sábado, 31 de diciembre de 2016

La Fuente del Cura de la calle del Pez

La emblemática calle del Pez, otrora arteria muy noble de esta villa y corte por sus importantes vecinos, era arroyo contundente en épocas pluviales. En ella hubo una fuente de regias aguas de la que hoy hablamos a través de su historia y leyenda.
La que estaba al final de la calle del Pez, llamada del Cura, ha sido suprimida, distribuyendo sus dos caños; uno á la plazuela de los Mostenses para aguadores, y el otro á la travesía de la Cruz-verde, calle Ancha de San Bernardo, como caño de vecindad […]” [1]

El 23 de septiembre de 1848 desaparecía del paisaje señorial de la calle del Pez la fuente conocida como “del Cura”. Ciento sesenta y ocho años después de su desmonte la recordamos.

Los periódicos de aquellos días atribuían la desaparición de la fuente a las mejoras urbanas que se desarrollaban en diferentes puntos de la ciudad. La noticia era de interés y, por tanto, publicada en el Heraldo, La España, El Observador, El Espectador, La esperanza y El Clamor Público; de éste último recuperamos su texto:


Ubicada sobre la calle del Pez, aproximadamente entre las de las Pozas y de Cruz Verde, la fuente era sustituida por un caño de vecindad para esta última arteria.

Como todo lo que ocurre en Madrid, entonces también surgió la polémica. Para algunos la fuente era “incómoda y estrafalaria”, además de un estorbo para el transeúnte; para otros hubiera sido más loable restaurarla, añadiendo dos caños a los ya existentes.


Calle y fuente del Cura
Lo cierto es que durante mucho tiempo, la del Cura, como otras fuentes, fue citada como punto de referencia en los avisos de la villa, e incluso llevó este nombre el tramo de la calle del Pez comprendido entre San Bernardo y Andrés Borrego (antigua de los Panaderos).

Plano de la Villa y Corte de Madrid: en sesenta y quatro láminas… 
D. Fausto Martínez de la Torre y D. Josef Asensio (1800)
Madrid. Imprenta de D. Joseph Doblado

Son muchos los anuncios donde aparece, al menos desde el año 1744. En algunos casos sin otra referencia domiciliaria, como éste del "Kalendario Manual, y Guía de Forasteros en Madrid" de ese año, que habla de un miembro del Consejo Real de Indias:


Añadimos algunos anuncios más y el año de publicación:

1758

1760

1762

1763

Y así podríamos publicar un centenar de ellos y nombrar a cada uno de los hombres importantes que en rededor de ella vivieron, como este señor marqués:

1764


Sus aguas
El agua de la fuente del Cura provenía de uno de los cinco viajes que abastecían a todas las de Madrid; en este caso era la del Viaje de Amaniel (o del Rey), que proveía, además, a las fuentes del Cuartel de guardias de Corps; de Matalobos (en la calle Ancha de San Bernardo); las de los dos patios pequeños de Palacio; la de la Casa del Tesoro; la de la casa del conde de Altamira, y la de las caballerizas Reales. [2]
Todas las quales, juntas con la del Cura, la de Matalobos , y la de los Hornos de Villanueva , que son de viage aparte , y con los de agua gorda de los Caños del Peral, y los de la calle de Segovia, viene á tener Madrid al pie de setecientas Fuentes de salutífera agua dulce.” [3]
En el siguiente plano del Archivo General de Palacio podemos apreciar lo que fue el valle de Amaniel, con mojoneras y nombre de los propietarios de las tierras que lo rodeaban.

"Detalle del valle de Amaniel, con mojoneras y propietarios de las tierras que lo rodean,
en el que se indican posibles emplazamientos del inicio del viaje ¿1655?."
AGP, Sección de Planos, nº 1204.
Los Viajes de agua de Madrid durante el antiguo régimen.
Virgilio Pinto Crespo (Dirección)
Rafael Gili Ruiz
Fernando Velasco Medina
© De la edición, Fundación Canal. Julio 2010
ISBN: 978-84-932119-6-7
DEPÓSITO LEGAL: M-33574-2010


En un estudio de la calidad del agua y otros aspectos físico-médicos, el catedrático de química Luis Prous escribía sobre el análisis del agua de la fuente del Cura realizado el 11 de abril de 1800:
“[…] repetimos este experimento en presencia del mismo Don Pedro Gutiérrez Bueno con el agua de la fuente del Cura, cogida en tiempo claro: estaba a trece grados del termómetro; y para sumergirse en ella el pesa-licor hasta la señal del agua destilada necesito 0,5 de grano.” [4]
Ya había realizado un estudio similar sobre la densidad del agua don Juan Claudio Polanco entre los años 1728 y 1729, obteniendo resultados similares, pero siendo más pesada que en 1800.

Fuentes del Viaje de Amaniel en 1855


Ubicación en los planos de Madrid
Nada queda de aquel surtidor de la homónima calle de la fuente del Cura; sólo las referencias escritas y varias representaciones en planos antiguos. Estos documentos nos ofrecen una visión clara de su emplazamiento; en todo caso, señalizada por pequeños pictogramas que la ubican casi con precisión meridiana.
Así, y presentados por orden cronológico, en el Plano de la Villa de Madrid de Mancelli y Wit (1622 ó 1635) apreciamos una especie de rollo o picota con pilón que representa a la famosa fuente.



En otro plano de Madrid de 1715, obra de Gabriel Bodenehr, queda más o menos representada como en el plano anterior.

Institut Cartogràfic i Geològic de Catalunya
R.M. 171609 – Mapes d’Espanya (s. XV-XX)
http://cartotecadigital.icgc.cat


Más tarde, en el Plano geométrico e histórico de la Villa de Madrid de 1761, Nicolás Chalmandrier ofrece una fuente más definida (quizá una recreación), donde podemos apreciar taza y pilón ricos en detalles escultóricos:

Bibliothèque nationale de France, département Cartes et plans, CPL GE DD-2987 (1642 B)


Lo mismo ocurre en el facsímil del Plano topográfico de la Villa y Corte de Madrid de Antonio Espinosa de los Monteros y Abadía (1769), publicado en 1902.



Ya en el siglo XIX, a treinta y seis años de su desmonte, la fuente es delineada por Pedro Lezcano y Carmona como un simple punto sobre la cartografía de la emblemática calle:



Y en el Plano parcelario de Madrid de 1879 aparece la inscripción “F”, quizá haciendo referencia al caño o fuente de vecindad para la calle Cruz Verde.




Un inciso: La fuente de la calle Cruz Verde
En todos los casos, la fuente se sitúa más cercana a la calle de Las Pozas, sin embargo, como se anunciaba en las noticias, pasaba a ser caño de vecindad para la calle de Cruz Verde, otrora de las Tres Cruces; arteria poco agraciada donde la Santa Inquisición realizaba ejecuciones con la posterior cremación de los cadáveres.

¿Detalles de la ejecución?
Los habituales de aquellos tiempos.
De aquellos tiempos, en los
que la vida humana no tenía valor alguno...
Primero, la tortura.
Luego, un montón de ramas
con sus hojas verdes.
Unas ramas que formaban
una cruz.
La cruz del martirio.
La de la expiación.
La del castigo...
Unas ramas que se consumían
lentamente y lentamente devoraban
el cuerpo arrojado sobre ellas.
¡Ferocidad de los tiempos!
Increíble ferocidad, que hoy nos llena de pavor.
De angustia. […]
Terminada la ejecución a que
nos referimos, el público se retiró
lentamente del lugar del suplicio,
donde quedaban chisporroteando
las ramas verdes.
Aquellas ramas que el pueblo
asoció desde entonces al lugar
donde aquella tortura se había
verificado y donde seguirían verificándose
durante muchos años.
Lugar que aún conserva el
nombre siniestro.
Lugar que lleva el título de la
Cruz Verde en recuerdo de haber
estado allí uno de los primeros
quemaderos que hubo en la corte,[…]”

Fragmento de ”La calle de la Cruz Verde”, de Juan López Núñez [5]


Emilio Carrere posiblemente llame “fuentecilla” a ese caño de vecindad en una columna publicada en ABC:
De los cafés de los que no quedan ni los restos, quiero recordar el café de Prada, en la calle Ancha, junto a la fuentecilla de la Cruz Verde.” [6]
Esta cita de Carrere habla de la existencia de otra fuente, ya que, anterior a las noticias sobre el caño de vecindad, se hacía referencia a la de la calle Cruz Verde al menos desde los primeros años del siglo XIX. Así, en el Diario de Madrid del 7 de septiembre de 1806 se anunciaba:



Años más tarde, en el Nuevo Diario de Madrid del 17 de noviembre de 1821 aparecía este anuncio:



Resulta curioso que, mediando 15 años entre un anuncio y otro, en la misma casa se ofreciesen nodrizas.

El número 23 (antiguo) de la calle Cruz Verde corresponde a la Manzana 481 de la planimetría de Madrid, y la sitúa bastante retirada de la fuente del Cura, por lo que ésta, como otra que descubre Carpetania Madrid en su ruta "El Rey pasmado, las andanzas de Felipe IV", pudo estar ubicada en un patio interior.



Misma ubicación se da en el libro manuscrito “Distribución de las aguas pertenenciente a este viaje, año de 1812” pero como proveedora de agua de la fuente del Cura y perteneciente al Viaje de la Castellana.
Fuente pública del Cura la Calle del Pez esta toma debajo de una losa que se encuentra al comienzo de la Calle de la Cruz-berde junto a la acera que esta frente de la casa nº 23 de la manzana 481, teniendo su dirección la cañería por la Calle de la Cruz asalir a la del Pez donde ya se introduce enotra fuente, cesando aquí todas las […] pertenecientes á este viaje de la Castellana.” [7]
Sin embrago, en el estudio hidrométrico realizado entre el 16 de abril y el 20 de julio de 1867 por D. Félix María Gómez, Arquitecto de fontanería y alcantarillas de la villa de Madrid, se la califica como fuente pública cuyas aguas provenían del viaje de Amaniel.



Paisaje urbano
En todos los planos que hemos visto ha quedado reflejada la famosa fuente, pero en la Topografía de la Villa de Madrid de Pedro de Texeira (1656) no se hace referencia a ella. Quizá este mapa nos sirva, por sus detalles, para imaginar cómo se fue poblando la zona donde tuvo propiedades el eclesiástico D. Diego Henríquez y su relación con la fuente.
Como veremos más adelante, esas propiedades fueron adquiridas por la Villa en tiempos de Felipe II.



También, para recrear la vista y hacernos una idea del estado de ruina en que se encontraban muchas casas en el siglo XVIII, ofrecemos el plano de construcción de una vivienda en la calle del Pez, vuelta con la de los Panaderos (muy cercana a la fuente). La imagen corresponde a un expediente de reedificación del año 1752.



En el documento, la Cofradía de Nuestra Señora de la Almudena, nueva propietaria de los terrenos, solicitaba permiso para efectuar obras de reedificación “teniendo presente el fatal estado de su fábrica”. [8]

A ese deterioro de la que fue calle de vecinos importantes y con proliferación de comercios e industrias, en 1847 se sumaba la insalubridad y el abandono, no sólo por los habitantes sino también por el consistorio.



Conocidos ya algunos detalles sobre la fuente y sus aledaños, centramos nuestro interés en su historia y leyenda.


Historia y leyenda de la fuente del Cura Diego Henríquez
Utilizamos dos versiones sobre la fuente del Cura Henríquez para conocer su parte histórica y la posible leyenda.
La primera versión corresponde a la obra “Origen histórico y etimológico de las calles de Madrid” de Antonio Capmany y Montpalau, publicada en 1863 por El Contemporáneo. Este autor sitúa la historia en el año 1469.
La segunda, más extensa y divertida, corresponde al novelista Manuel Fernández y González, quien escribe “La Fuente del Cura” (publicado el 8 de abril de 1881 en la revista La América), relato histórico-novelesco en veinte cuadros con el cura y su tía como protagonistas. Para este autor la historia se desarrolla entre 1462 y 1469.
En esos tiempos reinaba en Castilla –con no pocos inconvenientes- el Trastámara Enrique IV (Valladolid, 1425 – Madrid, 1474).


1 - Antonio Capmany – Calle de la Fuente del Cura
Atendiendo a la descripción que Antonio Capmany y Montpalau hace sobre la calle de la Fuente del Cura, sabemos que ésta ya existía en 1469 y que era propiedad, junto con cinco pozas, del tal Diego Henríquez:
“[…] y la fuente de su casa, fué de las primeras que se vieron en Madrid con juegos y saltadores que en la mañana de San Juan subían á una grande altura, llamando la atención de los moradores de esta villa que íban á verla […]”. [9]
Decía Capmany que la fuente era “de aguas muy finas” y que don Diego en esos tiempos era casi octogenario.
Decía también que este señor pasaba la mayor parte del año en Guadalajara; que era sobrino de doña Isabel Henríquez [Hurtado de Mendoza], duquesa del Infantado, y que a su primera misa asistió de madrina nada menos que la “Rica-hembra” de Guadalajara, doña Juana de Mendoza, esposa de Alonso (o Alfonso) Henríquez, Almirante de Castilla.

Como hemos comentado, Capmany sitúa la historia en 1469, por tanto es imposible que la “Rica-hembra” asistiese a la misa, pues había fallecido en 1431.

Con estos datos podemos decir que el cura Diego Henríquez (o Enríquez) perteneció al linaje de los Enríquez de Castilla y fue descendiente de alguno de los catorce hijos de Juana y Alonso, puesto que su tía, Isabel Henríquez Hurtado de Mendoza, era la octava entre ellos.

En nuestra búsqueda incesante encontramos a Diego Enríquez, hijo de Enrique Enríquez de Mendoza, conde de Alba de Liste, y de María de Guzmán Suárez, Señora de Alba de Liste.
Enrique Enríquez de Mendoza, conde de Alba de Liste era hermano carnal de Isabel Hurtado de Mendoza.

Tampoco podemos asegurar que sea el Diego que nos ocupa, puesto que en el portal de genealogía sologenealogia.com indican que había nacido hacia 1463 y fallecido en 1550.

En el relato de Fernández y González que veremos más adelante, el cura lleva por nombre el de Diego Enríquez de Cabrera. Pero ese Diego, relacionada también con los Mendoza y los condes de Alba de Liste, había nacido entre 1572 y 1604.


Complicado resulta poder aseverar la identidad del tal Diego Henríquez, personaje que quizá nada tiene que ver con esta historia, lo mismo que su augusta tía Isabel Henríquez. Pero como las leyendas suelen basarse en hechos reales, alguna concordancia con esta noble familia tuvo que existir.

Continuamos con las explicaciones de Capmany, quien asegura que, una vez fallecido el cura Henríquez, sus propiedades fueron adquiridas por la Villa:
En la época de Felipe II, cuando trasladó su corte de Toledo, compró la villa esta posesión, con la fuente y minas que llamaban del Cura Henriquez, y mucho mas adelante se construyeron casas, erigiéndose una fuente para comodidad del vecindario, la cual ha permanecido hasta nuestros días, siempre con la denominación de la Fuente del Cura, nombre que le ha quedado á la calle, aunque la fuente ya se ha quitado de allí.
Y así acaba lo que contaba Capmany. Otros autores hicieron referencia a la fuente, creando un poco más de confusión a la búsqueda de datos concretos.
Así, D. Ramón de Mesonero Romanos en su libro “El antiguo Madrid” escribía de la fuente:
“[…] habiendo desaparecido también hace pocos años la mezquina fuente que á su salida á la Ancha de San Bernardo, llevaba el nombre del Cura por haberla costeado el párroco de Colmenar.” [10]
Vuelven a decirlo Peñasco y Cambronero años después, en 1889:
“[…] se llamaba en el siglo pasado Fuente del Cura, por lo que ya existía con este nombre, construida por el párroco de Colmenar.” [11]
Esto nos lleva a pensar que la fábrica de la fuente era de piedra de Colmenar, y no de mármol como veremos más adelante. Y que quizá don Ramón quería decir que había costeado el dispendio un “colega” del cura. No hemos hallado datos que puedan confirmar esta hipótesis.

Antes de continuar advertimos al lector que todo lo aquí entrecomillado corresponde a las consultas realizadas en los documentos citados en la bibliografía. Cualquier similitud con lo existente en otras publicaciones de internet, donde no figura ni una sola comilla, no nos interesa.

Continuamos, pues, con nuestra historia y prescindimos de otros datos que cuenta Pedro de Répide sobre parte de los terrenos de Henríquez que compra Juan Coronel, de la leyenda del pez y la calle homónima.


2 - Fernández y González – La Fuente del Cura
Fernández y González y Antonio Capmany ofrecen datos coincidentes en lo biográfico del personaje Diego Henríquez, mas existe una diferencia notable en cuanto a la edad; si para el primero en 1462 el cura no llegaba a los 30 años ni era eclesiástico, para el segundo en 1469 era un sacerdote casi octogenario.

Por otra parte, Isabel Henríquez Hurtado de Mendoza había nacido en 1417, lo que quiere decir que en 1462 tenía 45 años y en 1469, 52 años. Este dato tiene su importancia, pues, en efecto, Diego Henríquez no pudo ser anciano en esos tiempos. Desde el punto de vista histórico, el cura Henríquez pudo haber nacido hacia 1438.

Pero falla Fernández y González al decir que Isabel era nieta de la Rica-hembra, pues era su hija; y también al decir que era viuda en 1462, ya que su marido, Juan Ramírez de Arellano, señor de Aguilar de Inestrillas y de los Cameros, fallece en 1469.

En relación a Isabel Henríquez, las biografías encontradas señalan ese año de 1469 como el de su fallecimiento, algo en lo que coinciden ambos autores. Es posible que el relato que viene a continuación –salvando sus errores cronológicos-, indique que era viuda reciente y el final de la historia (a partir del cuadro quince) se desarrolle a mediados y finales de 1469.

La obra de Manuel Fernández y González relata la historia de dos amores imposibles, sus consecuencias y el fatal desenlaza que tiene por resultado la construcción de la fuente.

Escribía Fernández y González en el cuadro segundo de su relato:
En 1462, época en que le damos á conocer á nuestros lectores, el don Diego, que no habia cumplido sus treinta años, aún no era eclesiástico. Habia estudiado, es cierto, en la famosa Universidad de Salamanca […] según se murmuraba, era más fuerte don Diego, era en las ciencias ocultas, particularmente en la astrología judiciaria.
Y como la nobleza de entonces pasaba de mantener vagos, dice el novelista en el cuadro cuarto:
Así fué, que apenas acabados sus estudios y cuando apenas si contaba venticuatro años don Diego, se le conminó si no entraba en religión, ó por lo menos en el sacetdocio, se le quitarían los alimentos, se le dejaría reducido á sus propias fuerzas y se buscaría un protesto plausible para echarle de la familia […]”
Y esto se lo comunicó la ya mentada tía Isabel Henríquez en el cuadro quinto; y aquí el fallo cometido por Fernández y González sobre el parentesco de Isabel con la “Rica-hembra”:
“[…] doña Isabel Henriquez, su tia, que se jactaba de venir en línea recta de la famosa esposa del almirante Henriquez, que se conoce por excelencia en la historia de aquél tiempo el sobrenombre honorífico de la Rica-hembra, y por razón de la sangre, y de la tradición y del ejemplo, su nieta doña Isabel, tia de nuestro don Diego […]”
Muy mal le sentó aquello al joven Diego, que era galante, pendenciero, y poco le entusiasmaba la iglesia. Pero peor le sentó porque se lo decía su tía, de quien se sentía atraído y profundamente enamorado.
Así queda reflejado en el cuadro séptimo:
Además de esto, tenia el don Diego clavada, como una espina en el corazón, una mujer y no podia resollar sin que la espina le hiciese daño; y cabalmente la señora de sus pensamientos, que le traia casi loco, guardando el secreto de unos amores que no se atrevía á manifestar, era su propia tia doña Isabel, que tenia unos ojos de fuego, negros como la noche, como la noche profundos y como ella llenos de misterios; unas mejillas redondas, densas y pálidas, con fuerza de vida, con la blancura suave y sensual de la azucena; una boca pequeña y fresca, de labios húmedamente rojos; que cuando se sonreía, que era con frecuencia, causaba eú sus megillas dos oyitos en que se enterraban las almas de los más helados, y dejaban ver una dentadura quo por sí misma enloquecía: esto sin contar con la riqueza de los cabellos rizados, negros como la endrina, y un lujo de formas mórvidas, macizas, duras, protuberantes, con una gran belleza y de tal manera incitativas, que toda locura á que por ellas se sintiera arrojado un hijo de Adán, habria sido disculpable; que tal era aquella Eva que mandaba á su Sobrino se hiciese clérigo.
Pero hete aquí que su ardorosamente descrita tía también se sentía atraída por su joven sobrino.

Entonces en el cuadro noveno surgen las preguntas:
—¿Y cómo,—podrá decir el curioso lector,—no se casaban aquellos enamorados secretos que de tal manera por la no satisfacción de sus secretos amores se consumían, cuando todo ello era cuestión de dispensa y habia dineros largos para que Roma alzase á la carrera las dificultades, permitiéndoles ser felices?
¡Válame Dios por la ignorancia de las cosas de otros tiempos!
¿Cómo una ilustrísima viuda, una dama de altos respetos, toda una duquesa del Infantado, habia de cometer la indignidad imperdonable de violar su viudez, siquiera fuese con la autorización del Papa, ofendiendo la memoria, y aun pudiera ser muy bien que el alma en pena de su marido, dando lo que él tal vez echaba de menos en la eternidad, el encanto de su hermosura y el paraíso de delicias de su alma enamorada, no ya á un cualquiera, que siempre hubiera sido mostruoso, sino á un su sobrino carnal, que ésto pasaba ya de los límites de lo inconcebible? […]”
El cuadro décimo se desarrolla en Guadalajara. Antonio Capmany nos había contado que el cura pasaba gran parte del año en aquella provincia, donde también residía su tía.
Y es en este cuadro donde Isabel obliga a su sobrino a marcharse y no volver hasta ordenarse y haber cantado misa. Enríquez, desconsolado, espeta:
—que si vos queréis que me encapille la sotana es por poner más estorbos al amor que me tenéis, y que por los divinos ojos se os ha salido; y yo os digo que donde voy á profesar es en vuestros deliciosos brazos que el amor ha hecho para ventura mía, y de este corazón abrasado que no sabia cuánto vos le amabais.
Entonces los sentimientos que los parientes se profesan fluyen ardorosos, aunque medianamente controlados por parte de su tía; pero, lejos de saciar los más “nobles” deseos de la carne, terminan en una gresca.
Y como era desatentado y atrevido, á fuer de estudiante dejado de la mano de Dios, y vio lo aturdida que su tia estaba, que casi agonizaba, á ella se fué con los brazos abiertos y en ellos la estrechó tan de improviso y con tal fuerza, que al no ser doña Isabel tan grande y tan forzuda, del abrazo no se suelta; y aún así no se vio libre sino con gran detrimento de su persona y aun de su trage, que rasgándose alguna parte más de lo conveniente la casta hermosura del seno dejó al descubierto; de lo que tal vergüenza á doña Isabel la sobrevino, que cubriéndose con el brazo izquierdo lo que la avergonzaba y levantando el derecho, dio una terrible bofetada á su adorado sobrino, diciéndole toda indignada y furiosa:
—Tomad por lo que habéis hecho.
Y luego ella misma se dio otra descomunal bofetada, añadiendo:
—Y yo también, si por algo he dado ocasión á vuestra desvergüenza.
Llama Isabel a sus criados a gritos. Huye don Diego saltando muros y, a pesar de las inclemencias del tiempo y el frío, raudo parte de Guadalajara con su escudero hacia su casa de Madrid. Y a ésta llega enfermo.
Y en el cuadro decimo primo se repuso Isabel de tamaña escena. Tranquilizó a sus criados, que alerta estaban, con la manida escusa de que había visto un ratón. La servidumbre entre ellos cuchichearon: “—Parece mentira que siendo tan alentada y brava la señora la pongan tan á morir los ratones.

Y a morir se puso la noble dama y acabó en la cama, según cuenta Fernández y González en el cuadro decimo segundo. Tan mala como su sobrino se puso; y los galenos dictaminaron que “la señora tenia una calentura de mucho cuidado, y que fortuna sería sí no se andaba con ella bien de prisa.”

Por medio de la avanzada medicina de entonces, es decir: “sangrías”, “aguas cocidas de cuantas yerbas Dios crió”, “ventosas” y “pediluvios”, los médicos sacaron adelante a tía y sobrino.
“[…] y limpios de la fiebre del cuerpo los dejaron; pero no de la fiebre del alma que crecía y crecía en ambos, y de tal manera que ella se dolía y se arrepentía de haber sido tan cruel, más para sí misma que para su enamorado, y él de haber sido tan cobarde, tan temedor de gritos, que bien pudo haber sofocado, después de lo cual hubiera sobrevenido forzosamente el casamiento que era para don Diego no sólo un ansia del alma, si no también de la codicia y de la vanidad, dado que doña Isabel por estar próximamente emparentada con el rey, y por ser duquesa propietaria del Infantado, era un partido capaz de sacar de quicio al menos ambicioso […]”
Ya en el cuadro decimo tercero Isabel Henríquez, por medio de una misiva, conmina a su sobrino a que se haga religioso; y le anuncia que, en vista de lo mucho que le ama, ella se encierra en el convento de Santa Clara de Madrid. [12]

Contesta su sobrino don Diego con otra misiva. En esta sale a la luz el nombre con el que Fernández y González bautiza al cura: “Diego Henríquez de Cabrera”, del que ya hemos hablado.
Mi muy amada tia; pues que vos creéis que yo estoy torcidamente empeñado en propósitos con cuya consecución podria perderse mi alma, y por el amor que me tenéis, me ordenáis que me ordene, sin más réplicas ni argumentos á obedeceros me allano, y tanto más cuanto que vos me decís que no tendréis paz en el alma sino cuando me veáis sacerdote. Empezad á tenerla, conociendo cuánto os amo, dado que os obedezco.—Vuestro amantísimo sobrino, don Diego Henríquez de Cabrera.
A partir de ese momento, desde el cuadro decimo quinto al decimo séptimo, el autor sitúa la historia en Valladolid. Dice que dos meses después de las epístolas, apadrinado por el rey y amadrinado por su tía, el ínclito cantaba misa en la iglesia del convento de San Gregorio, en Valladolid.
Llegado el momento de la consagración, a la duquesa del Infantado le sobrevino un síncope que a punto estuvo de dejarla en el sitio. La llevaron a su posada y fue atendida por los galenos.

Se hizo la noche y el novel cura tuvo a bien sobornar a uno de esos doctores para que le llevase disfrazado como su practicante a los aposentos de su tía Isabel, y que allí le dejase a solas con ella.
Al llegar cerca de la posada, caminando por un lóbrego callejón junto a las tapias del cementerio de San Andrés, se les aparecieron unos fieros hombres blandiendo sus espadas y amenazándoles de muerte.
Por patas salió el galeno, más don Diego les hizo frente y desenvaino su espada; entonces los recios hombres se desvanecieron en la oscuridad dejando paso a una mujer vestida de blanco y cubierta con un velo.
Lejos de pensar en un fantasma, Diego vio en ella a su tía. Y una voz de ultratumba habló:
—Vas á ver—le dijo con una voz que ponía espanto por que parecía venir de la eternidad,—lo que es lo que has querido lograr con un sacrilegio perdiendo tu alma.
Aquella figura femenino comenzó a descomponerse; desapareció la carne de su cuerpo y quedó convertida en lamentable esqueleto.

Acto seguido el joven despertó sentado en un sillón de su posada. Había tenido una horrible pesadilla.
Nervioso y angustiado, pensó en su tía y raudo partió hacia la posada donde descansaba la duquesa para conocer el estado de su salud.
Al llegar preguntó al portero; éste le respondió:

—La duquesa a muerto.

Y en efecto así fue, doña Isabel Henríquez Hurtado de Mendoza, había muerto poco antes de las doce de la noche, y fue en el año de 1469. (En esto coincide con Manuel Capmany y con la biografía de la dama).

En los cuadros siguientes Diego está en Madrid; había salido de Valladolid nada más enterarse del fallecimiento de su tía.
Manuel Fernández y González recrea el momento en que el cura Diego Henríquez pide a un renombrado escultor la confección de una fuente:
—Yo […] como lo veis tengo en esta heredad mía cinco pozos y una fuente de agua cristalina: ¿porqué no habíamos de hacerles un hermoso pilón de mármol blanco, y en él un peñasco, y sobre el peñasco la estatua de una mujer que yo os diré? No reparéis en el costo que yo soy rico, ni atendáis más que a la hermosura de la obra.
Y así fue que se instaló una artística y preciosa fuente que pudo ser más o menos como la recreamos basándonos en el estilo propio del siglo XV y la descripción que hace Fernández y González en el cuadro decimo octavo:
Aceptó el escultor, y seis meses después la obra, hermosa sobre toda ponderación, estaba hecha, y el agua saltaba en ingeniosos juegos de los surtidores.
Sobre el peñasco, sentada, abatida, con los brazos abandonados y con la expresión de la más honda desesperación, había una estatua que representaba á doña Isabel.
Para la semejanza habían valido retratos.
Del pecho le saltaba un chorro de agua, que parecía representar las lágrimas en que su corazón se deshacía.
Nadie entendía lo que esto significaba.





Dice Fernández y González que se tardó seis meses en confeccionarla, y que poco tiempo después don Diego adoleció de muerte.

Antonio Capmany comenta que el cura “en los últimos años de su vida adoleció de una hidropesía”, y que sus criados lo hallaron muerto una tarde apoyado sobre la taza de la fuente.

Tanto Capmany como Fernández y González aseguran que el confesor de Diego Henríquez ordenó retirar la escultura y enterrarla, colocando en su lugar una cruz.
Para Capmany estuvo allí hasta su desaparición (en 1848); sin embargo, para Fernández y González, con el transcurrir de los tiempos la cruz “fue cambiando de forma, y tomando cada vez una más humilde.”

Esto nos hace suponer que a finales del siglo XVII o principios del XVIII también había desaparecido la cruz. O quizá la que mencionan ambos autores sea una deformación de la historia y esté asociada a la fuente de la calle Cruz Verde que hemos citado más arriba.

Basamos nuestra suposición en uno de los dibujos que ilustran el citado libro “Distribución de las aguas perteneciente a este viaje, año de 1812”, una de las tantas joyas que atesora nuestra Biblioteca Nacional, donde podemos apreciar una fuente de estructura piramidal con cuatro caños en la que es visible el escudo de la villa, por tanto, pública y con aguadores.



Hechas estas aclaraciones, continuamos con Manuel Fernández y González, quien finaliza su historia novelada en el cuadro vigésimo con estas palabras:
Tal es la tradición que se nos ha contado, y así la hemos hecho aparecer en nuestro relato.

Como hemos conocido durante este trabajo, existen dos versiones sobre la historia y posible leyenda; la primera de 1863, y la segunda de 1881. Versiones posteriores se apoyan en estas dos, añadiendo o quitando datos, más ninguna aporta mayor consistencia.

Nuestra intención ha sido encontrar las referencias y coincidencias históricas que permiten dar veracidad –con más o menos exactitud-, sobre los hechos que pudieron llevar a la construcción de la fuente.

Que existiese tal y como la hemos recreado queda en entredicho; sin embargo, vistos los planos que la representan, la fuente allí estuvo instalada y quizá con una cruz desde su origen o tal como se retrata en la ilustración de 1812.

Ningún documento gráfico puede corroborar la presencia de obra escultórica tan peculiar como la que dicen había encargado el cura; caprichoso retrato de importante persona llamada Isabel Henríquez Hurtado de Mendoza, duquesa del Infantado.


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Bibliografía
Todo el contenido de la publicación está basado en información de prensa de la época y documentos de propiedad del autor-editor.

[1] Madoz; Pascual
[2] Décadas médico-quirúrgicas y farmacéuticas. 1821, n.º 13. Análisis y observaciones de las aguas de Madrid… página 175.
[3] Diversion de cortesanos y estrella de forasteros guía pequeña de Madrid – 1778 – Madrid, Imprenta de Andrés de Soto
[4] Décadas médico-quirúrgicas y farmacéuticas. 1821, n.º 13. Análisis y observaciones de las aguas de Madrid… página 176.
[5] Juan López Núñez (1935) La calle de la Cruz Verde. Del folletín de la vida. La Voz, XVI (4.402) p. 4
[6] Emilio Carrere (1945) Crónica y responso de los cafés desaparecidos. ABC, XXXVIII (12.191), p. 3
[7] Anónimo. Distribución de las aguas perteneciente a este viaxe, año de 1812. Manuscrito con ilustraciones. Biblioteca Nacional de España. Signatura: MSS/21478
[8] Expediente de reedificación de una casa en la Calle del Pez. (1752) Madrid. Petición de reedificación, informes, licencia y planos. Biblioteca digital Memoria de Madrid. Signatura: 1-84-16 Ayuntamiento de Madrid.
[9] Origen histórico y etimológico de las calles de Madrid” de Antonio Capmany y Montpalau, publicada en 1863 por El Contemporáneo.
[10] Mesonero Romanos, Ramón de. El antiguo Madrid. 1861 p. 293
[11] Peñasco de la Fuente, Hilario; Cambronero, Carlos. (1889) Las calles de Madrid. Noticias, Tradiciones y Curiosidades. Madrid. P. 384
[12] Madoz…. “Santa Clara: estaba situado este convento entre la calle del Espejo y la que todavía lleva su nombre; pero habiendo sido demolido en la época de la invasión francesa de 1808, […] se levantó de nuevo en la calle Sancha de San Bernardo, núm. 80, casa del duque de Montemar […].”

En todos los casos cítese la fuente: Valero García, E. (2016) "La Fuente del Cura de la calle del Pez", en http://historia-urbana-madrid.blogspot.com.es/ ISSN 2444-1325

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© 2016 Eduardo Valero García - HUM 016-004 CALLE PEZ
Historia Urbana de Madrid ISSN 2444-1325

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