Viajamos en el tiempo hasta el Madrid de 1880. Retrocedemos ciento treinta y seis años para ser testigos de un elegante acontecimiento. No es esta una visita gastronómica como la de anteriores ocasiones, sino la invitación a la inauguración del Teatro Lara.
Es el 3 de septiembre de 1880 y son las siete y media de la tarde. Tenemos las entradas, adquiridas con anterioridad en la quinta sección del Ayuntamiento por tratarse de una primera función en beneficio de los pobres de los distritos Centro y Universidad. También un ejemplar del periódico político literario La Mañana de este día, donde reza:
Iba yo en compañía de dos figuras: una estudiosa de la Villa y Corte desde mucho antes de serlo y un sereno del XXI, erudito en cosas de los madriles.
Habíamos caminado desde Alcalá rumbo a la Corredera de San Pablo, donde se encuentra el elegante teatro, guiados por el plano de Morales, Peñas y Neussel (editado ese año) que nos orientaba por el entramado de calles anteriores a la Gran Vía.
Transitábamos por calzadas incómodas y espacios lúgubres. La estudiosa se mostraba maravillada por el paisaje real que tenía ante sus ojos, muy a pesar de la desconfianza que nos generaban algunos viandantes. El sereno a sus anchas, llevaba el chuzo.
Muy cerca de nuestra ruta –hacia la derecha- estaba el novísimo Circo Teatro de Price.
Casi sin darnos cuenta llegamos a la calle Puebla esquina con Corredera; un poco más abajo luces y aglomeración de público. El vecindario vivía con entusiasmo el vibrante y postinero espectáculo que atestaba la calle. En los balcones se apiñaban los curiosos y algún que otro reportero. Desde la calle Puebla hasta la de Luna no cabía un alfiler y los carruajes avanzaban con dificultad hasta las puertas del precioso coliseo.
Jugábamos con ventaja; sabíamos que el flamante teatro sería llamado “la bombonera”, pero el madrileño de entonces no lo supo hasta el día después, cuando un periodista que firmaba con el seudónimo de “Almaviva” escribía en La Época:
Una señora recibió un empujón no intencionado; ipso facto encomendó el alma del causante del accidente al mismísimo “Luzbel” del Retiro. Con el típico gracejo madrileño, la dama enviaba al infierno al susodicho y hacía referencia a la estatua del Ángel Caído, instalada en El Retiro el 29 de abril.
Y si de estatuas inauguradas hablamos, también este año de 1880, se plantaba en la Plaza del Príncipe Alfonso (Plaza de Santa Ana) la estatua de Calderón de la Barca (2 de enero).
Por fin, después de enterarnos de otros cotilleros del momento, la concurrencia comenzó a ordenarse para acceder al teatro. No fue fácil la entrada; las estrecheces de las puertas y el tumulto formado en el vestíbulo nos impedían subir por una de las dos escaleras que conducían a los pisos superiores y camerinos de los artistas.
Una vez arriba quedamos asombrados al contemplar la sala y no pudimos hacer otra cosa que exclamar a media voz: -¡Sí que es una caja de bombones!
Tres pisos, 39 palcos y 380 butacas en 14 filas; dos anfiteatros y capacidad para 900 personas.
Las barandillas de hierro colado formando grecas de color plomizo claro y oro, el reluciente y sencillo decorado resaltando sobre el rojo oscuro del papel de las paredes. Todo a estrenar, casi recién instalado. Eso hizo brillar nuestros ojos, estábamos contemplando el teatro lleno de vida, recién nacido; joven, exultante, sin la pátina que el tiempo deposita sobre todas las cosas.
En el techo una magnífica pintura, alegoría del arte, pintada por el maestro Contreras, y en el telón, copiando un rico cortinaje similar al del Teatro Apolo, se veía entre sus pliegues otra alegoría.
La decoración había estado a cargo del maestro Dardalla, y los decorados de escena correspondían a Julio Bulumburu.
Allí estaban, brillantes e inmaculadas, las butacas originales, las de rejilla, separadas convenientemente entre fila y fila.
Una veintena de candelabros de bronce iluminaban todo lo descrito con intensa luz de gas, con tres bombas en los palcos del entresuelo, dos en el anfiteatro y una en la última galería.
A las pruebas de iluminación, verificadas la noche del 14 de julio, asistió mucha gente que tuvo la oportunidad de contemplar el edificio en todo su esplendor.
Era normal que el público se apuntase a la inauguración de la iluminación, desde abril la prensa venía hablando de don Cándido Lara y su teatro. Crecía la expectación del pueblo para conocer el que decían era un teatro elegante, más pequeño que el de la Comedia pero sin nada que envidiarle.
Volvamos a nuestro palco. Pasados los momentos de emoción, nos pusimos a fisgonear para reconocer al selecto público. Del Madrid más postinero que allí estaba el sereno pudo reconocer a unos cuantos peces gordos y algunas señoras de copete. Poco antes había reconocido a la señorita Dolores Abril y al señor Julián Romea, artistas que actuarían en el Lara.
La estudiosa de la Villa identificó inmediatamente a la duquesa de Ahumada, a la condesa de Heredia-Spínola y a la marquesa de Álava. Dudó de otras nobles damas, porque en los lienzos se las pintaba muy guapas pero en vivo y en directo era todo lo contrario.
Yo, que en los tiempos de hoy estuve haciendo un trabajo sobre los circos de Madrid, pude reconocer a varios empresarios de teatro. Allí estaban Rovira y el polifacético Felipe Ducazcal, entre otros de los muchos que fueron a conocer al recién nacido rival.
Hubo un instante de revuelo.
Se cruzaban las miradas entre el público; murmullos; algún grito emocionado; luego un silencio solemne. Maravillados quedamos al ver entrar a Su Alteza Real la Serenísima Señora Doña Isabel de Borbón y Borbón, princesa de Asturias, condesa viuda de Girgenti, que así la anunciaron.
Nuestra queridísima Chata se disponía a ocupar el palco real en compañía de la marquesa de Nájera y de la condesada Superunda.
Tan solo unos días más tarde, el 11 de septiembre, su regio título de princesa de Asturias pasaría a la recién nacida María de las Mercedes de Borbón y Habsburgo-Lorena.
A las ocho y media de la noche se abre el telón. En escena la obra Un novio a pedir de boca, de Bretón de los Herreros, interpretada por las actrices Dolores Abril, Matilde Rodríguez y Balbina Valverde, y los actores Julián Romea, Antonio Riquelme, Arana y Cachet; toda una compañía de categoría.
Aplausos, vítores y aclamaciones. Don Cándido Lara, recién estrenado empresario de teatro y alejado de las armas de carnicero, asentía con la cabeza.
Como fuera poco lo que acabábamos de ver y disfrutar, la compañía se arrancó con La ocasión la pintan calva, de Ramos Carrión y Vital Aza, una obra de repertorio que “agrada más cuanto más se ve” –según el comentario de un orondo y bigotudo señor que teníamos al lado.
Poco a poco se vacía la sala. El ruido de los ropajes de las damas resulta curioso y la galantería de los señores, exquisita. Los candelabros van atenuando su luz y el teatro queda en soledad, evocando los ecos de aplausos y vivas.
Don Cándido se marcha con varios señores; está orgulloso y comenta la jugada. No sabe que su teatro del barrio de Malasaña celebrará un día su ciento treinta y seis aniversario.
Fuera, en la calle, huele a excremento de caballos, a puros habanos y a frituras. La gente se dispersa haciendo comentarios; unos a pie y otros en carruajes de diversos modelos y categorías.
Mucho más podríamos contar de la “bombonera”, pero nuestra visita acaba con la inauguración de 1880. Raudos volvemos al punto de partida, la irreconocible calle de Alcalá. El sereno lleva encendido su farol y su chuzo inspira seguridad.
La estudiosa de la Villa no puede evitar echar un último vistazo a la despoblada calle, era noche cerrada y luces tenues nos vigilaban desde la Casa del Ataúd y el palacio de la duquesa de Sevillano.
Nos desvanecemos justo frente al precioso Teatro de Apolo, con ganas de quedarnos al estreno de La verbena de la Paloma… pero eso era esperar mucho tiempo.
Es el 3 de septiembre de 1880 y son las siete y media de la tarde. Tenemos las entradas, adquiridas con anterioridad en la quinta sección del Ayuntamiento por tratarse de una primera función en beneficio de los pobres de los distritos Centro y Universidad. También un ejemplar del periódico político literario La Mañana de este día, donde reza:
Iba yo en compañía de dos figuras: una estudiosa de la Villa y Corte desde mucho antes de serlo y un sereno del XXI, erudito en cosas de los madriles.
Habíamos caminado desde Alcalá rumbo a la Corredera de San Pablo, donde se encuentra el elegante teatro, guiados por el plano de Morales, Peñas y Neussel (editado ese año) que nos orientaba por el entramado de calles anteriores a la Gran Vía.
Transitábamos por calzadas incómodas y espacios lúgubres. La estudiosa se mostraba maravillada por el paisaje real que tenía ante sus ojos, muy a pesar de la desconfianza que nos generaban algunos viandantes. El sereno a sus anchas, llevaba el chuzo.
Muy cerca de nuestra ruta –hacia la derecha- estaba el novísimo Circo Teatro de Price.
Casi sin darnos cuenta llegamos a la calle Puebla esquina con Corredera; un poco más abajo luces y aglomeración de público. El vecindario vivía con entusiasmo el vibrante y postinero espectáculo que atestaba la calle. En los balcones se apiñaban los curiosos y algún que otro reportero. Desde la calle Puebla hasta la de Luna no cabía un alfiler y los carruajes avanzaban con dificultad hasta las puertas del precioso coliseo.
Jugábamos con ventaja; sabíamos que el flamante teatro sería llamado “la bombonera”, pero el madrileño de entonces no lo supo hasta el día después, cuando un periodista que firmaba con el seudónimo de “Almaviva” escribía en La Época:
Mientras esperábamos nuestro turno para acceder al recinto, algunas personas hacían comentarios sobre otros asuntos. Unos recordaban la inauguración de la Estación de Delicias, verificada el 30 de marzo del mismo año, y comparaban la cantidad de gente que había acudido al Lara y al otro evento.“La sala recuerda, por su tamaño y forma, la de Variedades, y por la elegancia y lujo de su decorado á la de la Comedia. Es una preciosa bombonera.”
Una señora recibió un empujón no intencionado; ipso facto encomendó el alma del causante del accidente al mismísimo “Luzbel” del Retiro. Con el típico gracejo madrileño, la dama enviaba al infierno al susodicho y hacía referencia a la estatua del Ángel Caído, instalada en El Retiro el 29 de abril.
Y si de estatuas inauguradas hablamos, también este año de 1880, se plantaba en la Plaza del Príncipe Alfonso (Plaza de Santa Ana) la estatua de Calderón de la Barca (2 de enero).
Por fin, después de enterarnos de otros cotilleros del momento, la concurrencia comenzó a ordenarse para acceder al teatro. No fue fácil la entrada; las estrecheces de las puertas y el tumulto formado en el vestíbulo nos impedían subir por una de las dos escaleras que conducían a los pisos superiores y camerinos de los artistas.
Una vez arriba quedamos asombrados al contemplar la sala y no pudimos hacer otra cosa que exclamar a media voz: -¡Sí que es una caja de bombones!
Tres pisos, 39 palcos y 380 butacas en 14 filas; dos anfiteatros y capacidad para 900 personas.
Las barandillas de hierro colado formando grecas de color plomizo claro y oro, el reluciente y sencillo decorado resaltando sobre el rojo oscuro del papel de las paredes. Todo a estrenar, casi recién instalado. Eso hizo brillar nuestros ojos, estábamos contemplando el teatro lleno de vida, recién nacido; joven, exultante, sin la pátina que el tiempo deposita sobre todas las cosas.
En el techo una magnífica pintura, alegoría del arte, pintada por el maestro Contreras, y en el telón, copiando un rico cortinaje similar al del Teatro Apolo, se veía entre sus pliegues otra alegoría.
La decoración había estado a cargo del maestro Dardalla, y los decorados de escena correspondían a Julio Bulumburu.
Allí estaban, brillantes e inmaculadas, las butacas originales, las de rejilla, separadas convenientemente entre fila y fila.
Una veintena de candelabros de bronce iluminaban todo lo descrito con intensa luz de gas, con tres bombas en los palcos del entresuelo, dos en el anfiteatro y una en la última galería.
A las pruebas de iluminación, verificadas la noche del 14 de julio, asistió mucha gente que tuvo la oportunidad de contemplar el edificio en todo su esplendor.
Era normal que el público se apuntase a la inauguración de la iluminación, desde abril la prensa venía hablando de don Cándido Lara y su teatro. Crecía la expectación del pueblo para conocer el que decían era un teatro elegante, más pequeño que el de la Comedia pero sin nada que envidiarle.
Volvamos a nuestro palco. Pasados los momentos de emoción, nos pusimos a fisgonear para reconocer al selecto público. Del Madrid más postinero que allí estaba el sereno pudo reconocer a unos cuantos peces gordos y algunas señoras de copete. Poco antes había reconocido a la señorita Dolores Abril y al señor Julián Romea, artistas que actuarían en el Lara.
La estudiosa de la Villa identificó inmediatamente a la duquesa de Ahumada, a la condesa de Heredia-Spínola y a la marquesa de Álava. Dudó de otras nobles damas, porque en los lienzos se las pintaba muy guapas pero en vivo y en directo era todo lo contrario.
Yo, que en los tiempos de hoy estuve haciendo un trabajo sobre los circos de Madrid, pude reconocer a varios empresarios de teatro. Allí estaban Rovira y el polifacético Felipe Ducazcal, entre otros de los muchos que fueron a conocer al recién nacido rival.
FELIPE DUCAZCAL |
Hubo un instante de revuelo.
Se cruzaban las miradas entre el público; murmullos; algún grito emocionado; luego un silencio solemne. Maravillados quedamos al ver entrar a Su Alteza Real la Serenísima Señora Doña Isabel de Borbón y Borbón, princesa de Asturias, condesa viuda de Girgenti, que así la anunciaron.
Nuestra queridísima Chata se disponía a ocupar el palco real en compañía de la marquesa de Nájera y de la condesada Superunda.
Tan solo unos días más tarde, el 11 de septiembre, su regio título de princesa de Asturias pasaría a la recién nacida María de las Mercedes de Borbón y Habsburgo-Lorena.
A las ocho y media de la noche se abre el telón. En escena la obra Un novio a pedir de boca, de Bretón de los Herreros, interpretada por las actrices Dolores Abril, Matilde Rodríguez y Balbina Valverde, y los actores Julián Romea, Antonio Riquelme, Arana y Cachet; toda una compañía de categoría.
Aplausos, vítores y aclamaciones. Don Cándido Lara, recién estrenado empresario de teatro y alejado de las armas de carnicero, asentía con la cabeza.
Como fuera poco lo que acabábamos de ver y disfrutar, la compañía se arrancó con La ocasión la pintan calva, de Ramos Carrión y Vital Aza, una obra de repertorio que “agrada más cuanto más se ve” –según el comentario de un orondo y bigotudo señor que teníamos al lado.
Poco a poco se vacía la sala. El ruido de los ropajes de las damas resulta curioso y la galantería de los señores, exquisita. Los candelabros van atenuando su luz y el teatro queda en soledad, evocando los ecos de aplausos y vivas.
Don Cándido se marcha con varios señores; está orgulloso y comenta la jugada. No sabe que su teatro del barrio de Malasaña celebrará un día su ciento treinta y seis aniversario.
Fuera, en la calle, huele a excremento de caballos, a puros habanos y a frituras. La gente se dispersa haciendo comentarios; unos a pie y otros en carruajes de diversos modelos y categorías.
Mucho más podríamos contar de la “bombonera”, pero nuestra visita acaba con la inauguración de 1880. Raudos volvemos al punto de partida, la irreconocible calle de Alcalá. El sereno lleva encendido su farol y su chuzo inspira seguridad.
La estudiosa de la Villa no puede evitar echar un último vistazo a la despoblada calle, era noche cerrada y luces tenues nos vigilaban desde la Casa del Ataúd y el palacio de la duquesa de Sevillano.
Nos desvanecemos justo frente al precioso Teatro de Apolo, con ganas de quedarnos al estreno de La verbena de la Paloma… pero eso era esperar mucho tiempo.
Bibliografía | ||||||
El viaje en el tiempo está basado en información de prensa de la época y documentos de propiedad del autor-editor. En todos los casos cítese la fuente: Valero García, E. (2016) "Inauguración del Teatro Lara. Madrid, 3 de septiembre de 1880", en http://historia-urbana-madrid.blogspot.com.es/ ISSN 2444-1325 [VER: "Uso del Contenido"] • Citas de noticias de periódicos y otras obras, en la publicación. • En todas las citas se ha conservado la ortografía original. |
© 2016 Eduardo Valero García - HUM 016-001 TEATRO LARA
Historia Urbana de Madrid ISSN 2444-1325
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