lunes, 4 de julio de 2022

Las hijas de Gil Imón nunca fueron pollas. Datos históricos que desmontan la leyenda.

En este artículo, continuación del titulado En defensa de las hijas de Gil Imón, aporto más datos sobre el adjetivo calificativo "pollo" y su contexto histórico con la intención de renovar la tan manida leyenda que asocia a las hijas de Baltasar Gil Imón de la Mota con el adjetivo malsonante "gilipollas".
La exagerada reiteración de esa invención y la omisión de incorporar las aclaraciones existentes desde hace más de una década, además de la ausencia de datos históricos fidedignos en su narración, demuestran el poco interés o falta de conocimiento de quienes insisten en dar pábulo a hechos erróneos y al mensaje que transmiten.  

En la historia de Madrid destacan innumerables mujeres desde muy antiguo y en diversos ámbitos. A las hijas de Gil Imón—las Gilimonas—simplemente se las encasilla en un adjetivo desconocido en su época, obviando la actitud de las tres bellas damas frente a una Pragmática absurda que condicionaba la vida y costumbres de la sociedad matritense.
 
El presente trabajo, cuyo título es lo suficientemente aclaratorio, contiene todos los datos necesarios para construir una historia verdadera, con las conexiones que en algunos casos he creído oportunas como curiosidad y para su enriquecimiento.
 

 
No hace mucho tiempo me topaba nuevamente con la trillada historia en un artículo de El Confidencial, publicado en 2021, en el que se hacía referencia a otro del 2020, de la revista Lawyerpress, donde se aprecia una extraordinaria similitud con el mío, ya citado. Su autor, José Manuel Pradas, parece desconocer una ampliación que hice del mismo en Historia de Madrid en pildoritas (2018).  
 
Por la ausencia de las explicaciones que sí aparecen en mi libro, además de las que aporté en las IV Jornadas Madrileñas de Novela Histórica celebradas en la Biblioteca Regional de Madrid Joaquín Leguina en 2019, es evidente el poco conocimiento que tiene sobre la historia del popular insulto. 
 
Por otra parte, en el artículo de El Confidencial citaban a Pancracio Celdrán, autor de El gran libro de los insultos (2008), como responsable de la siguiente frase: 
«"gilipollas" fue por puño y letra de Rodríguez Marín, poeta y folclorista. Pero no se haría famosa ni formaría parte del léxico popular y común español hasta que Benito Pérez Galdós lo incluye en su novela 'Misericordia' (1897)». 
Pues bien, como parece que a la historia popular de las hijas de Gil Imón de la Mota se le quiere dar veracidad académica citando a Francisco Rodríguez Marín, no queda más remedio que refutar estas y otras aseveraciones con un estudio pormenorizado. 
 
 
Rodríguez Marín nunca escribió el adjetivo “gilipollas” 
Craso error el del periodista Enrique Zamorano o el de Pancracio Celdrán. Francisco Rodríguez Marín no escribió “gilipollas” entre 1882 y 1883 en Cantos populares españoles / recogidos, ordenados e ilustrados
 
Esta obra, compuesta por cinco tomos, nos ofrece una variadísima colección de versos clasificados por temas y referencias a las similitudes con otros cantos populares de lenguas extranjeras. 
 
Revisados los tomos encontré algunos versos en los que aparece “pollo” o “poyiyo”. En las notas del Tomo IV, Rodríguez Marín apunta en la cita número 38 del capítulo Teoría y consejos amatorios: «Pollos se suele llamar a los jóvenes», haciendo referencia a “poyiyos”». 
 
“Ventanas á la calle 
Son peligrosas 
Pâ las madres que tienen 
Sus hijas mosas. 
Y al estribiyo, 
Porque pelan la paba 
Con los poyiyos”. 
Tomo IV, pág. 35 [5917] - Teoría y consejos amatorios
 
De forma figurada, podemos decir que el siguiente canto hace referencia a la definición de la palabra en la séptima acepción de la RAE: «Hombre joven», tal y como indicaba el autor en la cita anterior. 
 
“El amor de la mujer 
Es como el de la gallina; 
Que en faltándole su gallo 
A cualquier pollo se arrima.” 
Tomo IV, pág. 85 [6206] - Teoría y consejos amatorios
 
Si buscamos un adjetivo malsonante aquí lo tenemos, escondido en una bella copla: 
 
“El columpio es un rosal; 
La que está dentro una rosa; 
La que le mece, un capullo
¡Ay, qué cara tan hermosa!” 
Tomo IV, pág. 289 [6977] - Columpio
 
Lo que decía Pancracio Celdrán difiere mucho de lo que apunta Rodríguez Marín —“de puño y letra”— en el capítulo Jocosos y satíricos del mismo Tomo. En la página 380 indica: 
«72 – Jilí (gily según QUINDALÉ) inocente, cándido. Por analogía, de los tontos se dice que están jilando y que están en Gilena*» refiriéndose a estos versos: 
“Con mi suegra me reñí,
Porque me dijo «tunante».
Yo le dije:—Tia jilí,
Bamos cayando, y adelante”. 
Tomo IV, pág. 380 [7380] - Jocosos y satíricos.
 
*Gilena es un municipio de Sevilla.
 
Ahora bien, en el Tomo I, capítulo titulado Las tres adivinanzas (Cuento popular), Rodríguez Marín transcribe uno de su autoría publicado en La Enciclopedia en 1879. En esencia, este cuento se asemeja a la Leyenda de Turandot y los enigmas que plantea la princesa a su pretendiente Calaf, príncipe de Persia. 
 
Si quieres conocer más sobre la leyenda y la ópera Turandot, de Puccini, recomiendo la explicación de Diego Manuel García. Clica AQUÍ 
 
Rodríguez Marín se vale de otros escenarios y distintos personajes, convirtiendo a Calaf en un aldeano llamado Gilote, al que describe como “tonto de remate”. Por un lado, tenemos gil (de gilí, persona simple) y ote/ota, “sufijo para formar aumentativos o despectivos a partir de adjetivos o nombres”, según definición del DRAE. 
Gilote era, al parecer, un tremendo “gilipollas”, pero la palabra como tal no aparece en el cuento. 
 
La catedrática de Lengua Española de la Universidad de Sevilla, Ana María Tapia Poyato, en un artículo académico publicado en la revista Cauce, indica que "gilote" es un gitanismo recogido en el Atlas Lingüístico y Etnográfico de Andalucía (ALEA, Granada, Universidad de Granada, 1961 - 74). 
 
Además, viene a reafirmar que Rodríguez Marín nunca mencionó el adjetivo gilipollas: 
«El DECH [Diccionario Etimológico Castellano Hispánico] hace proceder gilí 'tonto, memo' del gitano español jili 'inocente, cándido', derivado de jil 'fresco', jilar 'enfriar', sil 'frío' en el gitano de otros países. La primera documentación figura en los Cantos populares andaluces (1882-3) de Rodríguez Marín. La Academia no le dio entrada hasta después de 1899 y, en efecto, es voz más jergal que familiar, aunque en ciertos ambientes andaluces y madrileños pueda llegar a penetrar en este último tipo de lenguaje. En otras partes se pronuncia gilí».[1]
Tapia Poyato recuerda al librero Juan Cepas, autor del primero y único diccionario sobre el habla popular en Málaga (Vocabulario popular malagueño, 1973), quien documenta la voz gilí, aplicándola al ‘presumido’, ‘tonto’ o ‘cándido’ y añade gilipoyas ‘estúpido’, ‘inaguantable’. 
 
También cita al académico de la RAE Carlos Clavería, quien, en Miscelánea gitano-española, IV. Pagüé y sus sinónimos (1950), añade a los vocablos gilí y gilar los de «gilón ‘tonto’, jilando ‘bobo’, gilada ‘tontería’, agilado ‘alelado’ y gilipoyas ‘majadero’, ‘impotente’». 
 
Sentencia Tapia Poyato: 
«El término gilipoyas posee cierto aire vulgar e incluso grosero por combinar el vocablo gili ‘tonto’ con pollas ‘pene’, ‘órgano genital masculino’. Me recuerda en su contextura semántica a la expresión tonto del culo» (...) No quiero concluir el comentario de esta familia léxica sin dejar de aludir a una nueva posibilidad etimológica: el nombre propio Gil como representación del hombre dotado de pocas luces».
Vistos todos los vocablos y la opinión última de la académica, todo a hace suponer—independientemente del poder que tuvo Baltasar Gil Imón de la Mota en la Corte—que su primer apellido iba en consonancia con su escaso mando en el hogar familiar, haciéndole acreedor del título de "tonto del culo", atribución inviable en aquellos años en que se rectificó la leyenda para recaer todo su peso sobre las Gilimonas.  
 
Volviendo a los "pollos", la invención podría atribuirse a Plácido de Jove y Hevia (vizconde de Campo Grande), escritor y político del siglo XIX, autor de la poesía satírica La irrupción de los pollos; sin embargo, es imposible, porque—aun refiriéndose a los jóvenes imberbes—fue leída en el Ateneo de Madrid en 1848. Como veremos a continuación, el origen de la palabra es de 1846. 
 
También decía El Confidencial que Pancracio Celdrán aseguraba que el adjetivo malsonante se hizo famoso cuando Benito Pérez Galdós lo incluyó en Misericordia. Un error impresionante, porque Celdrán quizás lo confundía con el multifacético personaje "Benito" de Carta a Melbourne, de Chumy-Chúmez. 
 
 
Benito Pérez Galdós habló de pollos y pollas 
Nuestro más ilustre Hijo adoptivo había utilizado el sustantivo pollo en 1862 en la poesía jocosa El pollo, mucho antes que en Misericordia
 
¿Ves ese erguido embeleco, 
ese elegante sin par 
que lleva el dedo pulgar 
en la manga del chaleco; 
que, altisonante y enfático, 
dice mentiras y enredos, 
agitando entre sus dedos 
el bastón aristocrático; 
que estirando la cerviz 
enseña los blancos dientes,
atravesando los lentes 
sobre la curva nariz; 
que saluda con tiesura 
a todo el género humano, 
y lleva siempre la mano 
enclavada en la cintura; 
que, más obtuso que un canto 
y sin saber la cartilla, 
refiere la maravilla 
del combate de Lepanto; 
que va al teatro y pasea 
sus miradas ardorosas, 
contemplando a las hermosas 
jóvenes de la platea; 
que aplaude mucho al tenor, 
y aplaude a la Cavaletti 
y critíca a Donizzetti, 
y al autor del Trovador; 
que hallándose en la reunión,
sin modales elegantes, 
se va estirando los guantes 
por vía de distracción?... 
Ese estirado pimpollo 
que pasea y se engalana 
de la noche a la mañana: 
es lo que se llama un "pollo". 
 
 
El adjetivo malsonante no aparece en ninguna de sus obras, incluidos los Episodios Nacionales, en los que cita a los “pollos” y en Misericordia a las “pollas”, refiriéndose siempre a los jóvenes; o en Fortunata y Jacinta—por poner otro ejemplo—cuando Barbarita piensa en casar a Juanito: «Ahora le voy a poner a mi pollo una calza para que no se me escape más».
 
Por su parte, Baldomero dice al recordar sus años de juventud: 
«Hoy los jóvenes disfrutan de una libertad y de una iniciativa para divertirse que no gozaban los de antaño. Y no creas, no creas que por esto son peores. Y si me apuras, te diré que conviene que los chicos no sean tan encogidos como los de entonces. Me acuerdo de cuando yo era pollo. ¡Dios mío, qué soso era!»
 
En el capítulo XV del EN Narváez (1902), Don Benito nos ofrece un dato fundamental: 
«El llamar pollos a los muchachos es uso moderno, y data del 46; lo inventó, que invento es la novísima aplicación de las cosas, así vocablos como fuerzas naturales, una dama muy linda, en una reunión aristocrática, no sé si en casa de Montúfar o de Montijo, o de Santa Cruz (averígüenlo los eruditos). (…) Ha llegado a tener un uso constante y amaneradísimo la palabreja…». 
Galdós conoce el año en que se “inventó” la "palabreja", pero el relato del suceso difiere del contado por uno de sus protagonistas. 
 
 
Fernando Fernández de Córdova, los pollos y un marqués 
Fernando Fernández de Córdova, marqués de Mendigorría, en su libro Mis Memorias íntimas (1886), nos cuenta en el capítulo IV: 
«Todos los domingos recibía la Duquesa de Osuna, Condesa de Benavente, á la sociedad más selecta y escogida. Su base era el cuerpo diplomático extranjero y su propia y numerosa familia, en la cual parecía que, como por especial privilegio de la Naturaleza, las mujeres eran las más hermosas de la corte. En sus salones se oyó por vez primera el dictado de pollos, aplicado á los jóvenes de la aristocracia que formaban en el rango de esa dichosa edad en que el hombre es hombre sin haber dejado de ser niño. El mote lo creó uno de los caballeros de· más ameno trato que jamás ha tenido la sociedad española, y al que no puedo dejar de tributarle unos renglones de recuerdo, porque fué de mis íntimos amigos y el más gallardo carácter de nuestra época: refiérome al inolvidable Marqués de Santiago. Habíanse reunido cierto día, en efecto, en uno de los salones del palacio de la Puerta de la Vega, gran número de aquellos aristócratas mozalbetes, y hablaban todos con tanta algazara de descompuesto bullicio, inveterado hábito de las tertulias españolas, que Santiago, allí próximo, en alta voz les gritó: «¡Callen los pollos!» El apóstrofe fue apropiado é hizo fortuna: desde entonces la palabra llevó una acepción nueva al Diccionario de la Academia, pues ninguna otra puede describir más gráficamente· el sentido que expresa». 
El relato es esclarecedor y, al ser biográfico, merece que nos ubiquemos en el tiempo para conocer a sus protagonistas. 
 
 
El VII marqués de Santiago y los pollos 
Si la palabreja data de 1846, como indica Galdós, entonces su autor fue el VII marqués de Santiago, D. Antonio Hipólito Bernaldo de Quirós y Colón de Larreátegui. 
 
Antonio Hipólito Bernaldo de Quirós y Colón de Larreátegui.
VII marqués de Santiago.
Grabado publicado en Mis Memorias íntimas (1886) 
 
Existen discrepancias sobre el fallecimiento de este Grande de España que ostentaba, además, los títulos de marqués de Monreal y de la Cimada, VIII conde de Zweveghem, caballero de Santiago, maestrante de Valencia y la Gran Cruz de Carlos III.
 
Muchas de las fuentes consultadas aseguran que había fallecido soltero y sin descendencia el 23 de enero de 1848 en Madrid; sin embargo, el periódico El Popular, del 31 de diciembre de 1847, anunciaba: 
«A las cinco de la tarde de antes de ayer falleció en esta corte el Excmo. señor don Felix Torres Amat, obispo de Astorga y señor del reino, barón sabio y piadoso y uno de los prelados más distinguidos de la iglesia de España. El mismo día ha fallecido después de una larga enfermedad el Excmo. señor marqués de Santiago». 
El periódico El Clamor Público del 29 de diciembre de 1847 había dado a conocer que su enfermedad estaba tomando carácter de gravedad y se esperaba el peor desenlace. Y así ocurrió, el marqués falleció ese mismo día. Le sucederá su hermano, Pedro Pablo Bernaldo de Quirós y Colón de Larreátegui, por Carta Real de 1852. 
 
La exactitud de Galdós en lo referente al año queda refrendada por el comentario que hace Fernández de Córdova al citar el nombre del marqués: 
«No tardó mucho en saber el diplomático la pesada broma que había llevado á cabo Antonio Santiago, y se apresuró á enviar sus padrinos al maestro que tan mal había servido á su pretenciosa cortesía. Osuna fué padrino de Santiago, y mucho le costó cortar un lance cuya causa dió bastante que hablar y que reír á la corte y á toda la buena sociedad de Madrid». 
Efectivamente, el marqués, muy asiduo a los saraos más postineros de la sociedad madrileña, y anfitrión en muchas ocasiones, era bien conocido por sus bromas, situación que le llevaba a provocar aquellos lances. 
 
Por otra parte, no puede referirse a Antonio María Bernaldo de Quirós y Rodríguez de los Ríos, VI marqués de Santiago, porque había fallecido en 1836. 
 
 
¿Montúfar, Montijo o Santa Cruz? 
Surgen ahora dudas razonables que nos llevan al planteamiento de cuatro posibilidades, con conexiones en alguno de los casos. 
 
Para Fernández de Córdova todo aquello ocurrió en el palacio de la duquesa de Osuna y condesa-duquesa de Benavente situado en la Puerta de la Vega, que veremos después. Según su relato, el VII marqués de Santiago fue el autor de aquella exclamación.
 
Para Galdós sucedió en 1846 «en casa de Montúfar o de Montijo, o de Santa Cruz». Y dice Don Benito que la autora fue una dama muy linda. 
 
 
Casa de los Montúfar, marqueses de Selva Alegre 
De tratarse de la casa de Montúfar, y por el año, hablaríamos de Joaquín Montúfar y Larrea, III marqués de Selva Alegre, casado con María de los Dolores García-Infante y Vallecillo. 
Según la genealogía consultada, para unos este matrimonio tuvo dos hijos: Matilde y Juan Pío; para otros, se suma una tercera hija: Rosario. En todo caso, cuando la prensa daba cuenta de las fiestas celebradas en el Palacio Real o en otros de familias aristocráticas, se citaba a las damas de Montúfar en plural, identificándolas como “señoritas”. 
 
Sabemos más de las propiedades de los Montúfar en América, de donde eran originarios, que de sus posesiones en España. Si bien Joaquín permaneció en Madrid muchos años y llegó a ser ayuda de cámara de Fernando VII, poco podemos decir de su residencia en la villa y corte, aunque conocemos una posible casa en la carrera de San Jerónimo y otra en la calle Magdalena. 
 
GUÍA DE FORASTEROS, 1844. LA HABANA - CUBA

 
Casa-palacio de Montijo y Teba 
En el caso de los Montijo, se trataría de Eugenia, que para entonces tenía veinte años y vivía en la casa-palacio de Montijo y Teba, situado en la plaza del Ángel. 
 
En el Cap. XVIII de Misericordia, durante la conversación que mantienen Obdulia y Ponte Delgado, Galdós pone en boca de este: 
«Hace poco indicó usted que me vería paseando a caballo por la Castellana. ¡Ya lo creo que podría usted verme! Yo he sido un buen jinete. En mi juventud, tuve una jaca torda, que era una pintura. Yo la montaba y la gobernaba admirablemente. Ella y yo llamamos la atención en La Línea primero, después en Ronda, donde la vendí, para comprarme un caballo jerezano, que después fue adquirido... pásmese usted... por la Duquesa de Alba, hermana de la Emperatriz, mujer elegantísima también... y que también se le parece a usted, sin que las dos hermanas se parezcan. 
-Ya, ya sé... -dijo Obdulia, haciendo gala de entender de linajes-. Eran hijas de la Montijo. 
-Cabal, que vivía en la plazuela del Ángel, en aquel gran palacio que hace esquina a la plaza donde hay tantos pajaritos... mansión de hadas... yo estuve una noche... me presentaron Paco Ustáriz y Manolo Prieto, compañeros míos de oficina... Pues sí, yo era un buen jinete, y créame, algo queda». 
La casa-palacio de Montijo y de Teba—al que no debemos confundir con el palacio de los condes de Tepa—estaba ubicado donde hoy se encuentra el hotel ME Madrid Reina Victoria (antiguos Almacenes Simeón). 
 
Era famoso por las fiestas y tertulias que allí se celebraban, a las que acudía la "crème de la crème" de la sociedad madrileña. Entre ellas, podemos destacar la fiesta celebrada la Nochebuena de 1874, en la que se anunció la proclamación de Alfonso XII. 
 
El palacio había sido construido hacia 1810. Pascual Madoz dice que era obra del famoso arquitecto Villanueva. Por su parte, Ramón de Mesonero Romanos asegura que el arquitecto fue Silvestre Pérez, y lo ratifica más tarde Pedro de Répide. Lo cierto es que se levantó la casa-palacio de los Montijo sobre el terreno que habían ocupado las casas del conde de Baños y de don Pedro Velasco de Bracamonte. 
 
La fotografía, de 1910, corresponde en realidad al Casino Militar, institución que ocupó el edificio en 1886. 
 
 
El Casino, conocido hoy como Centro del Ejército y la Armada, se trasladará en 1916 a su nuevo edificio de la Gran Vía. Un año más tarde comenzará el derribo del ya anticuado palacio. 
 
Allí vivieron Francisca y Eugenia de Sales Portocarrero, duquesa de Alba la primera ("Paca de Alba"), y emperatriz de los franceses la segunda. Además de emperatriz, Eugenia ostentó varios títulos nobiliarios, entre ellos el de X condesa de Santa Cruz de la Sierra. 
 
La Emperatriz Eugenia. 
Franz Xavier Winterhalter (1854)

 
¿Podríamos asociar a la joven Eugenia con lo que contaba Galdós al referirse al inventor de la palabreja, indicando que se trataba de “una dama muy linda, en una reunión aristocrática”? 
 
Juan Valera y la joven Eugenia de Montijo
Quizás la correspondencia desde Madrid de Juan Valera a su madre nos ayude a obtener la respuesta. En enero de 1847, Valera escribirá: 
«Anoche estuve en casa de Montijo. Esta señora me recibió muy cariñosamente y me convidó para el baile que tendrá lugar el domingo próximo, en celebridad de los días de la hermosa Eugenia, su hija menor, que es una diabólica muchacha que, con una coquetería infantil, chilla, alborota y hace todas las travesuras de un chiquillo de seis años, siendo al mismo tiempo la más fashionable señorita de esta villa y corte, tan poco corta de genio, y tan mandoncita, tan aficionada a los ejercicios gimnásticos y al incienso de los caballeros buenos mozos, y, finalmente, tan adorablemente mal educada, que casi, casi se puede asegurar que su futuro esposo será mártir de esta criatura celestial, nobiliaria y, sobre todo, riquísima».[2]
Por la descripción que hace de la joven Eugenia, no podemos adjudicarle el título de autora sino más bien el de promotora de la invención. 
 
Habíamos dicho que Eugenia fue, además, X condesa de Santa Cruz de la Sierra. Esta noble casa de Santa Cruz se dividía en varios condados y marquesados, entre ellos el marquesado de Santa Cruz de Mudela, del que era titular en aquellos años Francisco de Borja de Silva Bazán y Téllez-Girón. 
 
 
Palacio de Santa Cruz 
En 1846—año que indica Galdós como del nacimiento del “pollo”— Francisco de Borja de Silva Bazán y Téllez-Girón, XI marqués de Santa Cruz, es elegido concejal del Ayuntamiento y más tarde alcalde de la ciudad. Ese mismo año compra el palacio de la calle San Bernardo esquina a la del Limón, llamado "de las columnas”, propiedad de los herederos de Bernardo Tomé y Peñaranda. A partir de entonces, y después de una importante reforma realizada en 1870, será conocido como palacio del marqués de Santa Cruz, .
 
En la actualidad es sede de la Fundación Álvaro Bazán, I marqués de Santa Cruz, de quien Francisco de Borja era descendiente, y cuarto de los cinco hijos del matrimonio formado por José Gabriel de Silva-Bazán y Waldstein y Joaquina Téllez-Girón y Alfonso-Pimentel, hija de la XII condesa-duquesa de Benavente. 
 
Francisco de Borja de Silva Bazán y Téllez-Girón.
Lorenzo Llanos (1869)
Galería de retratos de Alcaldes de Madrid
 
Benito Pérez Galdós decía desconocer en qué palacio se había inventado la popular palabra, pero sabemos de su arte en el juego del despiste. Ofrecía tres posibilidades, siendo este palacio de Santa Cruz el más cercano a la realidad por la relación del apellido Téllez-Girón con el «de la duquesa de Osuna, condesa de Benavente», citada por Fernando Fernández de Córdova. 
 
 
El palacio de la Puerta de la Vega y la Casa del Infantado 
Para llegar al palacio donde supuestamente se desarrolla la escena contada por Fernández de Córdova debemos situarnos cerca de la antigua muralla de Madrid, no lejos del Alcázar y la Puerta de la Vega, en zona de casas nobles y poderosas, como, por ejemplo, los palacios de los condes de Bornos; de los duques de Medina de Rioseco; de los duques de Albuquerque; de los marqueses de Malpica y de Povar; las casas de Vozmedianos, y las de los duques de Pastrana, después de los duques del Infantado y más tarde de los de Osuna y Benavente. 
 

En la fotografía de Charles Clifford, tomada en 1856 desde el puente de Segovia, podemos apreciar el palacio y su extenso terreno, ya presentes en el plano de Texeira que veremos más adelante. La estampa corresponde a los archivos de la Biblioteca digital hispánica de la Biblioteca Nacional de España, identificada con la signatura 17/LF/87 (32). 
 
La citada dama, de la que sólo se dice que era «duquesa de Osuna, condesa de Benavente», se llamaba María Josefa de la Soledad Alfonso-Pimentel y Téllez-Girón. Sus títulos eran los de XII condesa-duquesa de Benavente por nacimiento y de duquesa consorte de Osuna por su casamiento con su primo hermano, Pedro de Alcántara Téllez Girón y Pacheco, IX duque de Osuna, X marqués de Peñafiel y XIII conde de Urueña, además de Grande de España y señor de varias villas. 
 
Lo duques de Osuna y sus hijos
Francisco de Goya (1796)
 
Aquí tenemos una conexión directa con el palacio de Santa Cruz. Como hemos visto, María Josefa de la Soledad era la madre de Joaquina María del Pilar Téllez-Girón Pimentel, quien a su vez era madre de Francisco de Borja de Silva Bazán y Téllez-Girón, XI marqués de Santa Cruz, fruto de su casamiento con José Gabriel de Silva Bazán, X marqués de Santa Cruz. 
 
Joaquina María del Pilar Téllez-Girón Pimentel.
Guillermo Ducker (1813)
 
Muchos títulos que sin duda dieron inmenso poder a este apellido Téllez-Girón que a nosotros nos resulta familiar al relacionarlo con el Parque de El Capricho, de la Alameda de Osuna. 
 
Otro de los hijos de María Josefa de la Soledad, Francisco de Borja Téllez-Girón y Alfonso-Pimentel, X duque de Osuna, contraerá matrimonio con María Francisca Beaufort-Spontin, hija de Pedro de Alcántara de Toledo Pimentel, XII duque del Infantado. De esta unión nacerá Pedro de Alcántara Téllez-Giron Beaufort-Spontin, XI duque de Osuna, XII duque de Lerma, XIII conde-duque de Benavente y XIV duque del Infantado. Fallecerá sin descendencia en 1844, heredando su hermano, Mariano Téllez-Girón, el gran despilfarrador. 
 
Con estos datos hemos llegado a la unión del llamado palacio de la duquesa de Osuna y condesa de Benavente con las propiedades de la Casa del Infantado. 
 
Un expediente de 22 de julio de 1794, conservado en los Archivos de la Villa, recoge la instancia del duque del Infantado (por fecha, tuvo que ser Pedro de Alcántara Álvarez de Toledo y Salm-Salm, XIII duque del Infantado) en la que solicita licencia para:
«Que a S.E. pertenecen unas casas en la Plazuela que llaman de las Vistillas, y hacen a la Calle de los Yeseros, en las que intenta construir para el mejor aspecto y aumentar la fábrica de Albañilería, lo que resulta del Plan que ha formado D. Juan Antonio Cuerbo y acompaña de este Memorial». 

 
De acuerdo con los planos de la época, se refiere a la edificación situada en la Manzana 127 de la Planimetría, conformada por las calles de Yeseros, Redondilla, Don Pedro y el cerrillo de las Vistillas. 
Con estas propiedades se pretendía completar el conjunto de casas, jardines y huertas del Infantado que discurrían por la calle de Buenaventura desde el convento de San Francisco hasta las Vistillas. 
 

 

 
En el plano topográfico de Madrid realizado en 1769 por Antonio Espinosa de los Monteros y Abadía podemos apreciar la trazada de las calles y sus manzanas, identificando en la 120 un edificio del Infantado no derribado cuya historia es de interés urbanístico. 
 

También el edificio derribado de la manzana 127 (cercenada años atrás por la trazada de la calle Bailén) en cuyo solar se edificó entre 1901 y 1902 el nuevo Laboratorio Municipal, gran centro de investigaciones científicas dirigido por el Doctor César Chicote. 
«Por iniciativa del Sr. D. Alberto Aguilera, siendo Alcalde Presidente, y á mediados del año 1901, acordó el Ayuntamiento la construcción del nuevo Laboratorio Municipal, eligiendo para su emplazamiento la manzana que, propiedad de aquél y procedente de las expropiaciones del antiguo palacio de Osuna, se encuentra entre las calles de Bailen, Don Pedro, Redondilla y Yeseros, comprendiendo una superficie de 598 metros cuadrados, que afecta una figura bien irregular». 

 
 
Conexión con un Gil Imón de la Mota 
El expediente citado contiene los documentos de 1777 por los que los duques del Infantado compraban al Ayuntamiento otra porción de suelo «para unirle a la Huerta de sus casas de las Vistillas: Expresando que la referida porción de tierra que se solicita va lindada con otra perteneciente al Marqués de San Juan, D. Jilimón de la Mota, y otros interesados, los que para el mismo fin intentaba comprar también S.E. …». 
En el plano de Texeira que vimos más arriba aparece la propiedad de Gil Imón de la Mota en color azul. 
 
La historia ofrece conexiones curiosas, porque resultó ser que Baltasar Gil Imón de la Mota, quien se llevaba muy bien con el duque de Lerma, y en cuya casa había estado Pedro Téllez-Girón y Velasco, III duque de Osuna, tendría un descendiente lidiando con Pedro de Alcántara Álvarez de Toledo y Silva Mendoza, XII duque del Infantado y X duque de Lerma. 
 
 
Desaparición del palacio de la duquesa de Osuna y condesa de Benavente 
Hemos citado a Mariano Téllez-Girón y Beaufort Spontin, XII duque de Osuna, llamándole “despilfarrador”; apreciación nada exagerada teniendo en cuenta que provocó la bancarrota de la Casa ducal. 
 
Mariano Téllez-Girón y Beaufort Spontin. XII duque de Osuna
De un grabado
 
«Los créditos hipotecarios suscritos bajo un interés anual del 12 por ciento por la Casa de Osuna suman entre 1866 y 1873 una cantidad ligeramente mayor a los 30 millones de reales», asegura Juan Carlos Rueda Laffond, Catedrático de Historia Contemporánea en la UCM, en su artículo Préstamos y finanzas durante la segunda mitad del siglo XIX: Una aproximación a la figura de los Urquijo [3]. 
Y añade: 
«Ya desde comienzos de la dé cada de los sesenta se inició la cadena de préstamos otorgados por un selecto grupo de acreedores, entre los que se encontraban Urquijo, Manzanedo y Fernández Casariego, con el objeto de financiar el abultado pasivo que había acumulado el Duque. 
En 1863 se proyectó la primera gran operación para reconvertir las deudas gracias por medio de un único empréstito hipotecario. Por escritura pública otorgada el 31 de octubre de aquel año se acordó conceder 90 millones de reales en metálico y en pagarés mediante la emisión de 6.500 obligaciones al cinco por ciento anual y bajo una amortización de 55 años». 
Los párrafos transcritos son orientativos de lo que ocurrió después de su fallecimiento, acontecido el 2 de junio de 1882 en Bélgica. Después de un largo proceso judicial, en 1894 se falló a favor de los acreedores de la Casa, denominados “Obligacionistas de Osuna”, con la incautación y enajenación del patrimonio ducal. Las propiedades de Madrid fueron vendidas y/o derribadas. 
 
Los siguientes anuncios hacen referencia al palacio de Las Vistillas y a la casa de la manzana 127. 
 

 

En el diario La Discusión, del 23 de diciembre de 1886, se anunciaba: 
«Con las formalidades de rúbrica, tomó ayer posesión el Ayuntamiento del antiguo palacio de Osuna. En Febrero próximo se procederá al derribo del edificio, para cuyo completo desalojo falta sólo sacar la biblioteca, compuesta por 23.000 volúmenes». 
Esta valiosa biblioteca que había estado instalada en el palacio de Osuna de la calle Leganitos, fue trasladada al de las Vistillas en 1841. 
 
El palacio donde nació esta historia verdadera del marqués de los pollos fue adquirido por la archidiócesis de Madrid y demolido para construir entre 1902 y 1906 el Seminario Conciliar, obra de Miguel de Olabarría. Los jardines de la finca se conservaron, comprándolos el Ayuntamiento para formar los jardines de Las Vistillas. 
 

 
Más conexiones 
Para aumentar los conocimientos de quienes no acostumbran a respetar los derechos de propiedad intelectual, sumo algunos datos que conectan al marqués de Santiago con otros espacios desaparecidos y otras personalidades, como la condesa Emilia Pardo Bazán. 
 
 
Palacio del marqués de Santiago
El palacio del marquesado de Santiago, construido en el siglo XVII, estaba ubicado en la acera de los impares de la carrera de San Jerónimo (29 y 31), entre la calle Ancha de los Peligros (después Sevilla) y la de Cedaceros. 
 
 
Fue residencia de los marqueses hasta 1845, momento en que el citado marqués decide trasladarse a su casa de la calle Cedaceros. Así lo anunciaba el periódico monárquico La Esperanza del 18 de abril de 1845: 
«Según se nos asegura, el señor marqués de Santiago va a desocupar su casa de la Carrera de san Gerónimo, trasladándose a la que tiene en la calle de Cedaceros. El objeto parece que es el de arrendarla, formando en ella habitaciones particulares, cuyo producto, tanto por su extensión, como por el parage que ocupa en el centro de Madrid, dará a sus rentas un aumento considerable. Algunos cuentan que la ha arrendado para el señor Salamanca». 
Relacionamos el texto con el marqués de Salamanca y el Casino del Príncipe, del que era socio. 
Conocido con ese nombre por haber estado situado en la calle del Príncipe, 12, tuvo varios emplazamientos hasta el definitivo de 1910 en la calle de Alcalá. 
Desde 1848, y durante cuarenta años, estará ubicado en el palacio de Santiago, donde años antes se había instalado el Café de la Iberia. Sobre este y el Casino escribirá Galdós en La desheredada (Parte I "Igualdad. Suicidio de Isadora" – Cap. XVII): 
«¡Cuánta gente en la Carrera! Es abierta lonja de noticias. El Congreso, donde se forja el rayo; el Casino, donde imperan los desocupados, y el café de la Iberia, que es el Parnasillo de los políticos, dan a esta calle, en días o noches de crisis, un aspecto singular».
Por cierto, Fernando Fernández de Córdova fue socio fundador y presidente del Casino de Madrid o del Príncipe. 
 
También estuvo en aquel palacio el Banco de la Unión y en la planta principal se hospedó Emilia Pardo Bazán de niña, cuando su padre era diputado en la Villa y Corte. Otras personalidades, como Napoleón III (marido de Eugenia de Montijo), disfrutaron de su estancia en aquel edificio. 
 
 
 
El suntuoso palacio de pórtico barroco albergó una importante colección de pinturas, principalmente de carácter religioso; entre ellas, obras de El Greco, Murillo y Velázquez. 
La V marquesa de Santiago, María de la Soledad Isidra Rodríguez de los Ríos y Lasso de la Vega, aumentó la colección con obras de Goya, quien la había retratado de niña y después en 1804, además de a su segundo marido, el marqués de San Adrián. 
 
María de la Soledad Isidra Rodríguez de los Ríos y Lasso de la Vega.
V marquesa de Santiago.
Francisco de Goya (1804)
 
 
Conexión con Baltasar Gil Imón de la Mota
Decía la noticia publicada en La Esperanza que el marqués se trasladaba a su palacio de la calle Cedaceros, edificio que hacía esquina con la del Sordo (actual calle Zorrilla).
 
En la calle Cedaceros, que discurre entre las de Alcalá y Carrera de San Jerónimo, existió un conjunto de casas pertenecientes al mayorazgo de Gil Imón de la Mota. Así lo contaba Mesonero Romanos en "Las calle y las casas de Madrid - Cuartel del Centro", recuerdos históricos publicados en el Semanario pintoresco español del 30 de octubre de 1853, refiriéndose a un tramo de la calle de Alcalá: 
«De todo aquel trozo de calle hasta el Prado, no ha quedado pues en pié de las casas antiguas mas que la señalada con el núm. 44 nuevo, que hace esquina y vuelve á la de Cedaceros, y fué del mayorazgo fundado por Baltasar Gil Imon de la Mota».

De la marquesa goyesca y de Colón desciende el marqués de los pollos. 
A la muerte de María de la Soledad Isidra, hereda el marquesado Antonio María Bernaldo de Quirós y Rodríguez de los Ríos, hijo de su primer matrimonio. Casado este con Hipólita Colón de Larreátegui y Ramírez de Baquedano, serán padres de Antonio Hipólito Bernaldo de Quirós y Colón de Larreátegui, VII marqués de Santiago. El matrimonio tuvo cuatro hijos más y siete hijas.
 
Curiosa es la extensa información consultada en Los descendientes de Cristóbal Colón (Obra Genealógica), libro de Rafael Nieto y Cortadellas (Sociedad Colombista Panamericana. La Habana, 1952), del que se desprenden ingentes ramas de descendientes de Colón, entre ellos los Bernaldo de Quirós, los Fernández de Córdova y, por supuesto, los Colón de Larreátegui. 
Indica Nieto y Cortadellas: 
«Del referido enlace de doña Hipólita Colón de Larreátegui con el VI Marqués de Monreal, Grande de España, IV Marqués de Santiago y V de la Cimada, fueron procreados doce hijos (…) Seguidamente mencionaremos a once de ellos, de los cuales hemos podido adquirir los necesarios aportes, nombrándolos en lo posible, de acuerdo con la cronología de sus nacimientos. Ellos fueron: Antonio; María de la Soledad Hipólita; Pedro; Carlos; Hipólito; Joaquín; María Dominga; Águeda; Francisca de Paula; Emilia, y María del Carmen Bernaldo de Quirós y Colón de Larreátegui, Rodríguez de los Ríos y Ramírez de Baquedano. Los cuales: 
1. Don Antonio Bernaldo de Quirós y Colón de Larreátegui, Rodríguez de los Ríos y Ramírez de Baquedano, falleció soltero en 1848 (sic), y en sucesión a su padre fue el VII Marqués de Monreal, Grande de España». 
Este es nuestro marqués, el inventor de la palabreja tan mal asociada a las hijas de Gil Imón de la Mota. Este, que por sumar algo pintoresco a la historia, tenía por antepasado al mismísimo Colón.
Pero hay más...
 
 
El marqués cerillero
Recordemos que el marqués de los pollos, VII de Santiago, había fallecido sin descendencia. 
Lo mismo ocurrirá con el X marqués de Santiago, Salvador Bernaldo de Quirós y Arenas, su sobrino, quien fallecerá en Río de Janeiro en 1891.
 
No será hasta 1912 cuando solicitará la sucesión de los marquesados de Monreal y de Santiago, ya caducados, Juan Bernaldo de Quirós y Acosta. Se trató de una "Sucesión diferida" aprobada por Real Orden, pero rechazada en 1915 por el propio interesado. El XI marqués de Santiago figuró sólo en los papeles.
 
Miguel Bernaldo de Quirós y Acosta, hermano de Juan, solicitará los títulos y le serán concedidos por Real Carta de 1915. Pagará los derechos de propiedad del marquesado de Santiago, pero no el de Monreal, que pasará a un primo suyo.
 
Miguel Bernaldo de Quirós y Acosta.
XII marqués de Santiago.
Fotografía de autor desconocido (1935)
 
Miguel, XII marqués de Santiago, será el marqués "cerillero". 
 
Por los negocios frustrados y la mala administración de los bienes, la situación económica del marquesado de Santiago estaba en declive cuando Miguel nació en 1895.
 
No podemos decir que haya sido el más afortunado de los de la Casa de Santiago. Cometió muchos errores en su corta vida y dilapidó parte de la fortuna de su mujer, Beatriz Aguilera y González-Sancho. 
Hombre alto y de buen porte, vivió acorde a su título durante un tiempo, pero con el dinero de Beatriz.

Por las buenas relaciones con algunos políticos, su padre consiguió que le ubicaran en el Ministerio de Fomento, de temporero, y más tarde en el de Instrucción pública. Se casó y dejó el empleo para invertir en algunos negocios el dinero de su mujer. Todo salió mal y Beatriz le abandonó después de seis años de matrimonio.

Trabajó de albañil, de mecanógrafo y administrativo. Fue obrero de Vías y Obras del Ayuntamiento durante la Segunda República por un periodo de cuatro meses. Después, todas las penurias habidas y por haber.

Acabó vendiendo cerillas, tabaco y lotería en una taberna de la calle de San Roque, donde le daban de comer. Ganaba tres pesetas diarias.

En 1935 esta curiosa historia fue motivo de sendos artículos en la prensa nacional y extranjera. 

 
Desconocemos el año del fallecimiento del marqués. Sólo sabemos que cuando murió su mujer, en 1947, ya era viuda.


Los pollos en la prensa madrileña
Despejadas las dudas y halladas todas las referencias posibles, sólo falta encontrar el momento cronológico en el que la prensa madrileña se hace eco de la nueva "palabreja". 
 
La primera mención de "pollo" como adjetivo calificativo la encontramos en una noticia de la Gaceta de Madrid, del 27 de febreo de 1850, en la que se da cuenta de la representación en el Teatro de La Comedia de una comedia nueva, original, en tres actos y en verso titulada "El pollo". No indica nombre del autor.
 
Es en ese año cuando el pollo comienza a poblar las columnas de todos los tabloides, siempre refiriéndose a los que antes conocíamos como "petimetres" o a los jóvenes de la segunda mitad del siglo XIX. La palabra ya era popular y muchos escritores y periodistas la utilizan en sus folletines; principalmente, el costumbrista Ramón de Navarrete y Fernández y Landa.
«—Pero tan cerca... Fi donc!—
un pollo en francés esclama:...».
La Ilustración, 30 de marzo de 1950 - Revista de Madrid - Ramón de Navarrete.
 
«— ¿Y qué papel desempeñas tú allí, Carlitos? añadió un tercero dirigiéndose al pollo».
La Ilustración, 8 de junio de 1950 - Revista de Madrid - Ramón de Navarrete.
 Navarrete nos ofrece la costumbre francesa de aquellos pollos decimonónicos:
 «... a perfeccionarse en el francés, cosa de rigor en un pollo, y a consolidar después su reputación de fashionable con unos cuantos pantalones y fraques de Blain, de Humann, y de Saintise, los tres oráculos de la moda, los tres primeros sacerdotes de la tijera en la capital de Francia».
 Lo mismo ocurre con la columna "Placeres y miserias del invierno", publicada el 9 de noviembre de 1850 en La Ilustración. Su autor, del que desconocemos su nombre por no llevar firma, escribe:
«¡viva el invierno para el elegante pollo con bota de charol, guante de Dubost, y lente, lente cabalgando sobre la naríz».
La siguiente imagen, publicada en un suplemento de La Ilustración: periódico universal, de 1852, dice al pie: «El ajuste en una casa de huéspedes. Diálogo divertido entre una arpía y un pollo, que tiene de duración cinco horas y minutos, y acaba por la sumisión de la víctima».
 

En vista de la popularidad del adjetivo, el periodista y escritor Nicolás Ramírez de Losada, más conocido por el pseudónimo El Barón de Illescas, reflexionará sobre su origen:
«Todas la épocas y todos los tiempos han tenido su manera de calificar ridículamente a esa juventud superficial, casquivana y melindrosa, que afeminándose hasta confundirse en muchas ocasiones con el bello sexo, le hubiera estado mejor en sus delicadas manos, como dijo un escritor célebre, cuyo nombre se me ha olvidado, la rueca, que la pluma o la espada. De algunos años a esta parte, semejante afeminamiento ha tenido estraordinario desarrollo, especialmente entre algunos jóvenes de diez y ocho a veinte y dos años; de manera que los hombres un poco machuchos y no menos graves, pero que no han perdido todo su buen humor, no han podido resistir a la tentación de nombrar a tales señoritos de un modo que castigue con el ridículo sus estravagancias. Los que ya peinamos canas hemos conocido una porción de fluctuaciones y peripecias en este género, dándole siempre nombres de una etimología tan oscura que se pierde en la noche de los tiempos. Yo recuerdo, entre otros, los de petimetre, pisaverdes, currutacos, lechuguinos, peripatéticos, (no vayan Vds. a creer que se trata de los filósofos así denominados) elegantes, románticos, leones, dandys, silbantes, y finalmente pollos....».
La Ilustración: periódico universal. Tomo III, núm. 2. 
"Un pollo y un gallo". Madrid, 11 de enero de 1851
En los primeros años de la década de los cincuenta del siglo XIX los periódicos presentan contundentes estudios sociológicos sobre la figura del pollo y la polla, llegando a clasificarlos por orden riguroso según diversas situaciones. Así, encontramos dos grandes categorías: los pollos "sociables" y los "insociables", divididos a su vez en varias subcategorías. 
 

Conclusión 
En el palacio de los Osuna-Benavente el VII marqués de Santiago había exclamado en 1846 aquello de «¡Callen los pollos!», palabreja que tiempo después tuvieron a mal asociarla con las Gilimonas. 
 
Todo lo contado, fruto de una entretenida investigación de la que se da cuenta en este texto y en la bibliografía, sirve para volver a ratificar que la historia de las hijas de Gil Imón nada tiene que ver con las pollas ni con el adjetivo malsonante que se les adjudica. 
 
Las Gilimonas existieron y han sido denostadas desde el siglo XX por el sólo hecho de ser mujeres, adjudicándoles un mote que no existía en su época y añadiendo defectos físicos y mentales en algunas de las muchas versiones, desatendiendo por completo la descripción que de ellas hizo Ricardo Sepúlveda.
 
Seamos honestos con la historia de Madrid y sus habitantes. No la convirtamos en burda leyenda ni insistamos en repetirla. 
 
Muy bien por el gracejo madrileño. Muy bien por las ocurrencias, cuando estas son elegantes. Pero ya es tiempo de rectificar lo que se ha entendido mal y poner las cosas en su sitio con bases fundamentadas. 
No es de recibo que a estas alturas exista nula intención de hacerse eco de las nuevas investigaciones. 
 
Hallado el lugar y la persona que hizo popular el uso de “pollo” como identificativo de los que están en “la edad del pavo”, y conocida la repercusión social que tuvo en su momento, es hora de contar la historia verdadera, añadiéndola, si se quiere —como aconsejo— después de contar la errónea. 
 
Os he presentado todos los elementos necesarios: conexiones que hilan la historia; curiosidades que aportan renovadas notas de color; datos que incrementan los conocimientos sobre la historia urbana de nuestra ciudad y aclaraciones razonadas que merecen ser atendidas. Aprovechemos estos conocimientos para contar una buena y verdadera historia. 

Por favor, no seamos «gilivoltios». 
 
Para la contestación 
Eduardo Valero García 
madridblog@gmail.com
 
 
A continuación, se reproducen los textos relacionados con la investigación. Se trata de Las tres adivinanzas (Cuento popular), Rodríguez Marín, citado en el subtítulo Rodríguez Marín nunca escribió el adjetivo “gilipollas” y la historia titulada "Las hijas de Gilimón", contada por Ricardo Sepúlveda en su libro Madrid Viejo. Crónicas, Avisos, Costumbres, Leyendas y Descripciones de la Villa y Corte en los siglos pasados (1887).
 













 
Bibliografía y Cibergrafía
 
Fuentes consultadas:

[1] Tapia Poyato, Ana M., Gitanismos en el ALEA, Cauce: Revista Internacional de Filología, Comunicación y sus Didácticas, ISSN 0212-0410, ISSN-e 2603-8560, Nº 18-19, 1995-1996 (Ejemplar dedicado a: Homenaje a Amado Alonso), págs. 867-889
 

[3] Rueda Laffond, J. C., 1996. Préstamos y finanzas durante la segunda mitad del siglo XIX: Una aproximación a la figura de los Urquijo. Portal de revistas científicas (2018): Revista Historia Contemporánea, Nº 13-14. DOI https://doi.org/10.1387/hc.19802

 
Biblioteca Nacional de España - Hemeroteca digital
 
Archivos municipales. Memoriademadrid.
 
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