jueves, 26 de diciembre de 2019

La Navidad del joven Galdós. Madrid, 1865

Este artículo no es un estudio de los inicios de Benito Pérez Galdós en el periodismo, pero sí de un artículo publicado la Navidad de 1865, año en que comenzará a redactar columnas en el diario La Nación.
Llegado a la villa y corte a finales de septiembre de 1862, el joven estudiante tendrá el tiempo suficiente para conocer Madrid de puerta a puerta y observar al pueblo y sus costumbres. El resultado, más tarde reproducido en su monumental obra, se nos presenta fresco y actual en La Nación del 24 de diciembre de 1865.
Será en la columna Revista de la Semana, bajo el subtítulo «Navidad - Glotonería universal - La plaza Mayor - Nacimientos». El Galdós periodista y cronista nos muestra un retrato fiel de la realidad humana en el que no faltan pinceladas de exquisito humor e ironía.




Navidad - Glotonería universal - La plaza Mayor - Nacimientos.

Es inútil hacerse ilusiones: las Pascuas se nos vienen encima, ó mejor, nosotros tropezamos en ellas por más que nos empeñamos en dar un rodeo y entrar en el próximo año, sin pasar por estos días fatales de turrones, pavos, aguinaldos, tambores, pitos y nacimientos.

Es preciso que nos alegremos, que apretemos la mano á todo el mundo en señal de feliz enhorabuena; es preciso que tengamos apetito y hagamos prodigios de voracidad. Lo contrario nos haría parecer salvajes, incultos, paganos. Es de todo punto indispensable olvidar penalidades, tener buen humor, y sobre todo comer, comer á mandíbulas batientes. Reunámonos en un concurso gastronómico y rindamos culto al, más espiritual de los pescados, el besugo; á la más simpática de las aves domésticas, el pavo; á la mas ingeniosa de las argamasas azucaradas, el turrón. Un confuso ruido de mandíbulas resuena en todos los puntas de la tierra donde hay civilización. Un retintín sordo y continuado, como de platos que chocan con cucharas y cucharas que tropiezan con dientes, resuena en todos los puntos donde hay cocinas. Diríase que sobre el ámbito de las grandes poblaciones se extiende el majestuoso y al par incitante aparato de las bodas de Camacho. Las especias, que son al condimento lo que el perfume á la hermosura, esparcen por la atmósfera deliciosos aromas, capaces de abrir el apetito al surtidor de la puerta del Sol. Osténtanse en las tiendas todos los apetitosos detalles de la composición culinaria que son puro lujo del paladar, y al par que recrean el estómago, adulan con dulces sabores los espirituales órganos de la deglución.

La gula tiene su poesía. El arte de cocina parece llevarse á la categoría de arte, en la genuina acepción de la palabra. Todas las teorías de Savary parecen destinadas á realizar ideales hermosos, y las elucubraciones de todos los que á tan difícil arte se han dedicado se nos presentan con formas estéticas que fascinan la vista y producen vértigos de entusiasmo artístico al estómago. Sí: teda esta poesía masticatoria y digestiva nace al calor de la inspiración que sopla en las tragaderas humanas la décima musa, el hambre. Muere el cerdo épicamente, y sobre la tabla fatal destinada á recoger sus despojos cadde come un che souno piglia: muere la falange de pavos, prorrumpiendo á coro en un himno de graznidos que enternecerían á todo el que no fuera aficionado á la carne del animal de Juno: exhíbense las frutas en toda su frescura, bellas, olorosas, orondas, como si el cuerno de Amaltea las derramara sobre la tierra. Todo es poesía: es bello el sacrificio de inocentes bichos domésticos; bello el rumor del agua que hierve; bello el voltear dе1 asador; bello el humo que despide la marmita; delicioso el olor de las especias; encantadora la diligencia de la cocinera; hermosísimo el aspecto de una familia entregada á las delicias del besugo; sublime la abnegación del cerdo, el martirio del pavo.



Pero es el hombre el protagonista de éste gran trozo de épica culinaria, el sugeto de este canto lírico inundado de todas las armonías de la masticación. El hombre es el que come: su inteligencia se reconcentra en el estómago: su sentimiento se localiza en el paladar: su voluntad reside en la mandíbula; el alma está ocupada en la percepción de les olores suculentos, en el temple de los sabores, en la acertada repartición de las concavidades del estómago. El hombre come y pudiera decir, parodiando á Descartes: yo como, luego existo.
El apetito es la conciencia del cuerpo, ha dicho un escritor moderno. En estos días queremos aplacar esa conciencia rebelde, que tal vez nos acusa de algunos pecados de lesa nutrición, y comemos por inspiración, si así puede decirse; comemos por fé, por cumplir un deber espiritual impuesto por la conciencia de nuestras flaquezas alimenticias. En lugar del Confiteor domini entonamos un gaudeamus que nos han enseñado las crápulas de los refectorios; en vez de flagelaciones tontas, empleamos el regalo del cuerpo, y en vez de penitencias y lecturas pías nos imponemos el sabroso ayuno de la glotonería. Bien: comamos y reunámonos en ruidoso festín que nos descargue de nuestras culpas pasadas y presentes: comamos para convencernos de que existimos: que nuestro ser se harte para que adquiera la noción de sí mismo. Resolvamos por la filosofía de Sancho Panza el conocido y vetusto lema nosce te ipsum. Pensar, querer, sentir: esta trinidad tiene su unidad misteriosa; ¡digerir!



Así se expresan los que rinden culto grosero a la deidad culinaria, los que se extasían ante los aparatos de repostería y de cocina que hoy presentan muchos escaparates de la villa. Nosotros vemos en esta comilona universal un objeto que no es la simple satisfacción de un apetito: aquí hay, por mas que lo nieguen, mucho de espiritual; un símbolo de nuestra religión viene á mezclarse aquí con la perspectiva del comedor y algún destello de la aureola que ciñe la frente del Dios-Hombre viene á iluminar el fondo sombrío del bodegón animado, vivo, palpitante. Los cristianos celebramos con frucciones estomacales la venida al mundo del Dios Redentor, y el recuerdo de aquella fría noche de Enero, en que un ángel anunció a ciertos pastores el nacimiento del hijo de María, parece que nos impone un deber de alegría imprescindible, de regalo suculento y de regocijo fraternal. Esta noche es la conmemoración de aquella, en que una luz divina iluminó el establo de Bethelem y en quo un ángel cantó sobre el corroído frontón de aquel portal desvencijado la ho (sic) manoseada estrofa Gloria in excelsis Deo.

Hace 1865 años descendió el Hijo de Dios á la tierra y los potentados que en ella dominaban se aprestaban á ponerse en camino para adorarle guiados por una discretísima estrella; pero dejemos á los señores Magos, de que nos ocuparemos pronto, y vengamos á la fiesta de Navidad.
Queremos que nos digan francamente nuestros lectores, si conocen en el trascurso del año unos días mas enojosos, mas insoportables que estos decantados días de Navidad, que todo el mundo ensalza y que á nosotros nos parecen los mas insípidos, tontos y fastidiosos después de los de Carnestolendas.
¿Cuáles de los trescientos sesenta y cinco consabidos se igualan en importuno bullicio, en impertinente propinatoria á los que están comprendidos entre el veinticinco de Diciembre y el dos de Enero? Es horroroso esto de oír continuamente el rumor discordante de mil tambores golpeados por manos infantiles, esto de oir toda la sinfonía de instrumentos desagradables que remedan cacareos, gruñidos y cencerradas, esto de tener siempre en el oído el pito traidor, el falaz instrumento revolucionario. Es atroz esto de no poder salir a la calle sin tropezar con barricadas de turrón, no poder mirar un escaparate sin encontrar mas que culebras enroscadas, dulces diestramente combinados, figuras que se comen y flores que se mascan. Es pavoroso esto de ser asaltado por un centenar de bocas que piden propinas lisa y llanamente y recibir los disparos de multitud de elegantes tarjetas que nos felicitan en nombre del barbero, del acomodador, del camarero, del limpia-botas, del cartero y de cuanto bicho se sustenta con menudas ganancias. Es horrible, espeluznante, mortal, esto de ver reír á todo el mundo, de ver alegría en todos los semblantes, por la sencilla razón de que estamos en días de jolgorio obligado y de alegría inevitable; porque hoy el divertirse es cosa de necesidad y el reír es de cajón. Sale uno á la calle y un torbellino de felicidades mal o bien espresada le arrastra hacia la gran bacanal; la dicha ficticia, sistemática de estos días concluye por amostazar al que no tiene humor de bromas, y, finalmente, entrega al desdichado a un spleen horroroso que no le abandona hasta el año venidero. ¡Maldita sea mil veces la fiesta de Navidad, que con sus crápulas y sus risas continuadas escarnece las melancolías de los que no nacieron sin duda para disfrutar tan inocentes placeres!
Así se expresa el misántrofo (sic), el hipocondriaco, ese individuo que se da el interesante nombre de hastiado y mira con desden al vulgo de la felicidad y de la paz, encumbrado en el trono de sus melancolías; ese ser que es triste por naturaleza, por filosofía ó por moda, y que hace de su tristeza un hábito y de su ceño adusto un arma.



Nosotros no encontramos en la fiesta de Navidad ese conjunto desagradable que el misántropo supone, ni nos molesta tanto la algarabía de pitos, tambores y cencerros, ni renegamos completamente de la turba propinanda.
¿Quién podrá negarnos que es magnífico el espectáculo que presenta la Plaza Mayor?
Llevemos allá á nuestros lectores.
Mas no intentemos hacer su descripción. Esto sería minucioso é importuno. Contentémonos con apuntar una coincidencia que se nos ocurre al contemplar el aspecto brillante, variado y alegre que hoy presenta esta Plaza y recordar su historia.
La Plaza Mayor, que hoy se encuentra adornada por bellísimos jardines, y tendrá bien pronto á sus costados dos elegantes fuentes, ha sido el sitio mas pavoroso de la heroica villa. Ese era el sitio destinado á las ejecuciones inquisitoriales: aquí se quemaba á los hombres, y en el balcón de la casa-panadería presenciaba, enmedio de su corte, la ceremonia el pobrecito de Carlos II: allí fué ajusticiado D. Rodrigo Calderón el año de 1627: en el siglo actual ha sido teatro de revoluciones sangrientas y de luchas heroicas, tales como la del 7 de Julio de 1822.

Hoy, salvo la intervención non sancta de algunos traviesos rateros, esta plaza presenta el aspecto mas risueño que pudiera imaginarse; sí no fuera por el caballo, cuyos hinchados hijares oprime el Sr. D. Felipe III, diríamos que era el sitio mas bello de la corte; pero basta con decir que es el mas risueño, por la variedad de objetos que en él se encuentran hacinados, por la multitud de personas que la cruzan en todas direcciones, y por los diversos rumores de tenaces regateos, de ofertas, de baraturas y carestías que le dan armonioso bullicio.
Renunciamos á detenernos ante las colosales cestas de frutas, ante las flores, ante todo lo que ya conocen perfectamente nuestros lectores; solo quisiéramos detenernos en los nacimientos, porque nos agradan sobremanera, tal vez por reminiscencias de cuando fuimos angelitos, ó tal vez porque el sacro misterio produce, aun toscamente expresado, inexplicabla deleite en nuestro espíritu.
Notamos que la Sacra Familia es igual á la del año pasado; el arte, creador de aquellos grupos, no se ha atrevido á corregir lo perfecto ni á trastornar lo inmutable; allí está el reciennacido tendido sobre las pajas, mirando con infantil candor á los pastores que vienen á verle; allí está la divina María orando, con la vista baja y el ademan modesto; allí está el mismo José de todos los años, enarbolando, como siempre, su vara de azucenas inmarcesibles y saludando con paternal sonrisa á los que le visitan, y no faltan tampoco la mula y el buey, que existen tras tantos años, rumiando siempre la santa paja que sirve de lecho al Hijo de Dios; allí está el mismo grupo feliz de siempre, petrificado al través de los siglos, vivo en la inacción del barro, del lienzo ó del mármol, inmutable con la регеnnе estabilidad de la obra artística.

Así decía unо un tanto aficionado á hablar con alguno de las cosas santas, uno de esos que tienen placer en ocuparse en lenguaje irónico de las cosas mas sérias. Nosotros nos estaxiamos ante los nacimientos, porque amamos los recuerdos de nuestra juventud y reverenciamos los símbolos de nuestra religión.
Entre los nacimientos los hay de todas clases y para niños de todas condiciones. Entre el que atrae la multitud curiosa en el escaparate de Sccropp [1] y los de la Plaza Mayor, hay una escala de pequeñas obras de arte destinadas á las esplotaciones de todas las clases de bolsillos paternales.
Jesús reciennacido, María orando, San José satisfecho y los pastores confusos. Hé aquí el único espectáculo de esta noche. Los carteles de los teatros os anuncian otros: no los creáis: esta noche no hay mas espectáculo que el del nacimiento de Jesús. Por eso renunciamos á entrar en los corrales públicos.
Mas vale que no nos ocupemos de los teatros. Hay poco bueno que contar, y los fiascos y las derrotas han sido mas numerosas que los aplausos.
Concluimos deseándoos una noche realmente buena,
В. PÉREZ GALDÓS



Bibliografía y Cibergrafía

Se ha conservado la escritura original, según lo publicado en La Nación (Año II, núm. 505. Madrid, 24 de diciembre de 1865. En portada).

[1] Sccropp. Galdós se refiere a los almacenes Schropp, de la calle de la Montera, 4 (antiguo núm. 12), llamado también Almacén de los Alemanes de C. P. Schropp, donde se vendía un gran surtido de juguetes, juegos, lanas, bordados, cañamazos, banderolas, objetos escolares, etc. Aparece en varias novelas del escritor y en los Episodios Nacionales; también en cuentos como La mula y el buey y La princesa y el granuja, aunque en este último no lo cita pero sí lo utiliza para la ambientación. 
Es evidente que a Galdós le llama la atención este comercio proveedor de la Casa Real y muy frecuentado por la alta sociedad en Navidad y Carnaval.



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© 2019 Eduardo Valero García - HUM 019-002 MADGALDÓS
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2 comentarios:

  1. Me ha encantado, nunca deja aparte la realidad y la ironía. Característico en él. Cualquier persona que lea un artículo, cuento o novela de Galdós, lo reconoce al instante.

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    1. Muchas gracias por el comentario, tan certero como lo que Galdós nos cuenta. Un saludo

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