Finaliza este año 2018 en el que he visto cumplidos muchos proyectos e ilusiones. Celebraremos en pocos días la Navidad; con esperanza estaremos pendientes del sorteo navideño, por si nos cae algo, que os deseo así sea. Con la última uva, casi atragantada, recibiremos el nuevo año, ese 2019 que esperemos llegue con el pañal limpio, un pan debajo del brazo, y que madure sanote, para ventura de todos.
Este es mi humilde y sincero deseo para vosotros; amigos lectores que me seguís desde siempre, y otros desde hace poco. Para quienes compartieron conmigo la ilusión, la alegría de ver publicado mi primer libro y disfrutaron de los nuevos descubrimientos e historias que aquí escribo.
Todo lo bueno y todo lo que esperáis del 2019 os lo deseo, con la misma fuerza, el mismo entusiasmo que para mí quiero. Lo hago con esta preciosa alegoría navideña del siglo XIX, su explicación y un poquito de historia.
ALEGORÍA DE LAS NAVIDADES
En la segunda mitad del siglo XIX se puso de moda la publicación de alegorías, grabados en los que se representaban preciosas escenas costumbristas, de eventos y celebraciones. Si algunas se caracterizaban por su nivel artístico, otras lo eran por su humor y la crítica social.
La representada en esta felicitación corresponde al artista sordomudo D. Daniel Perea (1834-1909), quien fuera profesor del Colegio de sordomudos de Madrid, además de gran caricaturista, cartelista y, según la prensa de la época, el mejor ilustrador de escenas taurinas.
La sensibilidad artística de Perea queda representada en Alegoría de las Navidades, litografía publicada en la revista La Ilustración Española y Americana, del 22 de diciembre de 1875. [Año XIX. Número XLVII]
Estampa cargada de simbolismo que trae al presente las costumbres navideñas decimonónicas y las marcadas diferencias sociales. Así, en la parte superior del grabado podemos apreciar el lujo de la burguesía, con un salón lleno de invitados, sirvientes que atienden a los comensales y otros que festejan a su manera por detrás de la escena; estos son visibles en la esquina superior derecha, detrás del cortinaje. En la esquina superior izquierda, damas nobles observan la jarana que el pueblo monta en la calle.
En el círculo central queda representada una escena familiar en la que el abuelo decora con sus nietos el nacimiento. Los niños, con tambor y pandero, indican que se estaban cantando villancicos, simbolismo también representado en la parte superior izquierda, en la que se suma algún juguete.
La parte inferior se divide en tres simbolismos: la pobreza, el aguinaldo y los mercados madrileños en Navidad.
La ilustración de la izquierda muestra el escaparte de Lhardy, profusamente decorado con lujosos manjares, inalcanzables para el gélido hombre pobre que los observa; mientras tanto, algunas personas salen del local después haber disfrutado de una opípara cena.
Le siguen dos escenas representativas del aguinaldo; la primera simboliza la cesta navideña que algunos tenían por suerte recibir. A diferencia de las actuales, aquellas iban provistas del tradicional pavo. La otra escena indica que en esas fechas todo el mundo pedía el aguinaldo, desde el mendigo hasta el cartero, pasando por el lampista, el mozo, el sereno, y todos los oficios que en aquellos tiempos existían.
La sirvienta, que se echa las manos a la cabeza, representa lo tedioso que resultaba dar propinas a todo el que golpeaba la puerta y el trabajo que suponía preparar la cena, pues al pavo, después de sacrificado, había que quitarle las plumas y cocinarlo.
La última escena de la parte inferior derecha hace referencia al ambiente de los mercados navideños; en este caso, al haber productos comestibles, representa el de la Plaza Mayor. Los adornos para el nacimiento, los abetos, y otros objetos navideños, se compraban en el de la Plaza de Santa Cruz.
Han pasado 143 años desde la publicación de esta alegoría. Mucho han cambiado las tradiciones, incluida la del árbol de Navidad, que entonces se iluminaba con velas y era sobrio en adornos.
Pero, sin irnos tan atrás en el tiempo, quizá la mayor pérdida ha sido la del propio espíritu navideño, algo que este humilde relator quiere seguir conservando de la manera que mejor sabe: contando esta historia y felicitándoles con la tradicional tarjeta, costumbre ya casi extinguida y que hoy enviamos por el ciberespacio.
Dicho esto, reitero mis deseos de felicidad en estas fiestas, y que podamos recibir el nuevo año cargados de optimismo, salud, alegría y un pellizco de la diosa Fortuna.
Eduardo Valero García
Historia urbana de Madrid
Bibliografía y Cibergrafía | ||||||
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Historia urbana de Madrid ISSN 2444-1325
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