martes, 22 de junio de 2021

La Librería Pueyo de la visera de la Puerta del Sol

En el anterior artículo hablamos de algunos comercios de la visera de la Puerta del Sol y de ciertas actividades desarrolladas por unos mozos de cuerda. Una fotografía de Piortiz de 1930 nos mostraba el local de la casa de abanicos, paraguas y bastones de Luis Colomina, situado en la esquina de la visera con la carrera de San Jerónimo. En ese mismo lugar se inauguraba en 1935 una sucursal de la famosa librería y editorial Pueyo. 
 
 Librería Pueyo de la Puerta del Sol, 1. 
© Fotografía propiedad de Miguel Ángel Buil Pueyo 
ARCHIVO BUIL PUEYO
 
Miguel Ángel Buil Pueyo, bisnieto del librero Gregorio Pueyo, se interesó por el citado artículo y tuvo la deferencia de enviarme otro de su autoría donde habla de una carta inédita dirigida por Ramón Pérez de Ayala a su abuelo [1] y una fotografía de aquella sucursal. Como podéis apreciar, la librería tenía entrada por la Puerta del Sol, 1 y la carrera de San Jerónimo. 
 
Tuvo por vecino medianero a la papelería Martínez Franco, de Justo Martínez, regentada por su viuda desde 1926. Anejo a la papelería se encontraba la camisería y corbatería Cimorra, de Antonio Cimorra Corman, quien tenía sucursales en la calle del Príncipe, 22 y Pi y Margall, 9 (Segunda fase de la Gran Vía). El negocio estaba adscrito al reembolso de la Lotería, sistemas de vales para comprar en sus tiendas, como también lo hizo con las entradas de cine. 
 
 

 
Mario Roso de Luna había escrito en El Tesoro de los Lagos de Somiedo (1916): 
Se han ponderado cien veces los famosos quais de París y las apestosas, al par que paradójicamente seductoras librerías que un profano no descubre nunca aunque se dé mil vueltas por las callejuelas de detrás de Nôtre-Dame y del Barrio Latino; pero nadie que yo sepa ha sabido cantar las alabanzas de aquestos nuestros rincones del Rastro y las Américas, donde por media peseta comprara, a veces, raros tomos que valiesen mil, y de aquellos otros que matizan las plantas bajas de las calles de la Abada, Mesonero-Romanos, Jacometrezo y Desengaño, si calles pueden llamarse, y donde hombres laboriosos y enérgicos como mi llorado amigo Gregorio Pueyo, habían sabido alzar una fortuna, siendo, sin embargo, amparo de literatos desagradecidos y malandrines. 

 


El librero y editor de los modernistas Gregorio Pueyo había fallecido en 1913, tres años antes de la publicación del libro editado por la Librería de la viuda de Pueyo. 

En 1927 Emilio Carrere también le recordará en una interesante columna publicada en La Libertad. Podréis leer la transcripción al final de este artículo. 


Miguel Ángel Buil Pueyo nos cuenta en su artículo: 
Bibliografía Española. Revista oficial de la Asociación de la Librería de España, tras el fallecimiento de Gregorio Pueyo en febrero de 1913, anuncia en su número de 1 de abril que «la Librería Hispano-Americana de “Viuda e Hijos de Gregorio Pueyo”, establecida en Madrid en la calle Mesonero Romanos 10, se ha trasladado a la calle de la Abada, número 19», donde permaneció hasta 1917, en que se instala definitivamente en el número 6 de la calle del Arenal, aunque manteniendo el local de la calle de la Abada como sucursal.
 
Pedro Pueyo, abuelo de Miguel Ángel, era sobrino carnal de Gregorio y había contraído matrimonio en 1917 con Julia Pueyo Giral, la hija de este. Por consiguiente, de acuerdo con la costumbre de otros tiempos, Miguel Ángel aclara: 
«Julia, en su cualidad de mujer y mujer casada, se indica en documentos mercantiles que
podrá actuar por mediación de su esposo Don Pedro Pueyo Periel, ostentando éste a todos los efectos la representación de ella, con las mismas facultades y atribuciones que a la propia Doña Julia corresponden, de modo que el esposo, conjuntamente con cualquiera otro de los socios podrá ejercer la gestión de los negocios sociales y la dirección y administración de la Sociedad». 
 
Aquella “covacha” de la calle de Mesonero Romanos que fue lugar de tertulias, es descrita por Valle-Inclán en Luces de Bohemia como la cueva de Zaratustra, nombre que da al librero Gregrio Pueyo. 
«Rimeros de libros hacen escombro y cubren las paredes. Empapelan los cuatro vidrios de una puerta, cuatro cromos espeluznantes de un novelón por entregas. En la cueva hacen tertulia, el gato, el loro, el can y el librero. Zaratustra, abichado y giboso—la cara de tocino rancio y la bufanda de verde serpiente—promueve con su caracterización de fantoche, una aguda y dolorosa disonancia muy emotiva y muy moderna. Encogido en el roto pelote de una silla enana, con los pies entrapados y cepones en la tarima del brasero, guarda la tienda. Un ratón saca el hocico intrigante por un agujero». 
También tuvo tienda en la calle Trujillos, 5 y más tarde en la calle del Carmen, 33, pero acabará por regresar a su puesto de Mesonero Romanos. 
 

 

 
Sobre la sucursal de la visera de la Puerta del Sol, indica Buil Pueyo: 
«Ampliando su campo de trabajo, en 1935 se inaugurará una sucursal en el número 1 de la Puerta del Sol. La noticia fue muy bien acogida: La Casa Pueyo ha abierto en el corazón de Madrid una librería que constituye un alarde de buen gusto. El hecho no podía menos de merecer el debido comentario entre quienes siguen de cerca todo lo relacionado con la industria del libro, aquejada actualmente de una seria crisis que el esfuerzo denodado de muchos conjura, sin embargo, parcialmente, y acabará por vencer. Una convocatoria recientemente publicada en la Prensa, y que lleva el aval de prestigiosísimas firmas, llama la atención de todos sobre la calidad y la intención del esfuerzo de Pueyo (Anónimo 1935, 88)».
 
Pedro Pueyo en la entrada de la Librería Pueyo de la Puerta del Sol, 1. 
© Fotografía propiedad de Miguel Ángel Buil Pueyo 
ARCHIVO BUIL PUEYO
 
 
Pedro Pueyo se desvinculará de la sociedad en 1956 y en mayo de 1957 inaugurará su propia librería en la calle del Arenal, 16. Poco después abrirá una sucursal en la calle Ortega y Gasset, 55. Ambas cerrarán sus puertas en 1983, como ocurrió con otros negocios del ramo en aquella década. 


Por su parte, la editorial y librería que había fundado Gregorio Pueyo, regentada por su viuda, lo será después por sus hijos Luis y Antonio Pueyo, fallecidos respectivamente en 1960 y 1962. Sus herederos venderán la marca, que continuará funcionando con otros propietarios. 
 
Paralelamente, Alejandro Pueyo, el primogénito de Gregorio, se había independizado en 1921, año en que contrajo matrimonio en Coruña con Manolita Pérez. También aquel año fue nombrado contador de la Federación Española de Productores, Comerciantes y Amigos del Libro. Alejandro era entonces el gerente de la Editorial Galatea de la avenida conde de Peñalver, 16 (Primera fase de la Gran Vía), también conocida como Librería y Editorial de Alejandro Pueyo


En la década de los treinta aquella animada librería se convertiría en una administración de Lotería. Así lo recordaba Fernando Hernández Esposite en 1933 en la columna Reloj de Madrid del diario La libertad bajo el título de “Cambio de Industria”: 
«¿Concibe alguien las anaquelerías de un bar sobre los muros donde expuso sus signos macabros una funeraria? ¿Qué estela de burla gruesa no poblaría la calle donde un consultorio clínico ocupase el lugar que antes disfrutó un café de camareras? Sin embargo, esto, que la conveniencia ha hecho norma en los usos comerciales, se quiebra cuando de librerías se trata. He aquí el triple ejemplo: la de Alejandro Pueyo, en esa gran arteria a cuyo cemento da su nombre el conde de Peñalver, trocóse en administración de lotería. Es decir, sobre el duelo de un naufragio las risas de las sirenas locas». 
Palabras estas que hoy podemos aplicar a infinidad de edificios y comercios afectados por la especulación y el mal de la piqueta, enfermedad muy propia de los gobiernos de Madrid; ciudad cuyo pintoresco casticismo urbano ha quedado reducido a los carteles de fiestas populares. 
 
Así como comenzó este artículo con la inauguración de la Librería Pueyo en la visera de la Puerta del Sol, llegamos al final evocando las palabras de un vecino en carta enviada al “Buzón de Madrid” del diario ABC en mayo de 1999. Encabeza la misiva con el título Viejas librerías
«Señor director. Desde hace una eternidad muchos hemos sentido atracción por los escaparates de la castiza librería Pueyo, que se encontraba en la Puerta del Sol, entre las calles de Alcalá y Carrera de San Jerónimo. Ésta ha pasado ya a la historia, y en su lugar hay un establecimiento de helados, bombones y caramelos. Adiós a los libros. Era la última librería castiza que aguantaba en Sol. Antes cerró la de San Martín, ante cuyos escaparates fue asesinado don José de Canalejas aquel [13 de noviembre de 1921] (Sic), y cuyo evento rememora una lápida en bronce en la fachada. También cerró la aledaña de la editorial Reus en Preciados. Y es que la cultura de los libros no debe ser negocio. La todavía cercana de Manzano, en Espoz y Mina, aguanta espartanamente, y en sus escaparates anuncia a los Amigos de la Capa. Todo lo tradicional y romántico tiene sus días contados, por tanto. - Carlos Pérez de Tudela. Madrid».

Salvo el error en la fecha del asesinato de Canalejas, ocurrido el 12 de noviembre de 1912, el remitente tenía toda la razón en su exposición. 
 
Pueyo S.L. ya había comenzado a desmoronarse con el cierre de la librería de la calle Arenal; con la de la visera, último bastión, desaparecerá una más de las librerías centenarias de Madrid. 
 
«Pero existieron en la Villa del Oso y el Madroño varias librerías de típico carácter, las cuales merecen un recuerdo (…), ya que fueron el mayor atractivo de los bibliófilos que somos setentones. Eran aquellas librerías centro de reunión de artistas y literatos, constituyendo un atractivo de aquellos atardeceres de Madrid en los días otoñales y de invierno, ya que la librería no era sólo la tienda en que se venden libros, sino que el librero, hombre culto, bibliófilo y bibliógrafo, conseguía hacer de su librería una especie de Ateneo a puerta de calle». 
Luis M. Cabello Lapiedra, 1933 
 
Mi agradecimiento a D. Miguel Ángel Buil Pueyo por su colaboración en este articulo y por su trabajo de investigación exhaustivo que llega a los lectores a través de libros, artículos en revistas especializadas y blogs. 
 
Eduardo Valero García 
Junio 2021 
 
 
Miguel Ángel Pueyo 

 

 
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La bohemia picaresca El editor Pueyo, musa de la alimentación. —La capa de Barriobero. Hoyos y el Almanaque del empleado. —EI odioso Jeremías y las hambres literarias. —El encanto de la melodía y el bistec con patatas. Las uñas de la señorita Bohemia 
 

El librero y editor Gregorio Pueyo tenía su covachuela en una rinconada de la calle de Mesonero Romanos. Al cuidado de la librería estaba el cuñado de Pueyo, el amigo Jeremías, que sin duda sirvió de modelo al personaje quinteriano de «Los galeotes». Cuando llegaba algún pelafustán literario, de sombrerillo abollado, chalina al viento y pipa humeante, el amigo Jeremías llamaba, sin perder de vista las uñas del visitante, que hacía sospechosas maniobras en las anaquelerías, repletas de libros:
 —Gregorio, sal; que aquí te busca «un parroquiano»... 
Y subrayaba la palabra con su voz gangueante y su intención aviesa. En seguida se oía rumor en la trastienda, y un minuto antes de aparecer la simpática persona de Pueyo, ya aparecía su nariz, hermoso apéndice, ligeramente bermejo, digno hermano del narigón del conde Duque, cantado en versos quevedescos. 
Cualquiera que fuese el negocio que llevaba al chiscón de Pueyo al aprendiz de literato, cuando éste se marchaba, indefectiblemente, faltaban un par de volúmenes de la anaquelería. El modo misterioso de hurtar libros llegó a ser un arte y una manera de vivir en aquellos lastimosos días de picaresca literaria. La librería de Pueyo era visitada diariamente por todos los pigres del reino de la calderilla. 
Era en los tiempos en que Barriobero, siempre "dandy», aun en el fondo más triste de la pobreza, dudaba entre hacerse un abrigo o una capa. 
—El abrigo es más elegante; pero con la capa es más fácil llevarse los libros del estante de Pueyo. 
Y acabó por comprarse la capa encubridora. Efectivamente; Barriobero se apoyaba, al [descuido] (ilegible), en la anaquelería, y con las manos atrás se apoderaba de los volúmenes de fácil venta en cualquier librero de viejo de la calle del Horno de la Mata. No valían las miradas policíacas de Jeremías.
Aquellos libros se trocaban en seguida en café con media tostada, que era el régimen alimenticio a que estaba sometida la bohemia picaresca del año de gracia y de miseria de 1905. 
Entre los que vivían a más de salto de mata y haciendo las más absurdas funámbulas en la cuerda floja de la casualidad, estaba el poeta Julio Hoyos. Era un caballero español a quien repugnaba el hurto de libros. Pero un día, tan mala cara tenía la necesidad, que se decidió a la bellaquería. 
Hoyos echó el ojo a dos novelas de Trigo, el novelista de mayor venta en aquella sazón. Pero el poeta era muy corto de vista y muy torpe de uñas, y cuando, tras de dos horas de plática disimulada y al atisbo de un descuido de Jeremías, se apoderó de los libros y salió a la calle, vio, con estupor, que en vez de las novelas que eran la esperanza alimenticia de todo el día, se había llevado, por equivocación, el «Almanaque del empleado» y una «Guía de Cádiz», productos literarios por todos conceptos inadmisibles. 
Gregorio Pueyo fue la Providencia de aquel momento. En nuestra memoria se alza su recuerdo. Con toda devoción. Era comprensivo, romántico y cordial. Con su pelo crespo hasta los ojos, y sus largos y abatidos mostachos bermejos, y sus ojuelos sagaces, era un hombro de sensibilidad literaria. 
Barriobero escribió alguna novela con arreglo a un «agumento» que le dio el mismo Pueyo. ¡Era la manera de tener unos duros juntos! Seamos comprensivos. 
El modo seguro de colocarle a Pueyo un libro de versos modernistas, como se decía entonces, era arrancarle de su tienda y llevarle a un café donde hubiese música. La melodía dulcificaba su carácter y suavizaba esa hostilidad que todo comerciante siente en el momento de dar dinero. En cuanto sonaban los acordes de «Marina», invitaba a aquellos suculentos «bistecs» con patatas que costaban cinco reales y eran el legítimo orgullo del gremio cafeteril, y daba hasta doce duros por un libro de poesías. La felicidad para el trotacalles literatesco. 
Fue el primer editor moderno y el único librero español capaz de sentir amor al libro. Pueyo era la generosidad y el entusiasmo, y su cuñado Jeremías, el pesimismo y la tacañería. 
¿Por qué aborrecería tan cruelmente a la simpática especie de poetas líricos? Jeremías era el librero de viejo, por antonomasia. 
El primer libro que editó Pueyo fue una antología de poetas hispanoamericanos, con un prólogo mío, verdadera estridencia juvenil. Se titulaba «La corte de los poetas». Debo reconocer que Pueyo intervino demasiado en la composición de la obra. 
Me obligó a publicar una poesía titulada «Sápida postal», de otro librero que se llamaba Calixto Perlado. Cuando yo protesté de aquella Inadmisible secreción lírica, Pueyo me atojó: 
—Es que Perlado me tomará cuatrocientos, en firme. 
Con Eduardo Zamacois, eternamente joven, porque posee el secreto de Caglostro, Felipe Trigo fue el gran novelista que prestó decoro y creó la editorial Pueyo. En torno suyo nos apiñábamos unos cuantos muchachos con melena: Villaespesa, Ortíz de Pinedo, Ramírez Ángel, «Hamlet-Gomez», Francés—una vigorosa y original personalidad literaria, frustrada por la mala suerte— y un tropel de chalinas y manteos, entre la que destacaba su crítica iconoclasta, el pintoresco Dorio de Gadex, que finó (Sic) en esa cosa tan lamentable que es un traductor a jornal. 
La tiendecita de libros de la calle de Mesonero Romanos fue la cuna de la literatura contemporánea. Todos 1os escritores triunfantes y los que se han perdido en el fracaso de las oficinas o han desaparecido por el escotillón de la muerte, han pasado alguna vez por la trastienda de Pueyo, atiborrada de libros—plantel para la uñilarga señorita Bohemia—, con su viejo quinqué de petróleo y su olor a humedad. Gregorio Pueyo merece un epitafio lírico y emocionado, que yo escribiré algún día.
 EMILIO CARRERE

 
 
 
Bibliografía y Cibergrafía
Todo el contenido de la publicación está basado en información de prensa de la época y documentos de propiedad del autor-editor.

Fortunata y Jacinta (dos historias de casadas). Los textos citados en este trabajo fueron extraidos de la edición digital basada en la edición de Madrid, Imprenta de La Guirnalda, 1887. Disponible en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes  http://www.cervantesvirtual.com/nd/ark:/59851/bmcgq6v4


[1] BUIL PUEYO, Miguel Ángel, Noticia de una carta inédita (1939) del escritor Ramón Pérez de Ayala. Mediodía: revista hispánica de rescate, ISSN 2659-2738, Nº. 3, 2020, págs. 222-242

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En todos los casos cítese la fuente: Valero García, E. (2021) "La Librería Pueyo de la visera de la Puerta del Sol", en http://historia-urbana-madrid.blogspot.com.es/ ISSN 2444-1325


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Historia Urbana de Madrid
ISSN 2444-1325


miércoles, 2 de junio de 2021

La visera de la Puerta del Sol, su estanco y la agencia de colocaciones

Uno de los lugares más concurrido de esta villa y corte es la Puerta del Sol. Lo es hoy como lo fue antaño, con su incesante pulular de personas oriundas y foráneas, de todo tipo de ralea, profesión o arte.
 
Fotografía de J. Laurent (hacia 1870) FPH VN-02871 Archivo RUIZ VERNACCI
 
Como muchos sabéis, entre la calle de Alcalá y la carrera de San Jerónimo estuvo situada la iglesia del Buen Suceso hasta 1854, año en que comenzó su demolición. Desaparecido el templo y hospital, su espacio, tomado como referencia geográfica, fue llamado por los madrileños “el sitio del Buen Suceso”, solar desangelado integrado a la plaza que tuvo a bien denominarse “el patio de Manzanedo”. 
 
El periódico universal La Ilustración, del 25 de marzo del mismo año del derribo, publicaba la descripción del ensanche y alineación para la Puerta del Sol propuesto al Gobierno por la Junta consultiva de Policía urbana. En lo referente a la Manzana 207, decía: 
«Las casas de la Puerta del Sol números 1 y 3, 5, 7, 9 y 11, así como las de la Carrera de San Gerónimo números 2, 4 y 6, se alinearán y decorarán en su día a medida que se vayan reedificando». 
Además, indicaba que, donde se cortaba con el Buen Suceso, quedaba «una fachada de 24,5 metros (87,95 pies)». 
 
En el deshabitado solar se estaba construyendo una “nueva casa” que sería fonda de los hermanos Fallóla, adquiriendo el título de «Grand Hotel de París», tal y como lo anunciaba en diciembre de 1863 La Correspondencia de España. Según información del mismo periódico, el 15 de agosto de 1864 abriría sus puertas con esa denominación. 
 
Publicidad de 1868

Publicidad de 1886

Publicidad de 1920

 
La fotografía que encabeza este artículo fue tomada por J. Laurent hacia 1870. En ella podemos ver el hotel en todo su esplendor y un ambiente tranquilo, excesivamente tranquilo para la plaza y “la visera” de la Puerta del Sol, donde estuvo el café Imperial, que fue después el de la Montaña y más tarde se convertiría en la cafetería Haití.
 
También ocuparon aquella fachada una papelería; una camisería; la perfumería del señor Fortis; la tienda de abanicos, paraguas y sombrillas de D. Luis Colomina; un puesto de periódicos y un limpiabotas (posiblemente, Juan Martínez Gómez, “Juanito”, quien después lo fue del Ateneo por medio siglo).
 
Fotografía de Piortiz (1930) En la Camisería contigua a la Papelería se instaló el puesto de periódicos.
 
Hubo desde sus comienzos famosas tertulias y fue punto de encuentro de toreros y aficionados a la fiesta nacional, muy relacionados con el estanco que allí pervivió por más de treinta años. 
 
 
Estanco “El permanente 
En 1887 se estableció en la visera la expendeduría número 44, establecimiento que funcionó hasta 1923, año de su cierre. Aquel estanco era conocido por todo Madrid como “el permanente de la visera” por estar abierto las veinticuatro horas del día. 
Fue su único dueño D. Ángel Herrero, un hombre bajito y con gafas, muy simpático y gran aficionado a los toros; tanto, que apoderó al diestro Cayetano (Pepeíllo). El semanario satírico El Mentidero lo consideraba, con sorna o sin ella, “centro taurino”.
 
 
 
Fallecido el señor Herrero regentaron el estanco su viuda y sus dos hijas hasta aquel año del cierre, que lo fue por clausura al descubrirse que un empleado traficaba con tabaco falso. En el recuerdo queda “el permanente”, retratado en estas palabras de Rafael Solís: 
«Parece algo de la Puerta del Sol, arraigado en la popular plaza por el tiempo y la costumbre como una farola más o como otra cartelera. En las altas horas de la madrugada, cuando los faroles hacían su aparición en la céntrica plazoleta y surgía el apagón, la luz del estanco, reflejada en la amplia acera, daba en ese momento fantástico aspecto, y su público, renovándose constantemente, cambiando como las horas del día, en curioso desfile, constituía una variación detallada e interesante del Madrid de todos los días». 
Luis Araujo-Costa, autor de Hombres y Cosas de la Puerta del Sol (1952), en el capítulo donde habla del Hotel de París hace referencia a la visera, sin citarla, y a los personajes que la frecuentaban: 
«Abajo, el zurupeto, el cesante de la casa de los Miaus con el tacón comido, la vendedora de lotería, el mendigo, el hampón, el sablista, el pregonero y vendedor de baratijas que los franceses llaman camelot, el descuidero, el petardista, el que se calienta al sol». 
Además de esta colección de personalidades hubo otras, como los mozos de cuerda directores de la pintoresca agencia de colocaciones establecida en el puesto de periódicos de la visera. 
 
 
Agencia de colocaciones para el servicio doméstico 
Fácil era dar con el señor Bienvenido, Paco "el Troncho" y Salvador "el Charlot", mozos de cuerda e improvisados agentes de empleo que en la visera se les encontraba a cualquier hora del día y de la noche. En las siguientes fotografías podemos conocer a los citados. En la primera, a la izquierda, el veterano Bienvenido; en la segunda, al Troncho y al Charlot.
 
La agencia había sido fundada quizás antes de la inauguración del Hotel de París por otro mozo de cuerda, el señor Galo. Fallecido este, cogió la dirección el tal Bienvenido, acompañado en la gestión por los otros dos. 
 
 
Puesto de periódicos utilizado como oficina de la agencia en la visera de la Puerta del Sol

 
A diferencia de los mozos de cuerda convencionales, con sus uniformes raídos y sus cuerdas gastadas y sucias, estos tres lucían impecables, con raya en el pantalón, gorra de plato nueva y en su visera el reluciente número de matrícula que tenían registrado en la Dirección General de Seguridad. Esto, y la cuerda intacta, sin uso, colgada del brazo, demostraba que no daban palo al agua en su oficio. 
 
Los mozos de cuerda Paco "el Troncho" y Salvador "el Charlot"
 
Los flamantes directores se paseaban a la espera de la llegada de señoritas necesitadas de trabajo. Las ofertas de empleo eran variadas: colocaban cocineras, planchadoras, lavanderas, pinches, doncellas, niñeras… todo un abanico de posibilidades.
Las demandas provenían de los anuncios publicados en los periódicos que vendía en su puesto un tal Baltasar, seguramente adscripto a la agencia. 
 
A primerísima hora de la mañana los tres revisaban los tabloides y apuntaban las direcciones de los demandantes y el empleo que ofrecían. Después, a esperar la llegada de las cándidas mozas. 
En ocasiones era la propia muchacha la que daba información al decir que había dejado la casa de tal señora y buscaba otra. Los hábiles agentes, con mucho disimulo, apuntaban en un papelito el domicilio y sumaban así un puesto más a su lista. 
 
La agencia ya era famosa y llevar la recomendación de estos mozos de cuerda representaba plena garantía para ser aceptada en una casa. Las propias muchachas les hacían publicidad… gratis. 
 
 
El mozo de cuerda Bienvenido dialogando con las demandantes de empleo

 
Eso sí, nadie daba duros a pesetas. La comisión por facilitar un empleo se valoraba según el puesto. Generalmente cobraban la primera mensualidad percibida por la doméstica, pagada con prontitud, porque de no hacerlo así, ya no podían contar nunca más con la agencia. Si se retrasaba, los mozos se encargaban de buscarla para exigir el pago. 
El cierre de las negociaciones solía hacerse en una taberna de la calle de Alcalá, a la que la moza era invitada a un chato de vino, pero pagaba ella. 
 
Y la cosa no quedaba ahí. La agencia también tenía servicio de hospedaje. Si una muchacha había dejado una casa y andaba con su petate a cuestas, ellos se encargaban de averiguar si llevaba dinero; entonces, con el engaño de no disponer de una casa y un sueldo acorde a su valía, a la espera de un supuesto buen trabajo la hospedaban en una casa que tenían en el Puente de Segovia. Así lo ofrecían, con la escusa de que no anduviese por las calles como una cualquiera o yendo a parar a una casa de mala reputación. 
 
¡Menudos eran estos tres! El petate de la muchacha lo cargaban otros mozos de cuerda ayudantes de los agentes, a los que le pagaban la mitad de lo cobrado a la pobre inocente. Y en aquella casa de Carabanchel quedaba hospedada hasta que se le acababa el dinero. Entonces, y sólo entonces, los agentes le daban un papelito con las señas de su nuevo empleo. 
 
Así funcionaba la agencia de colocaciones de la visera de la Puerta del Sol, lugar hoy muy frecuentado por los entusiastas de la alta tecnología. 
 
Si arriba lució durante muchos años una botella de Tío Pepe, abajo destaca en la actualidad una manzana mordida.
 
 
 
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Bibliografía y Cibergrafía

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jueves, 20 de mayo de 2021

La Casa de los Actores de la calle del Príncipe, 27 y la ampliación del Teatro Español

En la esquina de la calle del Príncipe con la de Visitación (actual Manuel Fernández y González), frente a la plaza de Santa Ana y anejo al antiguo Café del Príncipe y el Teatro Español, se levantaba en la segunda mitad del siglo XIX un elegante edificio que llegó a tener ascensor, comercios importantes y vecinos de renombre. 
 
 
La fotografía muestra la fachada del inmueble situado en el número 27 de la calle del Príncipe, donde, además, podemos apreciar una pequeña parte de la casa que había sido café del Príncipe (El Parnasillo) y después contaduría del Teatro Español.
 
Con cinco plantas y bohardilla, albergaba a vecinos de categoría, como D. Evaristo Castro y Rojo, senador vitalicio y ministro del Tribunal Superior de Guerra y Marina. Hacia 1868 instalará su bufete el abogado y político Cristino Martos, seguramente cuando desempeñó el cargo de presidente de la Diputación de Madrid. También ocuparon este edificio el famoso fotógrafo Eusebio Juliá, la Sociedad General de Anuncios y desde 1910 la Casa de Actores que da título a este trabajo. 
 
 
El edificio de la II marquesa de Cortina 
La finca era propiedad de Manuela Cortina y Rodríguez de Espinosa, II marquesa de Cortina. En ella vivía, ocupando el piso principal. 
 
El marquesado de Cortina fue concedido por Amadeo I de Saboya a Manuel Cortina Rodríguez Arenzana Ruiz (1828-1880), Ministro de España en Suiza, en recuerdo de su padre: Manuel Cortina (1802-1879), Ministro de la Gobernación y Abogado. 
 
La marquesa falleció en esa casa el 3 de abril de 1908. Ese mismo año el edificio será puesto a la venta en pública subasta por disposición testamentaria. 
 

 

La Asociación de Artistas Dramáticos y Líricos Españoles comprará la finca por un total de 550 000 pesetas, incluidas las reformas realizadas. La Asociación, fundada en Madrid el 10 de enero de 1901, había acordado en 1907 la compra de una casa para la creación de un Casino, Círculo o Casa de actores.
 
Los últimos propietarios del inmueble fueron los hermanos Francisco y Lorenzo Alonso Gigosos.
 
 
Numeración de la calle 
En este trabajo encontraremos dos numeraciones para la finca. El correspondiente al número 27 figura dada de alta en el callejero histórico el 6 de julio de 1874. Con fecha 21 de febrero de 1931 cambiará a número 23. 
 
PLANO PARCELARIO DE MADRID, 1879

 
La Casa de los Actores 
Como hemos comentado, la Asociación de Artistas Dramáticos y Líricos Españoles había comprado el edificio por un total de 550 000 pesetas, incluidas las reformas realizadas, que no fueron pocas. Las reformas generales supusieron un gasto de 108 000 pesetas; la ampliación de las mismas 28 000; la compra de mobiliario, 70 000 pesetas. 
 
En tiempos de la marquesa la fisonomía del edificio era diferente, principalmente su fachada, como podemos apreciar en la fotografía de Cifuentes, de finales del año 1908. 
 

Adecentar y remodelar la fachada fue una de las muchas reformas acometidas, tanto estructurales como técnicas. Se instalaron ascensor y montaplatos; líneas telefónicas y servicio de timbre en todas las estancias; calefacción a vapor y frío industrial. 
 
Las obras se adjudicaron al contratista D. Baltasar Corral y fueron realizadas por el maestro de obras D. Cándido Medina y Queralt, bajo la dirección del arquitecto D. Francisco Reinals y Toledo. Con buen gusto y estilo, la noble casa fue adquiriendo su condición de Casino, como podemos apreciar en las siguientes fotografías.
 
 
La cuota de sus más de 2000 socios, la renta de los pisos alquilados y otras aportaciones producto de los actos benéficos, no sólo cubrían los gastos generales, sino que aumentaban la cuantía de las pensiones para artistas y de auxilio para sus familiares. Además, solventaba los jornales de seis jóvenes botones, cuatro porteros de cancela, dos de portal, dos conserjes, un maestro peluquero y dos oficiales, un mozo de cuarto de baño, etc.; todos elegantemente uniformados.



Ampliaciones del Teatro Español 
Durante las diversas reformas del teatro se fueron adquiriendo terrenos de las calles Echegaray, Manuel Fernández y González y la del Príncipe. Nos centraremos en esta última por su importancia en lo que se refiere a la fachada del coliseo y por la desaparición de dos edificios históricos: el Café del Príncipe (El Parnasillo) y la Casa de los Actores. 
 
En las siguientes fotografías de similar perspectiva podemos ver la ampliación de 1929 y el espacio que ocupó la Casa de los Actores. La primera es de la década de los 30 y corresponde al archivo Luis Lladó; la segunda, de Miguel Zavala, fue tomada en 1985. 
 

 
El 16 de enero de 1929 se publicaba en La Libertad un artículo dando cuenta de la reforma del teatro. Bajo el título El glorioso solar. Restauración del Teatro Español, el periodista Alejandro Larrubiera decía: 
«La importancia de las obras, cuya reseña sería prolija, tiene su más elocuente demostración en que se ha derribado la casa de la contaduría, reconstruido la fachada y la casa de la calle de Echegaray, núm. 26, habiendo adquirido el Ayuntamiento, para completar la reforma, dos casas contiguas: la número 24 de la referida calle de Echegaray y la número 4 de la de Fernández y González». 
Por su parte, Augusto Martínez Olmedilla, en un artículo dedicado a la Partida del Trueno publicado en la revista Estampa (1935), recordaba: 
«¡Qué de recuerdos evoca El Parnasillo! Era, sencillamente, el vetusto Café del Príncipe, un poco remozado. Hasta hace pocos años se conservó la Casa de Contaduría, contigua al Teatro Español, y derribada en la última reforma del coliseo municipal». 
 
Desaparición del edificio que había sido Casa de los Actores 
En 1973 los hermanos Alonso Gigosos, propietarios del edificio, solicitaron la declaración de ruina; sin embargo, el Ayuntamiento resolvió que la propiedad realizara las obras necesarias para su conservación. Desde entonces la Casa de Aragón -ya únicos inquilinos-, presentaron varias denuncias al consistorio para que obligaran a la propiedad a hacer las obras.
 
En 1975 los propietarios revocaron la decisión municipal y el caso fue llevado a los tribunales. En 1978, el Tribunal Supremo declarará la ruina no inminente del edificio y obligará a los hermanos Alonso Gigosos a realizar las reparaciones necesarias, pero nunca fueron llevadas a cabo. 
 
El 12 de febrero de 1979 una brigada de bomberos solicitó las llaves para entrar a la finca. En vista de su mal estado y el peligro existente, aumentado por las inclemencias del tiempo, no las devolvieron.
 
El día 19, funcionarios del Ayuntamiento clausuraban el edificio por ruina inminente. Esta decisión y la idea de ampliación del Teatro Español, surgida después del incendio 1975, presagiaban la desaparición del edificio. 
 
El fotógrafo Torremocha tomaba esta instantánea en 1976. Como la anterior, de Zavala, inmortalizan la fisonomía de la calle que había sido emplazamiento del Corral de la Pacheca y el esplendor del teatro del Siglo de Oro; que había sido testigo de las tertulias literarias y revolucionarias de su café; y que sería, pasado el tiempo, escenario de un nuevo Madrid cada vez menos castizo en su geografía urbana.
 
 
En pleno del Ayuntamiento celebrado el 27 de julio de 1990 se dio el visto bueno para una nueva ampliación que sumaría a su superficie los 530 m2 del solar que había ocupado la Casa de los Actores, ya derribada y de propiedad municipal.
 
La ampliación constaría casi 600 millones de pesetas, contemplándose el plazo de 16 meses para su ejecución; sin embargo, las obras se prolongaron en el tiempo hasta el siglo XXI. 
 
Muchos de los lectores recordarán que en aquellos terrenos estuvo instalada una carpa de estilo circense. 
 

 

Con estas dos vistas en planta del teatro y sus ampliaciones recordamos a los propietarios de los edificios hoy integrados a la superficie del teatro, entre ellos la casa de la marquesa de Cortina y después propiedad de la Asociación de Artistas Dramáticos y Líricos Españoles.
 
Mucho antes que la finca desaparecerá la Casa de los Actores. Ocurrió en agosto de 1933, año en que la Asociación se disolvió estatutariamente. En esos momentos era sostenida con la módica contribución de 72 socios. 
 
Ricardo Márquez, fundador de Historias Matritenses, uno de los blogs más longevos y emblemáticos sobre historias de Madrid, nos ofrecía una noticia que lleva a editar este trabajo con datos interesantes relacionados con la decadencia de la Casa de los Autores.
 
Ricardo comentaba en nuestro grupo de Facebook: «Sobre la Casa del Actor, indicar que en 1928 poseían una parcela en 1.200 metros en la calle Emilio Rubín, de la Ciudad Lineal, cedidos en teoría por la familia Soria, aunque creemos que nunca llegaron a construir nada allí. La información la tienes en El Heraldo de Madrid de fecha 6/feb/1928».
 
La noticia del Heraldo de Madrid daba cuenta de la creación de una Casa del Actor en Ciudad Lineal, según una idea del actor cinematográfico español-mexicano Carlos Martínez Baena, quien «venía luchando con geneoroso denuedo por dar carta de naturaleza en España a una idea que en otras naciones cultas es una realidad hace ya algunos años: la fundación de la Casa del Actor, el refugio hogareño—nada de asilo ni de hospital de inválidos—de los comediantes españoles en su vejez». 
 

 
La Casa de los Actores de la calle del Príncipe había sido fundada para los actores de teatro dramático y lírico. Posiblemente, la noticia de 1928, aunque relacionada con el cinematógrafo, pudo ser el desencadenante o propiciadora de la ruina de la Asociación de Artistas Dramáticos y Líricos Españoles. 
 
El cine ya estaba en pleno apogeo y muchos actores del escenario también probaron fortuna en la pantalla, situación que hace comprender la perdida de socios: más de 2000 en sus inicios hasta los 72 de 1933.
 
Para finalizar, y como preámbulo del siguiente artículo relacionado, ubicamos a través de las imágenes la citada Casa de Aragón, última de las muchas sociedades que ocuparon aquel espacio juntamente con pintorescos comercios.
 



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domingo, 28 de febrero de 2021

Ciento veinte años del estreno de Electra en el Teatro Español. Tercera parte

 
 
 
Continuamos en el mes de febrero con más noticias sobre Electra y Benito Pérez Galdós, sin olvidar aquellas que venían calentando los ánimos desde antes del estreno de la obra. Recordemos que el 10 de enero la Reina Regente había suspendido las Cortes. Decía El Imparcial
«Al suspenderse las sesiones de Cortes, queda la política española en una de las más tristes situaciones que recordamos desde hace muchos años. Han venido de tal modo los sucesos, que no ha habido manera de disfrazar las intenciones con las fórmulas que exigían las conveniencias y el respeto al país. Han aparecido aquellas en toda su vergonzosa realidad. Donde quiera que se mire, sólo se encuentran codicias del mando y un olvido absoluto de los intereses de la nación».

Febrero resultó la mar de interesante. Un poco más de leña al fuego y un chisporroteo descomunal avivaría el espíritu anticlerical, ya bastante exaltado no solo en España sino también en otras naciones. En la Historia de Europa, el año 1901 será llamado «el año anticlerical». 

Ya lo anticipaba Galdós cuando en carta de noviembre de 1900, dirigida a su amigo Fernando León y Castillo, le manifiesta su deseo de viajar pronto a París ante la situación reinante en España: 
«Pero aún no puede ser, y heme aquí en esta atmósfera asfixiante, que pronto ha de ser mortífera, si no sale por aquí una mano vigorosa que aleje la inacción del clericalismo. Dentro de poco, si ello sigue así, (y seguirá por lo que voy viendo) no se podrá vivr aquí. No lo tomes a broma, esto está peor que en los años que precedieron a la revolución de septiembre, de los cuales tengo fresca memoria».
En la misiva opinaba que si el remedio no venía de dentro, sería triste pero necesario que viniese de fuera. «Menos mal si pudiéramos escoger la nación extranjera que ha de venir a librarnos de esta plaga intolerable de frailes, clérigos y jesuitas...».
 
En la misma carta hacía referencia a la boda de la princesa de Asturias con Carlos de Borbón: «Lo de la boda de la infanta con Caserta me parece que va a traer cola. Cada día repugna más a todo el mundo este casamiento...». El novelista no se equivocaba. 
 
 
Febrero de 1901 en Madrid
 
El martes 5 de febrero el Círculo Industrial de Madrid había enviado una exposición razonada al ministro de Hacienda en la que se trataba de las consecuencias económicas de la industria en los conventos. El documento decía así: 
«Excmo. Sr.: 
La Industria y el Comercio de esta capital, y el de toda la nación, están cada vez más empobrecidos por la competencia ruinosa que se les hace, sin que puedan defenderse en esta lucha por las inmensas ventajas, imposibles de contrarrestar, que tienen sus competidores. España, Excmo. Sr., se ha convertido en un inmenso convento, cuyas celdas son talleres que se extienden desde los Pirineos hasta Cádiz. 
Las Asociaciones religiosas, que no pagan contribuciones industriales, establecen colegios, fabrican licores, hacen perfumes, tienen imprentas y talleres de encuadernación y hojalatería, confeccionan ropa blanca y han absorbido todo el trabajo manual coa gran perjuicio del trabajador, del industrial y del comerciante. 
Deber es de todos los Gobiernos velar por los intereses de sus administrados, y nunca mejor ocasión que ahora para proteger la industria nacional, prohibiendo en absoluto que esas corporaciones se dediquen a ninguna clase de industria, y de esta manera evitaremos que exploten al trabajador de ambos sexos, y que, contrariando las leyes de protección a los niños, empleen en trabajos manuales, impropios de pequeñas edades, a desgraciadas criaturas, que alimentan con ranchos insuficientes para la nutrición y la vida, cuando no los obligan a mendigar por los sitios públicos, sembrando en sus almas infantiles el odio al trabajo y el amor a la mendicidad y la desgracia». 
Algunos aspectos del escrito pueden resultar exagerados, pero, en esencia, lo que manifestaban era cierto. 
 
Dos días después, el jueves 7, se sucedieron varios acontecimientos que derivaron en trifulcas. La vista sobre el famoso caso Ubao; la inminente llegada del conde de Caserta; la boda de la princesa de Asturias con el hijo de este, y otras acciones desacertadas para el momento, provocaron y ofendieron a media España. 
 
El caso Ubao 
Fernando Soldevilla hacía un repaso sobre el caso Ubao en El Año Político – 1901 y daba detalles de cómo se fueron sucediendo los enfrentamientos y motines de aquel día.
El caso Ubao. Manifestaciones y escándalo. 
Ya hablamos á su debido tiempo de este asunto, que, aunque nada tiene de político en sí mismo, debe considerarse como tal, por lo que contribuyó á enardecer el espíritu anticlerical, ya bastante exaltado en España, lo mismo que en Portugal y en Francia. La señorita Ubao, hija de una familia bien acomodada, inducida por el jesuita P. Cermeño, abandonó su familia, y escapándose de su casa, se encerró en el convento de las Esclavas del Corazón de Jesús. Llevó la familia el asunto al Juzgado, y éste la negó el derecho á reclamar la hija. Este auto fué confirmado por la Audiencia, con excepción del ilustre Magistrado Sr. López Aranda, el cual, en un notable voto particular sostenía: 
1.º Que según el Diccionario de la lengua castellana, en la frase tomar estado no se comprende el estado de monja. 
2.° Que aunque se entienda que ha tornado estado la monja ó religiosa, no puede, en modo alguno, sin infringir los más elementales principios de la hermenéutica, dársele la misma condición á la novicia que no ha hecho votos de ninguna clase, y que puede abandonar el convento cuando lo tenga por conveniente. 
La familia Ubao llevó el asunto al Supremo, y allí defendió su derecho el Sr. Salmerón. En esta fecha fué la vista en el alto Tribunal. El Sr. Salmerón pronunció un informe elocuentísimo, y enardecidas las pasiones del público, el orador fué acompañado en triunfo á su domicilio; hubo manifestaciones en las calles, mueras á los jesuitas, silbas y pedradas á los frailes que se encontraron en la vía pública, y silba formidable ante la casa central de los jesuitas. También hubo algunos heridos y detenidos por la policía. 
 
Todos los periódicos estuvieron atentos a lo que ocurría en el Tribunal Supremo y en las calles. El País lo anunciaba en portada con grandes letras y ofrecía una cronología del juicio. 
 
 
 
En la columna titulada Homicidios impunes, Ramiro de Maeztu escribía:
 

En la edición de El Liberal del 8 de febrero se narraron los sucesos del día anterior con todo lujo de detalles:



La historia del caso Ubao finalizará el 19 de febrero, cuando el Tribunal Supremo dicte sentencia favorable a la reclamación de la madre de Adelaida. Por mandato judicial, la joven fue restituida al hogar materno. Años más tarde volverá a ingresar en la orden religiosa, falleciendo en 1906 en el noviciado de las Salesas de Azpeitia.

Un inciso: Los Luises
Como hemos visto en la narración de los sucesos ofrecida por El Liberal, los manifestantes se presentaron dos veces en el templo de Los Luises. Si bien no nos centraremos en la historia de la Congregación, las siguientes palabras, publicadas en 1904 en la revista Alma Española, nos dan una idea del porqué de los ataques a Los Luises en aquellos días y los que se sucederían durante décadas. 
«La cabeza del hombre no es menos ingrata que la tierra que desenvuelve el germen que se la confía. Somos la única nación en que las asociaciones religiosas siguen dominando todavía la vida íntima del pueblo.
Es, realmente, curioso ver cómo para poder inculcar a los niños sus doctrinas antes de que lleguen a la edad de razonar y sugestionar sus inteligencias vírgenes, han sabido invocar su irreconciliable enemiga, la libertad de conciencia; cómo, para burlar al Estado los bienes de que necesitaban, invocando el derecho de propiedad; cómo, en fin, reclamaron y obtuvieron el respeto a sus principios, entendiendo por respeto, no ya la tolerancia, sino la complicidad y cooperación del Estado, con toda suerte de privilegios para ellos y la imposición de absoluto silencio para los demás.
En tales condiciones nada tiene de extraño que el ejército de los luises haya logrado recuperar en cortísimo tiempo el terreno que les hiciera perder la savia generosa del espíritu moderno. Ya están ahí, eternos enemigos del progreso y de la libertad, muy apretadas sus filas y armados hasta los dientes, a las puertas del Poder».
El 16 de diciembre de 1904 Marcelo Azcárraga, presidente del Consejo de Ministros en estos tiempos del estreno de Electra, repetiría mandato; muy breve, por cierto. Por la cercanía con la Navidad y la lista de integrantes, el nuevo Gobierno fue llamado «El Belén de los Luises». 
 
Caricatura de Marcelo Azcárraga publicada en El País (1904)
«Eso no es un gobierno ni siquiera de a perro chico la pieza; eso es el Belén de los Luises. Los bellos cadetes de la milicia cristiana, han querido seguir estas Navidades la costumbre tradicional en todo convento de monjas, y han colocado en su Casino de la calle de Zorrilla un Nacimiento, digno del infante D. Antonio Pascual, gran tocador de zampoñas y famoso armador de nacimientos. ¡Qué Belén el de los Luises! ¡Qué propios el Niño, el San José, la Virgen, la mula y el buey! ¡Nada falta, ni el coro de pastores, ni la rabuda estrella, ni siquiera la cabrita triscadora y triste! Cosa de Luises, acerico monjil, caseta de pim, pam, pum para deporte y solaz de Rodrigo Soriano, parece este gobierno de Navidad: pavos, vesugos (Sic), capones…». El País, 17 de diciembre de 1904.
El edificio, ya desaparecido, había sido levantado en la calle Zorrilla en las postrimerías del siglo XIX. En julio de 1899 el periódico satírico semanal El Motín, muy crítico con los jesuitas, hablaba de la segunda condesa de Rivadedeva, María Loreto Ibáñez y Cortina, y el dispendio que había hecho para la construcción del edificio de Los Luises: «La buena señora, no sólo compró el terreno en 150.000 duros, sino que ha construido a sus expensas el edificio, pagando además el mobiliario, las imágenes, los cuadros; en fin, que ha mercado la salvación por cinco o seis millones… para que rabien los anarquistas».
 
En diciembre de 1897 publicaba La Época



El Nuevo País, del 21 de noviembre de 1898, en la columna titulada «Los jesuitas autónomos», hacía alusión al P. Cándido Sanz, alma de Los Luises, y la situación económica de la condesa:
 

La ilustración de El Quijote no podía ser más elocuente con las artes del P. Sanz. «¡Ojo a la caja!».
 
 
La tarde del domingo 30 de diciembre de 1900, la congregación de Los Luises se reunió en su templo para despedir al siglo que se marchaba. De aquella celebración decía El Globo del día siguiente: «El obispo de Sion pronunció un extenso discurso, en el cual debe notarse la afirmación de que “el reinado de Cristo no es ni puede ser político”, cosa que son los primeros a olvidar muchos de aquellos a quienes incumbe hacer que no se olvide». 
 
Así era la iglesia de San Luis Gonzaga, templo de Los Luises.
 

 
La iglesia de Los Luises en 1932. Fotografía de Diaz Casariego.

 
Fotógrafo anónimo (1901)

Dicho esto, y mientras en las calles de Madrid y otras provincias se sucedían las manifestaciones narradas, la Casa Real apuraba los trámites previos a la boda de la princesa de Asturias. Por una parte, había prisas; por otra, preocupación. "Alfonsito" cumpliría la mayoría de edad el 5 de junio de 1902 y, por consiguiente, sería coronado rey. ¿Qué ocurriría con el trono si fallecía antes de convertirse en Alfonso XIII?
 
La Gaceta de Madrid del día 8 publicaba los Reales Decretos que, sumados a la presencia en la villa y corte de Alfonso de Borbón-Dos Sicilias y Austria, conde de Caserta, crearon un malestar mayor. La combinación jesuitas-carlistas no podía ser más explosiva. 
 
Reales Decretos
Estos son los Reales Decretos firmados el día 7 de febrero: 


 




Tan a gusto debieron quedar con la firma de tantos decretos, debidamente cumplimentados ese mismo día, concediendo al extranjero Carlos la nacionalidad española; el título de Infante de España, acompañado de altas condecoraciones; el ascenso a Comandante de Estado Mayor del Ejercito en condición de yernísimo, que lo festejaron el día siguiente con una función de Gala en el Teatro Real. Tampoco pasa nada ¿no?, salvo porque los invitados al Coliseo, dependiente del Estado, fueron elegidos por el ministro de Instrucción pública y la Mayordomía de palacio.
 

  


El equipo de boda de la princesa de Asturias
Durante tres días quedó expuesto al público general en el comedor del Real Palacio el equipo de boda de la princesa de Asturias. Estaba compuesto por maniquíes con elegantes trajes y lujosas ropas; también por vitrinas que exhibían valiosas joyas, adornos suntuosos y preciosos regalos.



El conde de Caserta en Madrid
El conde de Caserta; aquel señor cuyas hazañas relató Galdós en los Episodios Nacionales, ponía pie en tierra en la estación del Mediodía el viernes 8. Para su recepción se habían organizado retenes en todos los edificios públicos y fuerzas de la Guardia Civil y del Orden público se parapetaron en la estación y cercanías. 
 
El Heraldo de Madrid hizo el relato de los sucesos en sendas columnas, bajo el título de «Caserta en Madrid».  Comenzaban diciendo: 
«Aunque el conde de Caserta hubiera venido a Madrid con el tren de guerra que mandó cuando bombardeo a Irún, no se hubiera desplegado mayor lujo de fuerza para recibirle. (…) Nadie al ver aquel aparato de fuerza, podía creer que se esperaban huéspedes que venían a asistir a los regocijos de una boda, sino adversarios a los que era preciso vigilar mucho. Los grupos que se formaban en los alrededores de la estación eran disueltos enseguida, y se obligó a retroceder a muchas personas que bajaban por la calle de Atocha. El miedo que reinaba en las esferas oficiales era evidente».
Ese miedo era tan evidente porque no se trataba de "cuatro golfos", como había argumentado el ministro de Gobernación, Sr. Ugarte, al referirse a los disturbios del día anterior. Dos días después, El País se hará eco de la frase y la utilizará como titular de su portada. Además, enviará un mensaje al Gobierno: 
«¡Cuidado con ellos!
¡Cuidado con ellos, porque son heroicos, porque saben morir, lo mismo defendiendo un trono en las montañas del Norte que defendiendo la libertad en el arroyo!
¡Cuidado con los golfos porque no habéis contado bien, no son cuatro, son cuatro millones y forman el alma de ese algo que se adivina y se presiente, de ese algo que tiene colosales puños de acero, forjado para demoler, triturar y de ese algo por cuyos ojos pasan llamaradas de incendio! 
¡Cuidado con los golfos, no os equivoquéis ahora como en Francia se equivocaron Luis XVI y María Antonieta! 
También entonces se dijo: 
¡Bah! Eso no es nada, no tiene importancia: son cuatro sans culotes».
 
 Así fue recibido por cuatro golfos el conde de Caserta:
 
 

 

El conde había llegado a Madrid "sin ocurrir novedad alguna", tal y como lo manifestó Ugarte. Eso por la mañana, pero por la tarde...

 

El siguiente subtítulo de la noticia puede parecer una errata, pero no lo es. Según otros periódicos, se estaba representando el cuarto acto de Electra, acto organizado por la Sociedad de Artistas dramáticos en beneficio de estos.


Mientras esto ocurría, los corresponsales de provincias enviaban telegramas a los periódicos madrileños dando cuenta de los homenajes a Galdós.

 

Con la excusa de la boda, el día 9 de febrero se firmó el decreto por el que se suspendían las clases desde el 11 al 25 de ese mes. Era una manera de prohibir las reuniones en las universidades y así evitar el fomento de nuevas manifestaciones. El efecto fue contrario a las pretensiones gubernamentales.


Ese mismo día de la firma hubo más disturbios, y se repitieron los días siguientes. Quizás esto nos resulte de rabiosa actualidad, a tenor de lo que manifestaba El Correo Militar, también del día 9:
«Los cabezas de motín, los que por sus actos dan lugar a que estos se originen o se trastorne el orden público, son los que, conforme al Código penal, se hacen acreedores a las penas más severas.
¿No es así, señor ministro de Gracia y Justicia?
¿Sí? Pues la Gaceta no debe seguir muda.
Porque sin el inoportuno señalamiento de una vista, los escándalos en la vía pública en los dos pasados días, no hubieran acaecido.
Ni de seguro seguirían en los días subsiguientes».
Bajo el título de «Agitación nacional - En Madrid», el Heraldo de Madrid relataba los sucesos de ese día, que fue sábado.
 

El día 10 se completaron las noticias, dando cuenta de lo ocurrido en la calle del Pez, donde las cargas de las fuerzas de Seguridad fueron importantes; también los disturbios en las calles de la Flor, Corredera baja de San Pablo, de la Puebla, Valverde, y más tarde en la calle del Carmen, con la Guardia civil apostada en la de Mesonero Romanos. Las cargas en ese punto fueron importantes, extendiéndose hasta la plaza de Callao y calles de San Jacinto, Jacometrezo y Preciados.
Por la noche hubo explosiones en la plaza de Jesús, en la calle del Turco y en la editorial Obras de Pérez Galdós.
 
 
Mientras todo esto ocurría, en la Casa de la Villa se celebraba una recepción en honor a los futuros esposos. Al festejo asistió la familia real, el cuerpo diplomático, muchas personalidades de la política y de la alta sociedad; entre todos ellos, la literata Emilia Pardo Bazán, quien fue muy elogiada por la reina.
 

 
Los entresijos gubernamentales, las manifestaciones de los estudiantes y las protestas derivadas de la principesca boda, disparaban la creatividad de los humoristas gráficos. La revista Gedeón, con su particular ironía, publicó el programa de festejos.
 

 

 
El punto final de los festejos, con la "Marcha de Antorchas del Ministerio... con la música a otra parte." demostraba la poca vida que le quedaba al Gobierno... menos de un mes. Buen momento este para citar a Práxedes Mateo Sagasta, presidente del partido Liberal-Fusionista, y sus declaraciones sobre lo que estaba ocurriendo:
«Es muy de lamentar todo lo que sucede. Desapruebo, como es natural, esas ruidosas manifestaciones, que traen alarmada justamente a la opinión; pero comprendo que son el resultado de una serie de coincidencias que han venido a agravar de modo extraordinario el malestar que se sentía.
La obra de Galdós y la vista ante el Supremo del asunto Ubao, agravaron el mal existente. 
No creo tampoco que fuese necesaria la presencia en Madrid del conde de Caserta. Puesto que este señor no vino a pedir la mano de la princesa de Asturias, parecía natural que tampoco viniera a la boda, máxime cuando su estancia en Madrid podría dar lugar a sucesos como los que se están desarrollando. ¿A quién puede extrañar lo que ahora sucede, dada la excitación que ya había en la opinión pública? ¿Qué sucederá? Imposible predecirlo. Sucesos de esta índole se sabe cómo empiezan, pero jamás cómo terminan.»

Los días 10 y 11 continuaron los disturbios, en gran parte propiciados por los estudiantes al encontrar la Universidad cerrada. El periodo vacacional decretado y por el que los jóvenes alumnos habían mostrado su disconformidad el día 9, convirtió a Madrid y otras capitales en un campo de batalla.

 
 

Recordemos que el 11 de febrero era una fecha histórica: en 1869 se abrieron las Cortes Constituyentes y en 1873 se proclamaba la II República. Podríamos sumar el fallecimiento de D. Ramón de Campoamor por asegurarse en las biografías ese día como el de su obito, pero las noticias de la época indican que ocurrió la madrugada del día 12 de febrero de 1901. 

El Liberal. Madrid, 12 de febrero de 1901

 
A pesar de las manifestaciones continuas, principalmente en Madrid, la realeza española continuaba a su aire y la noche del día 11 celebraban un suntuoso baile en palacio. 

Los días 12 y 13 hubo más manifestaciones y disturbios que obligaron al conde de Toreno, gobernador civil de la provincia, a solicitar la presencia del Ejercito en apoyo a la Guardia civil y los Cuerpos de Seguridad. 

La Época. Madrid, 13 de febrero de 1901

 
Homenaje a Galdós en el palacio del marqués de Santa Marta
La tarde del día 12 se celebró un banquete en el palacio del marqués de Santa Marta. Al evento asistieron personalidades del periodismo y la política, entre los que se encontraban Canalejas, Moret, Azcárate, Salmerón, el conde de Romanones, Morayta, Romero Robledo y Francos Rodríguez.
La mesa fue servida por la casa Tournié, elegante restaurante que funcionaba en Madrid desde 1878 en la calle Mayor.

Publicidad de 1878

Restaurante Tournié. Fotografía de Villaseca (1912)

Con los brindis hubo varios discursos. Benito Pérez Galdós, reconociendo no ser un gran orador, apenas expresó unas palabras de agradecimiento: 
«Señores: Todo el mundo sabe que yo no soy, ni he sido, ni seré nunca orador. Pero sé sentir; deseo como todos, la grandeza de nuestra Patria. Al testimonio de cariño que me dan el señor marqués de Santa Marta y los señores aquí presentes, correspondo con una gratitud eterna».
 
Disturbios en Madrid. Reportaje gráfico
Las siguientes instantáneas, tomadas por el fotógrafo Muñoz Baena, nos muestran las manifestaciones y motines de aquellos días. Baglieto retrata los funerales de Ramón de Campoamor y Calvet Hermanos ofrecen un retrato del poeta.
 
 





 
Fallecimiento de Ricardo Valero
El día 13, víctima de una dolencia cardiaca, fallecía el actor Ricardo Valero, intérprete del Salvador Pantoja de Electra. Una de las primeras personas en llegar a la casa mortuoria fue Galdós. Poco después presidiría la comitiva fúnebre junto a los hijos del actor, el empresario del teatro Español y algunas personalidades del ámbito teatral.
La llegada al Cementerio del Este, donde descansarían sus restos, estaba prevista para las cinco de la tarde, pero la comitiva se detuvo frente al Español para que las damas de la Compañía Matilde Moreno depositaran flores sobre el féretro mientras un sexteto tocaba la marcha fúnebre.

Resulta curioso que a la casa mortuoria asistiera el teniente coronel Sr. Lacalle en representación del capitán general de Madrid, Sr. Weyler, autoridad que al día siguiente proclamaría el Estado de Guerra.


Estado de Guerra en Madrid
El día 14 firmaba el conde de Toreno el bando por el que se declaraba el Estado de Guerra en Madrid. Del mismo modo lo hicieron los gobernadores de otras provincias de España.

 
También se publicaba el bando firmado en misma fecha por el capitán general de Castilla la Nueva, Valeriano Weyler y Nicolau, marqués de Tenería:

Heraldo de Madrid. Madrid, 14 de febrero de 1901
 
El artículo 4º establecía la censura a la Prensa. Las instrucciones enviadas a los periódicos eran las siguientes:
«Que en esta Capitanía general se recibirán las pruebas completas de los periódicos, desde las dos hasta las siete, y desde las catorce hasta las veintiuna, no admitiéndose galeradas ni planas sueltas. Los escritos o grabados que resulten tachados por esta Capitanía general habrán de ser sustituidos por otros, de modo que el periódico no se publique con blancos ni espacios llenos de puntos, debiendo los artículos o grabados que reemplacen a los tachados ser nuevamente sometidos a la censura».
 
Boda de los príncipes de Asturias
Y llegó el día de la boda de la princesa de Asturias, María Mercedes, con Carlos de Borbón. Se celebró en la capilla del palacio bajo fuertes medidas de seguridad. Así lo relató el Año Político
«Se ha verificado ayer mañana en la capilla del regio alcázar la boda de la Princesa de Asturias con el Príncipe Don Carlos de Borbón.
Asistieron a la fiesta el Rey D. Alfonso XIII, que vestía de uniforme de alumno de infantería; la Reina, las Infantas, el Cuerpo diplomático y los ex-Ministros Seño-res Silvela, Villaverde, Danvila, Polavieja, Castellano, Beránger, Salvador, López Domínguez, Capdepón, Vega de Armijo, Montero Ríos, Moret, Gullón, Tejada de Valdosera, Núñez de Arce, Aguilera, Eguilior, Duque de Tetuán. Dato, Maura, Navarro Reverter, Marqués de Pidal, Valcárcel, Marqués de Estella, Auñón, Concha Castañeda y López Puigcerver.
Ocuparon sus puestos: la comisión de Asturias, el Ayuntamiento y Diputación, los caballeros de las Ordenes y el cuerpo diplomático en masa, y a las once en punto entró la corte en la real capilla; llegaron primero el Infante D. Carlos de Borbón, acompañado de sus padres los condes de Caserta, de las tres Princesitas de Borbón, que vestían de rosa, con mantillas blancas, del Duque de Calabria y del Príncipe D. Jenaro.
La segunda comitiva llegó después: entró primero S. M. el Rey, a continuación la Reina regente, que vestía traje de raso malva y manto de terciopelo del mismo color, conduciendo de la mano a la Princesa de Asturias, con traje de raso blanco y ramos de flores de azahar; después se colocaron S. A. el Archiduque Eugenio; sus altezas las infantas Doña María Teresa, Doña Isabel y Doña Eulalia.
Cerca de las reales personas se hallaban: los mayordomos de Palacio y de la Princesa, duques de Sotomayor y de Granada; la camarera mayor, condesa de Sástago; la de la princesa, duquesa de Santo Mauro; las damas de guardia, marquesa de Castelar, condesa de Vía-Manuel, marquesas de Santa Cristina, Monistrol y Aguilar de Campóo, y la condesa de Toreno.
En un estrado, delante de la tribuna, a través de cuyos cristales aparecía la venerable figura de S. A. la archiduquesa Isabel, se colocaron las demás damas de la Reina.
La ceremonia fue breve; apenas duró tres cuartos de hora, y acto seguido ambas comitivas reunidas volvieron a ponerse en marcha, atravesando la galería, hasta las reales habitaciones, a los acordes de la música de alabarderos.»


 
La revista Nuevo Mundo del 20 de febrero decía de la boda: 
«Las primeras fiestas reales en España del siglo XX, festejos bien insignificantes, por cierto, con motivo del enlace de S. A. Doña María Mercedes de Borbón y Habsburgo, Princesa de Asturias, con Don Carlos María Tanedero (Sic) de Borbón, han quedado en agua borrajas por motivos que todo el mundo sabe. 
Ni Te Deum, ni fuegos artificiales, ni casi funciones de teatro. El único espectáculo que con aquel fausto motivo se ha celebrado en la corte ha sido el movimiento de tropas, las cuales han recorrido, luciendo sus vistosos uniformes, las calles de Madrid.»
Todo empezaba mal y acabaría peor. El 17 de octubre de 1904, un día después de dar a luz a su tercera hija, la princesa de Asturias fallecía víctima de una peritonitis mal diagnosticada. El viudo Carlos se casará en 1907 con la princesa Luisa de Orleans, bisabuela materna del rey Felipe VI.

 
La caída del Gobierno
El 20 de febrero la revista Gedeón publicaba esta caricatura de Sileno, premonitoria de lo que ocurriría cinco días más tarde: el general Azcárraga, después de despachar con la reina y conferenciar con Silvela, reunió al Consejo de Ministros y en él se acordó presentar la renuncia de todo el Gabinete.

El día 26 presentó Azcárraga la dimisión del Gabinete, pidiendo la reina que continuasen despachando en el Ministerio hasta el nombramiento de los nuevos consejeros. Ese mismo día comenzaron las rondas de consulta. 


Conclusión
El presente trabajo es sólo un resumen, muy a pesar de su extensión. En él hemos conocido heridas abiertas mucho antes del estreno de Electra y las consecuencias de un Gobierno nefasto, además de las inoportunas acciones de la Corona. Sumemos a esto el caso Ubao, de gran repercusión mediática, el cual quisieron asociar con la obra de Galdós y los jesuitas, creando las manifestaciones y disturbios que se sucedieron en Madrid y otras provincias. Sin embargo, ya hemos visto que aquel ambiente de crispación venía dado por motivos que iban más allá del anticlericalismo.

Electra continuó representándose en el Teatro Español y el 21 de febrero comenzaba la distribución y venta en toda España del libreto impreso. Los 10 000 ejemplares puestos a la venta en la editorial Obras de Pérez Galdós se vendieron en su totalidad. De ellos, unos 8000 fueron adquiridos por los libreros de Madrid; a finales de mes sólo disponían de 200 ejemplares. El Heraldo de Madrid había adquirido 1500 ejemplares, de los cuales 500 se enviaron a provincias y 980 se vendieron en pocas horas en la Administración del periódico.
 
El periódico parisiense Journal des Debat publicó un sesudo estudio sobre Electra y tradujo parte de la obra.

En los teatros de provincias se esperaba ansiosamente, tal es así que una compañía del género chico se atrevió a representarla en Salamanca. Como es lógico, los Hijos de Hidalgo, administradora de las obras teatrales de Galdós, denunciaron al gobernador de la provincia por haberlo permitido.

Dicho esto, es evidente el éxito del drama de Galdós más allá de cualquier conflicto en el que la obra y su autor se vieron involucrados. La propia iglesia, el Gobierno y las desavenencias históricas fueron, en definitiva, los principales responsables de aquel año anticlerical.
 


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