martes, 22 de junio de 2021

La Librería Pueyo de la visera de la Puerta del Sol

En el anterior artículo hablamos de algunos comercios de la visera de la Puerta del Sol y de ciertas actividades desarrolladas por unos mozos de cuerda. Una fotografía de Piortiz de 1930 nos mostraba el local de la casa de abanicos, paraguas y bastones de Luis Colomina, situado en la esquina de la visera con la carrera de San Jerónimo. En ese mismo lugar se inauguraba en 1935 una sucursal de la famosa librería y editorial Pueyo. 
 
 Librería Pueyo de la Puerta del Sol, 1. 
© Fotografía propiedad de Miguel Ángel Buil Pueyo 
ARCHIVO BUIL PUEYO
 
Miguel Ángel Buil Pueyo, bisnieto del librero Gregorio Pueyo, se interesó por el citado artículo y tuvo la deferencia de enviarme otro de su autoría donde habla de una carta inédita dirigida por Ramón Pérez de Ayala a su abuelo [1] y una fotografía de aquella sucursal. Como podéis apreciar, la librería tenía entrada por la Puerta del Sol, 1 y la carrera de San Jerónimo. 
 
Tuvo por vecino medianero a la papelería Martínez Franco, de Justo Martínez, regentada por su viuda desde 1926. Anejo a la papelería se encontraba la camisería y corbatería Cimorra, de Antonio Cimorra Corman, quien tenía sucursales en la calle del Príncipe, 22 y Pi y Margall, 9 (Segunda fase de la Gran Vía). El negocio estaba adscrito al reembolso de la Lotería, sistemas de vales para comprar en sus tiendas, como también lo hizo con las entradas de cine. 
 
 

 
Mario Roso de Luna había escrito en El Tesoro de los Lagos de Somiedo (1916): 
Se han ponderado cien veces los famosos quais de París y las apestosas, al par que paradójicamente seductoras librerías que un profano no descubre nunca aunque se dé mil vueltas por las callejuelas de detrás de Nôtre-Dame y del Barrio Latino; pero nadie que yo sepa ha sabido cantar las alabanzas de aquestos nuestros rincones del Rastro y las Américas, donde por media peseta comprara, a veces, raros tomos que valiesen mil, y de aquellos otros que matizan las plantas bajas de las calles de la Abada, Mesonero-Romanos, Jacometrezo y Desengaño, si calles pueden llamarse, y donde hombres laboriosos y enérgicos como mi llorado amigo Gregorio Pueyo, habían sabido alzar una fortuna, siendo, sin embargo, amparo de literatos desagradecidos y malandrines. 

 


El librero y editor de los modernistas Gregorio Pueyo había fallecido en 1913, tres años antes de la publicación del libro editado por la Librería de la viuda de Pueyo. 

En 1927 Emilio Carrere también le recordará en una interesante columna publicada en La Libertad. Podréis leer la transcripción al final de este artículo. 


Miguel Ángel Buil Pueyo nos cuenta en su artículo: 
Bibliografía Española. Revista oficial de la Asociación de la Librería de España, tras el fallecimiento de Gregorio Pueyo en febrero de 1913, anuncia en su número de 1 de abril que «la Librería Hispano-Americana de “Viuda e Hijos de Gregorio Pueyo”, establecida en Madrid en la calle Mesonero Romanos 10, se ha trasladado a la calle de la Abada, número 19», donde permaneció hasta 1917, en que se instala definitivamente en el número 6 de la calle del Arenal, aunque manteniendo el local de la calle de la Abada como sucursal.
 
Pedro Pueyo, abuelo de Miguel Ángel, era sobrino carnal de Gregorio y había contraído matrimonio en 1917 con Julia Pueyo Giral, la hija de este. Por consiguiente, de acuerdo con la costumbre de otros tiempos, Miguel Ángel aclara: 
«Julia, en su cualidad de mujer y mujer casada, se indica en documentos mercantiles que
podrá actuar por mediación de su esposo Don Pedro Pueyo Periel, ostentando éste a todos los efectos la representación de ella, con las mismas facultades y atribuciones que a la propia Doña Julia corresponden, de modo que el esposo, conjuntamente con cualquiera otro de los socios podrá ejercer la gestión de los negocios sociales y la dirección y administración de la Sociedad». 
 
Aquella “covacha” de la calle de Mesonero Romanos que fue lugar de tertulias, es descrita por Valle-Inclán en Luces de Bohemia como la cueva de Zaratustra, nombre que da al librero Gregrio Pueyo. 
«Rimeros de libros hacen escombro y cubren las paredes. Empapelan los cuatro vidrios de una puerta, cuatro cromos espeluznantes de un novelón por entregas. En la cueva hacen tertulia, el gato, el loro, el can y el librero. Zaratustra, abichado y giboso—la cara de tocino rancio y la bufanda de verde serpiente—promueve con su caracterización de fantoche, una aguda y dolorosa disonancia muy emotiva y muy moderna. Encogido en el roto pelote de una silla enana, con los pies entrapados y cepones en la tarima del brasero, guarda la tienda. Un ratón saca el hocico intrigante por un agujero». 
También tuvo tienda en la calle Trujillos, 5 y más tarde en la calle del Carmen, 33, pero acabará por regresar a su puesto de Mesonero Romanos. 
 

 

 
Sobre la sucursal de la visera de la Puerta del Sol, indica Buil Pueyo: 
«Ampliando su campo de trabajo, en 1935 se inaugurará una sucursal en el número 1 de la Puerta del Sol. La noticia fue muy bien acogida: La Casa Pueyo ha abierto en el corazón de Madrid una librería que constituye un alarde de buen gusto. El hecho no podía menos de merecer el debido comentario entre quienes siguen de cerca todo lo relacionado con la industria del libro, aquejada actualmente de una seria crisis que el esfuerzo denodado de muchos conjura, sin embargo, parcialmente, y acabará por vencer. Una convocatoria recientemente publicada en la Prensa, y que lleva el aval de prestigiosísimas firmas, llama la atención de todos sobre la calidad y la intención del esfuerzo de Pueyo (Anónimo 1935, 88)».
 
Pedro Pueyo en la entrada de la Librería Pueyo de la Puerta del Sol, 1. 
© Fotografía propiedad de Miguel Ángel Buil Pueyo 
ARCHIVO BUIL PUEYO
 
 
Pedro Pueyo se desvinculará de la sociedad en 1956 y en mayo de 1957 inaugurará su propia librería en la calle del Arenal, 16. Poco después abrirá una sucursal en la calle Ortega y Gasset, 55. Ambas cerrarán sus puertas en 1983, como ocurrió con otros negocios del ramo en aquella década. 


Por su parte, la editorial y librería que había fundado Gregorio Pueyo, regentada por su viuda, lo será después por sus hijos Luis y Antonio Pueyo, fallecidos respectivamente en 1960 y 1962. Sus herederos venderán la marca, que continuará funcionando con otros propietarios. 
 
Paralelamente, Alejandro Pueyo, el primogénito de Gregorio, se había independizado en 1921, año en que contrajo matrimonio en Coruña con Manolita Pérez. También aquel año fue nombrado contador de la Federación Española de Productores, Comerciantes y Amigos del Libro. Alejandro era entonces el gerente de la Editorial Galatea de la avenida conde de Peñalver, 16 (Primera fase de la Gran Vía), también conocida como Librería y Editorial de Alejandro Pueyo


En la década de los treinta aquella animada librería se convertiría en una administración de Lotería. Así lo recordaba Fernando Hernández Esposite en 1933 en la columna Reloj de Madrid del diario La libertad bajo el título de “Cambio de Industria”: 
«¿Concibe alguien las anaquelerías de un bar sobre los muros donde expuso sus signos macabros una funeraria? ¿Qué estela de burla gruesa no poblaría la calle donde un consultorio clínico ocupase el lugar que antes disfrutó un café de camareras? Sin embargo, esto, que la conveniencia ha hecho norma en los usos comerciales, se quiebra cuando de librerías se trata. He aquí el triple ejemplo: la de Alejandro Pueyo, en esa gran arteria a cuyo cemento da su nombre el conde de Peñalver, trocóse en administración de lotería. Es decir, sobre el duelo de un naufragio las risas de las sirenas locas». 
Palabras estas que hoy podemos aplicar a infinidad de edificios y comercios afectados por la especulación y el mal de la piqueta, enfermedad muy propia de los gobiernos de Madrid; ciudad cuyo pintoresco casticismo urbano ha quedado reducido a los carteles de fiestas populares. 
 
Así como comenzó este artículo con la inauguración de la Librería Pueyo en la visera de la Puerta del Sol, llegamos al final evocando las palabras de un vecino en carta enviada al “Buzón de Madrid” del diario ABC en mayo de 1999. Encabeza la misiva con el título Viejas librerías
«Señor director. Desde hace una eternidad muchos hemos sentido atracción por los escaparates de la castiza librería Pueyo, que se encontraba en la Puerta del Sol, entre las calles de Alcalá y Carrera de San Jerónimo. Ésta ha pasado ya a la historia, y en su lugar hay un establecimiento de helados, bombones y caramelos. Adiós a los libros. Era la última librería castiza que aguantaba en Sol. Antes cerró la de San Martín, ante cuyos escaparates fue asesinado don José de Canalejas aquel [13 de noviembre de 1921] (Sic), y cuyo evento rememora una lápida en bronce en la fachada. También cerró la aledaña de la editorial Reus en Preciados. Y es que la cultura de los libros no debe ser negocio. La todavía cercana de Manzano, en Espoz y Mina, aguanta espartanamente, y en sus escaparates anuncia a los Amigos de la Capa. Todo lo tradicional y romántico tiene sus días contados, por tanto. - Carlos Pérez de Tudela. Madrid».

Salvo el error en la fecha del asesinato de Canalejas, ocurrido el 12 de noviembre de 1912, el remitente tenía toda la razón en su exposición. 
 
Pueyo S.L. ya había comenzado a desmoronarse con el cierre de la librería de la calle Arenal; con la de la visera, último bastión, desaparecerá una más de las librerías centenarias de Madrid. 
 
«Pero existieron en la Villa del Oso y el Madroño varias librerías de típico carácter, las cuales merecen un recuerdo (…), ya que fueron el mayor atractivo de los bibliófilos que somos setentones. Eran aquellas librerías centro de reunión de artistas y literatos, constituyendo un atractivo de aquellos atardeceres de Madrid en los días otoñales y de invierno, ya que la librería no era sólo la tienda en que se venden libros, sino que el librero, hombre culto, bibliófilo y bibliógrafo, conseguía hacer de su librería una especie de Ateneo a puerta de calle». 
Luis M. Cabello Lapiedra, 1933 
 
Mi agradecimiento a D. Miguel Ángel Buil Pueyo por su colaboración en este articulo y por su trabajo de investigación exhaustivo que llega a los lectores a través de libros, artículos en revistas especializadas y blogs. 
 
Eduardo Valero García 
Junio 2021 
 
 
Miguel Ángel Pueyo 

 

 
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La bohemia picaresca El editor Pueyo, musa de la alimentación. —La capa de Barriobero. Hoyos y el Almanaque del empleado. —EI odioso Jeremías y las hambres literarias. —El encanto de la melodía y el bistec con patatas. Las uñas de la señorita Bohemia 
 

El librero y editor Gregorio Pueyo tenía su covachuela en una rinconada de la calle de Mesonero Romanos. Al cuidado de la librería estaba el cuñado de Pueyo, el amigo Jeremías, que sin duda sirvió de modelo al personaje quinteriano de «Los galeotes». Cuando llegaba algún pelafustán literario, de sombrerillo abollado, chalina al viento y pipa humeante, el amigo Jeremías llamaba, sin perder de vista las uñas del visitante, que hacía sospechosas maniobras en las anaquelerías, repletas de libros:
 —Gregorio, sal; que aquí te busca «un parroquiano»... 
Y subrayaba la palabra con su voz gangueante y su intención aviesa. En seguida se oía rumor en la trastienda, y un minuto antes de aparecer la simpática persona de Pueyo, ya aparecía su nariz, hermoso apéndice, ligeramente bermejo, digno hermano del narigón del conde Duque, cantado en versos quevedescos. 
Cualquiera que fuese el negocio que llevaba al chiscón de Pueyo al aprendiz de literato, cuando éste se marchaba, indefectiblemente, faltaban un par de volúmenes de la anaquelería. El modo misterioso de hurtar libros llegó a ser un arte y una manera de vivir en aquellos lastimosos días de picaresca literaria. La librería de Pueyo era visitada diariamente por todos los pigres del reino de la calderilla. 
Era en los tiempos en que Barriobero, siempre "dandy», aun en el fondo más triste de la pobreza, dudaba entre hacerse un abrigo o una capa. 
—El abrigo es más elegante; pero con la capa es más fácil llevarse los libros del estante de Pueyo. 
Y acabó por comprarse la capa encubridora. Efectivamente; Barriobero se apoyaba, al [descuido] (ilegible), en la anaquelería, y con las manos atrás se apoderaba de los volúmenes de fácil venta en cualquier librero de viejo de la calle del Horno de la Mata. No valían las miradas policíacas de Jeremías.
Aquellos libros se trocaban en seguida en café con media tostada, que era el régimen alimenticio a que estaba sometida la bohemia picaresca del año de gracia y de miseria de 1905. 
Entre los que vivían a más de salto de mata y haciendo las más absurdas funámbulas en la cuerda floja de la casualidad, estaba el poeta Julio Hoyos. Era un caballero español a quien repugnaba el hurto de libros. Pero un día, tan mala cara tenía la necesidad, que se decidió a la bellaquería. 
Hoyos echó el ojo a dos novelas de Trigo, el novelista de mayor venta en aquella sazón. Pero el poeta era muy corto de vista y muy torpe de uñas, y cuando, tras de dos horas de plática disimulada y al atisbo de un descuido de Jeremías, se apoderó de los libros y salió a la calle, vio, con estupor, que en vez de las novelas que eran la esperanza alimenticia de todo el día, se había llevado, por equivocación, el «Almanaque del empleado» y una «Guía de Cádiz», productos literarios por todos conceptos inadmisibles. 
Gregorio Pueyo fue la Providencia de aquel momento. En nuestra memoria se alza su recuerdo. Con toda devoción. Era comprensivo, romántico y cordial. Con su pelo crespo hasta los ojos, y sus largos y abatidos mostachos bermejos, y sus ojuelos sagaces, era un hombro de sensibilidad literaria. 
Barriobero escribió alguna novela con arreglo a un «agumento» que le dio el mismo Pueyo. ¡Era la manera de tener unos duros juntos! Seamos comprensivos. 
El modo seguro de colocarle a Pueyo un libro de versos modernistas, como se decía entonces, era arrancarle de su tienda y llevarle a un café donde hubiese música. La melodía dulcificaba su carácter y suavizaba esa hostilidad que todo comerciante siente en el momento de dar dinero. En cuanto sonaban los acordes de «Marina», invitaba a aquellos suculentos «bistecs» con patatas que costaban cinco reales y eran el legítimo orgullo del gremio cafeteril, y daba hasta doce duros por un libro de poesías. La felicidad para el trotacalles literatesco. 
Fue el primer editor moderno y el único librero español capaz de sentir amor al libro. Pueyo era la generosidad y el entusiasmo, y su cuñado Jeremías, el pesimismo y la tacañería. 
¿Por qué aborrecería tan cruelmente a la simpática especie de poetas líricos? Jeremías era el librero de viejo, por antonomasia. 
El primer libro que editó Pueyo fue una antología de poetas hispanoamericanos, con un prólogo mío, verdadera estridencia juvenil. Se titulaba «La corte de los poetas». Debo reconocer que Pueyo intervino demasiado en la composición de la obra. 
Me obligó a publicar una poesía titulada «Sápida postal», de otro librero que se llamaba Calixto Perlado. Cuando yo protesté de aquella Inadmisible secreción lírica, Pueyo me atojó: 
—Es que Perlado me tomará cuatrocientos, en firme. 
Con Eduardo Zamacois, eternamente joven, porque posee el secreto de Caglostro, Felipe Trigo fue el gran novelista que prestó decoro y creó la editorial Pueyo. En torno suyo nos apiñábamos unos cuantos muchachos con melena: Villaespesa, Ortíz de Pinedo, Ramírez Ángel, «Hamlet-Gomez», Francés—una vigorosa y original personalidad literaria, frustrada por la mala suerte— y un tropel de chalinas y manteos, entre la que destacaba su crítica iconoclasta, el pintoresco Dorio de Gadex, que finó (Sic) en esa cosa tan lamentable que es un traductor a jornal. 
La tiendecita de libros de la calle de Mesonero Romanos fue la cuna de la literatura contemporánea. Todos 1os escritores triunfantes y los que se han perdido en el fracaso de las oficinas o han desaparecido por el escotillón de la muerte, han pasado alguna vez por la trastienda de Pueyo, atiborrada de libros—plantel para la uñilarga señorita Bohemia—, con su viejo quinqué de petróleo y su olor a humedad. Gregorio Pueyo merece un epitafio lírico y emocionado, que yo escribiré algún día.
 EMILIO CARRERE

 
 
 
Bibliografía y Cibergrafía
Todo el contenido de la publicación está basado en información de prensa de la época y documentos de propiedad del autor-editor.

Fortunata y Jacinta (dos historias de casadas). Los textos citados en este trabajo fueron extraidos de la edición digital basada en la edición de Madrid, Imprenta de La Guirnalda, 1887. Disponible en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes  http://www.cervantesvirtual.com/nd/ark:/59851/bmcgq6v4


[1] BUIL PUEYO, Miguel Ángel, Noticia de una carta inédita (1939) del escritor Ramón Pérez de Ayala. Mediodía: revista hispánica de rescate, ISSN 2659-2738, Nº. 3, 2020, págs. 222-242

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En todos los casos cítese la fuente: Valero García, E. (2021) "La Librería Pueyo de la visera de la Puerta del Sol", en http://historia-urbana-madrid.blogspot.com.es/ ISSN 2444-1325


[VER: "Uso del Contenido"]

Citas de noticias de periódicos y otras obras, en la publicación.
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© 2021 Eduardo Valero García - HUM 021-003 FOTOTECA
Historia Urbana de Madrid
ISSN 2444-1325


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