Especial Jura de bandera y atentado al rey
Los acontecimientos ocurrieron el domingo 13 de abril y conforman las efemérides de los días 13, 14 y 15 de abril de 1913.
1913 | ||||||
ABRIL | ||||||
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Domingo 13
Jura de bandera
Desde muy temprano el Paseo de la Castellana estaba ocupado por los cuerpos del Ejército que desfilarían y jurarían la bandera en un acto solemne y con regio público.
A las nueve y media de la mañana llegó la Infanta Isabel a la plaza de Castelar, donde estaba ubicada la Tribuna Real adornada con preciosos tapices. Poco después llegó el presidente del Consejo seguido de algunos ministros; todos muy elegantes y luciendo medallas.
Ocupando un "landau" de la Real Casa llegaron a continuación el general de la Armada Sr. Rodríguez Vera, y el capitán de corbeta Sr. Montes, ayudantes del Rey, que formaban parte del séquito de la augusta Soberana.
Ostentando la representación de las Cámaras concurrieron el Sr. Montero Ríos y el señor Aura Boronat, siendo también de los primeros en llegar el alcalde de Madrid, Ruiz Jiménez.
Acompañando al ministro de Marina, señor Gimeno, iba el ayudante Sr. Manrique de Lara, comandante de Infantería de Marina. Vamos, que aquello era un arsenal de sables, bastones, medallas, sombreros, chisteras, barbas y bigotes.
Llegada del rey
Alfonso XIII salió de Palacio a las diez menos cuarto montado en un brioso corcel de pelo castaño llamado "Abalun", uno de los mejores ejemplares de las Caballerizas Reales.
Iba el rey uniformado de capitán general, con casco de aquellos de llevan penacho y cruzándole el pecho la roja banda de Mérito Militar. Junto a él, formando el cartel, desfilaban el ministro y los generales, capitanes y comandantes de la Guerra.
También formaban parte de la regia cabalgata, llamando la atención por sus vistosos uniformes, los agregados militares de las Embajadas y Legaciones en la corte.
Precediendo al Soberano, que salió de Palacio por la plaza de Armas, marchaba una sección de la Escolta Real y los ayudantes de servicio. Cerraba la comitiva el escuadrón de la Escolta Real, llevando a la cabeza al coronel Sr. Marchessi.
Llegada de la reina
Al poco rato llegó la reina Victoria acompañada de su madre, la augusta princesa doña Beatriz.
La comitiva de la Soberana, a la que precedía una sección de la Escolta Real, llegó a la plaza de Castelar en tres carretelas descubiertas a la "Gran D'oumond".
Al descender del coche las reales personas fueron cumplimentadas por el Gobierno, demás personalidades y el director general de Seguridad, Sr. Méndez Alanís, que llegó en automóvil al mismo tiempo que los reyes.
En la regia Tribuna se acomodaron una gran cantidad de representantes de otros países, y del nuestro, claro. Más arsenal de medallas, plumas, sombreros y todo eso.
Misa de campaña
Después de que el rey hubo pasado revista a las tropas, se situó a caballo frente al altar y junto a la Tribuna regia, dando comienzo el acto religioso.
Dicho altar estaba decorado a la militar, con trofeos y emblemas del Ejército, banderillas, gallardetes, conjuntos florales y dos cañones sistema Krupp.
La jura
Finalizada la misa, el rey pronunció la fórmula del juramento:
"¿Juráis a Dios y prometéis al Rey seguir constantemente sus banderas, y defenderlas hasta perder la última gota de vuestra sangre y no abandonar al que os estuviera mandando, en acción de guerra o disposición para ella?"
Retumbó la plaza y volaron pájaros y palomas al recibir la respuesta de las tropas allí formadas: "Sí, juramos".
El desfile
Desfilaron primero las Academias. El orden de desfile de estas Academias fue: Infantería, formada en tres batallones, sección ciclista. Ingenieros, dos compañías, Intendencia, Artillería con baterías a pie, de montaña y montadas, y Caballería dos escuadrones. Siguió el desfile de reclutas.
Los Milicianos, luciendo su veteranía, las fuerzas indígenas a pie y montadas. Su paso arrancó justos aplausos y alabanzas.
Los cuatro regimientos de Artillería, segundo, cuarto, quinto y décimo, las fuerzas de Infantería y Sanidad con sus carros y coches Lohner, respectivamente; la brigada de lanceros Reina y Príncipe; la de húsares de Princesa y Pavía, y el regimiento cazadores de María Cristina, admirables.
Terminó el desfile a la una y veintidós; había comenzado a las doce menos diez; duró pues, una hora y treinta y dos minutos.
El escuadrón de la Escolta Real se colocó frente a la tribuna regia. El Rey, seguido de la Escolta, marchó al paso, como había venido, con una serenidad maravillosa.
La Reina, la Infanta y el Gobierno abandonaron, momentos después, la tribuna, con los honores de ordenanza.
Atentado contra el rey... "Son gajes del oficio"
A las dos menos cuarto llegaba Alfonso XIII, con su escolta a la calle de Alcalá, frente al edificio de la duquesa de Nájera, junto al Banco de España.
Los balcones de la casa de la noble dama estaban atestados de familias de la buena sociedad madrileña. Llegó el Monarca ante la puerta número 48 del susodicho edificio.
Una ovación frenética se tributaba al Rey desde todos los balcones. Los aplausos eran más ensordecedores, seguidos de vivas entusiásticos a Su Majestad.
Entonces, ocurrió lo impredecible. Así lo cuenta el general Aznar, Jefe de la Casa militar del rey, que iba en primera fila detrás del Monarca:
"Vi que un sujeto se lanzaba, gateando, hacia el petral del caballo del Rey. Sentí el primer disparo, e inmediatamente adelanté el caballo que yo montaba.
S. M. había refrenado el suyo, y volviéndose de cara hacia el que disparaba, que en aquellos momentos trataba de asir las riendas, alzó el brazo con ellas para impedirle realizar su propósito.
Sentí el segundo disparo, que debió pasar muy próximo a S. M., y el tercero, después que sentí silbar, por su espalda.
Creyendo que el Rey estaba herido, yo, que me había colocado junto a él, le eché los brazos al cuerpo, pensando que en el centro de él debiera tener la herida, y le pregunté si tenía algo.
El Rey, sonriendo, me contestó, después de palparse, ante mi insistencia en creer que estaba Su Majestad herido:
—No es nada; le aseguro a usted que no me ha pasado nada. Son gajes del oficio.
Es milagroso que ninguno de los disparos haya, herido al Rey.
La dirección de la bala era la del vientre del Soberano, y solamente me explico que no haya resultado herido, porque un movimiento del caballo haya podido impedirlo."
El regio caballo
Alarún, el caballo que montaba el rey, era un hermoso ejemplar de la yeguada de Aranjuez, alazán, sin más blanco que el corvejón de la pata izquierda.
Medía 1,04 metros de altura de cruz, y había en Aranjuez el año 1903, ingresando en las Reales Caballerizas en 1907.
Después del atentado, Alarún fue instalado en una de las plazas centrales de la enfermería de las Reales Caballerizas, y se le tenía dieta provisional.
La herida, según el parte facultativo veterinario, estaba situada en el borde antero-superior de la región escapular izquierda; no tenía orificio de salida, y sólo interesaba el tejido cutáneo. El pronóstico era leve.
En la casa de la duquesa de Nájera
En un primer momento, el anarquista Sancho Alegre debió ser introducido en la casa de la duquesa de Nájera (en la calle de Alcalá) para evitar el linchamiento.
El público madrileño que se había reunido para vitorear al monarca estaba enardecido y decido a ajusticiar al loco regicida.
En la primera fotografía vemos un retén de la guardia civil frente a la casa de la duquesa; en la segunda, el pueblo esperando la salida del anarquista... por si colaba.
El regicida
Hete aquí Rafael Sancho Alegre, el criminal que atentó contra la vida del rey. Tenía veinticuatro años y era natural de Tarrasa; había sido licenciado del servicio militar, por inútil, en Valencia, donde residió algún tiempo. Era hijo de padre desconocido y llevaba los apellidos de su madre.
Hacía poco había realizado algunos viajes a Francia, y allí debió iniciarse en las ideas anarquistas; pues con anterioridad a estos viajes era desconocido en los Centros societarios. Posteriormente perteneció a la Agrupación obrera de Clot.
Esto fue lo que dijo el joven Rafael en el momento de la detención:
"—Ya lo han visto ustedes: quería matar al Rey.
Y como le hicieran observar que nada había ocurrido a S. M., aplaudió:
—Pues crean ustedes que me alegro mucho.
—Por qué—le preguntaron.
Y contestó:
—¿Para qué quieren ustedes saberlo. Yo no digo más sino que me alegro.
Varios de los que en los primeros momentos rodeaban al agresor del Rey, y sobre él descargaban con violencia sus bastones, afirman que le oyeron exclamar:
—¡No matarme, porque entonces no sabremos nada!"
Un agente registró al regicida, en cuyos bolsillos había nueve balas, cinco pesetas con 45 céntimos, y un recorte de un periódico con el título «A los anarquistas»
En la fotografía, de "El País", vemos un momento del desfile y el rostro del guardia Nº 19, Vicente Canela, que detuvo al agresor, y el teniente Sr. Moino, que cooperó en la detención.
El rey en Palacio
Así cuenta "La Época" el momento de la llegada del rey a Palacio:
"El rey, seguido de toda su comitiva, continuó montando el mismo caballo herido, por la Puerta del Sol y la calle del Arenal, hasta el Regio Alcázar.
La gente continuó detrás del Monarca, dando vivas al rey valiente, y se estacionó luego frente a Palacio, renovando allí sus aclamaciones.
Mientras tanto, S. M. entró por la Plaza de la Armería, y subió inmediatamente a la galería principal.
Sus primeras palabras fueron para preguntar:
—¿Sabe algo mi madre?
Cuando le dijeron que aún no sabía nada la reina Cristina, se volvió sonriente y satisfecho a los que, rodeándole, le interrogaban ansiosamente con los ojos, diciéndoles:
—Nada, señores, aquí no ha pasado nada."
Suena a guión para "Dónde vas Alfonso XII"; pero es que, en aquellos tiempos, todo lo relacionado con la Corona era contado en tono pasteloso.
Los moros en Palacio
Como había prometido el rey en su visita al campamento de los regulares indígenas apostados en Carabanchel, el día de hoy los soldados de aquel Cuerpo de Melilla hicieron guardia en el Palacio.
El Papa pachucho y premonitorio
Durante la madrugada última tuvo el Papa una ligera fiebre, que desapareció por la mañana. El Pontífice, sin embargo, aparecía muy abatido. Los médicos lo atribuyeron al tiempo, nuevamente lluvioso y frío y a las emociones experimentadas la tarde del día anterior por el enfermo, que se empeño en recibir a tres obispos, jefes de diferentes peregrinaciones italianas.
En el día de hoy de hace cien años, el Papa tomó un poco de leche y una yema de huevo y en seguida fue visitado por sus hermanas, que estuvieron largo rato con él.
Después conversó brevemente con el cardenal Merry del Val, y concluida esta entrevista quiso conversar unos instantes con el obispo de Treviso, jefe de la peregrinación de sus paisanos.
Pío X encargó al prelado que saludase y bendijese en su nombre a los peregrinos, y, al fin, exclamó tristemente:
"-Dígales que lamento muchísimo no poder recibirles porque presiento que ya no los veré más."
El obispo se despidió llorando del Pontífice.
Apenas se marchó, empezó el Papa a tiritar. A las cuatro de la tarde subió la fiebre a 39 grados y medio; pero hacia el anochecer descendió a 39.
Muere "El dictador de San Carlos"
Por la tarde fallece D. Julián Calleja y Sánchez, conde de Calleja, a quien Ramón y Cajal apodaba "el dictador de San Carlos". Fue un médico, científico, académico y político español. Primer presidente del Ilustre Colegio Oficial de Médicos de Madrid.
Escribió una biografía sobre Santiago Ramón y Cajal, a pesar de que entre ambos existían grandes diferencias. Éste último jamás consiguió una Cátedra hasta que Calleja dejó de formar parte del tribunal de oposición. De ahí viene lo del dictador de San Carlos.
Desde 1881 hasta el momento de su fallecimiento ocupó un escaño como senador vitalicio designado por la Universidad de Zaragoza.
La Azucarera de Madrid
Teniendo sembrada remolacha numerosos labradores Chinchón para la fábrica "La Poveda", sorprendía el anuncio del cierre de inminente de ésta por falta de pago del impuesto sobre el azúcar.
Los remolacheros de aquella ribera habían elevado una instancia al Gobierno pidiendo que evitase la catástrofe.
Lunes 14
Todos los periódicos dieron cuenta del atentado. Así se presentaban las portadas de aquel día.
"La Época", del lunes 14 de abril publica el relato que hizo el regicida en el Juzgado de guardia:
Tedeum en Palacio
A las doce, se celebró en la capilla de Palacio solemne Tedeum en acción de gracias por haber salido ileso S. M. del alentado de ayer.
Asistieron a la tribuna toda la Familia Real y a la capilla las clases de etiqueta.
Noticias
Todas las noticias de este día estuvieron relacionadas con el atentado del rey. La jura de bandera y posterior desfile quedaron reducidos a un mero trámite que arrojó como consecuencia el intento de regicidio.
Poco más podemos contar de las noticias y elucubraciones que no estén relacionadas con el suceso; salvo aquellas propias de los madriles amarillos.
"Salvador Gisbert, de cuarenta y un años, se propuso pasar un buen rato, y a conseguirlo se encaminó al café de camareras de la calle de la Encomienda, número 19, donde hizo el gasto do 35 pesetas, que después se negó a pagar, siendo detenido a petición de la camarera Julia González."
Martes 15
A las nueve y media de la mañana llegó la Infanta Isabel a la plaza de Castelar, donde estaba ubicada la Tribuna Real adornada con preciosos tapices. Poco después llegó el presidente del Consejo seguido de algunos ministros; todos muy elegantes y luciendo medallas.
Ocupando un "landau" de la Real Casa llegaron a continuación el general de la Armada Sr. Rodríguez Vera, y el capitán de corbeta Sr. Montes, ayudantes del Rey, que formaban parte del séquito de la augusta Soberana.
Ostentando la representación de las Cámaras concurrieron el Sr. Montero Ríos y el señor Aura Boronat, siendo también de los primeros en llegar el alcalde de Madrid, Ruiz Jiménez.
Acompañando al ministro de Marina, señor Gimeno, iba el ayudante Sr. Manrique de Lara, comandante de Infantería de Marina. Vamos, que aquello era un arsenal de sables, bastones, medallas, sombreros, chisteras, barbas y bigotes.
Llegada del rey
Alfonso XIII salió de Palacio a las diez menos cuarto montado en un brioso corcel de pelo castaño llamado "Abalun", uno de los mejores ejemplares de las Caballerizas Reales.
Iba el rey uniformado de capitán general, con casco de aquellos de llevan penacho y cruzándole el pecho la roja banda de Mérito Militar. Junto a él, formando el cartel, desfilaban el ministro y los generales, capitanes y comandantes de la Guerra.
También formaban parte de la regia cabalgata, llamando la atención por sus vistosos uniformes, los agregados militares de las Embajadas y Legaciones en la corte.
Precediendo al Soberano, que salió de Palacio por la plaza de Armas, marchaba una sección de la Escolta Real y los ayudantes de servicio. Cerraba la comitiva el escuadrón de la Escolta Real, llevando a la cabeza al coronel Sr. Marchessi.
Llegada de la reina
Al poco rato llegó la reina Victoria acompañada de su madre, la augusta princesa doña Beatriz.
La comitiva de la Soberana, a la que precedía una sección de la Escolta Real, llegó a la plaza de Castelar en tres carretelas descubiertas a la "Gran D'oumond".
Al descender del coche las reales personas fueron cumplimentadas por el Gobierno, demás personalidades y el director general de Seguridad, Sr. Méndez Alanís, que llegó en automóvil al mismo tiempo que los reyes.
En la regia Tribuna se acomodaron una gran cantidad de representantes de otros países, y del nuestro, claro. Más arsenal de medallas, plumas, sombreros y todo eso.
Misa de campaña
Después de que el rey hubo pasado revista a las tropas, se situó a caballo frente al altar y junto a la Tribuna regia, dando comienzo el acto religioso.
Dicho altar estaba decorado a la militar, con trofeos y emblemas del Ejército, banderillas, gallardetes, conjuntos florales y dos cañones sistema Krupp.
La jura
Finalizada la misa, el rey pronunció la fórmula del juramento:
"¿Juráis a Dios y prometéis al Rey seguir constantemente sus banderas, y defenderlas hasta perder la última gota de vuestra sangre y no abandonar al que os estuviera mandando, en acción de guerra o disposición para ella?"
Retumbó la plaza y volaron pájaros y palomas al recibir la respuesta de las tropas allí formadas: "Sí, juramos".
El desfile
Desfilaron primero las Academias. El orden de desfile de estas Academias fue: Infantería, formada en tres batallones, sección ciclista. Ingenieros, dos compañías, Intendencia, Artillería con baterías a pie, de montaña y montadas, y Caballería dos escuadrones. Siguió el desfile de reclutas.
Los Milicianos, luciendo su veteranía, las fuerzas indígenas a pie y montadas. Su paso arrancó justos aplausos y alabanzas.
Los cuatro regimientos de Artillería, segundo, cuarto, quinto y décimo, las fuerzas de Infantería y Sanidad con sus carros y coches Lohner, respectivamente; la brigada de lanceros Reina y Príncipe; la de húsares de Princesa y Pavía, y el regimiento cazadores de María Cristina, admirables.
Terminó el desfile a la una y veintidós; había comenzado a las doce menos diez; duró pues, una hora y treinta y dos minutos.
El escuadrón de la Escolta Real se colocó frente a la tribuna regia. El Rey, seguido de la Escolta, marchó al paso, como había venido, con una serenidad maravillosa.
La Reina, la Infanta y el Gobierno abandonaron, momentos después, la tribuna, con los honores de ordenanza.
Atentado contra el rey... "Son gajes del oficio"
A las dos menos cuarto llegaba Alfonso XIII, con su escolta a la calle de Alcalá, frente al edificio de la duquesa de Nájera, junto al Banco de España.
Los balcones de la casa de la noble dama estaban atestados de familias de la buena sociedad madrileña. Llegó el Monarca ante la puerta número 48 del susodicho edificio.
Una ovación frenética se tributaba al Rey desde todos los balcones. Los aplausos eran más ensordecedores, seguidos de vivas entusiásticos a Su Majestad.
Entonces, ocurrió lo impredecible. Así lo cuenta el general Aznar, Jefe de la Casa militar del rey, que iba en primera fila detrás del Monarca:
"Vi que un sujeto se lanzaba, gateando, hacia el petral del caballo del Rey. Sentí el primer disparo, e inmediatamente adelanté el caballo que yo montaba.
S. M. había refrenado el suyo, y volviéndose de cara hacia el que disparaba, que en aquellos momentos trataba de asir las riendas, alzó el brazo con ellas para impedirle realizar su propósito.
Sentí el segundo disparo, que debió pasar muy próximo a S. M., y el tercero, después que sentí silbar, por su espalda.
Creyendo que el Rey estaba herido, yo, que me había colocado junto a él, le eché los brazos al cuerpo, pensando que en el centro de él debiera tener la herida, y le pregunté si tenía algo.
El Rey, sonriendo, me contestó, después de palparse, ante mi insistencia en creer que estaba Su Majestad herido:
—No es nada; le aseguro a usted que no me ha pasado nada. Son gajes del oficio.
Es milagroso que ninguno de los disparos haya, herido al Rey.
La dirección de la bala era la del vientre del Soberano, y solamente me explico que no haya resultado herido, porque un movimiento del caballo haya podido impedirlo."
Alarún, el caballo que montaba el rey, era un hermoso ejemplar de la yeguada de Aranjuez, alazán, sin más blanco que el corvejón de la pata izquierda.
Medía 1,04 metros de altura de cruz, y había en Aranjuez el año 1903, ingresando en las Reales Caballerizas en 1907.
Después del atentado, Alarún fue instalado en una de las plazas centrales de la enfermería de las Reales Caballerizas, y se le tenía dieta provisional.
La herida, según el parte facultativo veterinario, estaba situada en el borde antero-superior de la región escapular izquierda; no tenía orificio de salida, y sólo interesaba el tejido cutáneo. El pronóstico era leve.
En la casa de la duquesa de Nájera
En un primer momento, el anarquista Sancho Alegre debió ser introducido en la casa de la duquesa de Nájera (en la calle de Alcalá) para evitar el linchamiento.
El público madrileño que se había reunido para vitorear al monarca estaba enardecido y decido a ajusticiar al loco regicida.
En la primera fotografía vemos un retén de la guardia civil frente a la casa de la duquesa; en la segunda, el pueblo esperando la salida del anarquista... por si colaba.
El regicida
Hete aquí Rafael Sancho Alegre, el criminal que atentó contra la vida del rey. Tenía veinticuatro años y era natural de Tarrasa; había sido licenciado del servicio militar, por inútil, en Valencia, donde residió algún tiempo. Era hijo de padre desconocido y llevaba los apellidos de su madre.
Hacía poco había realizado algunos viajes a Francia, y allí debió iniciarse en las ideas anarquistas; pues con anterioridad a estos viajes era desconocido en los Centros societarios. Posteriormente perteneció a la Agrupación obrera de Clot.
Esto fue lo que dijo el joven Rafael en el momento de la detención:
"—Ya lo han visto ustedes: quería matar al Rey.
Y como le hicieran observar que nada había ocurrido a S. M., aplaudió:
—Pues crean ustedes que me alegro mucho.
—Por qué—le preguntaron.
Y contestó:
—¿Para qué quieren ustedes saberlo. Yo no digo más sino que me alegro.
Varios de los que en los primeros momentos rodeaban al agresor del Rey, y sobre él descargaban con violencia sus bastones, afirman que le oyeron exclamar:
—¡No matarme, porque entonces no sabremos nada!"
Un agente registró al regicida, en cuyos bolsillos había nueve balas, cinco pesetas con 45 céntimos, y un recorte de un periódico con el título «A los anarquistas»
En la fotografía, de "El País", vemos un momento del desfile y el rostro del guardia Nº 19, Vicente Canela, que detuvo al agresor, y el teniente Sr. Moino, que cooperó en la detención.
El rey en Palacio
Así cuenta "La Época" el momento de la llegada del rey a Palacio:
"El rey, seguido de toda su comitiva, continuó montando el mismo caballo herido, por la Puerta del Sol y la calle del Arenal, hasta el Regio Alcázar.
La gente continuó detrás del Monarca, dando vivas al rey valiente, y se estacionó luego frente a Palacio, renovando allí sus aclamaciones.
Mientras tanto, S. M. entró por la Plaza de la Armería, y subió inmediatamente a la galería principal.
Sus primeras palabras fueron para preguntar:
—¿Sabe algo mi madre?
Cuando le dijeron que aún no sabía nada la reina Cristina, se volvió sonriente y satisfecho a los que, rodeándole, le interrogaban ansiosamente con los ojos, diciéndoles:
—Nada, señores, aquí no ha pasado nada."
Suena a guión para "Dónde vas Alfonso XII"; pero es que, en aquellos tiempos, todo lo relacionado con la Corona era contado en tono pasteloso.
Los moros en Palacio
Como había prometido el rey en su visita al campamento de los regulares indígenas apostados en Carabanchel, el día de hoy los soldados de aquel Cuerpo de Melilla hicieron guardia en el Palacio.
El Papa pachucho y premonitorio
Durante la madrugada última tuvo el Papa una ligera fiebre, que desapareció por la mañana. El Pontífice, sin embargo, aparecía muy abatido. Los médicos lo atribuyeron al tiempo, nuevamente lluvioso y frío y a las emociones experimentadas la tarde del día anterior por el enfermo, que se empeño en recibir a tres obispos, jefes de diferentes peregrinaciones italianas.
En el día de hoy de hace cien años, el Papa tomó un poco de leche y una yema de huevo y en seguida fue visitado por sus hermanas, que estuvieron largo rato con él.
Después conversó brevemente con el cardenal Merry del Val, y concluida esta entrevista quiso conversar unos instantes con el obispo de Treviso, jefe de la peregrinación de sus paisanos.
Pío X encargó al prelado que saludase y bendijese en su nombre a los peregrinos, y, al fin, exclamó tristemente:
"-Dígales que lamento muchísimo no poder recibirles porque presiento que ya no los veré más."
El obispo se despidió llorando del Pontífice.
Apenas se marchó, empezó el Papa a tiritar. A las cuatro de la tarde subió la fiebre a 39 grados y medio; pero hacia el anochecer descendió a 39.
Muere "El dictador de San Carlos"
Escribió una biografía sobre Santiago Ramón y Cajal, a pesar de que entre ambos existían grandes diferencias. Éste último jamás consiguió una Cátedra hasta que Calleja dejó de formar parte del tribunal de oposición. De ahí viene lo del dictador de San Carlos.
Desde 1881 hasta el momento de su fallecimiento ocupó un escaño como senador vitalicio designado por la Universidad de Zaragoza.
La Azucarera de Madrid
Teniendo sembrada remolacha numerosos labradores Chinchón para la fábrica "La Poveda", sorprendía el anuncio del cierre de inminente de ésta por falta de pago del impuesto sobre el azúcar.
Los remolacheros de aquella ribera habían elevado una instancia al Gobierno pidiendo que evitase la catástrofe.
Lunes 14
Todos los periódicos dieron cuenta del atentado. Así se presentaban las portadas de aquel día.
"La Época", del lunes 14 de abril publica el relato que hizo el regicida en el Juzgado de guardia:
Tedeum en Palacio
A las doce, se celebró en la capilla de Palacio solemne Tedeum en acción de gracias por haber salido ileso S. M. del alentado de ayer.
Asistieron a la tribuna toda la Familia Real y a la capilla las clases de etiqueta.
Noticias
Todas las noticias de este día estuvieron relacionadas con el atentado del rey. La jura de bandera y posterior desfile quedaron reducidos a un mero trámite que arrojó como consecuencia el intento de regicidio.
Poco más podemos contar de las noticias y elucubraciones que no estén relacionadas con el suceso; salvo aquellas propias de los madriles amarillos.
"Salvador Gisbert, de cuarenta y un años, se propuso pasar un buen rato, y a conseguirlo se encaminó al café de camareras de la calle de la Encomienda, número 19, donde hizo el gasto do 35 pesetas, que después se negó a pagar, siendo detenido a petición de la camarera Julia González."
Martes 15
Bueno, ya se ha completado la serie de 30 cupones que "El Imparcial" venía ofreciendo a sus lectores hace cien años. No regalaban vaporetas, relojes del Real Madrid, bufandas del Atlético, sartenes ni nada parecido. Y mucho menos pagando un suplemento, muy a pesar de haber estado comprando el periódico día a día.
Como habéis visto, el periódico regalaba "doscientos carnets trimestrales para viajar gratis en todos los tranvías de Madrid." Un regalo muy práctico y que a más de uno le venía de perlas.
La única pega es que este último cupón servía para canjearlo por un número para su sorteo. Hecha la ley, hecha la trampa... como siempre.
Humor centenario
Diálogo:
-Mocho comodidad. Montar aquí y en un minuto estar en la alcazaba...
Recetas de la bisabuela
GELATINA DE LECHE
Medio porrón de leche; se le pone una piel de limón y un poco de canela en pedazo, se le deja un rato hasta que tome el gusto de ambas cosas; luego se quita y se divide la leche en dos partes: en una se pone cuatro onzas de azúcar, y en la otra un cuarto y medio de cola de pescado. Cuando están derretidas ambas cosas se pasa por un tamiz, se mezcla para ponerlo en los moldes. En caso de querer darle color y mejor gusto, antes de colarlo se le añade dos yemas de huevo. Se pone al baño María.
DULCE DE TOMATE
Se escogen los tomates de la corteza gruesa y de poca semilla, si pueden ser de unos que tienen la forma de pera; puestos en un lebrillo se les echa agua hirviendo hasta que sueltan la piel, se abre el tomate con cuidado de no desbaratarlo, se limpia bien de adentro para quitarles la semilla con agua fría y luego se ponen á escurrir. Se hace el almíbar; poniendo la mitad de la cantidad del azúcar de la pasta que se tendrá ya pesada; en el almíbar, después de purificado, se le añade canela entera y unos clavos de especia enteros; cuando hierve se coloca el tomate: es muy conveniente cuando se vaya á colocar en el almíbar, con un paño ir secándolos. Se deja hervir con fuego lento, hasta que tome punto.
CREMA DE CASTAÑAS
Se pone en una cacerola dos onzas de harina de castañas, ó sea mejor 25 castañas cocidas, mojadas con corta cantidad de leche; se añaden dos yemas de huevo, medio cuartillo de leche, un trozo de manteca de vaca y cuatro onzas de azúcar en polvo. Se deja hervir todo durante algunos minutos, se retira del fuego, se pasa por un tamiz y se deja enfriar.
Este plato no deben usarlo las personas de estómago muy delicado, pues es algo difícil de digerir.
Publicidad con solera
© 2013 Eduardo Valero García - HUM 013-090/91/92 EFEMERIDES1913
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