"Para el que nunca vino a Madrid, porque nació en Madrid, y no llegó de fuera, porque está para siempre dentro. Para el hombre madrileño a nativitate, el hombre del café no existe, porque es él mismo. Y nadie, no hay nadie que se ignore tanto como o más que uno mismo.
Además, el hombre de Madrid acaso sea ese, el hombre del café."
Federico NAVAS
El hombre del Café
La Esfera. AÑO VI Número 299.
20 de septiembre de 1919
20 de septiembre de 1919
Ilustración de PENAGOS |
"Misericordia"
- Café de los Naranjeros
"El doctor Centeno"
- Café de Diana
"El café es como una gran feria..."
En Fortunata y Jacinta: (dos historias de casadas), Benito Pérez Galdós cita muchos de los cafés del Madrid decimonónico que él mismo conocía y frecuentaba. Cafés de interminables tertulias y variopintos tertulianos que Galdós ilustra con estas palabras:
"En nuestros cafés se habla de cuanto cae bajo la ley de la palabra humana desde el gran día de Babel, en que Dios hizo las opiniones. Óyense en tales sitios vulgaridades groseras, y también conceptos ingeniosos, discretos y oportunos. Porque no sólo van al café los perdidos y maldicientes; también van personas ilustradas y de buena conducta. Hay tertulias de militares, de ingenieros; las de empleados y estudiantes son las que más abundan, y los provincianos forasteros llenan los huecos que aquellos dejan. En un café se oyen las cosas más necias y también las más sublimes. Hay quien ha aprendido todo lo que sabe de filosofía en la mesa de un café, de lo que se deduce que hay quien en la misma mesa pone cátedra amena de los sistemas filosóficos. Hay notabilidades de la tribuna o de la prensa, que han aprendido en los cafés todo lo que saben. Hombres de poderosa asimilación ostentan cierto caudal de conocimientos, sin haber abierto un libro, y es que se han apropiado ideas vertidas en esos círculos nocturnos por los estudiosos que se permiten una hora de esparcimiento en tertulias tan amenas y fraternales. También van sabios a los cafés; también se oyen allí observaciones elocuentes y llenas de sustancia, exposiciones sintéticas de profundas doctrinas. No es todo frivolidad, anécdotas callejeras y mentiras. El café es como una gran feria en la cual se cambian infinitos productos del pensamiento humano. Claro que dominan las baratijas; pero entre ellas corren, a veces sin que se las vea, joyas de inestimable precio." [Parte tercera. Cap.I, Costumbres Turcas. III - pp. 20-21]
Los cafés madrileños en la obra de Galdós
CAPÍTULO III
"Fortunata y Jacinta"
Es en Fortunata y Jacinta donde Galdós cita una mayor cantidad de cafés, todos ellos muy conocidos y emblemáticos. En la Parte tercera de la obra menciona y describe de un plumazo las características de alguno de ellos.
Variedad
"Quien se hubiera tomado el trabajo de seguir los pasos de Rubín desde el 69 al 74, le habría visto parroquiano del café de San Antonio en la Corredera de San Pablo, después del Suizo Nuevo, luego de Platerías, del Siglo y de Levante; le vería, en cierta ocasión, prefiriendo los cafés cantantes y en otra abominando de ellos; concurriendo al de Gallo o al de la Concepción Jerónima cuando quería hacerse el invisible, y por fin, sentar sus reales en uno de los más concurridos y bulliciosos de la Puerta del Sol." [Parte tercera. Cap.I, Costumbres Turcas. I - pp. 7-8]
Características
"Instaláronse por el pronto en Fornos, y allí esperaron. A la segunda noche fue Leopoldo Montes, y a la tercera D. Basilio, que les encontró discutiendo de qué café se posesionarían definitivamente. El escritor de Hacienda se apresuró a dar su opinión favorable al café de Santo Tomás, porque allí daban más azúcar que en ninguna parte. Replicó a esto Montes que no había que mirar el caso bajo el prisma exclusivo del azúcar y que el género que más importaba era el café. El de la Aduana estuvo a punto de triunfar; pero lo desecharon por no estar siempre entre franceses, así como se excluyó el Imperial por los toreros, y otro por las cursis que lo invadían. Feijoo se habría quedado allí; pero a Rubín le eran antipáticos los alumnos de escuelas preparatorias militares que iban a Fornos a primera hora. Molestábale también la costumbre que allí había de quitar gas a las diez de la noche cuando se iban los tales alumnos. El local se quedaba medio a oscuras, no volviendo a ser bien alumbrado hasta las doce, hora en que venían a cenar los bolsistas. A Rubín le cargaban también los dichosos bolsistas, que no hablaban más que de dinero."[Parte tercera. Cap.I, Costumbres Turcas. V - pp. 37-38]
"De ocho a diez estaba el café completamente lleno, y los alientos, el vapor y el humo hacían un potaje atmosférico que indigestaba los pulmones. A las nueve, cuando aparecían La Correspondencia y los demás periódicos de la noche, aumentaba el bullicio. La jorobada y un su hermano, también algo cargado de espaldas, entraban con las manos de papel, y dando brazadas por entre las mesas del centro, iban alargando periódicos a todo el que los pedía. Poco después empezaba a clarear la concurrencia; algunos se iban al teatro, y las peñas de estudiantes se disolvían, porque hay muchos que se van a estudiar temprano. En todos los cafés son bastantes los parroquianos que se retiran entre diez y once. A las doce vuelve a animarse el local con la gente que regresa del teatro y que tiene costumbre de tomar chocolate o de cenar antes de irse a la cama. Después de la una sólo quedan los enviciados con la conversación, los adheridos al diván o a las sillas por una especie de solidificación calcárea, las verdaderas ostras del café." [Parte tercera. Cap.I, Costumbres Turcas. III - pp. 19]
Clientela
"En las tertulias de los cafés hay siempre dos categorías de individuos, una es la de los que ponen la broza en la conversación, llevando noticias absurdas o diciendo bromas groseras sobre personas y cosas; otra es la de los que dan la última palabra sobre lo que se debate, soltando un juicio doctoral y reduciendo a su verdadero valor las bromas y los dicharachos. Donde quiera que hay hombres, hay autoridad, y estas autoridades de café, definiendo a veces, a veces profetizando y siempre influyendo, por la sensatez aparente de sus juicios, sobre la vulgar multitud, constituyen una especie de opinión, que suele traslucirse a la prensa, allí donde no existe otra de mejor ley.
Bueno. Los que ejercen autoridad en los círculos o tertulias de café suelen sentarse en el diván, esto es, de espaldas a la pared, como si presidieran o constituyesen tribunal. Juan Pablo y Feijoo pertenecían a esta categoría; pero el segundo no se sentaba nunca en el diván, porque le daba calor la pana, sino en una de las sillas de fuera, tomando café en un ángulo de la mesa y volviendo la espalda a los individuos de la mesa inmediata." [Parte tercera. Cap.I, Costumbres Turcas. II - pp. 13]
"En nuestros cafés se habla de cuanto cae bajo la ley de la palabra humana desde el gran día de Babel, en que Dios hizo las opiniones. Óyense en tales sitios vulgaridades groseras, y también conceptos ingeniosos, discretos y oportunos. Porque no sólo van al café los perdidos y maldicientes; también van personas ilustradas y de buena conducta. Hay tertulias de militares, de ingenieros; las de empleados y estudiantes son las que más abundan, y los provincianos forasteros llenan los huecos que aquellos dejan. En un café se oyen las cosas más necias y también las más sublimes. Hay quien ha aprendido todo lo que sabe de filosofía en la mesa de un café, de lo que se deduce que hay quien en la misma mesa pone cátedra amena de los sistemas filosóficos. Hay notabilidades de la tribuna o de la prensa, que han aprendido en los cafés todo lo que saben. Hombres de poderosa asimilación ostentan cierto caudal de conocimientos, sin haber abierto un libro, y es que se han apropiado ideas vertidas en esos círculos nocturnos por los estudiosos que se permiten una hora de esparcimiento en tertulias tan amenas y fraternales. También van sabios a los cafés; también se oyen allí observaciones elocuentes y llenas de sustancia, exposiciones sintéticas de profundas doctrinas. No es todo frivolidad, anécdotas callejeras y mentiras. El café es como una gran feria en la cual se cambian infinitos productos del pensamiento humano. Claro que dominan las baratijas; pero entre ellas corren, a veces sin que se las vea, joyas de inestimable precio." [Parte tercera. Cap.I, Costumbres Turcas. III - pp. 20-21]
Café de Fornos
Ver la nueva biografía del Café de Fornos AQUÍ
"Instaláronse por el pronto en Fornos, y allí esperaron. A la segunda noche fue Leopoldo Montes, y a la tercera D. Basilio, que les encontró discutiendo de qué café se posesionarían definitivamente.[...]" [Parte tercera. Cap.I, Costumbres Turcas. V - pp. 37]
Café de Zaragoza
El café de Zaragoza estaba situado en la esquina de la plaza de Antón Martín y la calle del León. Como en el del Siglo o el de Fornos, sus tertulias tendrán mucho que ver en las revoluciones de 1854 y 1868.
La revista Nuevo Mundo, del 26 de noviembre de 1896, publica un escueto artículo sobre el Café de Zaragoza, acompañado por una fotografía de Company que muestra lo concurrido del local. Se menciona a un tal D. Luis Ramos como nuevo propietario y responsable de las obras acometidas que dieron un nuevo aspecto al café. De las mejoras cabe destacar la instalación de "un filtro sistema Howatson de gran potencia" que permitía ofrecer agua cristalina y limpia.
Se habla de ser uno de los cafés más populares de Madrid por su ubicación y, a decir de la fotografía, así era; sobre todo los días festivos. A la modernización del café había que sumar la esmerada atención de sus empleados y la música nocturna, a cargo de un notable pianista.
Nuestra compañera en esto de contar historias de Madrid M. R. Giménez, nos habla del Café de Zaragoza en su blog Antiguos Cafés de Madrid y otras cosas de la Villa [Ver historia]
Cuenta Galdós:
"[...] Pues del salto se ha ido al café de Zaragoza. Dice que le cargan los ingenieros...».
Como le convenía retirarse temprano, no fue D. Evaristo aquella noche al indicado café. Las nueve serían de la siguiente, cuando entró en el establecimiento de la Plaza de Antón Martín, que lleno de gente estaba, con una atmósfera espesa y sofocante que se podía mascar, y un ensordecedor ruido de colmena; bulla y ambiente que soportan sin molestia los madrileños, como los herreros el calor y el estrépito de una fragua. Desembozándose, avanzó el anciano por la tortuosa calle que dejaran libre las mesas del centro, y miraba a un lado y otro buscando a su amigo. Ya tropezaba con un mozo encargado de servicio, ya su capa se llevaba la toquilla de una cursi; aquí se le interponía el brazo del vendedor de Correspondencias que alargaba ejemplares a los parroquianos, y allá le hacían barricada dos individuos gordos que salían o cuatro flacos que entraban." [Parte tercera. IV. Un curso filosófico práctico." VIII - pp. 185-186]
Café del Siglo
El Café del Siglo fue de los llamados revolucionarios y en él se fraguaron conspiraciones en tiempos isabelinos. Pérez Galdós sitúa este café en la calle Mayor, y lo corrobora A. Sánchez Pérez en "Treinta años después":
"No era, sin embargo, el café de La Iberia el centro en que a última hora de la noche convergían los llamados entonces hombres de acción. Estos se daban cita todas las noches en el café del Siglo. Que todavía existe, con el mismo nombre, si no estoy equivocado, en la calle Mayor. [...] En aquella tertulia del café del Siglo se inició, y en casa de Becerra acabó de organizarse, la reunión que los demócratas (ya unidos en un solo partido por haberse declarado libre la cuestión social) celebraron en el teatro del Circo el día 5 de Noviembre de 1865. [...] Transcurridos dos meses, en la mañana del 3 de Enero de 1866, se levantó Prim contra el gobierno en Villarejo de Salvanés, al frente de los regimientos de caballería de Calatrava y Borbón. Los tertulianos o contertulianos del café del Siglo, los que aquella noche misma deploraban que la cobardía y la indecisión de los jefes los obligasen a permanecer en la inacción, ignoraban aquella noche -y acaso lo ignoran todavía- que mientras ellos saboreaban el humeante café o paladeaban el rom de Jamaica -o de donde fuere- exponía Lagunero su vida para sacar las fuerzas militares acuarteladas en Alcalá, y que el desventurado D. José Espinosa, fusilado poco tiempo después, arriesgaba también su existencia al peligroso juego de las sublevaciones militares." [1]
Por otra parte, en los documentos consultados se habla de este café como lugar de encuentro de los espiritistas pero se lo sitúa en la calle de Carretas. También se lo menciona ubicado en la misma calle como "billares del antiguo café del Siglo"; Fernández de los Ríos lo denomina "Del Siglo, calle de Carretas" en su Guía de Madrid de 1876. Al de la calle Mayor lo llama "Nuevo del Siglo".
La duda se aclara en el siguiente párrafo de "Lo que corre por ahí - Café de Madrid", de Luis Rivera, publicado el periódico satírico político Gil Blas:
Así, pues, hubo "nada menos que dos del Siglo."
Cuenta Galdós:
"Decidieron por fin establecerse en el Siglo de la calle Mayor, donde se encontraron bastantes personas conocidas. Rubín necesitaba algunos días para la aclimatación en nuevo local. Al principio cambiaba frecuentemente de mesa, bien porque el sitio era expuesto a las corrientes de aire, bien por ciertas vecindades un poco molestas. Una de las primeras noches, cuando aún no habían llegado los amigos, Rubín estaba solo en la mesa, y ponía su atención en dos grupos inmediatos a él. En ambos era vivo y animado el diálogo. En el de la derecha decían: «Hoy he hecho yo unas cincuenta arrobas a veinticinco reales. Pero está la plaza perdida. Los paletos van aprendiendo mucho. Hoy han dicho que no traen más escarola si no se la ponemos a diez». En el grupo de la izquierda, compuesto de tres individuos, oyó Rubín lo siguiente: «Te aseguro que yo admito la metempsícosis, según la entendían los egipcios y los caldeos». Comprendió Rubín que los de la derecha eran asentadores de víveres y los de la izquierda filósofos de café. En el del Siglo había una gran reunión de espiritistas, a la que concurría por aquella fecha Federico Ruiz. Viole Rubín, y se acercó a la tertulia, teniendo el gusto de discutir con los individuos más entusiastas de aquella secta." [Parte tercera. Cap.I, Costumbres Turcas. V - pp. 38-39]
Café de Madrid
A tenor del artículo escrito por Luis Rivera que antes citamos, podemos decir que el Café de Madrid se inauguró en diciembre de aquel año de 1866:
Estaba ubicado entre la calle de Alcalá y Carrera de San Jerónimo, frente a la de la Victoria, en el bazar del Sr. Isern, antiguo Pasaje Iris; una galería comercial afrancesada que acabó transformándose en café.
Mencionamos una vez más a nuestra compañera M. R. Giménez, quien nos cuenta la historia del pasaje Iris y Café de Madrid [Ver historia]
Por nuestra parte, ponemos a vuestra disposición el ejemplar del periódico monárquico La Esperanza, del 29 de diciembre de 1866, donde el periodista José García escribe una crónica detallada sobre las obras de arte que decoraban el local. Lleva por título "Las pinturas del Gran Café de Madrid" y comienza en la página 3, última columna de la derecha. [Descargar]
Ángel M. Segovia lo cita en su obra Melonar de Madrid (1876) páginas 229-230 [2]:
Cuenta Galdós:
"Decidido a hablar con Juan Pablo, fue a verle una mañana al café de Madrid, donde tenía un rato de tertulia antes de entrar en la oficina, pues al fin ¡miseria humana!, hubo de aceptar la credencialeja de doce mil que le había dado Villalonga, por recomendación del mismo Feijoo." [Parte tercera. Cap.IV, Un curso de filosofía práctica. VII - pp 173]
"El filósofo cafetero dijo a su amigo que cuando quisiera echar otro párrafo no le buscase más en el Café de Madrid, porque allí había caído en un círculo de cazadores que le tenían marcado y aburrido con la perra pachona, el hurón, y con que si la perdiz venía o no venía al reclamo. No sabía aún a qué local mudarse; pero probablemente sería al Suizo Viejo, donde iban Federico Ruiz y otros chicos atrozmente panteístas. De los antiguos cofrades sólo iban a Madrid D. Basilio, insufrible con su ministerialismo, Leopoldo Montes y el Pater. Pero este se marcharía aquella misma noche a Cuevas de Vera, su pueblo, a trabajar las elecciones de Villalonga. También charló Juan Pablo de política, diciendo con mucho tupé que el Gobierno estaba de cuerpo presente, y que la situación duraría... a todo tirar, a todo tirar, tres o cuatro meses." [Parte tercera. Cap.IV, Un curso de filosofía práctica. VII - pp 180]
Café de San Joaquín
El de San Joaquín era de los conocidos como cafés cantantes. Estaba situado en la calle de San Joaquín número 2 (de ahí viene su nombre) y Fuencarral número 89, frente al Café de San Mateo, que hacía esquina a esta calle y la de Fuencarral. Fernández de los Ríos en su Guía de Madrid (1876) cita los tres de la calle Fuencarral, que eran: "de San Joaquín, San Mateo y Filipinas".
Ángel M. Segovia lo cita en su obra Melonar de Madrid (1876) páginas 244-245 [2]:
También lo cita Pedro de Répide en su libro Calles de Madrid:
"existía [...] un café-teatro, llamado también de San Joaquín que, como Variedades y La Infantil, cultivaba el género chico, entonces iniciando, y en cuyo escenario figuró mucho don José Mesejo con otros actores también de gran nombradía." [3]
Cuenta Galdós:
"En esta nueva emigración, deseando estar lo más lejos posible del Siglo, se fue a San Joaquín, en la calle de Fuencarral, y no se corrió más al Norte porque no había cafés en las latitudes altas de Madrid." [Parte tercera. Cap.I, Costumbres Turcas. VI - pp 44]
Café del Gallo
El Café del Gallo estaba ubicado en la Plaza de La Constitución (hoy Plaza Mayor).
Hacia 1840 en el Café del Gallo se vendían los billetes de la diligencia que partía hacia El Escorial, y de la denominada "Gran Faetón", con destino a los Carabancheles. De paso se ofrecía a los viajeros té, café y chocolate.
Cuenta Galdós:
"Refugio, la querida de Juan Pablo, estaba aquel invierno muy mal de ropa, y no iba al café del Siglo, sino al de Gallo, porque le cogía cerca (la pareja moraba en la Concepción Jerónima), y además porque la sociedad modesta que frecuentaba aquel establecimiento, permitía presentarse en él de trapillo o con mantón y pañuelo a la cabeza. Agregábansele a Refugio algunas personas con quienes tenía amistad fácil y adventicia, de esas que se contraen por vecindad de casa o de mesa de café. [...] El café se compone de dos crujías, separadas por gruesa pared y comunicadas por un arco de fábrica; mas a pesar de esta rareza de construcción, que le asemeja algo a una logia masónica, el local no tiene aspecto lúgubre. En la segunda sala, donde se instalaba Refugio, había siempre animación campechana y confianzuda, y como el espacio es allí tan reducido, toda la parroquia venía a formar una sola tertulia." [Parte tercera. Cap.V La razón de la sinrazón. I - pp 463]
Café Suizo
"-¡Oh, Madrid! De España elijo a Madrid, de Madrid la calle de Sevilla, de la calle de Sevilla el Café Suizo, del Suizo la parte vieja, y de ella, aquellas mesas que hay entrando a mano derecha..."
El Café Suizo estaba ubicado en la calle de Alcalá esquina a la de Sevilla (antes calle ancha de Peligros). Había sido fundado en 1845 por dos empresarios suizos que, a su vez, tenían o eran socios de otros cafés repartidos por la geografía española.
Fue café de tertulias y revolucionario, como lo deja ver Federico Urrecha en Tinita, publicada en La España Moderna de agosto de 1889:
"Hasta hace un mes concurría Pizarral a la mesa del café Suizo; iba todas las noches, a las nueve en punto, y allí tomaba su café, leía La Correspondencia, y se marchaba a las once al Ateneo. [...] No hubo nombre que más sonase antes y aun después de la Revolución que el suyo. La fiebre de la discusión cogía a Pizarral por medio, y en todos los Ateneos y Centros científicos dejaba algo profundo y sólido, que era como la digestión maravillosa de noches de estudio y análisis. No sé cómo fue que Pizarral se adhirió a la mesa aquella del Suizo y no a otra cualquiera. [...] Cuando la crisis política de 1868 se resolvió en un hecho de fuerza, la mesa del Suizo tuvo su fiebre, como todo el mundo, menos Pizarral, muy ocupado en aquellos días con no sé qué endiablados estudios: la Revolución pasó por la calle, echando fuera las buenas y las malas pasiones, desencajando enérgicamente seculares raíces, llenando el ambiente de ideas novísimas y simpáticas...."
Una vez más, Ángel M. Segovia ilustra con sus versos aquellos cafés de antaño en su obra Melonar de Madrid (1876) páginas 221-226 [2]:
Cuenta Galdós:
"-Pues anoche... estuve en el Suizo hasta las diez. Después me fui un rato al Real, y al salir ocurriome pasar por Praga a ver si estaba allí Joaquín Pez, a quien tenía que decir una cosa. Entro y lo primero que me veo es una pareja... en las mesas de la derecha... Quedeme mirando como un bobo... Eran un señor y una mujer vestida con una elegancia... ¿cómo te diré?, con una elegancia improvisada." [Parte primera. Cap.XI Final, que viene a ser principio. I - pp 243-244]
Fuera y dentro del Suizo
La fotografía, de Cámara, muestra la última época del Café Suizo, cuando ya estaba hecha la calle Sevilla y construido el edificio de La Equitativa (esquina derecha de la imagen).
La siguiente fotografía, del año 1919, muestra el proyecto de lo que sería el Banco de Bilbao. Se trata de un montaje realizado por el arquitecto Sr. Bastida; el edificio aún no se había construido.
Finaliza aquí el recorrido por los cafés madrileños que Galdós menciona en sus obras. Esperamos y deseamos que estos tres capítulos hayan sido de vuestro agrado y amena su lectura.
Nosotros nos comprometemos a ampliar información sobre cualquiera de aquellos Cafés que os interesen; sólo tenéis que solicitarlo en los comentarios.
En Fortunata y Jacinta: (dos historias de casadas), Benito Pérez Galdós cita muchos de los cafés del Madrid decimonónico que él mismo conocía y frecuentaba. Cafés de interminables tertulias y variopintos tertulianos que Galdós ilustra con estas palabras:
"En nuestros cafés se habla de cuanto cae bajo la ley de la palabra humana desde el gran día de Babel, en que Dios hizo las opiniones. Óyense en tales sitios vulgaridades groseras, y también conceptos ingeniosos, discretos y oportunos. Porque no sólo van al café los perdidos y maldicientes; también van personas ilustradas y de buena conducta. Hay tertulias de militares, de ingenieros; las de empleados y estudiantes son las que más abundan, y los provincianos forasteros llenan los huecos que aquellos dejan. En un café se oyen las cosas más necias y también las más sublimes. Hay quien ha aprendido todo lo que sabe de filosofía en la mesa de un café, de lo que se deduce que hay quien en la misma mesa pone cátedra amena de los sistemas filosóficos. Hay notabilidades de la tribuna o de la prensa, que han aprendido en los cafés todo lo que saben. Hombres de poderosa asimilación ostentan cierto caudal de conocimientos, sin haber abierto un libro, y es que se han apropiado ideas vertidas en esos círculos nocturnos por los estudiosos que se permiten una hora de esparcimiento en tertulias tan amenas y fraternales. También van sabios a los cafés; también se oyen allí observaciones elocuentes y llenas de sustancia, exposiciones sintéticas de profundas doctrinas. No es todo frivolidad, anécdotas callejeras y mentiras. El café es como una gran feria en la cual se cambian infinitos productos del pensamiento humano. Claro que dominan las baratijas; pero entre ellas corren, a veces sin que se las vea, joyas de inestimable precio." [Parte tercera. Cap.I, Costumbres Turcas. III - pp. 20-21]
Los cafés madrileños en la obra de Galdós
CAPÍTULO III
"Fortunata y Jacinta"
Es en Fortunata y Jacinta donde Galdós cita una mayor cantidad de cafés, todos ellos muy conocidos y emblemáticos. En la Parte tercera de la obra menciona y describe de un plumazo las características de alguno de ellos.
Variedad
"Quien se hubiera tomado el trabajo de seguir los pasos de Rubín desde el 69 al 74, le habría visto parroquiano del café de San Antonio en la Corredera de San Pablo, después del Suizo Nuevo, luego de Platerías, del Siglo y de Levante; le vería, en cierta ocasión, prefiriendo los cafés cantantes y en otra abominando de ellos; concurriendo al de Gallo o al de la Concepción Jerónima cuando quería hacerse el invisible, y por fin, sentar sus reales en uno de los más concurridos y bulliciosos de la Puerta del Sol." [Parte tercera. Cap.I, Costumbres Turcas. I - pp. 7-8]
Café de la Concepción. Año 1897 |
Características
"Instaláronse por el pronto en Fornos, y allí esperaron. A la segunda noche fue Leopoldo Montes, y a la tercera D. Basilio, que les encontró discutiendo de qué café se posesionarían definitivamente. El escritor de Hacienda se apresuró a dar su opinión favorable al café de Santo Tomás, porque allí daban más azúcar que en ninguna parte. Replicó a esto Montes que no había que mirar el caso bajo el prisma exclusivo del azúcar y que el género que más importaba era el café. El de la Aduana estuvo a punto de triunfar; pero lo desecharon por no estar siempre entre franceses, así como se excluyó el Imperial por los toreros, y otro por las cursis que lo invadían. Feijoo se habría quedado allí; pero a Rubín le eran antipáticos los alumnos de escuelas preparatorias militares que iban a Fornos a primera hora. Molestábale también la costumbre que allí había de quitar gas a las diez de la noche cuando se iban los tales alumnos. El local se quedaba medio a oscuras, no volviendo a ser bien alumbrado hasta las doce, hora en que venían a cenar los bolsistas. A Rubín le cargaban también los dichosos bolsistas, que no hablaban más que de dinero."[Parte tercera. Cap.I, Costumbres Turcas. V - pp. 37-38]
"De ocho a diez estaba el café completamente lleno, y los alientos, el vapor y el humo hacían un potaje atmosférico que indigestaba los pulmones. A las nueve, cuando aparecían La Correspondencia y los demás periódicos de la noche, aumentaba el bullicio. La jorobada y un su hermano, también algo cargado de espaldas, entraban con las manos de papel, y dando brazadas por entre las mesas del centro, iban alargando periódicos a todo el que los pedía. Poco después empezaba a clarear la concurrencia; algunos se iban al teatro, y las peñas de estudiantes se disolvían, porque hay muchos que se van a estudiar temprano. En todos los cafés son bastantes los parroquianos que se retiran entre diez y once. A las doce vuelve a animarse el local con la gente que regresa del teatro y que tiene costumbre de tomar chocolate o de cenar antes de irse a la cama. Después de la una sólo quedan los enviciados con la conversación, los adheridos al diván o a las sillas por una especie de solidificación calcárea, las verdaderas ostras del café." [Parte tercera. Cap.I, Costumbres Turcas. III - pp. 19]
Clientela
"En las tertulias de los cafés hay siempre dos categorías de individuos, una es la de los que ponen la broza en la conversación, llevando noticias absurdas o diciendo bromas groseras sobre personas y cosas; otra es la de los que dan la última palabra sobre lo que se debate, soltando un juicio doctoral y reduciendo a su verdadero valor las bromas y los dicharachos. Donde quiera que hay hombres, hay autoridad, y estas autoridades de café, definiendo a veces, a veces profetizando y siempre influyendo, por la sensatez aparente de sus juicios, sobre la vulgar multitud, constituyen una especie de opinión, que suele traslucirse a la prensa, allí donde no existe otra de mejor ley.
Bueno. Los que ejercen autoridad en los círculos o tertulias de café suelen sentarse en el diván, esto es, de espaldas a la pared, como si presidieran o constituyesen tribunal. Juan Pablo y Feijoo pertenecían a esta categoría; pero el segundo no se sentaba nunca en el diván, porque le daba calor la pana, sino en una de las sillas de fuera, tomando café en un ángulo de la mesa y volviendo la espalda a los individuos de la mesa inmediata." [Parte tercera. Cap.I, Costumbres Turcas. II - pp. 13]
"En nuestros cafés se habla de cuanto cae bajo la ley de la palabra humana desde el gran día de Babel, en que Dios hizo las opiniones. Óyense en tales sitios vulgaridades groseras, y también conceptos ingeniosos, discretos y oportunos. Porque no sólo van al café los perdidos y maldicientes; también van personas ilustradas y de buena conducta. Hay tertulias de militares, de ingenieros; las de empleados y estudiantes son las que más abundan, y los provincianos forasteros llenan los huecos que aquellos dejan. En un café se oyen las cosas más necias y también las más sublimes. Hay quien ha aprendido todo lo que sabe de filosofía en la mesa de un café, de lo que se deduce que hay quien en la misma mesa pone cátedra amena de los sistemas filosóficos. Hay notabilidades de la tribuna o de la prensa, que han aprendido en los cafés todo lo que saben. Hombres de poderosa asimilación ostentan cierto caudal de conocimientos, sin haber abierto un libro, y es que se han apropiado ideas vertidas en esos círculos nocturnos por los estudiosos que se permiten una hora de esparcimiento en tertulias tan amenas y fraternales. También van sabios a los cafés; también se oyen allí observaciones elocuentes y llenas de sustancia, exposiciones sintéticas de profundas doctrinas. No es todo frivolidad, anécdotas callejeras y mentiras. El café es como una gran feria en la cual se cambian infinitos productos del pensamiento humano. Claro que dominan las baratijas; pero entre ellas corren, a veces sin que se las vea, joyas de inestimable precio." [Parte tercera. Cap.I, Costumbres Turcas. III - pp. 20-21]
-¡Aquí lo que había que hacer era una manifestación imponente, entrar en la casa de la Villa y... rebajar los derechos del vino! |
Café de Fornos
Ver la nueva biografía del Café de Fornos AQUÍ
"Instaláronse por el pronto en Fornos, y allí esperaron. A la segunda noche fue Leopoldo Montes, y a la tercera D. Basilio, que les encontró discutiendo de qué café se posesionarían definitivamente.[...]" [Parte tercera. Cap.I, Costumbres Turcas. V - pp. 37]
Fotografía del Café de Fornos hacia 1908. Urbanity.es |
Café de Zaragoza
El café de Zaragoza estaba situado en la esquina de la plaza de Antón Martín y la calle del León. Como en el del Siglo o el de Fornos, sus tertulias tendrán mucho que ver en las revoluciones de 1854 y 1868.
La revista Nuevo Mundo, del 26 de noviembre de 1896, publica un escueto artículo sobre el Café de Zaragoza, acompañado por una fotografía de Company que muestra lo concurrido del local. Se menciona a un tal D. Luis Ramos como nuevo propietario y responsable de las obras acometidas que dieron un nuevo aspecto al café. De las mejoras cabe destacar la instalación de "un filtro sistema Howatson de gran potencia" que permitía ofrecer agua cristalina y limpia.
Se habla de ser uno de los cafés más populares de Madrid por su ubicación y, a decir de la fotografía, así era; sobre todo los días festivos. A la modernización del café había que sumar la esmerada atención de sus empleados y la música nocturna, a cargo de un notable pianista.
Nuestra compañera en esto de contar historias de Madrid M. R. Giménez, nos habla del Café de Zaragoza en su blog Antiguos Cafés de Madrid y otras cosas de la Villa [Ver historia]
Cuenta Galdós:
"[...] Pues del salto se ha ido al café de Zaragoza. Dice que le cargan los ingenieros...».
Como le convenía retirarse temprano, no fue D. Evaristo aquella noche al indicado café. Las nueve serían de la siguiente, cuando entró en el establecimiento de la Plaza de Antón Martín, que lleno de gente estaba, con una atmósfera espesa y sofocante que se podía mascar, y un ensordecedor ruido de colmena; bulla y ambiente que soportan sin molestia los madrileños, como los herreros el calor y el estrépito de una fragua. Desembozándose, avanzó el anciano por la tortuosa calle que dejaran libre las mesas del centro, y miraba a un lado y otro buscando a su amigo. Ya tropezaba con un mozo encargado de servicio, ya su capa se llevaba la toquilla de una cursi; aquí se le interponía el brazo del vendedor de Correspondencias que alargaba ejemplares a los parroquianos, y allá le hacían barricada dos individuos gordos que salían o cuatro flacos que entraban." [Parte tercera. IV. Un curso filosófico práctico." VIII - pp. 185-186]
Café del Siglo
El Café del Siglo fue de los llamados revolucionarios y en él se fraguaron conspiraciones en tiempos isabelinos. Pérez Galdós sitúa este café en la calle Mayor, y lo corrobora A. Sánchez Pérez en "Treinta años después":
"No era, sin embargo, el café de La Iberia el centro en que a última hora de la noche convergían los llamados entonces hombres de acción. Estos se daban cita todas las noches en el café del Siglo. Que todavía existe, con el mismo nombre, si no estoy equivocado, en la calle Mayor. [...] En aquella tertulia del café del Siglo se inició, y en casa de Becerra acabó de organizarse, la reunión que los demócratas (ya unidos en un solo partido por haberse declarado libre la cuestión social) celebraron en el teatro del Circo el día 5 de Noviembre de 1865. [...] Transcurridos dos meses, en la mañana del 3 de Enero de 1866, se levantó Prim contra el gobierno en Villarejo de Salvanés, al frente de los regimientos de caballería de Calatrava y Borbón. Los tertulianos o contertulianos del café del Siglo, los que aquella noche misma deploraban que la cobardía y la indecisión de los jefes los obligasen a permanecer en la inacción, ignoraban aquella noche -y acaso lo ignoran todavía- que mientras ellos saboreaban el humeante café o paladeaban el rom de Jamaica -o de donde fuere- exponía Lagunero su vida para sacar las fuerzas militares acuarteladas en Alcalá, y que el desventurado D. José Espinosa, fusilado poco tiempo después, arriesgaba también su existencia al peligroso juego de las sublevaciones militares." [1]
Por otra parte, en los documentos consultados se habla de este café como lugar de encuentro de los espiritistas pero se lo sitúa en la calle de Carretas. También se lo menciona ubicado en la misma calle como "billares del antiguo café del Siglo"; Fernández de los Ríos lo denomina "Del Siglo, calle de Carretas" en su Guía de Madrid de 1876. Al de la calle Mayor lo llama "Nuevo del Siglo".
LA IBERIA, 9 de julio de 1888. |
La duda se aclara en el siguiente párrafo de "Lo que corre por ahí - Café de Madrid", de Luis Rivera, publicado el periódico satírico político Gil Blas:
GIL BLAS, 30 de diciembre de 1866 |
Así, pues, hubo "nada menos que dos del Siglo."
Cuenta Galdós:
"Decidieron por fin establecerse en el Siglo de la calle Mayor, donde se encontraron bastantes personas conocidas. Rubín necesitaba algunos días para la aclimatación en nuevo local. Al principio cambiaba frecuentemente de mesa, bien porque el sitio era expuesto a las corrientes de aire, bien por ciertas vecindades un poco molestas. Una de las primeras noches, cuando aún no habían llegado los amigos, Rubín estaba solo en la mesa, y ponía su atención en dos grupos inmediatos a él. En ambos era vivo y animado el diálogo. En el de la derecha decían: «Hoy he hecho yo unas cincuenta arrobas a veinticinco reales. Pero está la plaza perdida. Los paletos van aprendiendo mucho. Hoy han dicho que no traen más escarola si no se la ponemos a diez». En el grupo de la izquierda, compuesto de tres individuos, oyó Rubín lo siguiente: «Te aseguro que yo admito la metempsícosis, según la entendían los egipcios y los caldeos». Comprendió Rubín que los de la derecha eran asentadores de víveres y los de la izquierda filósofos de café. En el del Siglo había una gran reunión de espiritistas, a la que concurría por aquella fecha Federico Ruiz. Viole Rubín, y se acercó a la tertulia, teniendo el gusto de discutir con los individuos más entusiastas de aquella secta." [Parte tercera. Cap.I, Costumbres Turcas. V - pp. 38-39]
Café de Madrid
A tenor del artículo escrito por Luis Rivera que antes citamos, podemos decir que el Café de Madrid se inauguró en diciembre de aquel año de 1866:
GIL BLAS, 30 de diciembre de 1866 |
Estaba ubicado entre la calle de Alcalá y Carrera de San Jerónimo, frente a la de la Victoria, en el bazar del Sr. Isern, antiguo Pasaje Iris; una galería comercial afrancesada que acabó transformándose en café.
Mencionamos una vez más a nuestra compañera M. R. Giménez, quien nos cuenta la historia del pasaje Iris y Café de Madrid [Ver historia]
Por nuestra parte, ponemos a vuestra disposición el ejemplar del periódico monárquico La Esperanza, del 29 de diciembre de 1866, donde el periodista José García escribe una crónica detallada sobre las obras de arte que decoraban el local. Lleva por título "Las pinturas del Gran Café de Madrid" y comienza en la página 3, última columna de la derecha. [Descargar]
Ángel M. Segovia lo cita en su obra Melonar de Madrid (1876) páginas 229-230 [2]:
CAFÉ DE MADRID
"Durante el día es el punto
donde se hallan con frecuencia,
por la parte que da frente
al Ministerio de Hacienda,
los hombres de los chanchullos,
negociantes de la legua,
agiotistas, corredores,
más bien dicho, correderas,
que, á su ministerio fieles,
en el de Hacienda se cuelan
con asuntos de cupones,
***
ó papeles de la Deuda,
ó los bonos del Tesoro,
ó descuento de carpetas,
y toman café con copa
mientras en el café esperan.
***
Por la noche el personal
sufre variación completa
por la calle de Alcalá,
igual que por la Carrera.
***
Mamas que llevan sus niñas,
muy armadas de pamela
y polisson á la moda,
recogiendo las caderas,
como diciendo: «Pollitos,
vamos, ánimo y á ellas,
que para eso las traigo
á esta especie de feria.»"
Cuenta Galdós:
"Decidido a hablar con Juan Pablo, fue a verle una mañana al café de Madrid, donde tenía un rato de tertulia antes de entrar en la oficina, pues al fin ¡miseria humana!, hubo de aceptar la credencialeja de doce mil que le había dado Villalonga, por recomendación del mismo Feijoo." [Parte tercera. Cap.IV, Un curso de filosofía práctica. VII - pp 173]
"El filósofo cafetero dijo a su amigo que cuando quisiera echar otro párrafo no le buscase más en el Café de Madrid, porque allí había caído en un círculo de cazadores que le tenían marcado y aburrido con la perra pachona, el hurón, y con que si la perdiz venía o no venía al reclamo. No sabía aún a qué local mudarse; pero probablemente sería al Suizo Viejo, donde iban Federico Ruiz y otros chicos atrozmente panteístas. De los antiguos cofrades sólo iban a Madrid D. Basilio, insufrible con su ministerialismo, Leopoldo Montes y el Pater. Pero este se marcharía aquella misma noche a Cuevas de Vera, su pueblo, a trabajar las elecciones de Villalonga. También charló Juan Pablo de política, diciendo con mucho tupé que el Gobierno estaba de cuerpo presente, y que la situación duraría... a todo tirar, a todo tirar, tres o cuatro meses." [Parte tercera. Cap.IV, Un curso de filosofía práctica. VII - pp 180]
Café de San Joaquín
El de San Joaquín era de los conocidos como cafés cantantes. Estaba situado en la calle de San Joaquín número 2 (de ahí viene su nombre) y Fuencarral número 89, frente al Café de San Mateo, que hacía esquina a esta calle y la de Fuencarral. Fernández de los Ríos en su Guía de Madrid (1876) cita los tres de la calle Fuencarral, que eran: "de San Joaquín, San Mateo y Filipinas".
Ángel M. Segovia lo cita en su obra Melonar de Madrid (1876) páginas 244-245 [2]:
CAFÉ SAN JOAQUÍN
"Es otro café-teatro
con un tablado ó tablero
donde ejecutan en público
versos y música á un tiempo,
desfigurando zarzuelas
del antiguo y del moderno
repertorio. Allí el tenor
con una voz de conejo,
suele dar un la que parte
al mismo sol por el medio.
***
Es por regla general
este insigne zarzuelero
el esposo de la tiple
que canta como un becerro,
y el primo y cuñado del
bajo, que fué un bajo bueno,
y primo segundo del
barítono, otro podenco
que habla en catalán y ladra
á la orquesta y al maestro.
***
y el público los escucha
generalmente riendo,
y habla de todos mil pestes
y hasta sabe sus secretos-,
pero á la noche siguiente,
vuelve á reirse de nuevo
y los zarzueleros dicen:
adame pan y dime perro.»" [2]
También lo cita Pedro de Répide en su libro Calles de Madrid:
"existía [...] un café-teatro, llamado también de San Joaquín que, como Variedades y La Infantil, cultivaba el género chico, entonces iniciando, y en cuyo escenario figuró mucho don José Mesejo con otros actores también de gran nombradía." [3]
Cuenta Galdós:
"En esta nueva emigración, deseando estar lo más lejos posible del Siglo, se fue a San Joaquín, en la calle de Fuencarral, y no se corrió más al Norte porque no había cafés en las latitudes altas de Madrid." [Parte tercera. Cap.I, Costumbres Turcas. VI - pp 44]
Café del Gallo
El Café del Gallo estaba ubicado en la Plaza de La Constitución (hoy Plaza Mayor).
Hacia 1840 en el Café del Gallo se vendían los billetes de la diligencia que partía hacia El Escorial, y de la denominada "Gran Faetón", con destino a los Carabancheles. De paso se ofrecía a los viajeros té, café y chocolate.
Cuenta Galdós:
"Refugio, la querida de Juan Pablo, estaba aquel invierno muy mal de ropa, y no iba al café del Siglo, sino al de Gallo, porque le cogía cerca (la pareja moraba en la Concepción Jerónima), y además porque la sociedad modesta que frecuentaba aquel establecimiento, permitía presentarse en él de trapillo o con mantón y pañuelo a la cabeza. Agregábansele a Refugio algunas personas con quienes tenía amistad fácil y adventicia, de esas que se contraen por vecindad de casa o de mesa de café. [...] El café se compone de dos crujías, separadas por gruesa pared y comunicadas por un arco de fábrica; mas a pesar de esta rareza de construcción, que le asemeja algo a una logia masónica, el local no tiene aspecto lúgubre. En la segunda sala, donde se instalaba Refugio, había siempre animación campechana y confianzuda, y como el espacio es allí tan reducido, toda la parroquia venía a formar una sola tertulia." [Parte tercera. Cap.V La razón de la sinrazón. I - pp 463]
Café Suizo
"-¡Oh, Madrid! De España elijo a Madrid, de Madrid la calle de Sevilla, de la calle de Sevilla el Café Suizo, del Suizo la parte vieja, y de ella, aquellas mesas que hay entrando a mano derecha..."
Ambrosio LAMELA
El Mundo Cómico
Madrid, 23 de marzo de 1873
Fotografía de Salazar. LA ESFERA, 2 de agosto de 1919 |
El Café Suizo estaba ubicado en la calle de Alcalá esquina a la de Sevilla (antes calle ancha de Peligros). Había sido fundado en 1845 por dos empresarios suizos que, a su vez, tenían o eran socios de otros cafés repartidos por la geografía española.
Fue café de tertulias y revolucionario, como lo deja ver Federico Urrecha en Tinita, publicada en La España Moderna de agosto de 1889:
"Hasta hace un mes concurría Pizarral a la mesa del café Suizo; iba todas las noches, a las nueve en punto, y allí tomaba su café, leía La Correspondencia, y se marchaba a las once al Ateneo. [...] No hubo nombre que más sonase antes y aun después de la Revolución que el suyo. La fiebre de la discusión cogía a Pizarral por medio, y en todos los Ateneos y Centros científicos dejaba algo profundo y sólido, que era como la digestión maravillosa de noches de estudio y análisis. No sé cómo fue que Pizarral se adhirió a la mesa aquella del Suizo y no a otra cualquiera. [...] Cuando la crisis política de 1868 se resolvió en un hecho de fuerza, la mesa del Suizo tuvo su fiebre, como todo el mundo, menos Pizarral, muy ocupado en aquellos días con no sé qué endiablados estudios: la Revolución pasó por la calle, echando fuera las buenas y las malas pasiones, desencajando enérgicamente seculares raíces, llenando el ambiente de ideas novísimas y simpáticas...."
Una vez más, Ángel M. Segovia ilustra con sus versos aquellos cafés de antaño en su obra Melonar de Madrid (1876) páginas 221-226 [2]:
CAFÉ SUIZO
Mira á dos calles,
Alcalá y Sevilla,
como los políticos
de quien es guarida
miran con dos caras,
cada cual distinta,
ora al moderado,
ora al progresista.
***
Es el mentidero
Es el mentidero
de la vieja villa,
donde se comentan
las cien mil noticias
que diariamente
lanza la política,
que en ochenta bandos
se halla dividida.
***
Es en el invierno,
no Suizo, Suiza,
que si hay poca gente
se hiela enseguida
si el que entra con capa
dentro se la quita.
***
En cambio, si lleno
de gente se mira,
es un baño ruso
que atonta, que asfixia;
se halla en connivencia
con las pulmonías,
y al salir la agarra
el que se descuida.
Más que dentro, fuera
su parroquia brilla,
en grupos diversos
de gente distinta,
que charla, que fuma,
que mira y remira
á todo el que pasa
con buena levita;
y estorba al que quiere
caminar de prisa,
ó al que entrar desea
á tomar su chica
de inglesa cerveza,
cognac ó Montilla.
***
Que al lado del Suizo
y en la puerta misma,
los grupos se plantan
y nunca se quitan,
que están por la tarde,
de noche, de dia,
que llueva, que nieve,
que caiga pedrisca;
invierno y verano,
la estación no priva
con el frío intenso,
con el sol que pica,
siempre están los grupos
á la puerta misma,
que charlan, que fuman,
que estorban, que miran.
***
El villar que tiene
es cosa magnífica;
no hablo de las mesas
ni de las taquillas,
ni si son las bolas
grandes ó chiquitas,
ni de los que juegan
tarde, noche y dia,
sino de los tipos
de los que los miran.
***
En torno á las mesas,
sentados en fila,
están apretados
como las sardinas
cien espectadores
de figura antigua.
***
El uno es cesante
de ruin cesantía,
que mata allí el tiempo
y el hambre maligna.
***
El otro es un jefe
que fué de Milicia,
con grueso bigote
de color de lila,
que ya tira á blanco,
cortado y sin guias.
***
El otro fué un tiempo
un rico bolsista,
que de una jugada
quedóse per istam,
y hoy tiene un conato
de ruines patillas,
de las que, cuando habla,
sin cesar se tira.
***
Y así por este orden,
varias figurillas
antediluvianas
de dorada cimba.
***
El uno bosteza,
el otro dormita,
el otro las uñas
se muerde y mastica
y escupe á su adlátere
la capa raida.
***
En esto se mueve
la gran gritería
sobre si fué sucia
la jugada, ó limpia,
y el mozo se acerca
con cara de risa,
para que sus votos
la cuestión decidan,
á los serios jueces,
cesante y bolsista,
los cuales responden
según simpatía,
aunque no hayan visto
si es sucia ó es limpia.
Cuenta Galdós:
"-Pues anoche... estuve en el Suizo hasta las diez. Después me fui un rato al Real, y al salir ocurriome pasar por Praga a ver si estaba allí Joaquín Pez, a quien tenía que decir una cosa. Entro y lo primero que me veo es una pareja... en las mesas de la derecha... Quedeme mirando como un bobo... Eran un señor y una mujer vestida con una elegancia... ¿cómo te diré?, con una elegancia improvisada." [Parte primera. Cap.XI Final, que viene a ser principio. I - pp 243-244]
Fuera y dentro del Suizo
La fotografía, de Cámara, muestra la última época del Café Suizo, cuando ya estaba hecha la calle Sevilla y construido el edificio de La Equitativa (esquina derecha de la imagen).
La siguiente fotografía, del año 1919, muestra el proyecto de lo que sería el Banco de Bilbao. Se trata de un montaje realizado por el arquitecto Sr. Bastida; el edificio aún no se había construido.
Finaliza aquí el recorrido por los cafés madrileños que Galdós menciona en sus obras. Esperamos y deseamos que estos tres capítulos hayan sido de vuestro agrado y amena su lectura.
Nosotros nos comprometemos a ampliar información sobre cualquiera de aquellos Cafés que os interesen; sólo tenéis que solicitarlo en los comentarios.
FIN
Bibliografía | ||||||
Pérez Galdós, Benito. Fortunata y Jacinta: (dos historias de casadas). Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. Edición digital basada en la edición de Madrid, Imprenta de La Guirnalda, 1887. CDU: 821.134.2-31"18" http://bib.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/12937067559078288532624/index.htm [1] Sánches Pérez, A. Treinta años después. (1895) La España Moderna. Cap. III, pp.29-61 https://www.yumpu.com/es/document/view/13464358/la-espana-moderna [2] Segovia, Ángel M. Melonar de Madrid. (1876) Madrid, Imprenta a cargo de A. Florenciano, Caños, 4 [3] Répide, Pedro de. Las Calles de Madrid. Madrid, Afrodisio Aguado, 1981. 4ª edición. pp 654 · Citas de noticias de periódicos en la publicación |
© 2014 Eduardo Valero García - HUM 014-012 MADGALDOS
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¡Muchas gracias por tu visita! En cuanto pueda contestaré a tu comentario. Saludos!