En el Madrid de 1930 vivía la que se decía era la cigarrera “más vieja de España”. Se llamaba Valentina Alonso de Espinosa y contaba con 95 años en mayo de ese año. Este es uno más de los personajes pintorescos que vivieron en nuestra ciudad y forman parte de su historia urbana.
El escenario adecuado para nuestro relato es la Fábrica de Tabacos del Portillo de Embajadores, lugar donde las cigarreras realizaban una actividad frenética y a su vez poderosa. Frecuentes eran los amotinamientos y reivindicaciones de estas trabajadoras, tanto en el Madrid decimonónico como en el siglo XX. Frente poderoso en todas las luchas: rojas unas, amarillas otras.
No es de estrañar que nuestro querido Benito Pérez Galdós dijese de aquel gremio de cigarreras:
El fotógrafo Almazán toma esta instantánea de unas cigarreras en 1934 después de abandonar una huelga de brazos caídos a las doce de la noche.
Omitimos referencias a la Fábrica de Tabacos para no extendernos demasiado, aunque os ofreceremos imágenes del edifico en tiempos de la protagonista de nuestra historia:
La cigarrera Valentina
Había nacido doña Valentina en Toledo el año de 1835 y a los 11 o 12 años la enviaron a casa de unos parientes en Madrid.
Aunque su mayor deseo hubiese sido ingresar en un convento toledano de la Orden Capuchina para cantar al órgano (cosas de la primera juventud), a los 20 años (1855) ingresará a trabajar de cigarrera en la Fábrica de Tabacos.
Llevaba trabajando allí 75 años y en todo ese tiempo había confeccionado la ingente cantidad de nueve millones trescientos mil cigarros puros.
“-De diez a doce paquetes de cigarros puros, que antes tenían cuarenta y cinco, y después cuarenta cigarros de los llamados de a cuatro.” Esto respondía la veterana cigarrera a un periodista de Crónica que la entrevistaba. Indicaba además que antes de llegar las maquinarias al edificio de Embajadores todo el trabajo que se hacía era manual y había allí unas diez mil cigarreras. En el año que nos ocupa la cifra descendía a escasas cuatro mil.
Aquella operación de trabajar el cigarro puro era denominada “liar el niño”; formas de definir las cosas que tenían esas mujeres de rompe y rasga; de garbo y salero; chulaponas; castizas, y piquito de oro también.
Vivía Valentina en una casa vieja de la calle Mesón de Paredes, con unos ochenta escalones de por medio hasta acceder a su vivienda. La anciana los subía y los bajaba hasta seis veces al día; una de las veces para ir a la fábrica, porque continuaba trabajando dos horas y media por la tarde. Ya no hacía jornada completa, aunque la había hecho durante décadas, cuando su porte era el de las cigarreras retratadas en tantos sainetes.
Ganaba casi cuatro pesetas por día, pero eso dependía de la labor que realizara. Y si un día no acudía, no ganaba nada. Así era la vida de algunos ancianos en un Madrid no tan lejano.
A los 36 años (1871) se había casado con un calesero (cochero), Juan Vivo y López, alias el “tío Vivo”. Fruto de aquella unión nacerán “tres hijos varones y una hembra”, carga que se hizo pesada cuando en 1887 al “tío Vivo” se le dio por morir. Cincuentona y viuda.
De los cuatro hijos sólo quedaba uno en 1930. Se llamaba Pedro y había marchado a vivir a Zamora en busca de mejor porvenir.
El grabado de E. Vela nos muestra el taller de cigarros en 1879. El dibujante G. Meléndez es el encargado de confeccionar el boceto y, seguramente, entre todas las cigarreras esté retratada Valentina.
Años más tarde, en 1898, será el fotógrafo Compañy quien las retrate. La primera fotografía corresponde al taller de cigarros; la segunda, al de cigarrillos.
Valentina nunca había estado enferma, a excepción de algún catarro. Hacía dos comidas diarias y no tomaba desayuno. Se cuidaba ella sola y cosía sin gafas, todo un mérito para tan avanzada edad.
Vivía completamente sola, con sus compañeras de trabajo como únicos parientes más cercanos. Y es que al parecer la querían mucho en aquella viejuna fábrica, otrora de Naipes y Aguardientes.
La “tía Viva” le llamaban esas compañeras y amigas. Quizá haciendo referencia al mote de su difunto marido o al personaje creado por Jacinto Benavente para su comedia “De cerca”, otra tía Viva que en 1909 tenía 89 años.
Y muy viva debía estar la cigarrera; incluso lo estaba un año más tarde, cuando Crónica le hace preguntas en un reportaje sobre las cigarreras y lo que esperaban de la República. En esa ocasión la citan como “Flora Alonso” y suman a su edad nada menos que 13 años.
¿Tenía la “tía Viva” noventa y cinco años en 1930 o ciento ocho en 1931? No, se trataba de un error de cálculo; en 1931 tenía 96 años.
El fotógrafo Cámara retrata a Valentina –o “Flora”-, para el reportaje. La identifica con el número 1 y con el 2 a su compañera María Grainés, de 82 años. Ninguna de las dos tenía intención de jubilarse y, junto a otras compañeras, los domingos se echaban una “cana al aire”. En su propia definición, se trataba de ir por ahí a comer paella y pasar la tarde de la mejor manera posible.
Bien podríamos mentar a la Carmen de Bizet, y a otras de mismo nombre y profesión, sevillanas y de otras provincias. O a las que inspiraron cuplés, sainetes y zarzuelas, que hasta en el mudo y el sonoro cine quedaron inmortalizadas.
Por hacer una comparación, citamos a María Josefa, una cigarrera vieja que el crítico José Félix Tapia describía como de “sangre de chulapona, de castiza, de heroína, de aquella «Malasaña» de 1808”.
María Josefa era uno de los personajes creados por Pilar Millán Astray para la comedia asainetada “Las tres Marías”, estrenada en el Cervantes la noche del 25 de febrero de 1936.
En la fotografía, de Pío, vemos a la actriz Milagritos Leal caracterizada como María Josefa, la anciana cigarrera. A su lado el actor Salvador Soler Mari.
Valentina conoció la Castellana cuando era un melonar, y a la reina Isabel II y las Revoluciones. Vivió su juventud en un Madrid que para ella parecía “un corral de vacas”, y fue testigo de otros tantos acontecimientos que dieron paso a la villa y corte moderna.
No podemos precisar cuándo marcho al cielo de los madrileños, sólo podemos afirmar que existió y seguramente falleció cuando ya no pudo “liar el niño”; antes o durante la guerra.
Si pasas por Embajadores y te acercas a la antigua Fábrica de Tabacos, recuérdala. Recuerda a cuantas cigarreras hubo e imagínalas en su plena juventud, con percales en pañuelo y delantal, medias caladas y zapato de tabinete, luciendo ese porte que era imán de los piropos.
El escenario adecuado para nuestro relato es la Fábrica de Tabacos del Portillo de Embajadores, lugar donde las cigarreras realizaban una actividad frenética y a su vez poderosa. Frecuentes eran los amotinamientos y reivindicaciones de estas trabajadoras, tanto en el Madrid decimonónico como en el siglo XX. Frente poderoso en todas las luchas: rojas unas, amarillas otras.
No es de estrañar que nuestro querido Benito Pérez Galdós dijese de aquel gremio de cigarreras:
"... alegría del pueblo y espanto de la autoridad."
El fotógrafo Almazán toma esta instantánea de unas cigarreras en 1934 después de abandonar una huelga de brazos caídos a las doce de la noche.
Omitimos referencias a la Fábrica de Tabacos para no extendernos demasiado, aunque os ofreceremos imágenes del edifico en tiempos de la protagonista de nuestra historia:
La cigarrera Valentina
Había nacido doña Valentina en Toledo el año de 1835 y a los 11 o 12 años la enviaron a casa de unos parientes en Madrid.
Aunque su mayor deseo hubiese sido ingresar en un convento toledano de la Orden Capuchina para cantar al órgano (cosas de la primera juventud), a los 20 años (1855) ingresará a trabajar de cigarrera en la Fábrica de Tabacos.
Llevaba trabajando allí 75 años y en todo ese tiempo había confeccionado la ingente cantidad de nueve millones trescientos mil cigarros puros.
“-De diez a doce paquetes de cigarros puros, que antes tenían cuarenta y cinco, y después cuarenta cigarros de los llamados de a cuatro.” Esto respondía la veterana cigarrera a un periodista de Crónica que la entrevistaba. Indicaba además que antes de llegar las maquinarias al edificio de Embajadores todo el trabajo que se hacía era manual y había allí unas diez mil cigarreras. En el año que nos ocupa la cifra descendía a escasas cuatro mil.
Aquella operación de trabajar el cigarro puro era denominada “liar el niño”; formas de definir las cosas que tenían esas mujeres de rompe y rasga; de garbo y salero; chulaponas; castizas, y piquito de oro también.
Vivía Valentina en una casa vieja de la calle Mesón de Paredes, con unos ochenta escalones de por medio hasta acceder a su vivienda. La anciana los subía y los bajaba hasta seis veces al día; una de las veces para ir a la fábrica, porque continuaba trabajando dos horas y media por la tarde. Ya no hacía jornada completa, aunque la había hecho durante décadas, cuando su porte era el de las cigarreras retratadas en tantos sainetes.
A las cuatro me levanto,
a las cinco el chocolate,
a las seis lío el petate,
a las siete a trabajar,
y entero en un jornal saco
de cigarros un millar.
Pues pa repique San Ginés,
me sale ya a mí el tabaco
por las plantas de los pies.
Ganaba casi cuatro pesetas por día, pero eso dependía de la labor que realizara. Y si un día no acudía, no ganaba nada. Así era la vida de algunos ancianos en un Madrid no tan lejano.
A los 36 años (1871) se había casado con un calesero (cochero), Juan Vivo y López, alias el “tío Vivo”. Fruto de aquella unión nacerán “tres hijos varones y una hembra”, carga que se hizo pesada cuando en 1887 al “tío Vivo” se le dio por morir. Cincuentona y viuda.
De los cuatro hijos sólo quedaba uno en 1930. Se llamaba Pedro y había marchado a vivir a Zamora en busca de mejor porvenir.
El grabado de E. Vela nos muestra el taller de cigarros en 1879. El dibujante G. Meléndez es el encargado de confeccionar el boceto y, seguramente, entre todas las cigarreras esté retratada Valentina.
Años más tarde, en 1898, será el fotógrafo Compañy quien las retrate. La primera fotografía corresponde al taller de cigarros; la segunda, al de cigarrillos.
Valentina nunca había estado enferma, a excepción de algún catarro. Hacía dos comidas diarias y no tomaba desayuno. Se cuidaba ella sola y cosía sin gafas, todo un mérito para tan avanzada edad.
Vivía completamente sola, con sus compañeras de trabajo como únicos parientes más cercanos. Y es que al parecer la querían mucho en aquella viejuna fábrica, otrora de Naipes y Aguardientes.
La “tía Viva” le llamaban esas compañeras y amigas. Quizá haciendo referencia al mote de su difunto marido o al personaje creado por Jacinto Benavente para su comedia “De cerca”, otra tía Viva que en 1909 tenía 89 años.
Y muy viva debía estar la cigarrera; incluso lo estaba un año más tarde, cuando Crónica le hace preguntas en un reportaje sobre las cigarreras y lo que esperaban de la República. En esa ocasión la citan como “Flora Alonso” y suman a su edad nada menos que 13 años.
¿Tenía la “tía Viva” noventa y cinco años en 1930 o ciento ocho en 1931? No, se trataba de un error de cálculo; en 1931 tenía 96 años.
El fotógrafo Cámara retrata a Valentina –o “Flora”-, para el reportaje. La identifica con el número 1 y con el 2 a su compañera María Grainés, de 82 años. Ninguna de las dos tenía intención de jubilarse y, junto a otras compañeras, los domingos se echaban una “cana al aire”. En su propia definición, se trataba de ir por ahí a comer paella y pasar la tarde de la mejor manera posible.
Bien podríamos mentar a la Carmen de Bizet, y a otras de mismo nombre y profesión, sevillanas y de otras provincias. O a las que inspiraron cuplés, sainetes y zarzuelas, que hasta en el mudo y el sonoro cine quedaron inmortalizadas.
Por hacer una comparación, citamos a María Josefa, una cigarrera vieja que el crítico José Félix Tapia describía como de “sangre de chulapona, de castiza, de heroína, de aquella «Malasaña» de 1808”.
María Josefa era uno de los personajes creados por Pilar Millán Astray para la comedia asainetada “Las tres Marías”, estrenada en el Cervantes la noche del 25 de febrero de 1936.
En la fotografía, de Pío, vemos a la actriz Milagritos Leal caracterizada como María Josefa, la anciana cigarrera. A su lado el actor Salvador Soler Mari.
Valentina conoció la Castellana cuando era un melonar, y a la reina Isabel II y las Revoluciones. Vivió su juventud en un Madrid que para ella parecía “un corral de vacas”, y fue testigo de otros tantos acontecimientos que dieron paso a la villa y corte moderna.
No podemos precisar cuándo marcho al cielo de los madrileños, sólo podemos afirmar que existió y seguramente falleció cuando ya no pudo “liar el niño”; antes o durante la guerra.
Si pasas por Embajadores y te acercas a la antigua Fábrica de Tabacos, recuérdala. Recuerda a cuantas cigarreras hubo e imagínalas en su plena juventud, con percales en pañuelo y delantal, medias caladas y zapato de tabinete, luciendo ese porte que era imán de los piropos.
Esta anochecer, saliendo
de la Fábrica e Tabacos
—porque yo soy cigarrera
pa lo que ustés gusten—marcho
Embajadores arriba,
y oservo que vie un muchacho
como de unas diez y nueve
primaveras, muy ufano,
con su pitillo en la boca,
en los bolsillos las manos,
y contoneando el cuerpo
como diciendo: "Esto es garbo;
y señora a quien yo miro
con este mirar gitano,
es señora que se muere
de gusto... por mis peazos."
Empezó a chicolearme
atrevido y vivaracho;
mas, como a mí no me gusta
que me vengan molestando...
porque no..., me planto en seco,
me pongo en jarras, le aguardo
a que se ponga a mi vera,
y le digo: "Vamos claros,
amigo; si alguna cosa
tié que decirme, ya estamos
cara a cara y pecho a pecho;
conque... ¡vaya usté soltando!"
Al pronto, el barbián se puso
amarillo, verde, pálido...
y oservé que hasta la cola
le temblaba, del cigarro.
Como usté quiera, gachona,
me voy a hacer parroquiano
de usté..., y no va a ser flojo
lo que la dé... de trabajo.
Porque servidor, señora,
es de los hombres más largos
pa consumir cigarrillos
que fabriquen esas manos.
Conque ya lo sabe, prenda:
cuando quiera, nos liamos...
usté a arreglarme pitillos;
y yo, a su vera, a fumármelos.
Se iba usté a poner enfermo
porque el... fumar mucho es malo;
y mayormente escupiendo,
como usté hace a cada paso.
Y a mí me gustan los hombres
que no consuman cigarros
como agua, sino que sepan
hacerlos durar... un rato...
Y me alejé de él, riendo,
y el pobre quedó acharado
pensando seguramente
en lo que yo iba pensando:
en que hay mucha semejanza
entre el amor y el cigarro.
Los cigarrillos de a veinte
son fuertes, cortos y malos;
los de cincuenta, resultan
de más duración, y... vamos
que satisfacen de veras
porque son algo más largos,
no se queman tan de prisa
y saben más... a tabaco.
En cambio los de sesenta,
con ser más finos, más caros
y más de postín, no saben
más que a paja... y por lo tanto
siendo más flojos, ni llenan
ni satisfacen. Pa el caso
es como si una tuviese
hambre y la diesen un cacho
de longaniza o jamón .
que no haiga, ni pa probarlo,
y que se lo zampa una
sin sentirlo ni notarlo.
Ustés no me negarán
que un hombre, a los veinte años,
más que un hombre hecho y derecho
es un chico que ha empezao
a sentirse hombre, y por eso
comienza a quemar tabaco...
con más pretensiones y humos
que el mismísimo cigarro.
En seguida se echa novia,
porque de amor y cigarros,
a los veinte años, consumen
los hombres un rato largo.
—¿Me quedrás mucho, mi vida?
Dame un beso, dos, tres, cuatro...
y febriles nos estrujan
entre sus robustos brazos,
y como tien tanto ardor
los infelices... pues, ¡claro!
resulta que se les pone
la cabeza mal, con tanto
fuego, y hay que tratársela
con muchísimo cuidao,
porque si no, en poco tiempo
se queda una sin muchacho.
Aman lo mismo que fuman:
de cada chupá, un cigarro:
y asi no se saca gusto
que eso... ¡sólo es hacer gasto!
Y ahora díganme ustés
si hablo yo mal, cuando hablo
eso de que se parecen
hombres, amor y cigarros.
ENRIQUE GRIMAU DE MAURO
“Hombres, amor y cigarros (Monólogo de una cigarrera)”
Madrid, 1930.
Madrid, 1930.
Bibliografía | ||||||
Todo el contenido de la publicación está basado en información de prensa de la época y documentos de propiedad del autor-editor. En todos los casos cítese la fuente: Valero García, E. (2017) "La cigarrera más vieja de la Fábrica de Tabacos de Embajadores. Madrid, 1930", en http://historia-urbana-madrid.blogspot.com.es/ ISSN 2444-1325 [VER: "Uso del Contenido"] • Citas de noticias de periódicos y otras obras, en la publicación. • En todas las citas se ha conservado la ortografía original. • De las imágenes:Muchas de las fotografías y otras imágenes contenidas en los artículos son de dominio público y correspondientes a los archivos de la Biblioteca Nacional de España, Ministerio de Cultura, Archivos municipales y otras bibliotecas y archivos extranjeros. En varios casos corresponden a los archivos personales del autor-editor de Historia Urbana de Madrid. La inclusión de la leyenda "Archivo HUM", y otros datos, identifican las imágenes como fruto de las investigaciones y recopilaciones realizadas para los contenidos de Historia Urbana de Madrid, salvaguardando así ese trabajo y su difusión en la red. Ha sido necesario incorporar estos datos para evitar el abuso de copia de contenido sin citar las fuentes de origen de consulta. |
© 2017 Eduardo Valero García - HUM 017-004 RECUPAPEL
Historia Urbana de Madrid ISSN 2444-1325
Que bonita fue nuestra historia llena de momentos y vivencias malas
ResponderEliminary también muy bonitas.