vez la «Novena Sinfonía» con casi toda la vasta creación del más insigne de los compositores orquestales, todo lo ha interpretado de un modo magistral. No sólo hemos conocido las grandes obras sinfónicas, sino las sinfonías de óperas que no se cantan y los trozos más notables del «Egmont» y el «Prometeo».
El maestro Barbieri fue el iniciador de esta Sociedad y el que dirigió los primeros conciertos clásicos. A él se debe sin duda la introducción en España de este arte admirable, no igualado por nadie ni en ninguna parte desde que feneció el más moderno de los maestros alemanes: Mendelsohn. A los pocos años púsose al frente de la Sociedad el célebre Monasterio, después la dirigió el maestro Vázquez, y en la actualidad, la batuta está en manos del maestro Bretón, compositor joven y de mucho aliento, recientemente pensionado por nuestro Gobierno en Roma y Viena.
El repertorio de estas escogidas solemnidades es puramente clásico. Lo constituyen, en primer lugar, la trinidad que podríamos llamar «santísima», de la religión musical: Haydn, Mozart y Beethoven. Siguen tras estos dioses los insignes patriarcas y ángeles mayores: Weber, Mendelsohn, Schumann, Schubert, y los profesores Cherubini, Glucks y Handel.
Se admiten también obras de compositores modernos, del género sinfónico, y en tal concepto Meyerbeer, Wagner, Litz, Berlioz, Joumod, David y aún el mismo Souppé suelen sentarse a la mesa sagrada.
Me recuerdo como si fuese ayer del primer concierto dado por la «Sociedad», el cual fue como una revelación para nosotros; mostrábanos un mundo nuevo, lleno de encantos y de purísimos deleites.
Oímos entonces por vez primera la «Sinfonía Pastoral», la del «Canto Magio», de Mozart, un andante con variaciones de Haydn, el allegretto scherzando de Beethoven, la marcha de «Tananhausser», de Wagner.
Algunas de estas extraordinarias piezas se han hecho después casi populares entre nosotros. Tras la «Pastoral» conocimos la «Heroica», y todas las que componen la inmortal corona de aquel músico sin par.
El «Septeto», que siempre se toca entre tempestades de entusiasmo, se nos reveló bastante más tarde.
De Mendelsohn hemos oído hasta la saciedad «El sueño de una noche de verano» y las tres magistrales oberturas de Weber, a saber: «Freychutz», «Oberon» y «Euriavthe» han llegado a sernos familiares.
Las «Siete Palabras» y algunos trozos de los «Oratorios», de Haydn, han sido engarzados en estas coronas de admirables joyas. Mozart ha llevado a ellos sus andantes dulcísimos; Listz, su impetuosa inspiración; Gluks, su severa poesía, descollando siempre, a juicio mío, Beethoven, conjunto asombroso de todas las cualidades, el numen más robusto, más original, más vario, más atrevido, más patético que Euterpe ha echado al mundo. Lo tengo por el más grande de todos los músicos, y sus obras me parecen la cantera de donde manos hábiles han extraído todas las óperas que se han compuesto en lo que va de siglo. Él trabajó para los demás y creó el arte de sus sucesores. Elevando la sinfonía a un mayor esplendor y dándole todo el desarrollo posible, dejó en ella los gérmenes de la composición dramática en todos sus matices. Su gran «Septeto», adaptado a orquesta por Monasterio, es, a mi parecer, la cúspide de la inspiración musical y el punto más alto a que puede llegar entre los humanos la interpretación o la adivinación de lo divino.
En estos conciertos hemos conocido también las piezas sinfónicas de Meyerbeer, escritas en ese estilo vigoroso, dramático que le caracteriza. La obertura de «Strnensés», que algunos llaman «La reina de las Sinfonías», y además la «Polonesa» y los «Intermedios» apenas se tocan ya, porque se han oído demasiado, si bien estas cosas no envejecen nunca. Lo mismo pasa en las marchas de «Schiller» y «De las Antorchas».
La «Rapsodia húngara», de Listz, arrebató hace años. Ya se toca rara vez. No pasa esto con la sinfonía «Pastoral» y el «Septeto», de Beethoven, que se han de ejecutar todos los años, so pena de que la «Sociedad» incurra en las iras del público. El tan discutido Wagner ha dado muchos triunfos a nuestros concertistas. «Tannhausser», «Lohengrin» y los «Nibelungos» han tenido ecos grandiosos. Es un lindo atleta que sorprende con su esfuerzo muscular.
Se le ve levantando montañas y venciendo dificultades que anonadan. De tiempo en tiempo, para refrescar los ánimos, «La Sociedad» vuelve los ojos a las puertas del Arte y pone sobre los atriles al paternal, bondadoso y afabilísimo Haydn.
Es éste un señor muy bueno, tranquilo, discreto cual ninguno; que jamás se propasa, que dice las cosas claras, limpias, ingeniosas y sin malicia. Se está viendo, al oirle, la peluca con rizos que no se descompone nunca. Su estilo es cortesano, natural, gracioso y lleno de urbanidades. Parece que está saludando siempre. En Mozart se halla inspiración más alta y no menos elegancia que en el viejo Haydn.
Es patético, de una variedad inagotable, de infinitos recursos, dulce y apasionado, reformador y castizo a la vez. Luego viene el gigante, el que con su inspiración indómita trastorna todo el edificio musical y vuelve lo de arriba abajo, el gran reformador, el que contraviene las reglas viejas y las hace a su gusto cuando quiere, el que sabe sacar de los instrumentos todos, absolutamente todos, los acentos de las pasiones humanas, desde la alegría loca al furor demente, el que interpreta el cielo y la tierra, imitando ayes de dolor humano y de éxtasis que apenas tienen una cláusula con que expresarse. Tal es Beethoven, temperamento rudo y despótico, el más grande de los músicos y el primero de los sordos célebres, pues sin oído oyó cuanto se puede oír y supo transmitir al pentagrama todo ideal que es posible concebir por medio del sonido.
«La Sociedad de Conciertos», deseando alentar a los músicos españoles que no han tenido miedo a las numerosas dificultades del arte sinfónico, nos ha dado a conocer felices ensayos de los maestros Marqués, Chapí, Espadeso, Monasterio, Bretón, Valle y de otros, obras estimables que merecen sinceros elogios. «La Sinfonía Ménica», de Chapí, es digna de una corona. Esta y alguna pieza del maestro Marqués han sido aplaudidas en Munich y Viena.
Este año los conciertos están, como siempre, concurridísimos. Los afortunados empresarios, que son los mismos músicos, no tienen que caldearse la cabeza por discurrir la manera de atraer gente. El público se disputa siempre las localidades, y hay que andar a veces a tropezones para adquirirlas. La ejecución de las piezas es perfecta hoy como el año pasado y todos los años. He aquí un modelo de empresas.
Los músicos hacen maravillas por la cuenta que les tiene. El público los favorece, los acaricia, y la única majadería que se permite ante ellos es hacerles repetir las piezas que más le agradan.
Feliz arte, felices empresarios y felices dilettantis, de cuya concordia y armonía resulta una serie de festividades que tengo por la mejor prueba de cultura del Madrid moderno y que deben perpetuarse por los años de los años, sin que el tedio las enfríe ni las revoluciones las interrumpan.
Benito Pérez Galdós. Madrid, 3 de marzo de 1886


Finalizamos este homenaje al Día Mundial de la Música, y en memoria de Benito Pérez Galdós, con el cortometraje  «José Fraguas interpreta a Pablo Sarasate» (Arantxa Aguirre, 2017).






Dedico este artículo al excelso violinista José Fraguas.

Eduardo Valero García
Madrid, 20 de junio de 2020



Bibliografía y Cibergrafía

[1] VALERO GARCÍA, Eduardo, 2019. Benito Pérez Galdós. La figura del realismo español. Valencia: Editorial Sargantana, p. 223. ISBN: 978-84-17731-36-6 https://www.benitopérezgaldós.com/

Todo el contenido de la publicación está basado en información de prensa de la época y documentos de propiedad del autor-editor.

Todo el contenido de Historia urbana de Madrid está protegido por:






En todos los casos cítese la fuente: Valero García, E. (2020) "Benito Pérez Galdós en el Día Mundial de la Música", en http://historia-urbana-madrid.blogspot.com.es/ ISSN 2444-1325

o siga las instrucciones en Uso de Contenido.

[VER: "Uso del Contenido"]


• Citas de noticias de periódicos y otras obras, en la publicación.
• En todas las citas se ha conservado la ortografía original.
• De las imágenes:
Muchas de las fotografías y otras imágenes contenidas en los artículos son de dominio público y correspondientes a los archivos de la Biblioteca Nacional de España, Ministerio de Cultura, Archivos municipales y otras bibliotecas y archivos extranjeros. En varios casos corresponden a los archivos personales del autor-editor de Historia Urbana de Madrid.

La inclusión de la leyenda "Archivo HUM", y otros datos, identifican las imágenes como fruto de las investigaciones y recopilaciones realizadas para los contenidos de Historia Urbana de Madrid, salvaguardando así ese trabajo y su difusión en la red.
Ha sido necesario incorporar estos datos para evitar el abuso de copia de contenido sin citar las fuentes de origen de consulta.



© 2020 Eduardo Valero García - HUM 020-013 MADGALDÓS
Historia Urbana de Madrid
ISSN 2444-1325

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¡Muchas gracias por tu visita! En cuanto pueda contestaré a tu comentario. Saludos!