sábado, 21 de marzo de 2020

Corona y Virus (Parte I): Un episodio musical del Cólera. Galdós, 1865.

Corona y Virus. Un episodio musical del cólera. Galdós, 1865 se centra en los principales episodios ocurridos aquel año y de los que Benito Pérez Galdós fue protagonista y cronista. El juego de palabras Corona y Virus, asociado a la preocupante situación producida por el Covid-19, más conocido por el nombre de Coronavirus, no es un “meme” más de los que frivolizan sobre esta pandemia, sino el recuerdo de los momentos históricos narrados por el novelista.




Es nuestra intención unirnos a las tantas iniciativas que procuran darnos entretenimiento y bienestar mientras nos mantenemos confinados en nuestras casas. Lo hacemos llevando a los hogares la voz de Galdós a través de sus textos.
La sección Lectura en Casa con Galdós pretende cumplir con ese objetivo, ofreciendo al lector una visión de Madrid en la época del escritor y la relación con lo que narra, sean estas de su etapa periodística o como novelista, o con la combinación de ambas.

Esta primera parte de Corona y Virus os sorprenderá por las similitudes que presenta con la actualidad.


Corona y Virus
PRIMERA PARTE
Un episodio musical del cólera. Galdós, 1865


I
Madrid, 1865

El año de 1865 comenzaba bien para Benito Pérez Galdós. El 3 de febrero se publicaba su primer artículo en el diario progresista La Nación. Poco más tarde, a finales del mismo mes aparece en La América el artículo «¿De quién es el Patrimonio Real?» y en La Democracia el titulado «El Rasgo», ambos de Emilio Castelar.

Si para Madrid y España entera aun resonaban los ecos de miserias anteriores, pocas cosas buenas ofrecería el año de 1865. Entre ellas, las malas artes de la corona y la llegada del cólera-morbo asiático. Para la primera se buscó antídoto en 1868 y la segunda acabo con solemnes y purificadores Te-Deum, anunciados con repique general de campanas y cohetes.

Por Dios, año, que no vuelva
el Cólera por aquí,
que creo que ya en el mundo
sobran modos de morir… [1]




El 20 de noviembre acababa Benito Pérez Galdós su artículo Una industria que vive de la muerte; episodio musical del cólera, publicado en La Nación los días 2 y 6 de diciembre. El último día del año, como resumen de todo lo acontecido, se publicaba otro de sus excelentes artículos que estará presente en la segunda parte de este trabajo.

En esos tiempos el joven periodista vivía en la pensión de la calle del Olivo, 9 (actual Mesonero Romanos), muy cercana a la Puerta del Sol. En el piso cuarto del desaparecido edificio había vivido el doctor José Negro y García, uno de los tantos profesionales de la medicina que arriesgaron su vida atendiendo a los enfermos afectados por el cólera. Sea esta mención un homenaje al personal sanitario que hoy actúa en los hospitales de España.

Además del citado artículo, se insertan fragmentos de otros escritos por Galdós para La Nación en 1865 y que están relacionados con el desarrollo de los acontecimientos que narramos.



II
Corona
«La crisis financiera, la bancarrota de un Gobierno tiene una grandeza que no se advierte en la bancarrota individual: es la sublimidad del desfalco, el trueno reducido a su más augusta expresión». [La Nación, 8 de enero de 1865]
El reinado de Isabel II se encontraba en el pico más alto de su abrupta caída. Continuaba en el desgobierno el duque de Valencia, Ramón María Narváez y Campos, quien era sustituido en junio por el duque de Tetuán, Leopoldo O’Donnell y Jori. Este cambio de Gobierno venía dado por una serie de acontecimientos, entre ellos, la trágica Noche de San Daniel.

Mal andaba la Hacienda española y descalabrados los Bancos. La desamortización de los bienes del Patrimonio era una solución para campear la crisis financiera. Esa solución llegará con la enajenación de bienes del Patrimonio Real.
«La desamortización de los bienes del Patrimonio salvará al país. Esta idea feliz, que a nadie se le había ocurrido y que indica la gran iniciativa del Gobierno, da al mismo tiempo indicios de que su dignidad le permite retirar hoy lo que presentó ayer; adoptar por la noche lo que por la mañana creyó absurdo; de que en un fracaso de tal naturaleza, un contratiempo de tan poca monta, no le impide continuar en candelero para felicidad de España». [La Nación, 23 de febrero de 1865]

Felicidad que en poco tiempo marcaría los más tristes destinos de Isabel II, porque si el erario ingresaba una sustanciosa cantidad, la reina se embolsaba el 25%, muy a pesar del informe de la Real Academia de Jurisprudencia sobre que el Patrimonio Real no era un bien privativo de la Soberana.
Aun así, parte de la prensa y los allegados a la corona alabaron este noble rasgo de la Corona, y algunos lo imitaron, como fue el caso de los capellanes de honor, el Patriarca de Las Indias y el arzobispo Antonio Claret, quienes, «conmovidos por el rasgo de inmensa generosidad de S.M.», acordaron donar la mitad de sus haberes en pro del tesoro.

Como ejemplo de elogios hacia Isabel II, estas palabras de El Cascabel: «S. M. la Reina ha dado una alta significativa prueba de la hidalguía de su carácter y de sus generosos sentimientos, cediendo en favor del Estado, y con objeto de contribuir a conjurar la crisis que atravesamos, gran parte de su patrimonio. Este hecho no necesita encarecimientos, y la nación apreciará en todo lo que vale el rasgo de S. M. la Reina».

Como hemos comentado, Emilio Castelar utilizará el “noble rasgo” como bandera y título de sus duras críticas a Isabel II en La América y en La Democracia. Recogemos fragmentos de estos artículos.

¿De quién es el Patrimonio Real?
No podemos comprender como se dice en este momento que la reina cede generosamente al país su propio patrimonio. No. El patrimonio real es del país, es de la nación. La casa real devuelve al país una propiedad que es del país, y que por los desórdenes de los tiempos, y por la incuria de los gobiernos y de las Cortes, se hallaba en sus manos. Es más: de esa inmensa masa de bienes, la casa real se reserva doscientos millones; se reserva un 25 por 100, á que en sentir del Consejo de Castilla, de las Cortes de Cádiz y del mismo rey D. Fernando VII, no tiene ningún derecho. La casa real, de estos doscientos millones empleados en papel de la Deuda pública, recibe un interés que nunca pudo recabar de los bienes patrimoniales.
Poniendo, pues, las cosas en su punto, por amor á la verdad, superior á todos; por amor á la ley, á que debemos acatamiento; por amor al país, cuyos intereses y derechos son lo primero, porque solo él es inmortal; por amor á todo lo que hay de santo, no desconozcamos los intereses públicos hasta el punto de hollarlos. La reina, pues, debe agradecer al país esos doscientos millones que generosamente le regala, y con los cuales puede constituir una renta muy superior á los mezquinos intereses que le redituaba su mal administrado patrimonio. Cuenta que nosotros no nos dirigimos personalmente á la reina; nos dirigimos al presidente del Consejo de ministros, al administrador de la real casa, al diputado señor Gisbert, á los que están en el deber imprescindible de responder de esto ante el país, ante la posteridad, ante las leyes.


El Rasgo
Los bienes que se reserva el Patrimonio son inmensos: el veinticinco por ciento, desproporcionado; la Comisión que ha de hacer las divisiones y el deslinde de las tierras, tan tarda como las que deslindan de los bienes del Clero; y en último resultado, lo que reste del botín que acapara sin derecho el Patrimonio vendrá a engordar a una docena de traficantes, de usureros, en vez de ceder en beneficio del pueblo. Véase, pues, si tenemos razón; véase si tenemos derechos para protestar contra ese proyecto de Ley, que, desde el punto de vista político, es un engaño; desde el punto de vista legal, un gran desacato a la ley; desde el punto de vista popular, una amenaza a los intereses del pueblo, y desde todos los puntos de vista uno de esos amaños de que el partido moderado se vale para sostenerse en un Poder que la voluntad de la nación rechaza; que la conciencia de la nación maldice.

Por estas declaraciones el Gobierno ordenó al rector de la Universidad Central, Sr. Juan Manuel Montalbán, la destitución del catedrático Emilio Castelar. Al negarse, fue separado de su cargo y puesto en su lugar al marqués de Zafra.
Hubo destituciones, dimisiones y una serenata de desagravio de los estudiantes a su rector, celebrada el 8 de abril a pesar de su prohibición. La serenata fue disuelta por las fuerzas del orden y en la huida los manifestantes se dirigieron hacia la Puerta del Sol, donde la represión fue mayor, con muertos, heridos y detenciones.
El 10 de abril tomaba posesión de su cargo el nuevo rector y comenzaban los disturbios en el propio paraninfo de la Universidad. Los estudiantes, apoyados por obreros y los partidos Demócrata y Progresista, se manifestaron por la tarde en la Puerta del Sol. La Guardia Civil y unidades de infantería y caballería cargaron contra los manifestantes, repitiéndose la sangrienta escena.

En el periódico político satírico Gil Blas del 15 de abril, Eusebio Blasco retrató con su humor tan fino algunas escenas de esos días.

Cuando gritaba Narváez
con voz estridente: - ¡Fuego!
decía González Bravo:
- ¡Soltad las mangas de riego!

---

Una portera. - Ya se armó, Dios mío, ya se armó, y yo no lo encuentro ¿Dónde se habrá metido? ¿Estará por aquí? (Alzando la voz) ¡Herodes! ¡¡Herodes!!
Un guardia. - La voy a partir a Vd., si vuelve a insultar al general.
La portera. - ¡Virgen María! ¿Pues yo que he dicho?
El guardia. - Le está Vd. llamando Herodes.
La portera. - Hombre de Dios, si busco al gato (Alzando la voz) ¡Herodes! ¡Mis, mis!...

---

- ¿Estuvo Vd. en la serenata la otra noche?
- ¿Qué serenata?
- La que dieron los estudiantes al Sr. Montalvan.
- Hombre, sí.
- ¿Y qué tal? ¿le gustó a Vd.?
- Qué me había de gustar, si todo era música de Verdi… Trompetazo limpio.

---

- A mí me dieron un linternazo en las costillas.
- Y a mí una cuchillada en el sombrero.
- ¿Qué hacías tú?
- Nada. Aumentar la renta pública, fumándome un coracero del estanco.
- Para que veas, ¡si no puede uno proteger al gobierno!

Esta última humorada de Bravo habla del engorde de la renta con el impuesto del tabaco. Galdós, cuando hace referencia al anticipo forzoso que Hacienda pretendía imponer para salvar la situación del país, dice del tabaco en su artículo del 23 de febrero:
Pero cuando ya Madrid se disponía a echar mano a la tranca y parapetarse tras de la puerta con intención de quebrantar los huesos al primero que se apareciese armado de cédula hipotecaria, he aquí que la Hacienda cae de su burro y comprende que no está el país en disposición de aflojar su peculio, por más que los españoles se fumen al año la friolera de cuatrocientos millones, convertidos en esas sabrosas tagarninas que nos proporcionan los estancos.

El proyecto de ley de anticipo forzoso, presentado en el Congreso por el ministro de Hacienda, consistía en un anticipo reintegrable de 600 millones en billetes hipotecarios de a 2000 reales, con un interés del 6%, o cartas de pago a favor de los que pagaban menos de 2000 rs. de contribución. Esos billetes y cartas podrían venderse en la plaza, con el riesgo de ver disminuidas las cantidades aportadas.

Publicaba Gil Blas unos versos de M. del Palacio que llevaban por título Conjugación de un verbo. Este es el de la primera persona del singular del verbo anticipar:

Yo me anticipo…

Yo me anticipo a decir,
pues la ocasión se presenta,
que lo que el gobierno intenta
no lo puede conseguir.
Que al freír será el reír,
y si se obstina en cobrar,
tendrá mucho que llorar
y no pocas desazones,
por más de cuatro razones
que no quiero anticipar.

Para esto del anticipo, Galdós también tuvo unas palabras muy ilustrativas:
La felicidad que gozan nuestros hermanos de provincias hace resaltar la consternación que ha reinado en la Corte. ¿Y todo por qué? ¿Por qué ha tocado a rebato las cien campanas de la opinión pública? Porque la Hacienda, empobrecida y adeudada, resolvió convertirse en bandolero y tocar, trabuco en mano, a la puerta de cada quisque, atacando a su bolsillo con la inocente frase «la bolsa o la vida».

Aquella idea no prosperó y dio paso al tan aplaudido y criticado rasgo de la Soberana.


- ¡Lucía! no sé lo que ha pasado, pero se concluyó el eclipse. -
Y ello era cierto: yo veía interpuesto el cometa Barzanallana*, y la
parte eclipsada del sol era de 0,600, tomando por unidad el diámetro del anticipo.
- Se habrá roto la cuerda…
- No seas idiota, Lucía. ¿Me querrás hacer creer que era una
cometa de papel hecha con billetes hipotecarios?
- No, hombre; sino que la cuerda se habrá roto por lo más delgado;
es decir: que el sol, como es el presidente de los planetas, ha
podido más. Eso debe ser, porque tiene la lengua fuera.

* Manuel García Barzanallana era ministro de Hacienda en aquel momento.

También mencionaba Eusebio Bravo el linternazo que se llevó un paisano en las costillas. Galdós lo recordará cuarenta y nueve años después en sus Memorias de un desmemoriado:
… presencié, confundido con la turba estudiantil, el escandaloso motín de la noche de San Daniel -10 de abril del 65-, y en la Puerta del Sol me alcanzaron algunos linternazos de la Guardia Veterana…

DURAND, Godefroy. Grabado: Madrid.– Aspect de la Puerta del Sol pendant les troubles suscités par les étudiants dans la soirée du 11 avril. Le Monde Illustré (Año IX, núm. 419) 22 de abril de 1865. En portada.
Colección: Eduardo Valero García


La Puerta del Sol había sido escenario de la primera manifestación estudiantil y muestra de la represión de aquellos gobiernos acostumbrados a las batallas, a las restricciones y a la censura. Históricamente conocidos como La noche de San Daniel, la prensa ofreció una crónica de los sucesos; unos a favor y otros en contra; con detalles más o menos ciertos dependiendo de la ideología.
Rescatamos el relato ofrecido por La Correspondencia de España del 11 de abril (segunda edición).



Cuando Galdós presenta a Juanito Santa Cruz al inicio de Fortunata y Jacinta (dos historias de casadas), hace referencia a los sucesos del 10 de abril:
Todos ellos, a excepción de Miquis que se murió en el 64 soñando con la gloria de Schiller, metieron infernal bulla en el célebre alboroto de la noche de San Daniel. Hasta el formalito Zalamero se descompuso en aquella ruidosa ocasión, dando pitidos y chillando como un salvaje, con lo cual se ganó dos bofetadas de un guardia veterano, sin más consecuencias. Pero Villalonga y Santa Cruz lo pasaron peor, porque el primero recibió un sablazo en el hombro que le tuvo derrengado por espacio de dos meses largos, y el segundo fue cogido junto a la esquina del Teatro Real y llevado a la prevención en una cuerda de presos, compuesta de varios estudiantes decentes y algunos pilluelos de muy mal pelaje. A la sombra me lo tuvieron veinte y tantas horas, y aún durara más su cautiverio, si de él no le sacara el día 11 su papá, sujeto respetabilísimo y muy bien relacionado.
¡Ay!, el susto que se llevaron D. Baldomero Santa Cruz y Barbarita no es para contado. ¡Qué noche de angustia la del 10 al 11!



El periódico El Tiempo decía que la reina no había salido de palacio y que lloraba «amargamente el derramamiento de sangre, y es natural que se halle tristemente afectada con las deplorables ocurrencias que han producido tan honda sensación en todos los ánimos».

Por otra parte, la salida del Gabinete de Narváez creaba una gran cifra de cesantes, mientras que nuevos empleados ocupaban los Ministerios de O’Donnell. Para El Cascabel esto era un virus tan trascendental como el cólera-morbo y denominaba «empleomanía» a ese vicio «que es la única virtud de casi todos los políticos» «Toda la fuerza de estos Gobiernos está en relación directa con los empleos que tienen para repartir». Librados algunos del despido, no se salvaron de la rebaja de sueldo.

Luego llegarán las leyes de imprenta, con periodistas en el Saladero y periódicos clausurados; la falsificación de dinero y, entre otras muchas cosas, la pérdida de notables figuras como Antonio Alcalá Galiano (11 de abril); Ángel Saavedra Ramírez de Baquedano, duque de Rivas (23 de junio); el exalcalde Juan Fouquet (21 de julio); el infante Francisco de Paula de Borbón, hijo de Carlos IV (13 de agosto); y el escritor Ventura de la Vega (29 de noviembre).
El duque de Rivas ha bajado al sepulcro con la solemne modestia de los grandes hombres, de los que dejan bastante recuerdo en los corazones amigos, bastante vacío en las letras españolas para no necesitar esa gloria trasnochada que se engalana con el oropel de exequias escandalosas. [La Nación, 2 de julio de 1865]

III
Virus
Al cólera del 10 de abril ha sustituido el cólera del 10 de octubre, y si antes se pronunció la palabra patriotismo, hoy se pronuncia con desdén la de partido. [La Nación, 15 de octubre de 1865]
En el siglo XIX España se verá afectada por varias epidemias de cólera-morbo. La primera en enero 1833 con inicio del foco en Vigo y desarrollado casi a la vez en Barcelona. En Andalucía el foco fue más virulento, lo mismo que en Madrid al comenzar la primavera.
En 1834 fue tal el índice de mortandad en la villa y corte que dio lugar a la matanza de frailes acusados de ser los responsables de la enfermedad por envenenamiento del agua. Esta epidemia duró un año y más de cinco meses.
En 1855 se producirá otro brote no tan agresivo pero que llevará al estudio de la manera en que se propagaba. Así, en Madrid se renovará el sistema de comunicación de las aguas y se creará el Canal de Isabel II.
En 1865 el foco se desarrollará en Valencia, al parecer proveniente de Francia. Se repetirá la epidemia en 1885 y en 1893, esta última con mayor virulencia en las Islas Canarias.


La barbarie et le choléra morbus entrant en europe
Collection numérique : Collection De Vinck (histoire de France, 1770-1871)
Bibliothèque nationale de France, département Estampes et photographie, RESERVE QB-370 (95)-FT4


La epidemia de 1865 afectó principalmente la zona Sur y Norte de Madrid, siendo la primera el foco más virulento por las condiciones de salubridad deficientes. En la Memoria de la Junta Municipal de Beneficencia lo dejaban muy claro: «[…] nos atrevemos a indicar que se modifique el modo de ser de esta parte de la población, cuyas malas habitaciones, cuyo hacinamiento, cuya falseada higiene, y tal vez cuya relajación de costumbres, son los elementos que sirven de germen y sostén para el desarrollo de todo género de enfermedades».

Según el informe, el número máximo de infectados se había producido durante octubre. Y en ese mes, mucho antes de la publicación de Una industria que vive de la muerte; episodio musical del cólera, Galdós dará su nota musical sobre la epidemia.
Ya no sentimos afortunadamente las tristes impresiones que en los últimos días de la anterior semana han quitado la tranquilidad a este vecindario; ya no se oyen las terroríficas relaciones de casos más o menos violentos, que van a aumentar la lista de proscripción que forma cada día el terrible viajero del Ganges; ya no escuchamos con cierta inquietud mezclada de espanto el continuo claveteo que en ciertas fábricas de cajas nos indicaban los últimos toques que la mano del carpintero daba a un féretro, sones acompasados que son los últimos que resuenan quizás en aquel lúgubre recinto condenado después a un silencio eterno…

D. Federico C. Sainz de Robles nos cuenta que el joven Galdós junto a unos cuantos amigos se reunían para hacer tertulia en la casa del periodista Chico de Guzmán. Decía que las casas tenían su pavimento azufrado y que los contertulios llevaban en la nariz tapones de algodón impregnados en alcanfor, bebiendo de vez en cuando purificadores copazos de ron. [2]

Galdós es más exacto y nos dice:
Felizmente las dosis de azufre y de fenianato (Sic) de amoniaco producen paulatinamente una salutífera reacción en su aterido cuerpo.



En el anuncio se menciona al doctor Vicente (Juan de Vicente y Hedo), facultativo muy conocido en Madrid, doctor en medicina y cirugía de la facultad de París, y licenciado en esta y la Universidad Central de Madrid; además de socio de mérito del Instituto médico valenciano, de otras corporaciones científicas y autor de varias obras de medicina. En septiembre de 1865 publicará Curación de las intermitentes, tratado de medicina sobre la importancia terapéutica del sesquicloruro férrico en el cólera y otras enfermedades.

Como ocurre hoy con las informaciones erróneas publicadas en las redes sobre prevención del Coronavirus, en aquellos tiempos también se conocían noticias dudosas o falsas.



Al igual que con el Covid-19, en aquellos tiempos la medicina ponía todo su empeño en buscar remedio a la epidemia. Como acabamos de ver, existían tratamientos diversos e indicaciones para prevenir el contagio; algunas muy similares a las actuales.

En Madrid, una de las primeras medidas fue la de establecer un cordón sanitario para controlar la entrada tanto por carretera como por ferrocarril. Se fumigaban muebles y enseres de los posibles portadores y se expedía una patente a aquellos que eran considerados no contaminados para exhibirla en los controles y así poder continuar su viaje o acceso a la ciudad. Todo esto era realizado por funcionarios acompañados por la Guardia Civil. A los posibles portadores de virus se les confinaba en lazaretos para pasar la cuarentena.
  
Y así como hoy escasea el material sanitario, indispensable para la protección del personal hospitalario y el cuidado de los contagiados, ciento cincuenta y cinco años atrás fueron más previsores. Se ordenó que en los lugares donde no había farmacia y residieran médicos y cirujanos, se estableciera por los ayuntamientos botiquines con los medicamentos esenciales para los coléricos.
Esta era la lista de los medicamentos primordiales, si bien los facultativos estaban autorizados a añadir «los que recomiende su experiencia personal»:


En un primer momento, Galdós es optimista e incluso da muestras de su impecable sentido del humor en el tratamiento de las noticias sobre el cólera. Tengamos en cuenta que en agosto de 1865 casi no existían infectados en Madrid y en septiembre, aunque los madrileños ya veían la chepa del Judío Errante, la epidemia no alcanzaba la gravedad que tuvo en octubre.

En la Revista de la Semana de La Nación del domingo 17 de septiembre, el joven Benito escribirá:
Los rumores de cólera persisten. En las provincias continúa; pero en Madrid apenas se ha dado a conocer en algunos casos de poca monta, a quien el terrible Judío Errante ni aun se digna dar su nombre. Los médicos llaman a esa enfermedad vergonzante colerino. No mata; vuelve la máquina humana de arriba abajo; pone al individuo como nuevo, y se marcha a moler los huesos a otro paciente.

Y en tono de humor dará algunos consejos para evitar contagios:
Evitad, madrileños, en cuanto os sea posible, los atracones de pepinos, pimientos, escarola, y demás verduras que no estén en sazón. Tened cuidado no os tiente el aspecto de esas banastas de orondas y frescas uvas que se ostentan en los puestos de la plazuela de la Cebada o del Carmen; pasad junto a ellas exclamando con toda la gravedad de la mona: Están verdes.
Saturad vuestras casas con sendas fumigaciones de azufre, y cuidad de llevar sobre vuestro cuerpo toda la dosis de dicho mineral que permita esta efervescente estación; pero evitad que las miradas de alguna madrileña, pongan en combustión vuestra sulfúrica humanidad porque pareceríais una pajuela viviente o ambulante hoguera encendida por los chicos en las noches de San Juan y San Pedro.
También recomienda la higiene por boca de sueltos y gacetillas, que no se reciban impresiones fuertes.
Por consiguiente, es necesario que no vayáis al Circo, porque el aspecto de los leones os produciría los primeros síntomas estomacales. (…) La higiene prohíbe terminantemente el incomodarse. De modo que si el petardista os para en medio de la calle para estafaros, debéis abrirle los brazos; si el aguadero os deshace un pie, le debéis contestar con una sonrisa; si en el estanco os dan un pedazo de caoba por cigarro, debéis chuparle con fruición bendiciendo la mano providencial del director de Estancadas; si una carta escrita en Aranjuez el 1º del mes, llega a vuestras manos el día 30, debéis echar a correr y dar un apretón de manos al Sr. Mantilla; si os dejan cesantes, arrojaos a los pies de D. Leopoldo O'Donnell.

En el artículo, antes de pasar a cuestiones de la corte y a los conciertos de los Campos Eliseos y el Teatro de Rossini, finalizará el tema del cólera con unas recomendaciones:
En fin, procurad en cuanto os sea posible no temar incomodidades de ninguna especie; no perdáis el aplomo de la felicidad, aunque la picara fortuna enrede vuestros pasos y os haga tropezar a cada momento.
Aunque lluevan desdichas no os apuréis por nada; vivid entonando un perpetuo pange lingua al Dios de las felicidades. Nada de hipocondría, que es lo peor que pudiera ocurrirse en estos días; nada de desesperación; huid de las emociones fuertes; aun en el extremo más apurado evitad el suicidio, que es la peor de las impresiones; y ya sabéis que estas conducen lindamente al cólera.
Precavidos de esta manera, el cólera no llamará a vuestras puertas; y si acaso se atreve a cometer tal desacato, desde que sienta el olor del azufre, echará a andar hacia otros climas donde la filantropía pública no haya tomado tan enérgicas medidas.
Por lo demás nada hay que temer. Madrid es una balsa de aceite. Allá por los Pirineos pasan grandes cosas, acontecimientos reales que distraen suavemente nuestra atención de la perspectiva horrorosa que ofrecen Valencia, Alicante, Valdemoro y Palma de Mallorca.

Se menciona siempre a Electra como la mayor representación del Galdós anticlerical. Se citan muchas de sus obras como afines a esa idea; sin embargo, la crítica que el novelista hace de la iglesia y los neos ya aparece en sus primeros artículos para la prensa madrileña.
No: el cólera no es un castigo de Dios. Aun somos bastante buenos para merecer un diluvio o un incendio como Sodoma. Poblaciones hay en Europa que si hubieran sido juzgadas por la Divina Sabiduría con tanto rigor, habrían ya desaparecido de la faz del universo.
Antes de сгеer a Dios capaz de esta venganza, le creeríamos capaz de perdonar a los neos.
La idea de que el cólera es un castigo por el reconocimiento de Italia es la más impía de las blasfemias lanzadas, en nombre del Criador (sic) Supremo, a un pueblo que gime agobiado por la mayor angustia, que en su terrible agonía muere en el seno de la religión y con la vista fija en la eterna gloria, que es el premio de la resignación y el lenitivo de la desgracia. Esa idea reasume en sí la hermanación monstruosa que ellos han hecho de la religión y política, es dar a Dios un puesto al lado de los Palmerston y de los Metternich, y trascribirá una página del Evangelio el profano y árido estilo de los documentos internacionales. Ahí está la religión convertida en tráfico, el Evangelio convertido en blasfemia y Dios en traidor de melodrama.

Añade después:
Rindamos tributo de admiración y respeto al clero parroquial, que en los días aciagos no abandona el lecho del enfermo.
También merecen el agradecimiento público todas las sociedades de socorros, que соn una abnegación digna de ser imitada, ha organizado un sistema de beneficencia domiciliaria, que sin ser tan complicada como la oficial y sin tener la múltiple ramificación adornada con todo el expedienteo y la tramitación de las oficinas, surte efectos más directos, porque es más expontánea e hija tan solo de un sentimiento de caridad, que no es el que más abunda en las regiones burocráticas.

Clergé (Eglise). Mort. Femmes (genre). Épidémies. Choléra.
Université de París. Signatura: CISB0631
Collection BIU Santé Médecine


Y resultan curiosas estas palabras de hace siglo y medio en consonancia con lo ocurrido en la actualidad por algunas personas que escaparon de Madrid en busca de otros destinos:
Afortunadamente, como hemos dicho al principio, el mal que nos aflige disminuye notablemente, y el Judío Errante dirige sus pasos hacia otras regiones, quizá en persecución de los que han huido de Madrid.

Miles de personas de todas las edades y estratos sociales sucumbieron a esa epidemia que decían procedía del Ganges en forma de funesta nube. Galdós, como hemos visto, negaba que fuese un castigo de Dios por reconocer España al Reino de Italia ante la oposición del Papa Pío IX y su influencia sobre Isabel II. Leopoldo O’Donnell convencerá a la reina y el 15 de julio de 1865 la Corona española reconocerá a Italia y su rey, Víctor Manuel II.
El día anterior, O’Donnell había conferenciado con la reina. Así lo contaba el padre Claret: «[...] llegaron todos los ministros a La Granja a las nueve de la noche. El presidente O’Donnell se fue solo a palacio y estuvo hablando con S. M. desde las nueve a las once [...]. Al día siguiente, cuando fue la hora, se presentaron todos los ministros en palacio y todos juntos aprobaron lo que la noche antes había dicho el presidente».

En septiembre, cuando los reyes se encontraban en Zarauz, recibieron al marqués de Tagliacarne, ministro italiano que, por esas cosas del destino, presentaba sus cartas credenciales y al apuesto duque de Aosta, Amadeo de Saboya, futuro y breve rey de España.



IV
Un episodio musical del Cólera
«Al cruzar el lujoso féretro las calles del barrio, el pueblo exclama alegre: ahí va el último caso. Mas esta alegría del pueblo no era un impío sarcasmo. Aquel hombre era la personificación del cólera, y el cólera había muerto. Justo era que los vivos se alegraran».
En la columna de Variedades de La Nación del 2 y 6 de diciembre se publicaba el cuento Una industria que vive de la muerte; episodio musical del cólera. En él encontramos al escritor que se aleja del costumbrismo y el romanticismo para mostrar la realidad valiéndose de sus conocimientos musicales. El siguiente fragmento es suficiente para ubicarnos en el momento y la situación.
Figuraos un sonido seco, agudo, discordante, producido al parecer por un hierro que cae acompasadamente sobre otro hierro; un sonido que no produce vibraciones ni eco claro y determinado, en medio del silencio de una noche, durante la cual se adormece triste una población aterrada por una gran calamidad.
El cólera habita en nuestro barrio, y el barrio entero batalla con él sumergido en el silencio y en la oscuridad. Parece que el sueño eterno a que tantos se entregan, ejerce letal contagio sobre los que velan en el insomnio a la vida. Todo calla en el barrio: se padece sin ruido, se muere sin ruido: se cura en silencio: enmudece el dolor, el llanto, la desesperación: la plegaria se piensa solamente, y la esperanza no sale del corazón a los labios: el remedio no se pregunta; ya se sabe: el síntoma no se consulta; ya se prevé. Todo, desde la locuaz aprensión hasta el charlatán que cura sin diploma, calla esa noche. Pero se muere en cambio todo: cuando hay silencio es siempre mucha la actividad. El paciente se contrae en su lecho; se enrosca como para quebrarse y concluir de una vez: la naturaleza quiere hacerse pedazos y se sacude en movimientos convulsivos: el aprensivo corre de aquí para allí, como si errante pudiera evitar que el cólera le encontrase; el hermano, la esposa, el hijo del que ha muerto o del que va a morir, entran y salen de habitación en habitación, acumulando medicinas oportunas y recursos desesperados: el cura no se detiene junto al lecho del difunto; sale después de murmurar la oración y se dirige a otro, y después a otro, y a muchos en la noche: el médico entra, pulsa, mira, escribe tres líneas, y hace un gesto de esperanza o de duda; baja y sube de nuevo; y en la noche entra, pulsa, escribe, espera y duda infinitas veces. Todo el barrio se mueve; pero calla a la vez. Mil emociones se chocan; mil dolores son ahogados; mil lazos de amor y familia se quiebran; mil almas vuelan; pero todo esto se verifica en silencio, en medio de una calma horrorosa, en medio de un movimiento automático y vertiginoso. Todo el barrio se mueve; pero calla a la vez. Sólo un ser (¡fatal excepción!) descansa y ronca en esta noche de muerte: es la partera. En tales noches no nace nadie.
Pues bien, en medio de esta callada agitación se escucha un sonido seco, agudo, monótono, acompasado, producido por un hierro que percute sobre otro hierro. Al instante comprenderéis que una mano diabólica se ocupa en clavar las tablas de un ataúd; es la mano del fabricante de cajas de difunto que explota laboriosamente una industria que vive de la muerte; es el trabajo que busca la riqueza en el cólera, y cada vibración de aquel hierro indica un poco de oro conquistado a la miseria. Del seno pestilente de una epidemia nace una industria, y multitud de artesanos ganan el sustento.
¡Industria fatal que florece al abrigo de la muerte!
Mientras esa industria adquiere pasmoso desarrollo, el lúgubre martilleo que muestra su actividad nos horroriza: cada movimiento de ese péndulo fúnebre indica un paso hacia la otra vida: cada ataúd fabricado indica un aliento extinguido: cada obra concluida es una muerte.
Esos golpes traen a nuestra mente extrañas imágenes, y entre ellas, nuestra propia imagen el día en que aquel martillo nos labre el mueble fatal: vemos reunirse las mal pulidas tablas, tomar forma de trapecio: las vemos alargarse según nuestra talla, y estrecharse de un extremo presentando una forma repugnante: vemos que se desarrolla una tela negra, se repliega y las envuelve: vemos unos galones amarillos adaptarse a las aristas: vemos una articulación y una tapa que cubre el interior y una llave dispuesta a encerrarnos en aquel recinto por una eternidad: vemos la tumba en toda su repugnancia subterránea: sentimos el peso de la tierra: nos estremece el roce de esa fría tela de raso que nos adorna interiormente, y el peso de una mano tremenda, de una losa de mármol cuya inscripción llama al transeúnte: adivinamos sobre todo esto la corona de tristes flores que se secan adornándonos; presentimos la Misa y el Requiem; presentimos la mirada indiferente del revisador de epitafios, y adivinamos la naturaleza entera sobre nosotros sin que podamos verla: sobre nosotros cae el rocío; pero no nos refresca: sale la luna; pero no nos ilumina: sobre nosotros llora alguien; pero no sabemos quién es: vemos la muerte, en fin, representada en su parte de tierra, descomposición, lágrimas, exequias; representada en lo que tiene de este mundo. Nuestra imaginación llega a este punto por el ataúd, y llega al ataúd por ese pavoroso sonido que lo fabrica; por ese ruido metálico, agudo, penetrante, monótono que turba el silencio del barrio. ¡Qué horrorosas notas! Decid, señores músicos, Palestrina, Händel, Mendelssohn, cuándo habéis llevado la imaginación hasta ese punto. ¿Hay en vuestras cinco miserables líneas nada comparable a este dies irae cantado por un martillo?

El argumento del cuento se centra en la historia de un carpintero que trabajaba día y noche para que no faltasen ataúdes; así le sorprende la muerte por el cólera, con martillo en mano y claveteando sobre el suntuoso ataúd de un duque. El carpintero debe ser enterrado sin féretro ante la imposibilidad de encontrar quien le haga uno, por ser el único de esa industria que había quedado vivo. Pero hete aquí que el duque se recupera de su mal y no muere, entonces el carpintero será enterrado en el magnífico ataúd que con tanto esmero había fabricado.
Los que le acompañaban aseguran que dentro del ataúd resonaba un golpe seco, agudo, monótono, producido, al parecer, por un hierro que percutía sobre otro hierro, como si el muerto remachara por dentro los clavos con el martillo que nadie había podido separar de su mano. Aseguran que aun encerrado en el nicho se oía la misma percusión, y los habitantes del barrio, que durante las sombrías noches del cólera se desvelaban al rumor de aquella sinfonía pavorosa, sienten aún las mismas notas agudas, discordantes, precisas, que turbaron el silencio de aquellas noches, y las oyen siempre, procedentes del mismo taller que hoy está cerrado, como si algo invisible viniera por las noches a agitar allí la herramienta fatal.
¡Ruido extraño, que sobrepuja en expresión al del arte de ritmos y compases! ¿Cuándo han podido esos envanecidos músicos crear notas de tan maravilloso efecto?
En nosotros han producido éste. El cólera se nos ha presentado por su lado musical. Todo lo creado tiene su armonía. Se ha estudiado el cólera en su influencia climatérica: se le ha estudiado económicamente: se le ha estudiado en su terror, en su contagio, en su histeria. ¿Por qué no se le ha de estudiar en su música? El ataúd es su caja sonora y el martillo su plectro. Algunos han visto el cólera de cerca, otros le han sufrido, otros le temen y otros le palpan. ¿Por qué no ha de haber quien le oiga? Sí, le ha oído quien tiene la manía de atender siempre a la parte musical de las cosas. 

Triste sinfonía de un tiempo en que no existía la Sanidad tal y como la conocemos, a pesar de esta precariedad que muestra ante la situación presente. Es obligado que los políticos abran los ojos para que consideren la gravedad de los hechos y reflexionen sobre lo mucho que recortaron la Sanidad pública, tan esencial para la ciudadanía.

Dicho esto, recordando nuestro primer capítulo y La noche de San Daniel, a colación del servicio que prestaron los carpinteros durante la epidemia del 65, bueno es citar a Remigio Laguna, Pedro Olivarro y Félix Puñales Alderete, maestros carpinteros que sufrieron el rudo ataque de las fuerzas del orden en la calle de la Montera y Puerta del Sol aquella trágica noche del 10 de abril.

Por otra parte, en la prensa de octubre comenzaban a publicarse esquelas y también listas de los socorros por la Beneficencia a personas que habían quedado en situación precaria por la muerte de quienes les daban sustento. Podían verse nombres de aristócratas, burgueses y gente del pueblo; porque como ocurre hoy, el terrible virus no distinguía de colores, ideologías o estratos sociales.


Le ministère attaqué du Choléra morbus
Grandville (1803-1847). Illustrateur
Collection numérique : Collection De Vinck (histoire de France, 1770-1871)
Bibliothèque nationale de France, département Estampes et photographie, RESERVE QB-370 (105)-FT4


En la columna de avisos por palabras de La Correspondencia de España del 6 de octubre, un anuncio daba cuenta de la venta de un «banco de carpintero y todas las herramientas pertenecientes al oficio», seguramente por fallecimiento víctima del cólera.

Otra noticia, publicada el 16 de octubre en el mismo periódico, tiene cierta similitud con el carpintero del cuento, pero con un final distinto: «En Villanueva y Geltrú, según refiere un periódico de aquella localidad, se ha cometido una equivocación, interpretando falsamente las palabras de un médico y abandonando a una enferma que se hallaba de bastante gravedad, la cual volvió en su conocimiento cuando el carpintero se hallaba tomando las medidas oportunas para la construcción del ataúd. La enferma murió a las pocas horas, y las medidas tomadas por el honrado menestral, aunque anticipadas, no fueron infructuosas».

El Cascabel del 26 de octubre publicaba la lista de socorros reunidos en ese periódico para las víctimas del cólera. Destacaba en la lista una persona de la que sólo conocemos las siglas de su nombre: «F. B. y G., de 84 años de edad, a quien mantenía M. R., su nieto, carpintero, muerto del cólera».

Teniendo en cuenta que Galdós termina el cuento el 20 de noviembre, es muy probable que el duque, moribundo y luego sanado, sea una alusión a José Osorio y Silva, duque de Sesto, quien había sido nombrado gobernador civil de Madrid el 24 de junio de 1865 por O’Donnell.
La actividad del duque fue mucha durante la epidemia y a mediados de octubre, después del fallecimiento de su madre, la marquesa de Alcañices, el duque y su padre enfermaron. A finales de ese mes volvió a la actividad política, pero tuvo una recaída en noviembre.

En el periódico La Época del 2 de noviembre podía leerse: «El duque de Sesto, convaleciente aun de la enfermedad reinante, ha visitado estos días y ayer mismo los hospitales de coléricos…».

En la Revista de la Semana de La Nación del domingo 17 de diciembre, el joven Galdós hará un breve resumen del año que va llegando a su fin.
El año de 1865 se acerca a su fin: fecundo en desastres de todos géneros, en revueltas políticas, en calamidades epidémicas, en defunciones de hombres ilustres y en acontecimientos nada vulgares, el año que corremos ha sido uno de los más dramáticos, si así puede decirse, que ha dado al mundo el ya sexagenario siglo XIX.


FINAL DE LA PRIMERA PARTE



Dedico esta primera parte a todos los profesionales de diversos ámbitos
que están poniendo en peligro su vida por salvar la nuestra y protegernos.

Eduardo Valero García
Madrid, 20 de marzo de 2020
Quinto día de confinamiento







Bibliografía y Cibergrafía

Los fragmentos de Una industria que vive de la muerte; episodio musical del cólera, corresponden a la edición digitalizada de la edición de La Nación (Madrid), 2 y 6 de diciembre de 1865. Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2003. Disponible en: http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/una-industria-que-vive-de-la-muerte-episodio-musical-del-colera--0/html/ffc18922-82b1-11df-acc7-002185ce6064_2.html#I_0_

[1] Anónimo, Juicio del Año. El Cascabel. Año IV Núm. 141. Madrid, 31 de diciembre de 1865.

[2] SAINZ DE ROBLES, Federico Carlos, Pérez Galdós. Vida, obra y época, Madrid, 1970, Vasallo de Mumbert editor.

Biblioteca Nacional de España (Hemeroteca y Biblioteca digital hispánica)
www.bne.es

Todo el contenido de la publicación está basado en información de prensa de la época y documentos de propiedad del autor-editor.


 La fotografía de Galdós corresponde al Museo Canario y puede descargarse desde https://www.picuki.com/media/2213846577323591045



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En todos los casos cítese la fuente: Valero García, E. (2020) "Corona y Virus (Parte I): Un Episodio musical del Cólera. Galdós, 1865.", en http://historia-urbana-madrid.blogspot.com.es/ ISSN 2444-1325

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Historia Urbana de Madrid
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