El 10 de mayo de 1843, en una bonita casa de la calle de Cano del barrio de Triana, en Las Palmas de Gran Canaria, nacía Benito María de los Dolores Pérez Galdós; bautizado con ese nombre el día 12 en la iglesia parroquial de San Francisco. Esos días Madrid se preparaba para las fiestas de San Isidro, el labrador, celebradas los días 14 y 15 de mayo.
Hoy, día de San Isidro del año 2020, confinados por la pandemia que azota al mundo, continuamos festejando el 177 aniversario del nacimiento de Galdós y rememoramos la fiesta del santo de aquel año de 1843. Por eso, saltándonos las normas del Estado de Alarma en cuanto a distancias se refiere, desde casa viajaremos al Madrid decimonónico para recorrer la pradera del santo.
El día 13, que fue sábado, se publicaba el bando por el que el primer alcalde constitucional del también constitucional Ayuntamiento de Madrid, D. Juan Álvarez y Mendizábal, anunciaba las disposiciones municipales concernientes al orden público. Con esto se pretendía evitar las desgracias, riñas y desórdenes de años anteriores. Ese mismo día se retiraron de la vía pública más de sesenta mendigos y comenzaban los preparativos para la celebración de la fiesta.
El día 14, inicio de las fiestas, hubo sesión desde las diez de la mañana hasta las nueve de la noche en el Cosmorama instalado en la calle de la Gorguera, 15. Se exponían fantásticas pinturas iluminadas representando el bombardeo de Barcelona del 5 de diciembre de 1812.
En el café de Lorenzini, citado por Galdós en La Fontana de Oro y los Episodios Nacionales, se había puesto a la venta un curioso librito titulado Vida de san Isidro Labrador; también podía comprarse en la plaza de Santo Domingo, en una tienda-lonja que hacía esquina con la calle de Tudescos.
Tal y como ocurre en la actualidad (al menos hasta 2019), en la pradera se instalaban los puestos de conocidos locales dedicados a la alimentación y la venta de vinos y licores. Se anunciaban en los periódicos, indicando su ubicación y el tipo de producto que ofrecían. Así, la famosa fonda de Perona se instalaba «… en la pradera de san Isidro del campo subiendo á la izquierda enfrente de la ermita del santo desde la vispera», y añadía «… en la que se servirá toda clase de viandas fiambres y al mismo tiempo bebidas y helados con el gusto y buen servicio que tiene acreditado».
La confitería de Nebreda, de la galdosiana calle de Tabernillas, 23, anunciaba con lujo de detalles el servicio que ofrecería en su puesto de la rinconada de la ermita.
Y en la también muy galdosiana calle de Pontejos, estaba situado el establecimiento de generosos y licores Delicias de la Bética. Sus andaluces dueños, antes ubicados en la calle Carretas, 18, ofrecían en su puesto de la pradera un surtido de licores finos elaborados en su propia bodega y en la fábrica de Gay del Puerto de Santa María, además de vinos generosos del reino y del extranjero; jamón en dulce, salchichón de Vich, aceitunas sevillanas y otros manjares. Mismos productos ofrecía el dueño de la tienda de vinos generosos de la calle del Príncipe, 27, en su puesto ubicado frente a la ermita.
La fonda del Comercio también había instalado su puesto frente a la ermita y la gran novedad era el café del Bilbaíno, situado entre los primeros puestos de la izquierda en la subida a la ermita, donde ofrecían deliciosos refrescos de limonada al estilo de Vizcaya y bacalao aderezado, además de jamón, pollas y fiambres. También servían cerveza, bebidas heladas, sorbetes y un gran surtido de dulces y confitura.
Seguido del Bilbaíno, instalaba su puesto la tienda de vinos del Montañés, de la calle ancha de Majaderitos, 6. Este ofrecía un espacio con mesas en la sombra donde poder degustar fiambres, jamón cocido con vino, salchichón de Vich, pollas y pollos asados; también merluza, ternera, aceitunas de Reina, entre otros platos. Todo al mismo precio que en la tienda.
En una casa de nueva planta levantada en el camino que llevaba a la ermita, se había instalado un establecimiento de leche de vaca y de cabra que para las fiestas ofrecería, además, cerveza, fiambres y pastelería.
Otra de las novedades era la confitería San Isidro, con puesto frente a la puerta de la ermita, donde ofrecían un abundante surtido de dulces variados y, según anunciaban «se hallará un capricho nuevo hasta el día como es, los panecillos de san Isidro elaborados con el mayor esmero y finura...».
Según un anuncio de venta o alquiler de puestos, podemos conocer la fisonomía de estos: «… casilla nueva, de hechura de tienda de campaña, de madera y lienzo, perfectamente construida y pintada». El puesto podía verse en el café del Instituto, situado en la Trinidad.
Dicho todo esto, escuchemos a Juan Martínez Villergas, quien, en La Risa, Enciclopedia de extravagancias, nos decía:
¡Vaya! Don Juan Martínez Villergas nos ha borrado de un plumazo la galantería y cualidades gastronómicas que parecían tener aquellos puestos en la romería del santo.
No menos realista será Galdós en 1887 cuando le cuente a los lectores de La Prensa, de Argentina:
Salvadas las diferencias o similitudes con la actualidad, la romería de hace 177 años estuvo muy concurrida. Desde el centro de la ciudad llegaban los ómnibus cargados de gente; tanta era, que se calculó una afluencia de más de cien mil personas (al menos es lo que anunció el diario El Espectador). Ante mayúscula aglomeración, y para evitar accidentes, se prohibió la circulación de caballos por la pradera.
Los que no acudieron a la romería se quedaron en casa para asistir a los cultos religiosos en la iglesia de San Isidro del Real, celebrados por los naturales de Madrid con misa mayor a las diez de la mañana y solemnes completas a las cinco de la tarde.
Antes o después de cada una de ellas, los madrileños podían acudir a la calle del Olmo, 20, confitería y horno de «vizcochos» de Núñez, donde para día tan señalado se habían preparado bizcochos borrachos, huevos dobles, capuchinas, yemas acarameladas, escarchadas, reales, suspiros americanos, delicias, pastillas de distintas esencias, bocados de dama y otros varios; abundante surtido de dulces de toda clase de frutas; merengues de fresa y limón. Además, roscones al estilo de Zaragoza, tiernos del día, y pastas finas. ¡Un oasis para golosos!
Todo esto podía regarse con los vinos y licores del depósito de la plazuela de Matute, 4, y el de la calle de la Concepción, 19. Allí se vendían vinos de Málaga, jerez seco, moscatel, de lágrima, pajarete, Pedro Jiménez, malvasía, rancio del priorato y manzanilla; también vino de limón, licores de rosa, andaya, naranja, noyó, limón, erema de tomillo, de anís, café, menta y otras clases; aguardiente de cañas, marrasquino y ron. Sumaban a estos licores una variedad de legumbres, azúcares, aceite, avellanas mondadas y tostadas y nueces gordas, además de jabón.
En las galdosianas calles de Duque de Alba, 7, fábrica de fideos, y la de Concepción Jerónima, mesón de los Huevos, se vendían ricas pasas moscateles de Málaga; también en otra fábrica de fideos que estaba en la bajada de San Martín, esquina a la calle del Arenal.
Si se quería aprovechar la oportunidad, aquel día del santo había llegado una gran remesa de salmón fresco, de venta en el cajón de pescados número 10 de la plazuela de San Miguel, último cajón entrando por el arco nuevo de las Platerías y «... esquina a las verduleras de Leganés». Hacía la competencia el número 9, tienda de postes encarnados y amarillos llamada «de la diligencia», a la que también había llegado el salmón fresco. En esa misma tienda se vendía «el cordero manchego superior de las mejores ganaderías de Aranjuez».
Y a la de comestibles y bollería de la calle Mayor, 66, también había llegado una remesa, pero de queso de Burgos «de superior calidad». Más allá, en la calle de Atocha, 18, salchichería del Catalán, vendían jamón cocido al dulce deshuesado para fiambre, el varias veces mencionado salchichón de Vich (aunque parece que este era el legítimo), chorizos, morcillas extremeñas, tocino y manteca.
Ya veis, queridos lectores, de comercio y bebercio iba la fiesta. Hemos citado algunos de los pintorescos establecimientos que abundaban en la villa y corte; muchos de ellos nombrados por Mariano José de Larra, Fígaro, por quien se celebró en febrero una misa funeral en el sexto aniversario de su fallecimiento. En ese mismo mes, el día 19, nacía en la calle de Fuencarral Adelina Patti, a quien años más tarde el joven periodista Galdós dedicará varias columnas en La Nación.
Mientras Benitín comenzaba a observar el mundo desde su cuna, una niña de trece años era convertida en reina, no como en los cuentos de hadas, sino por resolución de las Cortes Generales de España.
Todo lo que ocurrió aquel año de 1843, y lo acontecido antes y después, será contado por Benito Pérez Galdós cincuenta y cinco años más tarde en la tercera serie de los Episodios Nacionales.
Y hasta aquí la celebración.
¡Madrileños, feliz día del santo patrono! Cuidaros mucho y sed prudentes, que como algunos antepasados, también podemos disfrutar en casa de ricos manjares y generosos vinos.
Hoy, día de San Isidro del año 2020, confinados por la pandemia que azota al mundo, continuamos festejando el 177 aniversario del nacimiento de Galdós y rememoramos la fiesta del santo de aquel año de 1843. Por eso, saltándonos las normas del Estado de Alarma en cuanto a distancias se refiere, desde casa viajaremos al Madrid decimonónico para recorrer la pradera del santo.
Vista de San Isidro del Campo (Siglo XIX) Adolphe Jean Baptiste BAYOT Louis Philippe Alphonse BICHEBOIS Biblioteca digital Memoria de Madrid. Inventario: Inv. 2464 |
El día 13, que fue sábado, se publicaba el bando por el que el primer alcalde constitucional del también constitucional Ayuntamiento de Madrid, D. Juan Álvarez y Mendizábal, anunciaba las disposiciones municipales concernientes al orden público. Con esto se pretendía evitar las desgracias, riñas y desórdenes de años anteriores. Ese mismo día se retiraron de la vía pública más de sesenta mendigos y comenzaban los preparativos para la celebración de la fiesta.
El día 14, inicio de las fiestas, hubo sesión desde las diez de la mañana hasta las nueve de la noche en el Cosmorama instalado en la calle de la Gorguera, 15. Se exponían fantásticas pinturas iluminadas representando el bombardeo de Barcelona del 5 de diciembre de 1812.
En el café de Lorenzini, citado por Galdós en La Fontana de Oro y los Episodios Nacionales, se había puesto a la venta un curioso librito titulado Vida de san Isidro Labrador; también podía comprarse en la plaza de Santo Domingo, en una tienda-lonja que hacía esquina con la calle de Tudescos.
Tal y como ocurre en la actualidad (al menos hasta 2019), en la pradera se instalaban los puestos de conocidos locales dedicados a la alimentación y la venta de vinos y licores. Se anunciaban en los periódicos, indicando su ubicación y el tipo de producto que ofrecían. Así, la famosa fonda de Perona se instalaba «… en la pradera de san Isidro del campo subiendo á la izquierda enfrente de la ermita del santo desde la vispera», y añadía «… en la que se servirá toda clase de viandas fiambres y al mismo tiempo bebidas y helados con el gusto y buen servicio que tiene acreditado».
La confitería de Nebreda, de la galdosiana calle de Tabernillas, 23, anunciaba con lujo de detalles el servicio que ofrecería en su puesto de la rinconada de la ermita.
Y en la también muy galdosiana calle de Pontejos, estaba situado el establecimiento de generosos y licores Delicias de la Bética. Sus andaluces dueños, antes ubicados en la calle Carretas, 18, ofrecían en su puesto de la pradera un surtido de licores finos elaborados en su propia bodega y en la fábrica de Gay del Puerto de Santa María, además de vinos generosos del reino y del extranjero; jamón en dulce, salchichón de Vich, aceitunas sevillanas y otros manjares. Mismos productos ofrecía el dueño de la tienda de vinos generosos de la calle del Príncipe, 27, en su puesto ubicado frente a la ermita.
La fonda del Comercio también había instalado su puesto frente a la ermita y la gran novedad era el café del Bilbaíno, situado entre los primeros puestos de la izquierda en la subida a la ermita, donde ofrecían deliciosos refrescos de limonada al estilo de Vizcaya y bacalao aderezado, además de jamón, pollas y fiambres. También servían cerveza, bebidas heladas, sorbetes y un gran surtido de dulces y confitura.
Seguido del Bilbaíno, instalaba su puesto la tienda de vinos del Montañés, de la calle ancha de Majaderitos, 6. Este ofrecía un espacio con mesas en la sombra donde poder degustar fiambres, jamón cocido con vino, salchichón de Vich, pollas y pollos asados; también merluza, ternera, aceitunas de Reina, entre otros platos. Todo al mismo precio que en la tienda.
En una casa de nueva planta levantada en el camino que llevaba a la ermita, se había instalado un establecimiento de leche de vaca y de cabra que para las fiestas ofrecería, además, cerveza, fiambres y pastelería.
Otra de las novedades era la confitería San Isidro, con puesto frente a la puerta de la ermita, donde ofrecían un abundante surtido de dulces variados y, según anunciaban «se hallará un capricho nuevo hasta el día como es, los panecillos de san Isidro elaborados con el mayor esmero y finura...».
Según un anuncio de venta o alquiler de puestos, podemos conocer la fisonomía de estos: «… casilla nueva, de hechura de tienda de campaña, de madera y lienzo, perfectamente construida y pintada». El puesto podía verse en el café del Instituto, situado en la Trinidad.
Dicho todo esto, escuchemos a Juan Martínez Villergas, quien, en La Risa, Enciclopedia de extravagancias, nos decía:
«Respecto de comidas no alcanzo yo que tenga de estraordinario el dia de san Isidro. Cuatro tenduchos á guisa de covachuelas portátiles, en mala alineación colocadas como regimiento de reclutas, con varios géneros, unos líquidos y otros sólidos pero que todos vinieron á este mundo con la misión sagrada de colarse por el callejón (con salida) que tenemos todos entre barba y nariz, para llenar el vacío que hay entre pecho y espalda: géneros todos compuestos con los mismos ingredientes, por cuya razón debían bautizarse y se bautizan con un nombre común; pero viene luego el obispo que es el que rotula los comestibles y bebestibles y al confirmarlo hace diez ó doce familias de una sola casta. Los licores por ejemplo, suelen componerse de aguardiente de Cañas, agua de la fuente del Berro y miel de la Alcarria: se divide la gran porción en frascos dándoles distinto color, unos con zumaque, otros con azafran y no pocos con albayalde y tinta y se les encaja después un papelito á veces impreso y á veces manuscrito que diga; Noyó, Perfecto amor, Leche de Viejas, Aceite de Venus y otras zarandajas que fascinan á la multitud y si no la llenan el ojo la llenan el cuajo. Ademas que basta que un hombre se empeñe en estar enfermo para que se muera sin dolencia alguna; lo mismo es la gente para comer y beber: basta que una cosa se llame requesón para que aquello nos sepa á requesón aunque sea queso de la Mancha bien duro y bien colorado.
Lo cierto es que cada frasco que tiene de coste dos ó tres cuartos, se vende a dos ó tres reales, usura que basta a vindicar á ese montón de contratistas que hoy tienen á centenares las fincas y hace seis años no podían pagar una habitación de dos pesetas como me sucede á mí».[1]
¡Vaya! Don Juan Martínez Villergas nos ha borrado de un plumazo la galantería y cualidades gastronómicas que parecían tener aquellos puestos en la romería del santo.
No menos realista será Galdós en 1887 cuando le cuente a los lectores de La Prensa, de Argentina:
Galdós habla también del pito del santo, que era un silbato de cristal adornado con flores de tela, y añade:«Es de rúbrica para el Isidro la excursión a la pradera y a la romería del santo patrono de Madrid. Bien examinada la tal romería, no tiene absolutamente nada de particular; mejor dicho, es vulgar, tumultuosa, cara y con más molestias que atractivos. La llamada pradera no puede gozar el nombre de tal sino con un gran esfuerzo de imaginación de los que a ella concurren. Como el tiempo se presente seco y un tanto airoso, nubes de espeso polvo envuelven pradera y cerro, y ermita, y ventorrillo, y romeros. La especialidad de esta feria consiste en la venta de botijos, o sea cacharros de barro poroso para refrescar el agua. Los hay de cerámica blanca, fabricados en la Rambla, y de cerámica roja».
¡Al traste con la bucólica estampa que nos dejó Goya!«Lo demás que hay en la feria, como puestos de rosquillas y avellanas, bodegones, tenduchos y espectáculos diferentes, no difiere en nada de lo que en otras ferias se ve. Si Madrid no tuviera más atractivo que los que la romería ofrece, no valía la pena de que se molestase nadie en venir acá».
Salvadas las diferencias o similitudes con la actualidad, la romería de hace 177 años estuvo muy concurrida. Desde el centro de la ciudad llegaban los ómnibus cargados de gente; tanta era, que se calculó una afluencia de más de cien mil personas (al menos es lo que anunció el diario El Espectador). Ante mayúscula aglomeración, y para evitar accidentes, se prohibió la circulación de caballos por la pradera.
Los que no acudieron a la romería se quedaron en casa para asistir a los cultos religiosos en la iglesia de San Isidro del Real, celebrados por los naturales de Madrid con misa mayor a las diez de la mañana y solemnes completas a las cinco de la tarde.
Antes o después de cada una de ellas, los madrileños podían acudir a la calle del Olmo, 20, confitería y horno de «vizcochos» de Núñez, donde para día tan señalado se habían preparado bizcochos borrachos, huevos dobles, capuchinas, yemas acarameladas, escarchadas, reales, suspiros americanos, delicias, pastillas de distintas esencias, bocados de dama y otros varios; abundante surtido de dulces de toda clase de frutas; merengues de fresa y limón. Además, roscones al estilo de Zaragoza, tiernos del día, y pastas finas. ¡Un oasis para golosos!
Todo esto podía regarse con los vinos y licores del depósito de la plazuela de Matute, 4, y el de la calle de la Concepción, 19. Allí se vendían vinos de Málaga, jerez seco, moscatel, de lágrima, pajarete, Pedro Jiménez, malvasía, rancio del priorato y manzanilla; también vino de limón, licores de rosa, andaya, naranja, noyó, limón, erema de tomillo, de anís, café, menta y otras clases; aguardiente de cañas, marrasquino y ron. Sumaban a estos licores una variedad de legumbres, azúcares, aceite, avellanas mondadas y tostadas y nueces gordas, además de jabón.
En las galdosianas calles de Duque de Alba, 7, fábrica de fideos, y la de Concepción Jerónima, mesón de los Huevos, se vendían ricas pasas moscateles de Málaga; también en otra fábrica de fideos que estaba en la bajada de San Martín, esquina a la calle del Arenal.
Si se quería aprovechar la oportunidad, aquel día del santo había llegado una gran remesa de salmón fresco, de venta en el cajón de pescados número 10 de la plazuela de San Miguel, último cajón entrando por el arco nuevo de las Platerías y «... esquina a las verduleras de Leganés». Hacía la competencia el número 9, tienda de postes encarnados y amarillos llamada «de la diligencia», a la que también había llegado el salmón fresco. En esa misma tienda se vendía «el cordero manchego superior de las mejores ganaderías de Aranjuez».
Y a la de comestibles y bollería de la calle Mayor, 66, también había llegado una remesa, pero de queso de Burgos «de superior calidad». Más allá, en la calle de Atocha, 18, salchichería del Catalán, vendían jamón cocido al dulce deshuesado para fiambre, el varias veces mencionado salchichón de Vich (aunque parece que este era el legítimo), chorizos, morcillas extremeñas, tocino y manteca.
Ya veis, queridos lectores, de comercio y bebercio iba la fiesta. Hemos citado algunos de los pintorescos establecimientos que abundaban en la villa y corte; muchos de ellos nombrados por Mariano José de Larra, Fígaro, por quien se celebró en febrero una misa funeral en el sexto aniversario de su fallecimiento. En ese mismo mes, el día 19, nacía en la calle de Fuencarral Adelina Patti, a quien años más tarde el joven periodista Galdós dedicará varias columnas en La Nación.
Mientras Benitín comenzaba a observar el mundo desde su cuna, una niña de trece años era convertida en reina, no como en los cuentos de hadas, sino por resolución de las Cortes Generales de España.
Todo lo que ocurrió aquel año de 1843, y lo acontecido antes y después, será contado por Benito Pérez Galdós cincuenta y cinco años más tarde en la tercera serie de los Episodios Nacionales.
Y hasta aquí la celebración.
¡Madrileños, feliz día del santo patrono! Cuidaros mucho y sed prudentes, que como algunos antepasados, también podemos disfrutar en casa de ricos manjares y generosos vinos.
Eduardo Valero García
Día sexagésimo tercero de confinamiento
Bibliografía y Cibergrafía | ||||||
[1] Martínez Villergas, Juan, El Día de S. Isidro, Madrid, 1843. La Risa, Enciclopedia de extravagancias, Tomo I, Núm. 7, pp. 53-54. Biblioteca Nacional de España (Hemeroteca y Biblioteca digital hispánica) www.bne.es Todo el contenido de la publicación está basado en información de prensa de la época y documentos de propiedad del autor-editor. Todo el contenido de Historia urbana de Madrid está protegido por: En todos los casos cítese la fuente: Valero García, E. (2020) "Las fiestas de San Isidro el año que nació Benito Pérez Galdós. Madrid, 1843", en http://historia-urbana-madrid.blogspot.com.es/ ISSN 2444-1325 o siga las instrucciones en Uso de Contenido. [VER: "Uso del Contenido"] • Citas de noticias de periódicos y otras obras, en la publicación. • En todas las citas se ha conservado la ortografía original. • De las imágenes:Muchas de las fotografías y otras imágenes contenidas en los artículos son de dominio público y correspondientes a los archivos de la Biblioteca Nacional de España, Ministerio de Cultura, Archivos municipales y otras bibliotecas y archivos extranjeros. En varios casos corresponden a los archivos personales del autor-editor de Historia Urbana de Madrid. La inclusión de la leyenda "Archivo HUM", y otros datos, identifican las imágenes como fruto de las investigaciones y recopilaciones realizadas para los contenidos de Historia Urbana de Madrid, salvaguardando así ese trabajo y su difusión en la red. Ha sido necesario incorporar estos datos para evitar el abuso de copia de contenido sin citar las fuentes de origen de consulta. |
© 2020 Eduardo Valero García - HUM 020-008 MADGALDÓS
Historia Urbana de Madrid
ISSN 2444-1325
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