lunes, 13 de abril de 2020

Corona y Virus (Parte IV): Alfonso XII, las fake news y precauciones sanitarias. Madrid, 1884

En la tercera entrega de Corona y Virus, centrada en el año 1884, conocimos algunos momentos en la vida de Alfonso XII y los revuelos ocasionados por un discurso leído en la Universidad Central. También nos enteramos por Galdós que el hijo del Ganges ya estaba asomando la joroba por el Indostán y avanzaba hacia Europa, haciéndose notable su presencia en Francia.
De todas las coincidencias con la actualidad, la más desagradable fue tener que contar la relacionada con el negocio de la muerte.




A partir de dos artículos que Galdós escribe a finales de 1884, en esta cuarta parte abordamos el tema de las fake news y las medidas sanitarias tomadas en el extranjero; porque, ya entrado el mes de octubre, llegaron noticias de fallecimientos por cólera en Nantes, Normandía y Orán. En noviembre continuaban los contagios y defunciones, sumándose París y todas las regiones de Italia.
El Judío errante se acercaba con sigilo, pero implacable, mientras en Madrid reinaba la tranquilidad a pesar de los rumores sobre este asunto y otros que Galdós dará a conocer en La Prensa de Buenos Aires.


Corona y Virus
CUARTA PARTE
Alfonso XII, las “fake news” y precauciones sanitarias.
Madrid, 1884

Por el orden que requiere el título de este trabajo, nos vemos en la obligación de invertir la aparición cronológico de dos de los artículos publicados por Galdós en La Prensa. Al estar relacionado con Corona, nos ocupamos primero de La enfermedad del Rey, escrito el 1º de diciembre de 1884.

Si el nuevo ataque del cólera en Europa era preocupante, una plaga aún más dañina arrasaba las conciencias propagando fake news relacionadas con el estado de salud de Alfonso XII.


I
Corona
Alfonso XII y las “fake news”

Dichosas fake news que contaminan más que el Hijo del Ganges; bulos, que llamamos, o “noticias falseadas”, que debería ser su correcta definición. Si en la tercera parte de Corona y Virus hablábamos de la desinformación sobre los métodos para prevenir contagios o sanarse, las noticias sobre la salud del rey suponían un inconveniente, habida cuenta de lo complicado que resultó conseguir un monarca en aquella España trágica.

Por fin, cuando el Presidente, afónico ya y sudoroso, logra establecer una calma relativa, aporreando la mesa y mandando que callen, que se sienten, que respeten la majestad del lugar, empieza la votación... En el curso de esta, surgen cómicos entorpecimientos. El General Izquierdo:Pido la palabra. El Presidente: No hay palabra. El General Izquierdo: «La pido, señor Presidente, para decir tan sólo que si hasta este momento he defendido la candidatura del señor Duque de Montpensier, ahora voto al señor Duque de Aosta». (Aplausos aquí, risas allá.) Desfilan uno tras otro los diputados, formulando su voto en una papeleta donde constan el nombre del votante y el del Rey elegible. En la Mesa, los Secretarios y los que intervienen la votación forman una piña espesa. El escrutinio dura largo rato, y es presenciado con expectación, que en ningún momento es silenciosa. Nadie ocupa su asiento. Van y vienen, y un vórtice de impaciencia y ansiedad llena la Cámara. Cuentan, recuentan, se lee la lista de los ausentes, la lista de los votantes. Del cúmulo de cifras y del laberinto de nombres, emerge al fin la voz del Presidente que dice: «Queda elegido Rey el Duque de Aosta.» Eran las siete y media.
España trágica, Cap. XXV

Siempre han sido más sanas las tradicionales noticias del 28 de diciembre, inocentadas que producen asombro y después risa, acompañadas del muñequito pegado a la espalda. [Ver: Coplas del domingo: Los inocentes de ayer y Coplas del domingo. Día de inocentes. Madrid, 1919]
Pero no resulta tan risible «que los humanos, y no los bots, sean los responsables de la difusión de información engañosa», como afirma Sarah Romero en la revista Muy Interesante a partir de estudios científicos. [1]

El artículo de Romero, titulado La ciencia confirma que las 'fake news' se extienden más rápido que la verdad, está basado en estudios publicados en la revista Science (2018). La explicación es contundente:
«"Mientras que la verdad rara vez se difunde a más de 1.000 personas, el 1% de las noticias falsas más virales se difunde rutinariamente entre 1.000 y 100.000 personas". Lo curioso es que estos resultados se cumplían incluso a pesar de que las personas que habitualmente difundían rumores falsos tenían muchos menos seguidores que aquellos que en su mayoría dijeron la verdad, algo que podría haber reducido su poder de promoción de 'fake news'».
Según estos datos, indica:
«Esta diferencia no se debe a que las personas realmente prefiramos las mentiras o que seamos conscientes de que eso es lo que estamos promoviendo al retuitear una noticia falsa. Tampoco podemos culpar a los bots. Mientras que los bots aceleraban la difusión de historias falsas, los autores descubrieron que las historias reales recibían un estímulo igual por parte de los bots, lo que sugiere que el problema reside principalmente en los tuiteros humanos».
Vistos estos argumentos, poco más podemos añadir. En 1884 no existía la figura del tuitero; si acaso, la cotilla de una corrala o el moderno “radio patio”, identificable este último con los grupos de redes sociales. Tampoco había internet, y el wasap se asemejaría a los telegramas de aquella época. Pero el humano, más deshumanizado en el ciber-mundo, no dejaba de serlo con pluma en mano y letras de molde.

En esencia, por poner un ejemplo simbólico, y más allá de la importancia que tiene internet en las comunicaciones, algunas plataformas de redes son como La Fontana de Oro.
Como en la Fontana se agitaban las pasiones del pueblo, el gobierno permitía sus excesos para amedrentar al Rey, que era su enemigo. El Rey, entre tanto, fomentaba secretamente el ardor de la Fontana, porque veía en él un peligro para la libertad. La tradición nos ha enseñado que Fernando corrompió a alguno de los oradores e introdujo allí ciertos malvados que fraguaban motines y disturbios con objeto de desacreditar el sistema constitucional. 
La Fontana de Oro, Cap. II



La enfermedad del rey
Madrid, diciembre 1 ° de 1884.



Alfonso XII
Fotografía de Fernando Debas
©BNE-BDH Signatura: 17/176/5
© 2020 Eduardo Valero García-HUM 020-007 MADGALDÓS
© 2020 Historia Urbana de Madrid ISSN 2444-1325

I
He de decir algo de un asunto que no puede ser tratado fácilmente en la Prensa española, asunto de suyo delicadísimo, pero que no es inabordable si se consigue apartar de él la mala fe, si se le trata con la sinceridad y frialdad de una cuestión histórica, descartando de él todo lo que sea pasiones, intereses y miserias políticas del momento. Este asunto es la enfermedad del Rey.

Galdós es muy claro al referirse a la prensa de su época; monopolio de unas y otras ideologías movido por intereses políticos y el afán de ventas y suscripciones. 
Más acusada hoy por la presencia de nuevos soportes de comunicación y difusión, las noticias falsas o falseadas están presentes en lo cotidiano y a todas horas; en ocasiones, derivando en otras que engordan o falsean aún más a la original.

Si de esto se permitiera escribir en la Prensa española, leeríamos cosas estupendas, candideces risibles por una parte, invenciones novelescas por otra. Alguien nos diría que la salud de Su Majestad era perfecta y que su constitución robustísima es garantía de un largo y fecundo reinado; otros, por el contrario, nos le presentarían, no ya como enfermo y desahuciado, sino como medio muerto o muerto por entero. Esta última opinión ha venido del extranjero, aunque su verdadero origen ha estado en rumores de aquí y en conversaciones que sólo con mil precauciones e hipocresías de estilo han llevado los periodistas a las letras de molde.
Le Gaulois publicó no hace mucho varios artículos en que declaraba que Alfonso XII padece una enfermedad grave. Otros diarios extranjeros le han marcado ya la época en que debe ocupar su puesto en el panteón de El Escorial. Así lo aseguran muchas personas venidas de París donde dan esto como artículo de fe, pues corre por allá la especie con todos los visos de cosa juzgada.


¿Qué significa esto? No falta quien lo atribuya a un complot hábilmente urdido para asegurar el éxito de jugadas a la baja sobre fondos españoles en la Bolsa de París. Paréceme que es demasiado fuerte y demasiado consistente el rumor para que se le pueda suponer el citado origen. Lo indudable es que se ha explotado la noticia, verdadera o falsa, para influir en los cambios. Los que la desmienten en absoluto tienen en su favor un argumento fortísimo.
¿No estamos viendo todos los días al Rey a caballo y en coche en los paseos y sitios públicos, en las maniobras militares de Carabanchel, en el Retiro, en los teatros? Cierto que su semblante no demuestra una salud perfecta; pero también lo es que un enfermo, y enfermo grave e incurable, no resiste las largas expediciones a caballo, trotando horas enteras, con que entretenía los ocios de La Graja en el último verano y los de El Pardo en el presente otoño.
«Nada, nada; el Rey está bueno y sano. Tenemos reinado para un rato—dicen unos—. Los enemigos de la paz pública no descansan, y hallándose impotentes para armar una revolución, llaman en su auxilio a la misma muerte. Esto es inicuo; es más, es pura imbecilidad.»
«Nada, nada—dicen otros—; el Rey se va. Sus días están contados. Estamos abocados a todas las calamidades de una Regencia, de una menor edad de Príncipe, si bien la índole de los tiempos es tal que resolvería esta cuestión de un tijeretazo.»
La Parca y la Libertad se arreglan hoy con un mismo instrumento cortante. El hilo de la Monarquía hereditaria queda roto para siempre.

En la segunda parte del artículo Galdós ofrece su punto de vista e intenta razonar; ejercicio profiláctico que ahorra los disgustos proporcionados por la información falsa, el bulo o directamente la mentira hecha noticia.
No dudamos de que, en ocasiones, las noticias falsas tienen un trasfando cierto, aunque en general acaban siendo desmentidas o, en algún caso, convirtiéndose en verdad. En este trabajo encontramos ambas posibilidades.  

II
En medio del caos que resulta de la contradicción palmaria entre estas dos opiniones no deja de llamar la atención el hecho de que Alfonso XII, apenas venido de La Granja, se meta en El Pardo y sólo venga a la corte por breves horas cuando algún acto imprescindible reclama su presencia en ella.
Siempre fue este Príncipe muy aficionado a la vida de Madrid y a su alegre bullicio. ¿Cómo se ausenta ahora huyendo de la animación de nuestros paseos y teatros?
¿No será indiscreción decir que este retraimiento se ha atribuido por algunos a esos pequeños disgustillos que a veces son nubes que empañan el cielo puro de los matrimonios mejor concertados?
Se ha hablado de una diva del teatro Real, de celos de la Reina... Refiero esto a título de dato histórico, que podría servir para dar a conocer la despreocupación monárquica de la época presente y la ligereza con que se traen y con que se llevan nombres respetables. El relajamiento del sentido moral en nuestro pueblo se revela muy claramente en la facilidad con que atribuyen todos los actos de los altos poderes a móviles pequeños. Sin negar de un modo terminante que en aquellas alturas puedan ocurrir flaquezas que caen dentro de la jurisdicción de lo humano; sin afirmar que Alfonso XII, joven, Rey, sea impecable, pongo en duda lo que se ha indicado como causa del confinamiento en El Pardo, y no sólo lo pongo en duda sino que lo niego.

Personas que ven de cerca los actos palaciegos, y que no están cegados por el interés político, dan fe de ello con argumentos que no dejan lugar a dudas. No es el menos fuerte de éstos el carácter de la Reina, que es la misma discrección, la misma dulzura, persona de tan relevantes prendas que en ella se hermanan de un modo incomparable la majestad y la modestia.
El que se atenga a la pura verdad en el delicado asunto de la dolencia del Rey, y prescinda por completo de las hablillas, debe hacer constar que es falsa la suposición deque Su Majestad padece una dolencia pulmonar, pues, esto lo desmienten su aspecto y sus largas correrías a caballo, que fatigan a sus ayudantes antes que a él. Pero, al mismo tiempo, no es posible negar que un mal existe en la naturaleza de Su Majestad que indica desequilibrios o Perturbaciones, tal vez ligeros, pero precursores de otro más grave, si de la misma naturaleza no nacen energías que lo corten a tiempo. Si no hay en el organismo de Alfonso XII síntoma alguno de lesión, como a boca llena declaran sus médicos, ni éstos ni nadie puede negar que el ilustre príncipe vive, tiempo ha, afectado de una profunda tristeza o hastío que si no es manifestación morbosa declarada, bien pudiera llegar a serlo. Cuantos tienen ocasión de ver de cerca a las reales personas, dan fe de este fenómeno, no extraño ni nuevo ciertamente en la familia de Borbón. El Rey manifiesta un tedio invencible hacia los negocios de Estado, hacia las ceremonias palaciegas, en suma hacia todo lo que constituye su oficio y su obligación. En los consejos de ministros oye con perfecta indiferencia la exposición de los graves asuntos de Gobierno, así exteriores como interiores. Aquel entusiasmo por la organización militar, por el mejoramiento de los diferentes ramos administrativos, aquella actividad, aquel afán de enterarse de todo, de comprender y dominar la máquina del Gobierno, han desaparecido por completo.

¿Es esto una manifestación patológica, o un fenómeno puramente moral? Difícil es si no imposible, dar a esto contestación. Algunos relacionan el has tío de Alfonso XII con las melancolías de Felipe V y Fernando VI, y hallan perfecta consonancia entre uno y otro síntoma, llegando a la afirmación de una neurosis hereditaria, que tampoco perdonó a Carlos III y Fernando VII. Otros no van a buscar tan lejos la explicación, y prescindiendo de la historia, que por mucho que enseñe no enseña tanto como la observación directa, explican la real tristeza por las miserias y desdichados espectáculos que nos rodean. Según éstos, Alfonso XII, educado en Alemania e Inglaterra, con amplitud de miras, fortalecido en la doble escuela de la ciencia y de la desgracia, vino aquí con grandes ilusiones. Creía de buena fe en la resurrección súbita del poder español por medio del orden administrativo, de la libertad fielmente practicada, de la buena fe de los partidos y de la honradez de los hombres políticos.
Los primeros tiempos de su reinado pudieron fomentar tales ilusiones. El país, anhelante de reposo, se recreaba con la paz, si bien no tanto por verdadero amor de ella como por cansancio. Pasado algún tiempo, principian a bullir de nuevo las mal contenidas ambiciones. La paz moral desaparece; se habla de revolución como de la cosa más natural del mundo, y los monárquicos que no comen del presupuesto, se permiten recordar a la Monarquía el fin poco envidiable de ciertos reyes desdichados.
Se ve entonces que la sinceridad no existe en los partidos que rodean a la dinastía, que éstos la amparan y enaltecen mientras viven y triunfan a su sombra, reservándose el derecho de escarnecerla cuando aquélla se cree en el caso de cambiar de consejeros. El desbarajuste crece y los liberales se dividen en fracciones rencorosas cuando por primera vez en nuestra historia constitucional se veían en situación de realizar ampliamente su programa dentro de la Monarquía. De repente, cuando menos se piensa, y cuando todos considerábamos los pronunciamientos militares como cosa ya pasada para siempre, aparece esta vergonzosa calamidad en los sucesos de Badajoz (agosto de 1883). Se ve que el ejército no ha sanado aún de su vicio constitutivo; se teme que aquel desafuero se repita, y sólo este temor, sólo la idea de que pueda repetirse, altera y descompone el cuerpo político y social, de un modo, que no comprenderá seguramente quien no viva en medio de este caos.

En la tercera y última parte del artículo volvemos a encontrar similitudes con la actualidad. En los momentos difíciles que atraviesa España y gran parte del mundo ante un enemigo tan desconocido como las consecuencias futuras, los cacareos políticos solo aumentan la crispación.


III
Entre tanto, los liberales continúan en la oposición tan divididos como en el Poder. Los conservadores, gobernando fuera de razón, no tienen más programa ni más política que ahondar más y más aquellas diferencias. A esto lo sacrifican todo. Creeríase que para eso, y nada más que para eso, existen.
Por ver reñir a un izquierdista con un constitucional, el Gobierno conservador sería capaz de comprometer lo más respetable. Resumen: que imperan en nuestra política la mala fe y los temperamentos rencorosos; que no se puede vislumbrar lo que resultará de todo esto; que el porvenir se presenta tempestuoso, indescifrable y amenazador.

En vista de esto, ocurre preguntar: ¿puede este cuadro de síntomas de la enfermedad nacional darnos una explicación de las dolencias, más bien morales que físicas, del jefe del Estado? La respuesta la dará cada cual en su conciencia.

El sitio Real donde Alfonso XII entretiene sus melancolías está próximo a Madrid. El palacio es muy hermoso. Contiene una colección de tapices mejor que la de El Escorial, y preciosos cuadros de diferentes maestros. El inmenso bosque que le rodea, abundante en caza mayor y menor, no es risueño como las arboledas de La Granja y Aranjuez. Paisaje severo y grandioso, cuadra bien a un espíritu tocado de tristezas y a un corazón en que anida el desaliento. Allí meditará seguramente Alfonso XII en las nebulosas contingencias que se desarrollarán en su reinado; considerará seguramente que si la dinastía fue acusada de ofrecer obstáculos tradicionales al desarrollo de las actividades propias de la época, también la nación lleva en su organismo internos obstáculos no menos tradicionales y profundos, que la entorpecen y la trastornan desde que intenta moverse, del mismo modo que ciertos organismos humanos sufren a cada momento los efectos morbosos del vicio de su propia sangre.

EL PARDO. Vista del Palacio Real
J. Laurent (entre 1860 y 1886)
© mcu-IPCE-FPH
Archivo RUIZ VERNACCI
Nº de inventario: VN-05445
© 2020 Eduardo Valero García-HUM 020-007 MADGALDÓS
© 2020 Historia Urbana de Madrid ISSN 2444-1325

Las escapadas del rey al palacio de El Pardo eran muy frecuentes. Durante el mes de noviembre iba y venía constantemente para firmar decretos, parlamentar con el Gobierno o, como ocurrió ese mes, despedir a su augusta madre, Isabel II, que había llegado a Madrid en abril y marchaba rumbo a Sevilla.



El 30 de noviembre Alfonso XII inauguraba la Exposición Artística - Literaria organizada por la Asociación de Escritores y Artistas en las Escuelas Aguirre.
La entrada a la exposición costaba una peseta y daba derecho a ir gratis en los coches de la empresa del tranvía del Este, desde cualquiera de los puntos del recorrido entre la Puerta del Sol y la de Atocha.

Exposición Lietaria y Artística. Inauguración
©BNE-HD
LIEYA AÑO XXVIII Nº XLV
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Exposición Lietaria y Artística.Salón de estatuas y objetos de arte
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Durante todo el mes de diciembre la agenda del rey será bastante apretada, con frecuentes paseos en carruaje por Madrid junto a su familia; una cacería regia en las lagunas de Daimiel (día 12); el pase de revista en la Escuela práctica del 2º Regimiento de Ingenieros de Guadalajara (día 15), y la asistencia al desfile por el segundo centenario del nacimiento del marqués de Santa Cruz de Marcenado (día 20). Después, más paseos.


Cacería regia en la laguna de Daimiel
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LIEYA AÑO XXVIII Nº XLVII© 2020 Eduardo Valero García-HUM 020-007 MADGALDÓS
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 Bien claro lo deja Galdós, aunque lo manifieste como un interrogante: «¿puede este cuadro de síntomas de la enfermedad nacional darnos una explicación de las dolencias, más bien morales que físicas, del jefe del Estado?». Las conciencias darían la respuesta..., o las postrimerías del año de 1885.

«¡Bobalicones, despertad de vuestra modorra estúpida! ¡No tenéis gobernantes que sepan contener, ya que no extirpar, la horrible plaga que se os viene encima!»
Cánovas, Cap. XXIV


II
Virus
Precauciones sanitarias

En vista de las noticias que llegaban del extranjero aununciando unos pocos decesos diarios -cuatro o seis como máximo en un día-, la noche del 8 de noviembre se reunió en Madrid el Consejo de Sanidad, bajo la presidencia del subsecretario de la Gobernación, Sr. Bosch. En aquel encuentro con los consejeros se estudiaron asuntos de salud pública y las precauciones a tomar ante una nueva amenaza del cólera morbo.

La Correspondencia de España publicará un resumen de lo que se habló en aquella reunión:
«El Sr. Rebolledo expuso su parecer contrario a la eficacia de las cuarentenas y a la utilidad de los lazaretos.
El doctor Letamendi mantuvo su creencia de no ser eficaz otro desinfectante que la sequedad y el calor, declarando que los otros medios de combatir la epidemia no eran suficientes.
El doctor Capdevila afirmó que el cólera solo se trasmitía por contagio y solo prosperaba en condiciones climatológicas favorables a su desarrollo y en personas propensas a adquirir aquella enfermedad.
El doctor Chesio expuso su parecer contagionista, y el doctor Martínez Pacheco se declaró creyente de la misma doctrina, hasta el punto de afirmar como axioma médico, que obteniendo el aislamiento y la incomunicación absolutos, el cólera no podrá propagarse.
Se dice, añadió, que la ciencia no ha dicho su última palabra, declarando que no hay más medio de propagación que el contagio. Así opina el doctor Koch, así la inmensa mayoría de los médicos, y así opinaron los 25 doctores del último congreso de Viena, sin más excepción que la del médico representante de Inglaterra en el congreso.
Expuestas tales opiniones, el presidente declaró que el Gobierno las tendría en cuenta para sus procedimientos de defensa en pro de la salud pública».
Como veremos en el artículo Precauciones Sanitarias, escrito por Galdós el 17 de noviembre para La Prensa, cita este Consejo de Sanidad y a los contagionistas y anticontagionistas, que son los señores de la noticia.

En definitiva, lo que venían a decir algunos de los consejeros era lo que hoy pide el Gobierno y pedimos las gentes solidarias y con sentido común: QUÉDATE EN CASA.

A partir de aquellos días de noviembre las cifras de contagiados y fallecidos se incrementaron. La noche que en Madrid se reunían los doctores, París contabilizaba setenta nuevos casos y ocho defunciones. La tarde del día siguiente se sumaban cuarenta y ocho contagios y veintitrés muertes más.
El 11 de noviembre se añadían a la lista ciento sesenta y tres contagiados y la perdida de sesenta y siete almas.
Y como quien no quiere la cosa, de repente llegan noticias de contagios en Londres y Bruselas. Y una fake news española:


Lo cierto es que sí se habían detectado unos pocos casos en Valencia; exactamente en Beniopa (Gandía), donde, de los primeros diecinueve afectados, fallecieron once. El Gobierno civil de Valencia envió un telegrama al ministro de la Gobernación ratificando este hecho. Al final la noticia era cierta, lo falso era la buena salud pública de España, porque también hubo brotes en Alicante y Barcelona.

En Madrid se conocían algunos casos aislados desde el mes de junio, pero pusieron las barbas a remojar cuando en noviembre llegaron noticias de Toledo. En aquella ciudad se había establecido un cordón sanitario y habilitado como lazareto el edificio llamado Cerería, a extramuros.

Me está temblando el mostacho.
¡Aquí el cólera! ¡Qué miedo!
Una señora en Toledo…
ha dado a luz un muchacho.


Y como ocurre hoy en la esfera política y social, en 1884 también quedaban retratados los inconformistas y los oportunistas. Así lo vemos en esta noticia:



Las precauciones sanitarias tomadas en regiones europeas fueron tan crueles como las del año 1865. Los lazaretos, fumigaciones y severos controles a viajeros en los cordones sanitarios representaban una animalada.

Francia: Precauciones sanitarias
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El cólera en Italia
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Los puertos cerraban el ingreso a los barcos y no tenían miramientos sobre la suerte de sus ocupantes. Terrible falta de humanidad de la que ponemos un ejemplo verdadero (nada de fake news), ocurrido en el Río de la Plata.
La Correspondencia de España recibía una carta de su corresponsal en Buenos Aires. Estaba fechada el 20 de noviembre y decía:
«El vapor Mateo Bruzo, de la compañía «La Veloce», se presentó en Montevideo, procedente de Gerona, va con 1200 pasajeros, y por llegar de un puerto infestado, fue rechazado, por hallarse clausurado el puerto para los buques que arribasen de puntos en que hubiese cólera, y especialmente de Génova.
Ancló, no obstante, a algunas millas de Montevideo, y bajo el pretesto de recibir víveres y carbón, los agentes del buque fueron ganando tiempo para ver si en el interín podían conseguir la entrada del Mateo Bruzo en Montevideo.
En el entretanto llegó a descubrirse que había cólera a bordo, y juzguen nuestros lectores del pánico que se apoderó de los habitantes de Montevideo.
El presidente de la república del Uruguay, general Santos, tan pronto como tuvo conocimiento del hecho, dictó las más enérgicas ordenes a fin de que inmediatamente saliese de las aguas del Uruguay el Mateo Bruzo, a quien trató con la consiguiente dureza.
El buque infestado se dirigió entonces hacia las costas del Brasil, de donde fue también rechazado, y se encuentra por esos mares surcando las aguas sin poder acercarse a ningún puerto esa población flotante, en donde la epidemia ha tomado tal incremento, que se asegura pasan de sesenta los cadáveres que ha tenido ya que arrojar a las olas.
Haciéndose eco de la opinión pública el importante diario la Prensa, (…) publicó un razonado y valiente artículo censurando la conducta de los agentes de la compañía La Veloce, que habían llevado a los desgraciados pasajeros del Mateo Bruzo a la desesperada situación en que se encuentran, y sabiendo como sabían a la salida del buque que se hallaban clausurados los puertos del Río de la Plata a las procedencias de los puertos atacados por el cólera, lo dejaron salir no obstante de Génova, en la esperanza de poder conseguir su entrada, con lo que hacían muy poco favor a la energía, a la rectitud y a la fuerza de las órdenes emanadas de los gobiernos del Uruguay y la república Argentina».

Vapor Matteo Bruzzo


La Veloce

Nosotros confinados en casa. Los 1200 pasajeros y la tripulación del vapor Matteo Bruzzo confinados en alta mar, a su propia suerte, viendo como fallecían sus paisanos o seres queridos y eran tirados por la borda. Imagen dantesca, incomparable a lo que hoy sucede, pero igual de estremecedora y dolorosa.


Precauciones sanitarias
Madrid, noviembre 17 de 1884

I
Otra vez las alarmas del cólera vienen a turbar la paz y contento que son peculiares en esta capital: otra vez el terror de vernos visitados por la epidemia turba la paz de los ánimos, trastorna todos los planes, paraliza los negocios y establece los preliminares de la desgracia, que no son inferiores a la desgracia misma. Cuando nos creíamos ya seguros, al menos por este invierno, cuando los casos de Alicante y Barcelona parecían indicarnos que el mal pasaba de largo, ahora su repentina aparición en París nos demuestra que quiere establecerse en la Europa Central, y no perdonará las extremidades.
Se ha fijado de tal modo en todos los espíritus la idea de que el cólera recorrerá todo el ciclo patológico europeo, que ya le consideramos como huésped seguro y nos resignamos a tenerle entre nosotros.

Casi casi, deseamos que venga de una vez, pues siendo seguro el mal, lo que conviene es que pase pronto. Nos aterra la idea de que en su visita nos trate como ha tratado a Nápoles, pero al mismo tiempo confiamos en la sequedad de nuestro clima y en la altitud de nuestra situación geográfica para esperar de él una benignidad relativa.
Con la alarma ha venido también esa calamidad médico-administrativa a que se da el nombre de precauciones sanitarias. Éstas parecen invención de aquellos médicos inmortalizados por Molière y a los cuales tenía el gran poeta una malquerencia que no podía ni quería disimular. Los lazaretos marítimos y terrestres están ya instalados con sus vejámenes y atropellos.
El nadie pase sin hablar al portero se traduce en nuestra frontera por un quién vive estúpido, por encierros, fumigaciones y otras molestias cuyo verdadero fin no parece ser el de la salud pública, sino la espoliación del bolsillo de los pobres viajeros.

En tanto, aquí, las discusiones entre médicos renuevan la confusión de los días pasados. Hay un Concejo que llaman de Sanidad en el cual los contagionistas y los anticontagionistas dan una batalla cada día, tan sin fruto, que más valdría que se fueran a sus casas. Siendo aún un misterio las causas de la infección epidémica, todo lo que allí se dice sirve para aumentar el barullo y empeorar la situación.

Por lo demás, nos hemos acostumbrado ya a mirar cerca el mal, y hemos llegado a cometer la imprudencia de reírnos de él. Durante algún tiempo el tema de los microbios fue una mina muy socorrida de chistes y agudezas en la conversación matritense. El tema ha pasado a los teatros populares, precisamente en la ocasión en que se ha renovado el peligro; mas no por eso ha dejado de reír el público.

Tal cual. Hoy son los “memes” y los chistes; los vídeos sobre el confinamiento; las tonterías que algunos hacen en las calles. Hablan "expertos"; posturean los políticos; teatraliza la gente corriente; la creatividad se desborda. Muchos más ejemplos obviamos que parecen hace reír a la gente..., aunque no todo cause loa misma gracia.



II
Se ha estrenado una pieza titulada Medidas sanitarias, en la cual se convierten en chacota las alarmas epidémicas, los lazaretos, las discusiones médicas, las fumigaciones y el celo calamitoso de los funcionarios encargados de cerrar la puerta de la frontera francesa y en los puertos de mar al viajero del Ganges. Esta pieza ha tenido un gran éxito, según dicen, y los concurrentes a ella no han cesado de reír un solo momento a expensas del Ministerio de la Gobernación, del Consejo Sanitario y de las celebridades médicas.
Probablemente se representará todo el año y servirá de esparcimiento a los ánimos conturbados por la inminencia del peligro. Esto es reírse del cólera en sus barbas. Podrá no ser prudente; pero siendo la melancolía una de las más señaladas predisposiciones nerviosas en favor del mal, no se debe vituperar lo que tienda a mantener el espíritu en estado de buen temple. «Más vale escribir risas que lágrimas — dijo Rabelais—, porque lo propio del hombre es la risa.»




Medidas Sanitarias es una humorada cómico-lírica escrita por Andrés Ruesga, Salvador Lastra y Enrique Prieto, actores del Teatro Variedades; con música de los maestros Federico Chueca y Joaquín Valverde. Se había estrenado con gran éxito la noche del 12 de noviembre en el Teatro Eslava.

Los críticos teatrales interpretaron esta obrita según el periódico para el que escribían sus columnas. Si para unos era divertidísima, para otros era una ofensa al Gobierno y las autoridades sanitarias.
En esencia, despojados de todo tinte político, los comentarios sobre Medidas Sanitarias fueron más o menos como los recogidos en La Época del 13 de noviembre:
«Versa la humorada sobre la invasión colérica, como es de presumir, y por más que el asunto, dadas las noticias de París y el peligro que de un momento a otro puede correr España, no es de los más a propósito para burlas y chacota.
No falta en la obra ni uno sólo de los necesarios condimentos en uso para que resulte picante; alcalde que se llama D. Antonio; matador de toros; coro de chiquillos; personajes con nombre que por enfonismo recuerdan otros conocidos en la vida real; caricaturas de políticos y jefes de bando... todo salió, todo, adicionado con varios chistes y música animada y jovial.
Fueron repetidos el coro de introducción, el de chiquillos y el cuarteto coreado, y muy celebrada, entre otras, la escena de linterna mágica».


Terminamos esta cuarta parte con la nota musical que ponga un poco de ritmo al confinamiento. Si algún lector tiene un instrumento musical, quizá pueda ser protagonista de aquella noche de estreno en el Teatro Eslava reproduciendo esta partitura.





Las imágenes se pueden ampliar clicando sobre ellas.




FINAL DE LA CUARTA PARTE






No hay dedicatoria. Esta cuarta parte es un reproche a las preclaras mentes que crean crispación, desunión y odio. A aquellos que no respetan las normas ordenes, atentando contra la salud pública. A los oportunistas, charlatanes y confabuladores.
 

Eduardo Valero García
Madrid, 12 de abril de 2020
Vigésimo octavo día de confinamiento





Ver:
Corona y Virus (Parte II): Las siete plagas del año 65 contada por Benito Pérez Galdós

Ver:
Corona y Virus (Parte III): El hijo del Ganges y los intereses civiles y eclesiásticos. Galdós, 1884.




  





Bibliografía y Cibergrafía

[1] Romero, S., n.d. La ciencia confirma que las 'fake news' se extienden más rápido que la verdad. Muy interesante, [online] Disponible en: https://www.muyinteresante.es/tecnologia/articulo/la-ciencia-confirma-que-las-fake-news-se-extienden-mas-rapido-que-la-verdad-581520594406 [Consulta: 11 de abril de 2020].

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