Mucho y muy favorecida ha resultado la mujer con los avances de la moda. La lencería, además de liberarlas de las incómodas camisas, aporta un toque estético que les favorece y embellece su figura.
Catorce siglos sufrieron las mujeres el uso de la poco erótica camisa. Durante ese eterno tiempo sufrió modificaciones, todas ellas adaptadas a la psicología de las portadoras y su época.
La Camisa siempre tuvo dos funciones. Una, simbólica, representativa de algo muy íntimo y próximo al alma; la otra, su simple misión de prenda de vestir, que, como tal y por ser muy interior, se prestaba a todo género de coqueterías y variaciones.
La camisa de las mujeres asomaba un poco alrededor del cuello; la parte saliente, según la 'moda inglesa', se adornaba con pliegues o randas. Una camisa de gran lujo era de seda blanca, adornada con una orla de perlas finas, que servían de collar. Esta camisa ceñía de tal modo el cuerpo, que acusaba todas sus formas, cayendo luego en pliegues desde la cintura.
Algunas camisas, para mejor ajustarse, se apretaban por medios de cintas o cordones que llevaban entrecruzados en ambos lados. Estas cintas dieron origen al corsé.
Como símbolo, tuvo un gran valor. En la época merovingia, Santa Redegunda, al ser encerrada en una iglesia, depositó sus finas camisas en el altar, entregando de esta forma su vida mundana.
Las mujeres de fines de la Edad Media daban a sus caballeros una de sus camisas, que habían ellos de colocar sobre su armadura al ir a la lucha, simbolizando así que el espíritu de la amada guardaría el cuerpo del amado mejor aún que toda defensa material. Después de la lucha, el caballero devolvía a su adorada la camisa llena de desgarrones y a veces teñida de sangre. También hubo mujeres que indujeron al caballero a ir al combate sin más protección que la camisa y sin llevar debajo armadura alguna, con lo cual está bien demostrado cómo solucionaban entonces las mujeres la cuestión del divorcio, deshaciéndose de los amantes o maridos de manera heróica. Se comprende que las camisas de entonces cubrían casi por completo la figura, y que hoy día este procedimiento no se podría poner en práctica.
Antiguamente, entregar la camisa significaba siempre una entrega espiritual.
Fue costumbre ofrecer camisas a la Virgen, y en Nuestra Señora de París se colgaban cerca del atril donde se cantaba el Evangelio. También fue costumbre, antes de ponerla, tocar con ella una reliquia sagrada, para librarse de toda clase de enfermedades.
En el reinado de Luis XVI la camisa femenina adquiere semejanza con la masculina, contribuyendo a esto el hacerlas con mangas largas.
En España tuvimos muchas camisas finas que han pasado a la historia, desde la de Isabel la Católica, aquella camisa condenada a no ser lavada en tanto que Granada no fuese de cristianos, hasta la no menos célebre del sainete "La camisa de la Lola" ("La canción de la Lola"), estrenado en el año 1880.
Catorce siglos sufrieron las mujeres el uso de la poco erótica camisa. Durante ese eterno tiempo sufrió modificaciones, todas ellas adaptadas a la psicología de las portadoras y su época.
La Camisa siempre tuvo dos funciones. Una, simbólica, representativa de algo muy íntimo y próximo al alma; la otra, su simple misión de prenda de vestir, que, como tal y por ser muy interior, se prestaba a todo género de coqueterías y variaciones.
La camisa de las mujeres asomaba un poco alrededor del cuello; la parte saliente, según la 'moda inglesa', se adornaba con pliegues o randas. Una camisa de gran lujo era de seda blanca, adornada con una orla de perlas finas, que servían de collar. Esta camisa ceñía de tal modo el cuerpo, que acusaba todas sus formas, cayendo luego en pliegues desde la cintura.
Algunas camisas, para mejor ajustarse, se apretaban por medios de cintas o cordones que llevaban entrecruzados en ambos lados. Estas cintas dieron origen al corsé.
Como símbolo, tuvo un gran valor. En la época merovingia, Santa Redegunda, al ser encerrada en una iglesia, depositó sus finas camisas en el altar, entregando de esta forma su vida mundana.
Las mujeres de fines de la Edad Media daban a sus caballeros una de sus camisas, que habían ellos de colocar sobre su armadura al ir a la lucha, simbolizando así que el espíritu de la amada guardaría el cuerpo del amado mejor aún que toda defensa material. Después de la lucha, el caballero devolvía a su adorada la camisa llena de desgarrones y a veces teñida de sangre. También hubo mujeres que indujeron al caballero a ir al combate sin más protección que la camisa y sin llevar debajo armadura alguna, con lo cual está bien demostrado cómo solucionaban entonces las mujeres la cuestión del divorcio, deshaciéndose de los amantes o maridos de manera heróica. Se comprende que las camisas de entonces cubrían casi por completo la figura, y que hoy día este procedimiento no se podría poner en práctica.
Antiguamente, entregar la camisa significaba siempre una entrega espiritual.
Fue costumbre ofrecer camisas a la Virgen, y en Nuestra Señora de París se colgaban cerca del atril donde se cantaba el Evangelio. También fue costumbre, antes de ponerla, tocar con ella una reliquia sagrada, para librarse de toda clase de enfermedades.
En el reinado de Luis XVI la camisa femenina adquiere semejanza con la masculina, contribuyendo a esto el hacerlas con mangas largas.
En España tuvimos muchas camisas finas que han pasado a la historia, desde la de Isabel la Católica, aquella camisa condenada a no ser lavada en tanto que Granada no fuese de cristianos, hasta la no menos célebre del sainete "La camisa de la Lola" ("La canción de la Lola"), estrenado en el año 1880.
Algo tapada
El arte de la fotografía
"Breve y leve camisa"
Fotografía, por Manassé
Poco tapada
"La modelo zíngara"
Fotografía, por Manassé
Lápiz y pincel
"El maillot blanco al salir del agua"
Dibujo, por Ribas
Sólo para ellas
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El erotismo, lo sensual y sugerente dejaban de ser temas tabú y pasaban a formaba parte del "Libro de estilo" de la época. Los ángulos de enfoque y la luz en las fotografías; las poses, miradas y expresiones; los motivos representados; la vestimenta y modelos; los títulos y narraciones; las ilustraciones estilizadas, y todos los detalles que hoy han dejado de sorprender, fueron seña de identidad de la década de 1930 que convertirán la figura femenina en una expresión artística.
Lejos de interpretaciones vejatorias, discriminatorias y/o que puedan ofender a la mujer, las fotografías, ilustraciones y publicidad que aquí aparecerán corresponden a una época en que las féminas comenzaban a tener mayor protagonismo, perdían esa absurda condición de "sexo débil" y recibían no pocas alabanzas. Por desgracia, y durante mucho tiempo, aquel ideal fue truncado una vez finalizada la Guerra Civil.
© 2013 Eduardo Valero García - HUM 013-030 MADEROT
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